Juan Manuel de Prada: “La «Mátrix progre» es la imposición de una visión hegemónica del mundo que desarraiga al hombre de su verdadera naturaleza”

Juan Manuel de Prada es una de las plumas más lucidas, sino la mejor, de nuestro tiempo. Un digno heredero de Leonardo Castellani, el cual desde las letras con su crítica, la sátira y un preciso análisis ha sabido ridiculizar al nuevo tirano de nuestros tiempos: el progresismo, que mediante su dictadura cultural ha logrado construir una realidad paralela ,como bien describe en su libro el autor. Tomas Várnagy afirma que el humor puede ser un arma y una forma de ataque. En palabras de Bertol Brecht: “No se debe combatir a los dictadores, hay que ridiculizarlos”. De Prada lo ha logrado, ha utilizado el humor como un arma, no sólo los combate, sino que al mismo tiempo los ridiculiza y los deja desnudos.
-Cristian Taborda

Entrevista a Juan Manuel de Prada
MADRID, miércoles, 29 abril 2009

«La nueva tiranía. El sentido común frente a la Mátrix progre» es el título del libro publicado por el escritor Juan Manuel de Prada en LibrosLibres (2009), en el que recoge sus escritos de actualidad de por aquel entonces y atendibles a este presente.

-Parece asumido que «lo progre» es la libertad. ¿No es un poco provocador identificar el concepto de progresismo con el de «tiranía»?

–Juan Manuel de Prada: El «progresismo» se ha impuesto, en efecto, como un concepto inatacable en nuestra época; tan inatacable que incluso quienes no son «progresistas» en términos ideológicos se sienten forzados a declararse como tales. Pero, ¿qué es eso de ser progresista? En un sentido banal, comulgar con los paradigmas culturales y los patrones de juicio hegemónicos; esto es, utilizando la expresión chestertoniana, «ser esclavo de nuestro tiempo». Y, evidentemente, quienes comulgan con ruedas de molino son personas tiranizadas.

–¿Usted cree que la gente se siente esclava?

–La ventaja que esta nueva tiranía posee sobre otras, la razón por la que resulta -a diferencia de las tiranías antañonas- tan atractiva y persuasiva al común de la gente, es que infunde una impresión de libertad omnímoda a sus súbditos, convertidos en chiquillos que pueden en efecto elevar sus caprichos, intereses y apetencias a la categoría de derechos.

–Es sobre todo la izquierda quien recoge esas banderas, ¿no?

–Esto es fruto de una maniobra de gran calado de la izquierda, que ante el fracaso estrepitoso de sus postulados ideológicos clásicos (caracterizados por su riguroso dogmatismo), decide en un momento determinado «reinventarse» y erigirse en paladín de un relativismo a ultranza, donde el único dogma aceptado es que no existen dogmas. Para ello, acepta el «orden económico» preconizado históricamente por la derecha liberal (con correcciones cosméticas), a cambio de imponer un nuevo orden moral y social que le permita desenvolverse en un territorio siempre favorable. La derecha, rebasada por donde menos lo podía esperar, acepta jugar en este territorio adverso, y no le queda otro remedio que jugar según las reglas que le dicta la izquierda; de este modo, el único debate posible se desarrolla en un ámbito estrictamente «ideológico», sin posibilidad de un debate que ofrezca una visión del mundo alternativa. Y, desde luego, postular una visión del mundo alternativa se convierte en algo no sólo provocador, sino «blasfemo».

–¿Por qué utiliza la palabra «Mátrix» para referirse a ese establishment cultural?

–Me permito hacer una broma cinéfila, fácilmente comprensible para quienes conozcan las películas de los hermanos Wachowski protagonizadas por Keanu Reeves. La «Mátrix progre» es la imposición de una visión hegemónica del mundo que todos acatan como la única posible, al modo de una nueva fe seudomesiánica; cuando lo cierto es que se sustenta sobre pilares de artificio y engaño, puesto que desarraiga al hombre de su verdadera naturaleza. Naturalmente, rebelarse contra esa Mátrix progre conlleva una exigencia casi heroica y una asunción de riesgos que pocos se atreven a aceptar. Bastaría que unos pocos se rebelaran contra él para que sus cimientos, hechos de embelecos y trampantojos, se derrumbaran; pero acatarlo es una tentación demasiado fuerte, pues asegura una vida plácida y unas ventajas incuestionables.

–En el mundo cultural las puertas se cierran a los refractarios…

–Cualquier intelectual que se atreva a desafiar la Mátrix progre sabe que será condenado a las tinieblas exteriores; de ahí que surja un fenómeno sin parangón en la historia cultural de Occidente, que es el gregarismo sin fisuras de artistas y escritores, dispuestos todos a erigirse en apóstoles del nuevo culto. Y, entretanto, se desarrolla una labor de ingeniería social imparable.

–¿Por qué la derecha no denuncia ese predominio ni intenta sustituirlo?

–La derecha ha renunciado a ofrecer batalla en el ámbito de los principios. Hoy, un conservador se ha convertido, básicamente, en un señor que se dedica a «conservar» el orden social y moral propugnado por la izquierda; esto es, en el elemento de respetabilidad que la izquierda necesita para garantizar su supremacía ideológica y cultural. Una vez que el proceso de ingeniería cultural se ha completado, una vez que se acepta que la visión progresista de la realidad es la única aceptable, ¿qué sentido tiene adherirse a un sucedáneo medroso y acomplejado que se dedica a «conservar» el orden que la izquierda defiende sin ambages ni complejos?

–¿Cuál es el talón de Aquiles de la «Mátrix» progre?

–Pues que la Mátrix progre, aunque sustenta su estructura tiránica bajo el disfraz de «adoración del hombre» (esto es, encumbrando sus anhelos más egoístas o compulsivos como sacrosantos «derechos»), se funda sobre una amputación profunda de la naturaleza humana, que es la ruptura con una ley superior, fácilmente discernible por la razón humana, y con la negación de su vocación de trascendencia (hábilmente sustituida por una «espiritualidad» delicuescente). Y esta amputación, que la Mátrix progre vende como una conquista, acaba despertando una nostalgia profunda en los tiranizados, que necesitan reconciliarse con su verdadera naturaleza, que necesitan volver a alimentarse de las verdades profundas que le han sido oscurecidas o arrebatadas.

–Y que, sin embargo, necesita…

–Mientras sigamos siendo humanos, ese alimento seguirá siendo necesario; otra cosa es que la Mátrix progre corone su designio y alcancemos el grado de «abolición del hombre» al que se refería C. S. Lewis.

–¿Está ya lanzada la flecha que lo herirá de muerte, o la dictadura mediática de los valores de la izquierda es aún sólida?

–Nunca el sistema establecido había dispuesto de medios persuasivos y de propaganda tan arrasadores como en nuestra época. Monopolio de los medios de comunicación, corrupción generalizada del medio intelectual, etc. Pero bastará que el bienestar económico que el sistema estimula para mantener anestesiada la herida infligida en la naturaleza humana se resquebraje para que la tiranía se tambalee.

–¿Cuál será entonces la alternativa? Ofrézcanos, por ejemplo, tres puntos por los que valga la pena luchar y donde sea factible dar la vuelta a la situación.

–Para dar una vuelta a la situación habría que lograr que surjan debates sociales que logren despegarse de ese ámbito de «polución ideológica» en el que hoy se desarrollan todos los debates. Es decir, debates que logren ascender, desde el barro en el que se desenvuelven las reyertas ideológicas, a un ámbito superior, donde los principios que fundan la naturaleza humana resulten de nuevo inteligibles «inteligibles». La batalla que hay que librar no es de índole ideológica, sino antropológica. Y los puntos o zonas de fricción donde se debe librar esa batalla son la defensa de la vida, la recomposición del tejido celular básico de la sociedad (esto es, la familia) y la recuperación de una educación que devuelva la posibilidad de «conocer» el mundo de forma armónica, y no como un mero agregado de impresiones contingentes y caóticas inspiradas por la ideología.

–¡Son tres zonas de fricción bien calientes ahora mismo!

–Es que son, precisamente, aquellas en las que la Mátrix progre lanza sus divisiones Panzer; pues sabe que en el momento en que las personas se reconcilien con su verdadera naturaleza su dominio concluirá.

–Su forma de ver las cosas parece encajar bien con el pontificado de Benedicto XVI. ¿Cómo valora usted su figura?

–Benedicto XVI es un intelectual luminoso y un hombre de humanidad sencilla, que se ha propuesto convertir la fe en motor de una transformación profunda de la sociedad, eso que denominamos «nueva evangelización». Lo que está caracterizando la predicación y el magisterio de Benedicto es un retorno a las fuentes de la fe. Ha entendido que la única manera de salvar nuestra humanidad es devolverle sus raíces verdaderas, reconciliarnos con las verdades profundas que la polución ideológica enturbia o hace ininteligibles.

–¿Por eso está siendo tan contestado últimamente?

–Naturalmente, este esfuerzo de probidad intelectual y caridad fraterna está siendo sistemáticamente tergiversado por quienes prefieren mantener agostado y escindido al ser humano. Benedicto XVI, además, combate ese dualismo que ha triunfado en el ámbito católico durante las últimas décadas, según el cual la realidad puede dividirse en dos planos, uno natural y otro sobrenatural, y también nuestra cabeza, de tal modo que por una parte hagamos profesión de fe y por otro nos adentremos en la realidad prescindiendo de la fe. Es una batalla intelectual y espiritual apasionante que devuelve al ser humano la esperanza; pero se tropieza con resistencias enconadas y furibundas.

–¿No tiene la impresión de que en los últimos meses la Mátrix progre ha levantado la veda contra el Papa Ratzinger?

–Indudablemente, porque ha detectado que Benedicto XVI no ataca los problemas en sus manifestaciones banales, sino que se adentra en sus causas profundas, que son las que permiten recomponer una comprensión unitaria del mundo y del papel que el hombre desempeña en la Creación. Esto se ha percibido, por ejemplo, de forma chirriante en la reacción que han provocado las declaraciones que Benedicto XVI hizo recientemente, sobre la necesidad de «humanizar la sexualidad»; porque lo que la Mátrix progre pretende es, precisamente, una sexualidad deshumanizada, una «fisiologización» del hombre que nos convierta en perros de Pavlov que responden a los estímulos que garantizan la ingeniería social que las instancias de poder de la Mátrix progre se han marcado como objetivo.

–¿Esa comprensión del mundo es «la belleza del orden romano» a la que se refiere usted en su libro?

–Me refiero, precisamente, a esa reconstitución de nuestra humanidad, que sólo se puede alcanzar cuando recobramos lo que nos ha sido amputado, nuestra vocación de trascendencia. Y esa reconstitución que la Iglesia postula nos reconcilia con la belleza; porque para mí la fe es aceptación de una belleza eterna -tan antigua y tan nueva, como diría San Agustín- que acompaña el hombre en su vida, en cada día de su vida, haciéndola inteligible, dotándola de sentido. Digamos que el orden establecido por la Mátrix progre pretende elevar, como aquel Nimrod que reinaba en Babel, una torre que alcance el cielo, haciéndole creer a los hombres que abrazando la ideología serán como dioses; el orden romano le dice al hombre que el cielo está dentro de su corazón.

–Como en La nueva tiranía también nos encontramos con artículos intimistas sobre su pasado y sus seres queridos, concluyamos con una pregunta personal: ¿por qué un novelista de éxito se mete en estos berenjenales, que le habrán traído más de un disgusto?

–Porque la misión del hombre de letras, como la de cualquier artista, no es acomodarse, sino revolverse, aunque a cambio sólo obtenga disgustos y contrariedades. Y porque todos esos disgustos y contrariedades son nada, comparados con la recompensa de poder mirarse sin vergüenza ante el espejo.

Fuente ACI Prensa.