La caída de Draghi, un tecnócrata al servicio del reinado plutocrático mundial, es la mejor noticia para la sojuzgada Italia – Por Juan Manuel de Prada

La caída del archipámpano
Por Juan Manuel de Prada

Andan todos los loritos sistémicos preocupadísimos con la ‘crisis política’ italiana, tras la caída del archipámpano Mario Draghi. Pero las ‘crisis políticas’ son para Italia el ‘panem nostrum quotidianum’; y aun me atrevería a decir que el nutriente de su genialidad creativa, como nos enseña Orson Welles en ‘El tercer hombre’: «En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, no hubo más que terror, guerras y matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? El reloj de cuco».

Afirmaba el siempre finísimo Pemán que la inteligencia italiana es «nativamente creadora cuando se abandona a sí misma; por eso en Italia la anarquía es fecunda. Nunca pasó pueblo alguno racha más caótica que la que vivió Italia después de las luchas del Pontificado y el Imperio. Esa anarquía cristalizó en una atomizada disgregación de ciudades; pero con una anarquía tan creadora que esas ciudades fueron los más ingeniosos y fecundos talleres artesanos de todo el derecho público moderno».

En efecto, todas las creaciones geniales italianas –así en la política como en al arte– nacen de la crisis; por eso, cuando Italia se entrega a ordenancismos contrarios a su inteligencia creadora (llámense Risorgimento, Pax Americana o reinado plutocrático mundial), no hace sino amustiarse, como en general le ocurre al genio latino.

El archipámpano Draghi no era más que un tecnócrata al servicio del reinado plutocrático mundial, un capataz encargado de instaurar en Italia la ‘gobernanza global’. Este proceso nos lo cuenta maravillosamente Miguel Ayuso en ‘El Estado en su laberinto’: se trata de vaciar las instituciones «de cualquier finalidad objetiva y convertirlas en un recipiente que puede llenarse de cualquier cosa», lo que implica la desaparición de un auténtico gobierno y su sustitución por una «gestión de las deliberaciones que certifican el consenso provisional». Se trata, como prosigue Ayuso, de instaurar «un autoritarismo ‘soft’, cuyo objetivo casi confesado es el de ‘despolitizar’ los asuntos públicos, alejándolos lo más posible de los humores de electores versátiles. En suma, un ‘kratos’ sin ‘demos’».

Un ‘kratos’ que, a la vez que administra los intereses del reinado plutocrático mundial (el Estado debilitado convertido en una pura ‘máquina económica’), se dedica a la ingeniería social. Porque la gobernanza a la que servía Draghi reúne también, como advierte Ayuso, «la condición de máquina ideológica: pretende modificar el comportamiento de los ciudadanos, su visión del hombre y del mundo, e imponerles una nueva forma de moral»; que, por supuesto, es una moral aberrante. La caída del emético Draghi es la mejor noticia para la sojuzgada Italia, cuya inteligencia podrá respirar durante unos días; aunque, como reza el refrán, «otro vendrá que a mí bueno me hará». Todo sea por matar el genio italiano, que acabará fabricando relojes de cuco.

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