La economía del deseo, de Daniel M. Bell. Parte II. Los flujos del deseo – Por Juan Manuel de Prada

Por Juan Manuel de Prada

[Ver parte I acá]

El capitalismo actúa primeramente ‘desterritorializando’ los flujos de deseo (pues, a diferencia del Estado, no es territorial). Y, a la vez que ‘desterritorializa’ los flujos de deseo, puede ejercer su poder infiltrándose en las conductas individuales. Para ello, según detalla Foucault, utiliza simultáneamente «tecnologías de la dominación» y «tecnologías del yo». Entre las primeras se incluye «un ensamblado heterogéneo de discursos, instituciones, leyes, medidas administrativas, declaraciones científicas y proposiciones filosóficas». Entre las «tecnologías del yo» se cuentan aquellos «medios que permiten a los individuos efectuar, por sus propios medios o con la ayuda de otros, un cierto número de operaciones sobre sus cuerpos y almas, pensamientos, conductas y forma de ser, con el fin de transformarse a sí mismos para alcanzar así un cierto estado de felicidad, pureza, sabiduría, perfección o inmortalidad».

¿No está Foucault describiendo, acaso sin pretenderlo, modalidades de infiltración en las conciencias como el transgenerismo, sin duda la ‘tecnología del yo’ en boga? El capitalismo se sirve para conseguir sus fines de infiltración en las conciencias de lo que Deleuze denomina «sociedades de control». En las sociedades arcaicas, el cuerpo era canalizado a través de una serie de reclusiones –el colegio, el hospital, la fábrica, la cárcel, etcétera–, donde era moldeado de acuerdo a una norma. En las actuales ‘sociedades de control’, las reclusiones disciplinarias del cuerpo son suplantadas por canalizaciones mucho más ‘blandas’ –las modas indumentarias, los partidos políticos, las drogas, las series de televisión, las redes sociales, etcétera– que permiten que los cuerpos sean moldeados no sólo mediante la reclusión y la conformidad con la norma, sino también mediante una modulación flexible pero omnipresente. Al capitalismo ya no le basta con que los individuos asuman su lugar como productores y consumidores en sus fábricas o en sus centros comerciales, sino que les exige que sometan cualquier aspecto de sus vidas a la lógica de la economía, hasta erigirse en emprendedores de sí mismos que conviertan en mercancía su propio cuerpo, su sexualidad, sus pulsiones, incluso sus traumas y miedos más inconfesables.

Así, los cuerpos son entregados a la lógica del mercado. El deseo, nos enseña Foucault, es disciplinado por el capitalismo y sometido a la axiomática de la producción para el mercado, mediante un poder que pastorea todas las dimensiones de la vida, incluidas las dimensiones más puramente personales, logrando sin embargo que nos sintamos ingenuamente ‘libres’. Al ‘desterritorializar’ nuestro deseo –liberándonos del Estado, de la religión, de la familia–, el capitalismo nos deja ‘libres’, pero se asegura de que el deseo sea luego ‘reterritorializado’, convirtiendo nuestro cuerpo en una mercancía que se adapta a las necesidades del mercado, desdoblándose en géneros o identidades polimorfas que generen nuevas ganancias a la industria del ocio, a la industria indumentaria, cosmética, quirúrgica, farmacológica, etcétera. Deleuze y Foucault nos enseñan que el capitalismo no se ocupa solamente de responder al deseo de bienes materiales, sino que está profundamente implicado en formar y moldear el deseo humano, para ponerlo al servicio de sus intereses.

Deleuze y Foucault concibieron ilusamente su proyecto filosófico como una contribución al esfuerzo revolucionario que liberase el deseo del abrazo del capitalismo. Pensaban que el deseo humano sería capaz de escapar a este abrazo, como antes había podido escapar a otras formas de poder más rígido. Y pensaban que el modo de lograrlo no era la destrucción del deseo, sino su intensificación, hasta lograr que se liberase de todo orden. Se trataba de sobrepasar la capacidad del capitalismo para adaptar el deseo al mercado, hasta lograr una ‘desterritorialización’ absoluta del deseo, de tal modo que no estuviese sometido a ninguna disciplina externa.

Pero Deleuze y Foucault no alcanzaron a entender que el capitalismo se caracteriza por su profundo poder ‘desterritorializante’, que libera el deseo humano de las instituciones sociales establecidas y de los códigos por ellas impuestos. Pero, a la vez que lo ‘desterritorializa’, lo ‘reterritorializa’ haciéndolo esclavo de su propia dinámica. El capitalismo alcanza la hegemonía definitiva facilitando un deseo liberado de todo orden, un deseo que se rebela contra las limitaciones que le impone la naturaleza, un deseo intensificado hasta imponerse sobre la realidad de las cosas, hasta convertir nuestra propia identidad en un producto fungible y renovable más.