La necesidad de un contrato. Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

La palabra contrato es de uso corriente y puede tener una amplio abanico de significaciones. Por ello apelemos a wikipedia para comenzar con una definición que nos oriente en estas reflexiones:

Un contrato es un acuerdo legal, oral o escrito, manifestado en común entre dos o más personas con capacidad jurídica, que se obligan en virtud del mismo, regulando sus relaciones a una determinada finalidad o cosa, y a cuyo cumplimiento pueden obligarse de manera recíproca.​ El contrato es un acuerdo de voluntades que genera «derechos y obligaciones relativos», es decir, sólo para las partes contratantes. Es función elemental del contrato originar efectos jurídicos (es decir, obligaciones exigibles), de modo que a aquella relación de sujetos que no derive en efectos jurídicos no se le puede atribuir cualidad contractual.

La definición, como se ve, se mantiene dentro de un marco jurídico. Supone la existencia de una sociedad organizada institucionalmente con la presencia de un Estado que controlará su observancia y castigará los incumplimientos. Sin embargo, la palabra contrato tiene una historia en la filosofía política más interesante para esta investigación. Sigamos leyendo:

El contrato social, como teoría política, explica, entre otras cosas, el origen y el propósito del Estado y de los derechos humanos. La esencia de la teoría (cuya formulación más conocida es la propuesta por Rousseau) es la siguiente: para vivir en sociedad, los seres humanos acuerdan un contrato social implícito que les otorga ciertos derechos a cambio de abandonar la libertad de la que dispondrían en el estado de naturaleza. Siendo así, los derechos y los deberes de los individuos constituyen las cláusulas del contrato social, en tanto que el Estado es la entidad creada para hacer cumplir el contrato.

La mención de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) es casi obligatoria al analizar este tema, dado que fue él el que propuso la conclusión de sus investigaciones y de sus reflexiones políticas en su libro El contrato social (1762). La calidad de su pensamiento estaba sostenida por su profunda formación y su vocación humanista y naturalista, que lo llevó a dedicarse al estudio de la pedagogía, la filosofía, la música y la botánica. Todo ello le permitió tener una mirada amplia de los temas que abordaba.

Los siglos XVI, XVII y XVIII, en los que se comenzaba a dejar atrás los enfrentamientos feudales, aparecía la idea, cada vez más dominante, de consolidar naciones estables en las cuales los intereses de la burguesía naciente pudieran desarrollar sus negocios. El nuevo mundo demandaba sociedades estables permanentes. Ello creó un clima intelectual en el cual se hicieron presente los pensadores que abordaron esos problemas, que tuvieron un denominador común: la propuesta de un contrato que garantizara esa posibilidad. Fueron conocidos como los contractualistas. Antes que el suizo Rousseau, dieron a conocer sus propuestas dos filósofos ingleses:

Thomas Hobbes (1588—1679) escribió su obra Leviatán (1651), durante un período de guerra civil en Inglaterra. A la urgencia de resolver de modo sustentable el conflicto le responde  proponiendo crear un contrato social para establecer la paz entre las personas.

John Locke (1632-1704) recoge su visión del contrato social en su principal obra, Dos ensayos sobre el gobierno civil (1690)

Volvamos a Rousseau. A diferencia de los autores ingleses que vivieron en un clima de inseguridades, propias de los tiempos revolucionarios, con todas las consecuencias que ello trae aparejado, este pensador fue suizo. Este país que fue conocido después por su organización interior que posibilitó una armonía que no tuvieron otros en su época. Leamos a wikipedia:

El núcleo de la Antigua Confederación Suiza fue una alianza entre las comunidades de los valles de los Alpes centrales para facilitar la realización de intereses comunes, como el comercio libre, y para asegurar la paz para el tránsito a través de sus rutas comerciales a través de las montañas. La Carta Federal de 1291, firmada por las comunidades rurales de Uri, Schwyz y Unterwalden, se considera tradicionalmente el documento fundador de la Confederación, aunque puede que existieran alianzas similares algunas décadas antes.

Como se ve, varios siglos antes que otras naciones de la Europa moderna, la Confederación Suiza pudo encontrar un modo de ir concertando acuerdos entre comunidades de diversos orígenes, que hablaban idiomas diferentes, para consolidar una unidad permanente. Esto no debe entenderse como una armonía perfecta, pero, a pesar de las dificultades encontró los modos de preservar la unidad. En otras palabras, los interrogantes que se le presentaban a Rousseau estaban lejos de las violencias que se podían encontrar en Inglaterra. Por ello parte de una tesis un tanto romántica respecto del origen de los hombres:

Para Rousseau, el hombre primigenio estaba envuelto por un clima natural. Era un mundo bucólico que les facilitaba vivir sin maldad. Lo que predominaba son dos sentimientos básicos: el amor de sí y la piedad, es decir una especie de instinto de autoprotección, acompañado la asistencia al sufrimiento ajeno. Luego, el aumento de la población los va juntando. Esa unión crea falsas necesidades. Para cubrirlas el hombre inventa la agricultura y la ganadería, pero cuanto más tiene el hombre más desea, y ciertas personas acumularon riquezas. Éstas, temiendo por sus vidas y por sus riquezas, debido a los recelos creados promueven un pacto para evitar la posibilidad de conflictos.

Este planteo está lejos de los propuestos por los otros contractualistas. El caso de Hobbes es, tal vez, el más extremo, puesto que define al hombre como un lobo para los otros hombres. Elegir a ese animal para ejemplificar las conductas humanas da pruebas de una concepción muy dura sobre lo humano. Muy distante de la mirada del suizo que ve la asociación de los hombres como el resultado de un proceso natural que se definió con un contrato.

La sociedad capitalista, que agudizó los enfrentamientos por las relaciones de explotación de los trabajadores, sobre todo a partir de la Revolución industrial inglesa del siglo XVIII, dividió profundamente la comunidad anterior e instauró un régimen de desigualdades. Éstas se fueron profundizando en los tiempos posteriores, lo que dio lugar a la implementación de diversos dispositivos para sostener la dominación. Naturalizar y justificar las divisiones en clases fue uno de ellos, lo cual reeditaba la concepción medieval de una sociedad querida así por Dios.

En nuestra Argentina hemos vivido tiempos de concordia y tiempos de enfrentamientos. La Revolución peronista, entre 1945 y 1955, instauró la Justicia Social como el concepto superior de la política de Estado que fue regulando una distribución más equitativa de los bienes sociales. Esa experiencia caló muy hondo en la conciencia colectiva, y debió enfrentar luego los proyectos de demolición de la Revolución fusiladora (1955). Las décadas siguientes soportaron por momentos una agresión muy dolorosa por el intento de borrar de la memoria colectiva los tiempos felices.

La Revolución en paz impulsada por el General Perón proponía en 1974 un nuevo concepto de Soberanía Política que descansaba sobre un proceso de autodeterminación popular. En ella el Estado debería abrir la participación sobre las decisiones ejecutivas a amplios sectores de la comunidad. Esta visión se basaba en la convicción de que la única forma de resolver los problemas de injusticia social provocados por el individualismo egoísta del capitalismo, era con el incremento de la conciencia política de la comunidad. Para ello era necesaria la Reconstrucción del hombre argentino. Este “hombre nuevo” debería romper los moldes de participación política del demo-liberalismo y desarrollar, en una acción conjunta con el Estado, una discusión sobre políticas nacionales para comenzar a elaborar un proceso de participación comunitaria que desarrollara el espíritu solidario y su inmediata consecuencia: la unidad nacional.

Estos últimos años debimos soportar una agresión planificada para borrar esa memoria. Se apeló a las más diversas técnicas del marketing político que utilizó los peores instrumentos de la publicidad destructiva de los valores comunitarios. Se creó una figura nefasta para el ciudadano, intentando profundizar las divisiones existentes mediante el odio, la divulgación de las peores noticias (fake-news) y la persecución judicial de los opositores (lawfare). Todo ese armamento político fue descargado sobre la conciencia de los ciudadanos argentinos. Ese es el estado de la conciencia colectiva de hoy.

Por ello, se puede comprender el llamado de Cristina en la presentación de su libro:

“Por eso digo que es necesario un contrato social de los argentinos y las argentinas. Yo creo que si tuviera que ponerle un título le pondría “un contrato social de ciudadanía responsable”, porque cuando uno dice un contrato social de ciudadanía responsable involucra a todos. Desde el empresario, ciudadano en su ámbito y en su actividad y con su responsabilidad, por un dirigente sindical, por un dirigente intelectual, por un ciudadano que trabaja de operario, por aquellos también que hoy son cooperativistas o tienen un plan de trabajo porque no han podido conseguir un trabajo. Para ello es necesario que todos pongamos el esfuerzo para crear trabajo genuino por ejemplo y que el compromiso sea de todos. Obviamente no hay mayor compromiso primero que el del Estado de generar las políticas y segundo de los empresarios también para generar ese empleo con la convicción de que no hay posibilidades en este mundo tan difícil que hoy tenemos, de generar crecimiento económico sin mercado interno fuerte”.

Las palabras de Cristina nos remiten a las que pronunció en junio de 1973, el General Perón en su regreso a la Patria, las condiciones en que se encontraba la Argentina de entonces tiene muchas semejanzas con las actuales:

“La situación del país es de tal gravedad que nadie puede pensar en una reconstrucción en la que no debe participar y colaborar. Este problema, como ya lo he dicho muchas veces, o lo arreglamos, entre todos los argentinos o no lo arregla nadie. Por eso, deseo hacer un llamado a todos, al fin y al cabo hermanos, para que comencemos a ponernos de acuerdo”.

Ese acuerdo que reclamaba Perón es el mismo que nos está proponiendo Cristina para poder comenzar a salir de esta situación extrema que no reconoce antecedentes en nuestra historia.

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