La importancia del concepto persona. Parte I. Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

Parte I

1.- Primera aproximación

En principio, considero necesarias algunas reflexiones que creo fundamentales para plantear el tema propuesto. Aunque ellas parezcan presentar un aspecto distante del tema a tratar, ruego me concedan este escaso tiempo para introducirme en él. Si propongo un camino un poco más largo es porque supongo necesario abordarlo desde un comienzo para no dejar atrás dificultades que nos saldrán al paso en el momento del tratamiento en profundidad de lo que nos estamos proponiendo.

Si pensamos en lo que subyace al problema, encontraremos que en el nudo central está el hombre. Pero también percibiremos que, expresado de este modo, todo se mueve en el plano de una universalidad abstracta que nos impone preguntarnos ¿de qué hombre se trata? La respuesta inmediata, a la vez ingenua y prejuiciosa, supondrá un hombre que conceptualmente es el resultado de la elaboración teórica encuadrada en la cultura burguesa, de clase media, que representa el siguiente prototipo: hombre blanco, alto, rubio, de ojos celestes. Puede que esta afirmación sorprenda, pero si nos detenemos a pensar dónde se ha elaborado la teoría de la sociología (el actor social), la psicología (el sujeto atravesado por la culpa), la antropología (el sujeto portador de la cultura racional), la economía (el hombre racional que va al mercado a maximizar sus oportunidades), la ciencia política (el ciudadano parisino o el liberal inglés), etcétera, cuyos resultados se nos presentan como verdad universal, nos encontraremos con que el paradigma es el hombre centroeuropeo de los siglos XVIII al XX.

Esto nos lleva a pensar que el hombre, en tanto tal, es en el origen de la cultura occidental el zoon politikón (el animal político aristotélico) que pone el énfasis en la socialidad, o el animal rationale (el animal racional) de los latinos, ambos tienen en común la condición de la racionalidad. Más de veinte siglos después, es mucha el agua que ha corrido bajo los puentes como para no exigirnos una definición más precisa, que quiebre el estrecho círculo de las culturas clásicas. Se nos presenta el desafío de buscar una respuesta que, aunque no agote el tema, nos dé respuestas (en plural, por la pluralidad del hombre y la pluralidad de los pueblos). Que nos habilite a pensar qué es lo humano y, dentro de él, lo más humano de lo humano, es decir aquello que lo define en su esencia. Pesan sobre todo ello, como hemos visto, más de tres mil años de pensamiento filosófico y teológico que no se pueden soslayar, más los últimos trescientos años de investigación científica. Toda la urdimbre de ese entramado de ideas debe ser desmontada colocando lo que pertenece a cada cultura en su tiempo y en su espacio, tarea sin la cual se perderá el riquísimo aporte de la sabiduría de esas y otras tradiciones: separar para tamizar, y elegir lo mejor de ellas en la búsqueda de un concepto más abarcativo.

2.- La pregunta por el sujeto de la investigación

Se agrega a lo señalado un problema que debemos señalar aquí, en el comienzo de estas reflexiones, dado que de él depende una consideración fundamental en el camino a recorrer: las características peculiares del sujeto que se lanza a esta investigación. Éste es, necesariamente, un sujeto histórico, equivale a decir, alguien deudor de un tiempo y un espacio, equivale a decir de una cultura: resultado de una geografía y una historia. Este enmarcado del sujeto nos habla de sus potencialidades y de sus limitaciones. Debemos, entonces, evitar el punto de partida heredado de la cultura moderna: un sujeto universal sin ataduras ni raíces.

No es ocioso afirmar de paso que ese sujeto pensante, en este caso nosotros, es en última instancia resultado  de la cultura occidental moderna y de su sistema capitalista que ha moldeado la matriz básica de nuestra mentalidad. Soslayar esta particularidad, inherente a lo humano, acarrea innumerables consecuencias de carácter epistemológico que no corresponde plantear aquí, pero que no deben dejar de estar presentes para no olvidar nuestras limitaciones. En el universo cultural, vivencial, de las últimas décadas es muy importante saber qué decimos cuando sostenemos nuestras ideas.

El lenguaje ha ido perdiendo, en la medida en que se hacía más denso y más complejo, la diafanidad originaria que aún se conserva en boca de los niños o en las culturas originarias. La pérdida de su transparencia, por la utilización ideológica no siempre inconsciente, más la incidencia de la banalización de la palabra en la cultura imperante nos han ido empujando a una extraña in-comunicación. Su resultado encuentra explicación en la uso de conceptos poco claros  de significaciones controvertibles [1]. El decir, cuando se tiene la obligación ética de comunicar, impone hacerse cargo de estas dificultades. La observación que propone Enrique Dussel ayuda a comprender el ámbito de cosas que se esconden tras la expresión “es obvio”:

Es siempre así, y ha sido siempre así, lo más habitual, lo que “llevamos puesto”, por ser cotidiano y vulgar, no llega nunca a ser objeto de nuestra preocupación, de nuestra ocupación. Es todo aquello que por aceptarlo todos pareciera no existir; a tal grado es evidente que por ello mismo se oculta. Por ello, por el sólo hecho de pensarlo ha originado, ha descubierto las cosas… que por tan sabidas no las sabía nadie. [2]

Esta es la razón por la cual la reflexión sobre los conceptos que utilizaremos llevará consigo asumir que “Todo punto de vista es una vista desde un punto”. Es en este aspecto que deberemos ser cuidadosos en nuestras afirmaciones para no transgredir el condicionamiento que toda verdad tiene en tanto resultado de un tiempo y un espacio. Mucho más ahora, que ha comenzado a abrirse el diálogo intercultural para hacerse cargo de la cantidad de pre-juicios que rondan nuestros pensamientos.

3.- Pensar en tiempos de crisis

Permítaseme una consideración más para cerrar esta primera aproximación. Haber señalado las condicionalidades de todo pensar nos coloca en una situación peculiar que no debe ser soslayada. Si toda cultura, a través de los tiempos, ha aportado su sabiduría, las culturas han tenido épocas de maduración y esplendor y otras de decrepitud y decadencia. Es imprescindible tomar conciencia de que estamos en una etapa en la cual el desmoronamiento de los valores que construyeron la Modernidad Occidental nos coloca sobre un terreno sísmico en el cual casi nada se sostiene por sí mismo y todo va cayendo bajo el golpear de la piqueta de la duda. Saber y hacer explícito desde qué discurso, desde qué complejo de ideas, desde qué marco conceptual estamos pensando y exponiendo otorga al debate mayor claridad, y al mismo tiempo un compromiso y un respeto mayor por el otro o los otros a quienes nos dirigimos.

El pensar la crisis aparece engañosamente, en un primer intento, como una problemática que ofrece aristas bastantes claras. Si bien es difícil desconocer la multiplicidad de factores que concurren a ella, se produce en la mente de quien comienza esta tarea una especie de claridad engañosa que nos convence respecto de ya saber de qué se trata. Puede no tenerse un diagnóstico preciso, pero hay una especie de intuición que coloca el tema dentro de marcos aparentemente accesibles. Es una forma de la racionalidad del hombre de este tiempo.

Sin embargo, esta primera aproximación exige pensar previamente sobre algunos requisitos, requisitos no siempre explícitos y que, por tanto y por la misma razón, se ocultan, ocultando los fundamentos que los sostienen ante la mirada de quien se propone ese pensar. La tarea intelectual de quien emprende este camino está abonada, enriquecida pero también condicionada, por el recorrido de su biografía y de su formación personal. Es decir, por la estructuración mental académica recibida y por sus lecturas, sus investigaciones, las reflexiones que fue adquiriendo, son el resultado de esa formación. Se impone la necesidad de pensar sobre las peculiaridades que ese aprendizaje le ha aportado, los sustentos ideológicos, en tanto sujeto que ha sido educado dentro de un sistema institucional, sistema estrechamente ligado, como no puede ser de otro modo, al proyecto político-cultural de la sociedad a la cual pertenece. Hacer referencia a este fenómeno nos coloca en camino de preguntarnos por esos condicionamientos y sus resultados, como paso previo hacia el esclarecimiento, lo más radical posible, del tema planteado.

Nuestros saberes son siempre saberes sobre algo ya determinado a partir de condiciones preestablecidas. Y la pregunta que formulamos contiene, siempre de algún modo, la respuesta demandada, porque aquella abre un campo dentro del cual ésta ya se encuentra instalada. Podría decirse, provocativamente, que sabemos lo que se debe saber dentro de esas posibilidades abiertas. Esta afirmación no niega la posibilidad de la capacidad crítica de todo pensar, es más: la exige, pero sólo se hace posible con la condición de haber reflexionado sobre las condicionalidades señaladas.

[1] Sugiero, para un tratamiento más detallado la consulta de mi trabajo Reflexiones sobre el uso de la palabra en la página www.ricardovicentelopez.com.ar

[2] Dussel, Enrique, América Latina: dependencia y liberación, Fernando García Cambeiro Editor, 1973.

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