La adicción a las fuerzas especiales de los Estados Unidos – los asesinos seriales

Belén Fernández *

Las fuerzas armadas de los EEUU (las públicas y las secretas) tienen una temible presencia en 149 países. Las consecuencias no se hacen públicas por el secretismo que impone el Pentágono. Es un tema muy grave que no aparece en los medios concentrados.

Las Fuerzas de Operaciones Especiales de Estados Unidos ocupan un lugar relevante en la mitología nacional y su número asciende en la actualidad a setenta mil soldados, una cantidad superior a la de los ejércitos regulares de muchos países de cierta consideración. Según la revista TIME, los “héroes” de las fuerzas especiales se mueven en su mundo secreto y son los soldados más preparados del planeta, así como los guerreros más duros. La revista Newsweek los califica como mortalmente precisos, letales y de todo menos silenciosos. Son la élite militar, los “feroces” guerreros altamente cualificados que van pertrechados de balas e ingenio por igual.

La generosa etiqueta de “feroces” no es, qué duda cabe, nada sorprendente, sobre todo si tenemos en cuenta que a la sociedad estadounidense se le ha inculcado una visión de las relaciones internacionales que parece un videojuego, en el que Estados Unidos consigue puntos por reventar cosas. Lo que sí resulta sorprendente es su grado de secretismo.

En un mensaje reciente, el periodista de investigación Nick Turse revela que las Fuerzas de Operaciones Especiales estaban en activo en nada menos que 149 países durante 2017, lo que significa que su mundo secreto se las ha apañado para abarcar el setenta y cinco por ciento del globo.

Este récord es cortesía del presidente Donald Trump, ese autodenominado “genio equilibrado” que ahora se añade al furor de las fuerzas especiales que alimentaron Barack Obama y George W. Bush.

Exento de control

El Comando de Operaciones Especiales de los Estados Unidos se creó oficialmente en 1987, pero la demanda de sus servicios ha crecido considerablemente entre el establishment político como consecuencia de los ataques del 11 de septiembre. Ahora, escribe Turse, el impulso por expandir aún más las Operaciones Especiales se produce en un momento en el que varios senadores reconocen su confusión acerca de dónde se han desplegado esas fuerzas de élite o qué están haciendo exactamente en los confines del mundo. Turse menciona el shock de algunos oficiales en Washington que siguieron las noticias del fallecimiento de varios soldados de las operaciones especiales en Níger.

Otra pista de la actividad estadounidense en África, cuya actividad creciente seguro que nada tiene que ver con los ingentes recursos del continente, se encuentra en titulares como este: “Fuerte evidencia de que las Fuerzas de Operaciones Especiales masacraron a civiles en Somalia”. En cualquier caso, un titular negativo de vez en cuando es un pequeño precio a pagar por un ejército “secreto” que no se somete al control público y gubernamental.

Ya que hablamos de precios, un artículo del New York Times de septiembre cita a un antiguo miembro de las fuerzas especiales que cifra en alrededor de un millón y medio de dólares el entrenamiento de los soldados en la actualidad. Añadamos a esto los consiguientes costes de su despliegue y equipamiento, por no mencionar las necesidades financieras de un ejército convencional que para nada es pequeño. No es ninguna sorpresa que Estados Unidos no tenga dinero para emplearlo en cosas tan triviales como la atención médica.

Todos son soldados de combate.

Una de las grandes ventajas de las Fuerzas de Operaciones Especiales es que su impacto se percibe como algo suave, una imagen alentada por el hábito de los Estados Unidos de referirse a las fuerzas desplegadas como “consejeros” e “instructores”, incluso cuando esas fuerzas han entrado en combate directamente. Un artículo de la revista TIME de noviembre hace referencia a una valoración de Scott Taylor, antiguo SEAL reconvertido a diputado republicano: “Es más fácil hablar de instructores y consejeros en un país y así decir que no tenemos soldados sobre el terreno, pero eso es una patraña, todos lo son, cada uno de ellos”.

En cuanto a lo que han sido capaces de hacer esos soldados sobre el terreno en lugares como Irak y Siria, la coalición liderada por Estados Unidos contra el Estado Islámico de Irak y Oriente Medio (ISIL, también conocido como ISIS) fue cuestionada por su uso de munición de fósforo blanco, prohibido en áreas civiles por el derecho humanitario internacional. Amnistía Internacional sugirió que el uso por parte de la coalición del fósforo blanco en las afueras de Raqqa (la antigua capital de Siria para ISIL) puede constituir un crimen de guerra.

De hecho, tenemos una idea de la efectividad de las municiones de fósforo gracias a un pasaje del libro Pity the Nation del veterano periodista especializado en Oriente Medio Robert Fisk, que cita a un médico de Beirut hablando sobre las consecuencias incendiarias del uso por parte de Israel de proyectiles de fósforo en Beirut en 1982:Tuve que coger a los bebés y ponerlos en cubos de agua para sacarlos de las llamas. Aún quemaban cuando los cogí media hora después… e incluso horas después, ya en la morgue”.

Guerra perpetua

Dejando a un lado el fósforo blanco, las Fuerzas de Operaciones Especiales han estado implicadas en otras carnicerías, incluyendo la asistencia en la coordinación de ataques aéreos en varias zonas de conflicto.

Por ejemplo, en la batalla iraquí por Mosul, que terminó en julio de 2017 e involucró a muchos de esos “consejeros”, que hacen algo más que aconsejar. NPR afirmó que se han matado muchos más civiles que combatientes [de ISIL]. The Independent también informó sobre una “tasa de bajas civiles” en Mosul casi diez veces más alta que la oficial: “Cuando la coalición y las fuerzas gubernamentales iraquíes incrementaron el ritmo, los civiles murieron a una velocidad aún mayor en manos de sus libertadores”.

El cálculo preciso de las bajas se complica por una serie de factores, como por ejemplo los numerosos cuerpos que se quedan bajo los escombros, y que, según The Independent, los estadounidenses dicen que no tienen los recursos necesarios para enviar un equipo a Mosul. Un país con un presupuesto anual para Defensa de cientos de miles de millones de dólares no puede permitirse contar los muertos, pero sí el privilegio de invadir y bombardear naciones soberanas a placer.

Entretanto, y como respuesta a la percepción creciente de que las Fuerzas Especiales de Estados Unidos están sometidas a una tremenda presión, el secretario de Defensa de Estados Unidos James Mattis ha planteado la posibilidad de que las fuerzas convencionales asuman algunas de sus tareas.

No obstante, ese reajuste no supondría una claudicación de su obsesión por las operaciones especiales, sino un refuerzo de la cultura de los guerreros “feroces”, quienes trabajando en la sombra casi por completo, tal y como lo ha expresado Newsweek, han ayudado a que la máquina de crear guerras de Estados Unidos alcance todo el planeta.

Y esa sombra, según parece, se ha vuelto aún más oscura con el ascenso del susodicho “genio equilibrado” al rol de comandante en jefe del ejército, una persona que emplea su tiempo en amenazar a Corea del Norte con la aniquilación nuclear y que se mofa de cualquier asunción de responsabilidad con la humanidad. Es casi imposible verle un lado bueno, dado que Estados Unidos parece marchar hacia una guerra sin fin.

* Belén Fernández – Licenciada en Sociología, autora de The Imperial Messenger: Thomas Friedman at Work, publicado por Verso. Además colabora como editora en la revista Jacobin y en otros medios como Aljazeera.

Fuente: www.aljazeera.com – 21/01/2018

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