La economía como ciencia inescrutable. Democracia vs. Capitalismo. Parte 1

La economía como ciencia inescrutable. Parte 1
Por Ricardo Vicente López

Parte I

Como es evidente para cualquier ciudadano de a pie, más o menos informado, esta calificación es el resultado de los debates cuasi metafísicos que se vienen repitiendo casi desde los inicios del sistema capitalista, que en su primera etapa se definían como:

«La Ciencia que estudia los recursos, la creación de riqueza y la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, para satisfacer las necesidades humanas; sistema de producción, distribución, comercio y consumo de bienes y servicios de una sociedad o de un país».

Para convertirse, en su etapa de expansión imperialista, en Teoría económica. La complejización de su definición nos está advirtiendo que se hacen esfuerzos para definir lo que se va convirtiendo en indefinible:

«Denominamos teoría económica al conjunto de hipótesis, de modelos, que tratan de aportar una explicación teórica a los sucesos que ocurren en la economía real. Estos sucesos pueden producirse en los dos principales campos en los que se divide la economía: la macroeconomía y la microeconomía. De esta forma, la teoría económica trata de aportar la explicación de por qué interaccionan las variables, dando una serie de resultados. Dependiendo del punto de vista que se mire, trata de englobar el conjunto de hipótesis conexas sobre las causas y efectos, así como la acción y reacción. En otras palabras, la interacción que se produce entre los distintos agentes económicos y el comportamiento de la variables económicas en relación con estos».

Todo ello se ha hecho mucho dificultoso ante el imperio del dinero especulativo, en el siglo XX, sobre todo a partir de las dos grandes guerras. La reconstrucción de los países involucrados abrió un proceso en el que el periodismo especializado comenzó a pensar en el comienzo de una nueva etapa, una especie de reestructuración que tendría como objetivo resolver las injusticias que ese sistema le impuso al mundo. El párrafo que copio a continuación nos introduce en una reflexión que intenta abrir caminos para una sociedad más equitativa. Su autor fue Alejandro Nadal (1945-2020) – ​ importante economista mexicano, Doctor en Economía por la Universidad de París X, Profesor e Investigador de Economía en el Centro de Estudios Económicos  de El Colegio de México, especializado en las áreas de teoría económica comparada. Fue Miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso y publicó semanalmente una columna en el periódico La Jornada de México:

«La crisis global que estalló en 2007 no fue un pequeño tropiezo en la historia del Capital. Fue un terremoto de magnitud inusitada que alterará las formas de organizar la producción y el consumo para siempre. Las transformaciones que le están asociadas tocan las estructuras del Estado y de la plataforma de acumulación de riqueza que han caracterizado  el movimiento del capital desde hace más de 200 años. Esto podría parecer un enunciado aventurado. Después de todo, la historia que nos cuentan los economistas tradicionales, en sus diversos colores (desde los más conservadores hasta los que visten el ropaje del llamado keynesianismo) la crisis no es más que el resultado de una desafortunada combinación de eventos, casi un accidente. Para los conservadores la crisis se genera por errores en el manejo de la política económica. Y aunque los datos desmienten esta tesis, el dogma del mal gobierno se perpetúa. El corolario es que no hay nada malo con el capitalismo, son los gestores ignorantes los culpables».

Prestemos atención a este dato insoslayable: es un hecho que el crecimiento de los salarios reales se estancó desde principios de la década de los años 1970. Pero hay una pregunta que el análisis convencional ha preferido ignorar: ¿por qué dejaron de crecer los salarios a partir de esos años? La hipótesis más fuerte es que la caída en la tasa de ganancia que experimentó el capital desde los años 60 llevó a una ofensiva en contra del trabajo. Eso se tradujo en una acometida en contra de sindicatos y en un endurecimiento anti salarial. El doctor Nadal recurre a un autorizado investigador, el economista en Jefe del Fondo Monetario Internacional, Maurice Obstfeld (1952) [1], quien confiesa que el panorama económico global le parece bastante difícil de entender. Este funcionario examinó las causas y efectos del colapso en los precios del petróleo y preguntó: ¿Por qué los bajos precios del crudo no han sido un estímulo para la economía mundial? El doctor Nadal comenta:

«Su respuesta y análisis son evidencia de los limitados alcances de la teoría económica convencional para entender la crisis y la dinámica macroeconómica del capitalismo contemporáneo».

Pero nos advierte que todavía queda otra pregunta fundamental:

«¿Por qué cayó la tasa de ganancia? Este es el interrogante más importante que considera esencial para abordar una reflexión sobre la lógica del capitalismo y las mutaciones que vendrán en el futuro cercano. Los precios bajos debieran conducir a menores costos de producción y mayores niveles de actividad, mayor contratación de fuerza de trabajo y menor inflación. Sin embargo, lo que sucede es que los economistas del FMI se quedaron con las explicaciones superficiales de la “estanflación”, es decir, de la coexistencia de estancamiento con inflación, que marcó la década de los años 1970. La tesis estándar sobre aquél episodio es que los altos precios del crudo se tradujeron en altos costos de producción, reducción del nivel de actividad y altos precios para cubrir los costos crecientes».

Ud., amigo lector, deberá perdonarme por someterlo a estos galimatías de explicaciones que no explican nada. Pero es tal el empecinamiento de los adoradores de las doctrinas liberales que se conforman con explicaciones no explicativas. Ello nos obliga a personas, como Ud. y como yo, que no tenemos compromisos de Fe con esas doctrinas, a reservarnos el derecho a reclamar mayor claridad. Esas incapacidades de los investigadores nos dejan huérfanos de respuestas. Esta situación lo lleva al doctor Nadal, desde su posición descomprometida con los monjes de la Academia a escribir:

«Desde las diversas perspectivas que ofrecen los investigadores más importantes: ni la inestabilidad financiera, ni la desigualdad o el subconsumo son lo que explica la crisis de 2008. Y si bien la deflación y la austeridad son factores importantes detrás de la extensión de la gran recesión, la crisis y su profundidad se explican por las contradicciones intrínsecas del capitalismo. Sin duda el régimen neoliberal ha intensificado algunas de estas contradicciones, pero las raíces de la crisis son más profundas y parecen inalcanzables para aquellas mentalidades comprometidas con esas doctrinas».

Poco tiempo después el doctor Alejandro Nadal vuelve sobre el tema con esta pregunta inquietante, razón por la cual la mayor parte de los investigadores la esquivan: ¿Son compatibles el capitalismo y la democracia? Y propone esta respuesta:

«La estabilidad social y económica bajo el capitalismo afronta dos problemas esenciales. Por un lado, las continuas crisis y la feroz competencia inter-capitalista hacen de la acumulación de capital un proceso inseguro. Por el otro, el conflicto en la distribución del ingreso constituye una permanente amenaza de ruptura social. La democracia está en el corazón de estas dos fuentes de tensiones sistémicas. Para introducir un par de definiciones operativas, aquí entendemos por democracia un sistema en el que todos los ciudadanos adultos tienen el derecho al voto (sufragio universal), hay elecciones libres y se protegen los derechos humanos bajo el imperio del estado de derecho. El capitalismo es un sistema en el que una clase dominante se apropia del excedente del producto social ya no por la violencia, sino por medio del mercado».

Nos propone revisar la historia que nos depositó en este presente:

«El surgimiento del capitalismo se llevó a cabo en un entorno de estados monárquicos y autocráticos, por no decir dictatoriales. La necesidad de preservar los derechos de propiedad de la clase capitalista era una de las prioridades de esos estados. El movimiento de ideas comenzó a cambiar con la sacudida de las revoluciones en Estados Unidos y en Francia. Aún así, la constitución de Estados Unidos (1787) no menciona el sufragio universal y en cambio otorgó a cada estado la facultad de regular el derecho al voto. La mayoría sólo otorgó ese derecho a los propietarios. No fue sino hasta la décimo quinta y décimo novena enmiendas (1870 y 1920 respectivamente) que se garantizó el voto universal. En Francia la revolución terminó con la monarquía pero el sufragio universal no se otorgó hasta 1946».

La palabra democracia fue utilizada hasta principios del siglo veinte en un sentido peyorativo o como sinónimo de un sistema caótico en el que las clases desposeídas terminarían por expropiar a los propietarios del capital. La clase capitalista pensaba que detrás del sufragio universal se ocultaba el peligro de que la mayoría democrática pudiera abolir sus privilegios. Pero gradualmente la presión de una masa que aunque no tenía derecho al voto sí formaba parte de la economía de mercado se hizo irresistible. También la perspectiva de la clase capitalista fue transformándose: el régimen monárquico parecía ser cada vez menos adecuado para garantizar el cumplimiento de los contratos y los derechos de propiedad. A pesar de todo, capitalismo y democracia siguieron siendo vistos como procesos antagónicos hasta bien entrado el siglo veinte. Nos dice el doctor Nadal:

«Al finalizar la primera guerra mundial la reconstrucción de las economías capitalistas en Europa no permitió consolidar un orden social adecuado para el capitalismo y en varios países se abrió paso al fascismo. La Gran Depresión debilitó al capital y generó un sistema regulatorio en el que una adecuada distribución del producto se erigió en prioridad del Estado. Ese sistema permitió el crecimiento robusto y la distribución de beneficios a través del Estado de Bienestar durante las tres décadas de la posguerra. La clase capitalista aceptó a regañadientes la regulación del proceso económico por el Estado. La legitimidad del capitalismo se fortaleció a través de una menor desigualdad y un mejor nivel de vida para la mayor parte de la población. En ese período democracia y capitalismo parecían marchar de la mano armoniosamente».

Pero esa armonía no podía durar mucho dado que esa armonía estaba sustentada en una distribución más equitativa de la riqueza. En la década de 1970 resurge la tensión por la disminución en la rentabilidad del capital, una caída en la tasa de crecimiento, nuevas presiones inflacionarias y otros desajustes macroeconómicos.

«La consecuencia era previsible: la política económica que había mantenido el estado de bienestar fue desmantelada gradualmente, al mismo tiempo que se declaraba la guerra contra sindicatos y las instituciones ligadas a la dinámica del mercado laboral. En ese tiempo comenzó también el proceso de desregulación del sistema financiero. Esto acabó por destruir el régimen de acumulación basado en una democracia que buscaba mayor igualdad y se reinició el ciclo natural de crisis que siempre había marcado la historia del capitalismo. El neoliberalismo es la culminación de todo este proceso».

Las cosas empeoraron al estallar la crisis de 2008. Los mitos sobre equilibrios macroeconómicos ayudaron a imponer políticas que frenan el crecimiento e intensifican la desigualdad. La austeridad fiscal y la llamada política monetaria no convencional son los ejemplos más sobresalientes. El capitalista puede despedir a un obrero, pero no al revés. Por eso capitalismo y democracia no son hermanitos gemelos. Más bien son enemigos mortales.

Amigo lector le voy a proponer una explicación posible, limitada por mis escasos conocimientos de economía, pero apoyado en el análisis que nos propone el doctor Nadal: el atrevimiento de revisar la historia para encontrar lo que una ciencia como la economía, claramente limitada y encerrada en sus prejuicios, no puede resolver en su condición de ciencia inescrutable. Las respuestas que no encuentra están en la Historia.

 

[1] Es un profesor de economía estadounidense. Trabaja en la Universidad de California en Berkeley.