Por Ricardo Vicente López
Parte V
Creo que necesitamos más información sobre la nueva situación social, cultural, política, que se presentaba en los comienzos del siglo XX. Fueron las consecuencias de las turbulencias sociales que los nuevos términos del contrato político del capitalismo imponía. El licenciado Nuño Rodríguez, politólogo y analista político, tiene en sus antecedentes la experiencia de haberse dedicado al diseño de campañas de comunicación política. Desde esa experiencia recupera a Napoleón, que ya reconocía el poder de la opinión pública: “tres periódicos hostiles son más temibles que mil bayonetas”. Esto recupera de la historia la toma de conciencia de la existencia de un problema, un muy serio problema político, que presentaba la aparición de Una sociedad de masas..
El surgimiento de la sociedad de masas supuso un punto de giro en el modo de analizar la historia. Esa presencia impuso la necesidad de reconducir a la población por los nuevos parámetros fijados por las elites. Obligó a repensar la Revolución Industrial como un punto de inflexión en la historia de la organización socio-política, lo cual imponía nuevos modos en la tarea de gobernar. Este problema ya lo había detectado tempranamente Nicolás Maquiavelo (1469-1527) y fue analizado en sus consejos al Príncipe. La aparición de las naciones y el Estado monárquico postergó el tratamiento de esta problemática. Podemos ver un eco de esos consejos en las palabras de Nuño Rodríguez:
«El beneplácito de la población era indispensable para la práctica de gobierno. Por este motivo el surgimiento de las masas y su irrupción en los asuntos políticos es una de las razones principales por las que el estado moderno necesitó de la propaganda. En la sociedad de masas la población conoce a sus líderes a través del sistema mediático. Sistema que medió entre la masa y sus gobernantes, y con la presencia el sistema mediático agravó mucho más el complejo tema de gobernar».
El filósofo francés Jacques Ellul (1912-1994) propone una tesis que nos remite a la famosa Alegoría de la Caverna de Platón, en la que comparaba a la sociedad humana con un grupo de personas encerrado sin poder salir [[1]], en este caso sostiene:
«Si los líderes políticos quieren seguir su propia agenda deben presentar un señuelo a las masas; deben crear una pantalla entre ellos y las masas donde se proyecten sombras que representen un tipo de políticas, mientras la política real se realiza desde otro escenario».
La sociedad de masas ha provocado el surgimiento de una problemática comunicación simbólica mediatizada entre los gobernantes y los gobernados. Ya a mediados del XX, el pensador estadounidense Daniel Bell (1919-2011) criticaba desde Estados Unidos la visión distópica [una utopía negativa], de los autores europeos frente a la nueva situación social. Para él estos autores:
«Solo veían que en Europa la tecnología había revolucionado los sistemas de producción y había devorado los vínculos sociales, las autoridades y las creencias que antes habían dado sentido a las vidas; veían que la sociedad se había transformado en un mercado donde los individuos se habían convertido en especuladores de valores y roles fluctuantes. Estos autores europeos denunciaban que esta nueva situación social, que hacía que el individuo perdiera el sentido de su ser, incrementando la ansiedad en las personas. La idea general era que la sociedad había perdido el concepto del bien y el mal, había perdido las coordenadas cartesianas que le permitían analizarse a sí mismo y al entorno. Esta situación les llevaba a buscar nuevas creencias, nuevos mesías, algo que restaurase lo que la sociedad de masas había destruido».
Es interesante la crítica de Bell porque demuestra que el problema era mucho mayor. Porque en la posguerra, con una economía floreciente, ese capitalismo había corrompido a las clases medias y altas. Un sociólogo, profesor emérito de la Universidad de Harvard, denunciaba que la cultura y la ética protestante que habían puesto límites al consumismo, se veía desplazada por la fuerza arrolladora del mercado. En “Las contradicciones culturales del capitalismo” (1976), critica la expansión del sistema de acuerdo a razones de máxima eficacia y un desarrollo cultural que acentúa la gratificación personal y el hedonismo, que son la respuesta reactiva a la vieja ética puritana que acompañó el desarrollo de la burguesía.
Agrego estas consideraciones para comprender mejor como, en el mismo escenario en el cual Edward Bernays proponía su manipulación de la conciencia colectiva, para ello proponía todo lo contrario, como un modo de narcotizar a las masas con un consumo desenfrenado publicitado por el establishment, promovido por sus propuestas.
Esto me permite tomarme el atrevimiento de llamar a Edward Bernays, el padre de la cultura estupidizante (según la calificación de N. Chomsky). Por su relación familiar, sobrino de Sigmund Freud, se hizo un lugar en la historia de las relaciones internacionales al trabajar como propagandista de guerra para EEUU en la I y II Guerras Mundiales. Su verdadero éxito fue aplicar las teorías de su tío Freud:
«Las fuerzas irracionales que gobiernan nuestras decisiones, no para curar alteraciones psíquicas, sino para seducir al consumidor a que compre determinados productos. Una de las estrategias era asociar los productos con personalidades, con la idea de sentirse diferentes, más allá de la funcionalidad del producto o su necesidad. De un cliente a otro Bernays se convirtió en un rico líder y pionero de las relaciones públicas y el marketing. Dirigentes del ámbito político también recurrieron a Bernays para limpiar la imagen de algunos políticos».
Cuando Bernays hizo famoso a su tío Freud en EEUU, los políticos empezaron a preocuparse por esas fuerzas irracionales que merodeaban bajo la superficie de la sociedad, ya que temían que pudieran desembocar en revoluciones como la rusa (1917). El consumismo se ofrecía no solo como una solución económica, sino como una forma de mantener calmados (dominados) a los ciudadanos de a pie. Pero la crisis de 1929 hizo que el consumo descendiese y la gente perdió la paciencia. Según Bernays era necesario tener siempre controlado al pueblo ya que se corría el riesgo de elegir lo erróneo, y por eso debían ser dirigidos por una elite. Según Freud, en El malestar de la cultura (1938):
«La civilización no era la prueba del progreso humano, sino que era una contención del animal irracional que llevamos dentro, ya que consiste en una serie de mecanismos para mantener contento y controlado al pueblo, y siempre debería ser así, porque si no “se desataría al animal irracional y éste nos gobernaría».
El valor que le adjudico a esta definición es la claridad con la cual el autor expresa su contenido. Considero muy importante su lectura porque, como se desprende de lo ya que he escrito en notas anteriores y de lo que veremos más adelante, que queda, una vez más, verificado que las ideas deben ser leídas en sus fuentes originales. Los comentadores posteriores, traducen, comentan, tergiversan, según el nivel intelectual que muestren, o los intereses políticos del momento, como también sucede con nuestro autor. El dinero que reciben, dulcifica y tergiversa el texto original para ocultar sus culpas o sus temores. Volvamos al autor que escribía a fines de la década de los veinte, del siglo pasado, lo siguiente:
«La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de mucha importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país [EEUU]. Quienes nos gobiernan, moldean nuestras mentes, definen nuestros gustos o nos sugieren nuestras ideas son en gran medida personas de las que nunca hemos oído hablar».
[1] Sugiero la lectura de mi trabajo publicado en la página www.ricardovicentelopez.com.ar cuyo título es De la caverna platónica a la globalización mediatizada