Por Ricardo Vicente López
Parte II (leer acá la parte I)
4.- El preguntar por la pregunta
Entonces, se puede desprender de lo dicho que la actitud crítica que implica el preguntar por los por qué, los cómo, los dónde, los cuando, etcétera, se circunscriben, por regla general, dentro del campo de las respuestas y propuestas que la disciplina maneja, dadas por los científicos reconocidos. Son tales porque responden a las líneas generales de la comunidad institucionalizada a la que pertenecen, tribunal supremo que funciona como la nueva inquisición moderna. Es en su seno que las preguntas adquieren un contenido consistente y su validación, por lo que se puede iniciar la búsqueda de las síntesis que se pretenden hallar.
Pero es necesario tomar en cuenta que la (o las) críticas que se desarrollen dentro de tal campo, demarcado por la disciplina, no pueden desbordar los límites que han trazado las respuestas vigentes, resultado de preguntas anteriores que conforman el corpus [1] científico. Dicho de otro modo, todo preguntar en una investigación se sostiene por un corpus académico, a partir del cual se lanza la búsqueda de respuestas; pero éstas deben respetar los cánones establecidos, caso contrario serán rechazadas por las instituciones correspondientes. Nuestro preguntar queda circunscrito, en un ámbito definido, por la producción científica de quienes ya han publicado sus conclusiones que pueden ser objeto de nuestro preguntar. Esto no significa que no se pueda avanzar, sino que el camino dentro de las reglas institucionales imponen límites que no deben ser violados.
El paso que falta, por lo general, es el comprendido entre el preguntar dentro del campo acotado por los contenidos de la o las respuestas, y el formular la pregunta por el qué, el por qué, el cuándo y el cómo preguntaron aquellos quienes ya han ofrecido o propuesto el conocimiento existente. Se trata de avanzar, tematizar y problematizar no sólo lo recibido, sino también las preguntas que dieron origen a aquel pensar, apuntando al ámbito desde donde fueron lanzadas. La pregunta por aquellas preguntas remite a los supuestos de quien ha respondido con aquellas soluciones, porque estamos dirigiendo nuestra mirada hacia el marco político-ideológico desde el cual se han consolidado sus preguntas (y de allí sus respuestas). Este marco no es necesariamente explícito o consciente en quien lo hace y puede, muchas veces, escapar a la conciencia de quien ha planteado sus preguntas. La historia de la ciencia está llena de verdades rechazadas y falsedades admiradas en su tiempo por los pre-juicios imperantes.
Puede, y en efecto sucede muchas veces, que queda oculto para el pensar de quien investiga y reflexiona, el cimiento en el que se apoya. Esta es una cuestión previa que no aparece a primera vista como necesaria, dado el modo pretendidamente aséptico y avalorativo de ese modo del preguntar. Funciona así porque queda a espaldas del investigador que forma parte de lo establecido e institucionalizado. Y aquí nos encontramos con una limitación, que es histórica y por ello también política e ideológica. Insisto, entonces: quien piensa lo hace siempre, indefectiblemente, desde una perspectiva, una situacionalidad, que circunscribe el espacio del pensar a los límites geográficos y temporales, es decir, históricos, culturales, y por ello, políticos. Debe entenderse en estos términos la mención anterior a la ciencia occidental moderna, producto del proyecto cultural de la burguesía que dominó los últimos trescientos años de investigación realizada.
Todo este planteo, creo, nos pone en condiciones de avanzar en el problema del hombre. Porque la primera cuestión nos remite al campo de la situación histórico-política que desemboca en este tiempo abisal que impone este tema como algo insoslayable. Hoy no es posible avanzar sobre ninguna dimensión humana sin tomar, como un elemento condicionante, la profunda crisis en la que se encuentra la humanidad occidental (u occidentalizada). Porque la segunda cuestión nos conduce directamente hacia el hombre, sujeto que piensa, a veces muy a su pesar y otras sin conciencia, del drama histórico de este tiempo.
La investigación sobre esos sujetos históricos debe remontarse hasta los orígenes de ese proceso, de modo tal que nos reinstale en condiciones de detectar la génesis de la historia que nos deposita en esta situación actual. Para nuestro caso, es la senda hacia el pasado de este presente. Debe reconocer una primera etapa que debe des-cubrir, como punto de partida, los sustentos de los comienzos de la Modernidad europea. Pero, un paso previo más, exige preguntar por el proceso anterior, las condiciones de posibilidad y su recorrido posterior de más de veinte siglos. Este recorrido, sinuoso, contradictorio y, por ello, portador de múltiples riquezas espirituales, debe ser estudiado, aunque más no sea en su síntesis. Ella nos iluminará el camino que desemboca en los siglos XV y XVI.
Ese es el momento que contiene muchas respuestas respecto de los siglos posteriores. La investigación de esas raíces, de las promesas que incubaba, de las imposibilidades de desarrollarse en esa etapa, nos llevará a abrir un cofre en el que quedaron guardadas riquezas recuperables para la realización superior de la espiritualidad del hombre de hoy. También nos ayudará a detectar cuántas de esas riquezas espirituales no encontraron las condiciones de libertad necesarias para desplegar todo su contenido. El arrollador ímpetu del imperialismo español y portugués, reemplazado luego por la potencia británica, obturaron las promesas de esa espiritualidad que las tradiciones clásicas ofrecían.
La mercantilización brutal de las relaciones que impuso el modelo amo-esclavo, seguidas del sometimiento de los pueblos originarios, que llegó al exterminio, con características depredatorias. Esto, como no podía ser de otro modo, obstruyó algunos impulsos humanísticos que florecían en algunas capitales europeas. El humanismo renacentista no tuvo lugar en la mayoría de los casos de la historia de las tierras americanas de esos primeros siglos. Si bien no faltaron los heroísmos de algunos misioneros, como el fraile dominico Bartolomé de las Casas (1484-1566) o el misionero y fraile español Antonio de Montesinos (1475-1540), que se opusieron a los malos tratos y al sometimiento de los originarios. Pero fue el rigor militar el que terminó imponiendo la condición de guerra a la conquista.
5.- Las raíces de nuestra cultura
Debo comenzar por responder a la pregunta acerca de la pertinencia de esta incursión en el pasado de la historia de la cultura respecto del tema que nos convoca. Debo decir que es imprescindible, indagar en las etimologías, revisar los marcos políticos-culturales en los que las palabras se fueron fraguando, así como también la recuperación de las raíces profundas que la Modernidad occidental recibió, pero que, como ya dije, otras tradiciones más agresivas se impusieron por sobre lo mejor de esa herencia. Ello nos lleva a hurgar en la configuración de los orígenes de este Occidente en sus dos vertientes fundantes: la greco-romana y la hebrea.
La tradición académica ha colocado todo el énfasis en el estudio de la vertiente greco-romana y sobre ella ha construido la historia moderna. Esa tradición muestra etapas con sus respectivas síntesis. La herencia helena ha sido reelaborada por la cultura romana y se ha desplegado a lo largo de los siglos medievales con el aporte, poco reconocido, de la riqueza de la tradición judeo-cristiana. Fue Constantino [2] (274-337) quien mejor comprendió el invalorable servicio que le podía prestar el cristianismo por la vía de las autoridades de la Iglesia Católica, asumiendo para su reinado una fe que le permitiera consolidar su imperio, que comenzaba a tambalearse. En el año 325, convoca al Concilio de Nicea. Respecto a este momento crucial de la historia de Occidente, leamos a Paul Johnson [3] (1928):
En este espíritu, Constantino (y la gran mayoría de sus sucesores) abordó su propio papel en la política de la Iglesia. Debía ser un mediador, una función que él desempeñaba bien y que le agradaba… mientras preside el Concilio de Nicea y otras reuniones eclesiásticas… organizando complicadas ceremonias, entradas dramáticas, procesiones y espléndidos servicios. Todo esto estaba muy lejos del cristianismo primitivo. En realidad, puede afirmarse que Constantino creó gran parte del rito de la práctica conciliar cristiana… El imperio abrazó el cristianismo con el propósito de renovar su propia fuerza mediante la incorporación de una religión oficial dinámica [4].
Mi demora sobre este tema debe ser entendida por la necesidad de encontrar, en un momento de la historia, la puerta que abre hacia un camino diferente, imprescindible para comprender la revolución de la modernidad. La iglesia adopta entonces el idioma imperial ─ el latín─, la pompa imperial, la vestimenta de los senadores romanos, etc., como precio que se pagó por una vida más estable y segura dentro del imperio. Al mismo tiempo, el contenido del mensaje se fue diluyendo, el poder se cobró su cuota de corrupción, y el Reino de Dios fue permutado por el Imperio de la guerra entre hombres. Así el Medioevo comienza su historia. Las sucesivas invasiones de los pueblos de la estepa asiática, a quienes se los denominó bárbaros, desde la soberbia heleno-romana muy pagada de sí misma en su refinamiento intelectual, fue dándole a la síntesis mencionada una modalidad propia que incidió en el cristianismo medieval.
Las tribus arias aportaban un nuevo espíritu por lo que la progresiva cristianización de ellas fue preparando el terreno para la etapa siguiente, que iba a dar nacimiento al Occidente moderno. La particularidad de este periodo es la configuración de una nueva síntesis, dentro del mismo proceso, en ella van a prevalecer los rasgos culturales de los llamados bárbaros que se habían cristianizado: su espíritu de conquista. Es destacable que esa cristianización produjo el comienzo de las condiciones que posibilitaron la revolución burguesa dentro del marco del comunalismo medieval [5]. Entre los siglos X al XV, se estructura una muy interesante experiencia en las comunas aldeanas.
[1] Corpus es el conjunto de datos, textos u otros materiales sobre determinada materia que pueden servir de base para una investigación o trabajo, y que limita y circunscribe el tema a lo ya prescrito.
[2] Flavio Aurelio Constantino fue emperador de los romanos desde la proclamación por sus tropas el 25 de julio de 306, y gobernó un Imperio romano en constante crecimiento hasta su muerte.
[3] Escritor, historiador y periodista británico, estudió historia en la Universidad de Oxford. Es autor de más de treinta obras, la mayoría sobre la actualidad y la historia en general.
[4] Johnson, Paul, Historia del cristianismo, Javier Vergara Editor, 2004.
[5] El tema está más desarrollado en mi trabajo Los orígenes del capitalismo moderno– Parte I, disponible en la página www.ricardovicentelopez.com.ar
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