Guaidó y los caimanes

por Marco Teruggi – Periodista y poeta; nació en París en 1984, donde vivió hasta el 2003, cuando llegó a Argentina; Licenciado en Sociología en la Universidad Nacional de La Plata. Vive en Caracas.

(Texto completo en www.cubadebate.cu – 7 febrero 2019)

Juan Guaidó no existe y sin embargo es tan real. Se inició públicamente en política en el 2007, con protestas violentas lideradas por una nueva camada de jóvenes, sobre los cuales se fundó Voluntad Popular (VP) en el 2009. Continuó como dirigente de segunda línea, diputado en el 2015, parte de las violencias callejeras del 2014 y 2017, hasta que el 5 de enero de este año nos enteramos que sería presidente de la Asamblea Nacional por un acuerdo de rotación entre partidos de derecha y un plan trabajado fuera del país. De ahí al 23 de enero pasaron días: de cuadro medio a auto-juramentado presidente de la República Bolivariana de Venezuela a diez estaciones de metro del palacio presidencial y reconocido por un twitt de Donald Trump. Un recorrido estelar.

Podría parecer un cuento con varios chistes de por medio, y a veces lo es, en días donde la tormenta baja de intensidad, vivimos la tensa calma que puede quebrarse en cualquier momento. El punto nunca fue Guaidó, sino la historia que lo rodea, sus jefes, el plan del cual forma parte y lo conduce. Guaidó no existe y sin embargo es tan real.

Detrás del nuevo experimento de héroe 2.0 se esconde la historia de uno de los partidos creados para enfrentar al chavismo luego de la serie de derrotas opositoras entre las que se cuentan: el golpe de Estado del 2002, el paro petrolero, el referéndum revocatorio, las elecciones legislativas donde la derecha inauguró su serie de suicidios políticos al no presentarse, y la reelección de Hugo Chávez en el 2006. Era necesario crear nuevos instrumentos para nuevas estrategias, entonces nació Voluntad Popular con los jóvenes de la “generación 2007”, de los cuales una célula se había formado en Serbia en el 2005 en la estrategia de  revoluciones de colores. A la cabeza quedó Leopoldo López, proveniente de Primero Justicia (PJ), de familia aristocrática, quien en el 2002 era alcalde de Chacao y fue parte activa del Golpe de Estado de 72 horas. No solamente él, sino la casi totalidad de los dirigentes actuales protagonizaron esos días: Julio Borges, Capriles Radonsky (ambos de PJ), y Ramos Allup del partido Acción Democrática (AD), por ejemplo.

Si alguien les pregunta sobre el 2002 harán lo que siempre han hecho: fingir demencia. Caimanes del mismo charco, diría un compañero llanero. VP apostó por construir desde la identidad juvenil y estudiantil, que tuvo un protagonismo central en el 2014, época de violencia de la derecha que dejó un saldo de 43 muertos y López preso, y en el 2017, donde nuevamente VP estuvo públicamente a la cabeza de los grupos armados públicos y tras las sombras. Las promesas de la política opositora resultaron ser la antítesis de su consigna que proclamaba la “protesta pacífica”: financiados por las agencias norteamericanas, implicados en manejo de explosivos, vinculados con sectores paramilitares, escaladas que costaron muertos, fracturas, derrotas electorales opositoras, espirales que desembocaron en este 2019.

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Vivo en Venezuela desde enero del 2013. De esa fecha hasta la actualidad asistí, como millones de personas, a cinco intentos de toma del poder por la fuerza por parte de la derecha: 2013, 2014, 2016, 2017, 2019. Una tasa elevada. Los únicos años en que no lo hicieron fue en el 2015, cuando ganaron las elecciones legislativas, su mejor momento, y el 2018, porque estaban preparando el del 2019. Cada asalto fue más violento, complejo y prolongado que el anterior. El único que logró ser desactivado a tiempo fue el del 2016, cuando intervino la mediación del Vaticano. “Creo que tiene que ser con condiciones muy claras, parte de la oposición no quiere esto, es curioso, la misma oposición está dividida, y parece que los conflictos se agudizan cada vez más”, dijo Francisco en 2017, refiriéndose a por qué no habían dado frutos los diálogos. Ya el país estaba bajo llamas.

De esos cinco intentos uno fue liderado públicamente por PJ (2013), otro por VP y PJ (2014), otro por AD, VP y PJ (2016), otro por VP y PJ (2017) y finalmente este, por VP en el territorio, y VP/PJ en el frente internacional. Todos fueron acompañados por María Corina Machado que plantea que la única forma posible de salir del chavismo es con la violencia. Ella y Julio Borges -parte de la autoría intelectual del intento de asesinato de Maduro en agosto del 2018- son amigos de Mauricio Macri, según él mismo afirmó.

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La dirección de la oposición no ha cambiado en el terreno, los apellidos se repiten. Algo sí se ha modificado y es nítido: la conducción del conflicto ha sido traspasada a sectores del poder norteamericano. La conducción es extranjera. La derecha, que resultó una inversión millonaria de bajo rendimiento, siempre peleada entre sí, se ha transformado en operadora en el territorio, y Guaidó en un autonombrado presidente interino montado desde fuera. No lo hubiera hecho sin el tuit de Trump, la correlación de fuerzas internas no lo permitía. Por eso se codea con lo peligroso y lo ridículo.

¿Por qué poner a un cuadro medio, de extracción más popular, a ocupar un papel de tal magnitud? Piensa mal y acertarás, dice el refrán.

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Como nunca antes, la Casa Blanca jugó este año un rol central, apoyada en Colombia como territorio segundo de la conspiración. Las alianzas se construyeron con parte de la Unión Europea, Gran Bretaña, Israel, Canadá, diplomáticos como Luis Almagro, y el Grupo de Lima sin México. Han llevado el punto Venezuela al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, paso que no había dado con anterioridad, y trabajan para condenar a Maduro en la Corte Penal Internacional. El bloque intervencionista está conformado: reconoce a Guaidó. Las elites y derechas locales se alinean en sus intereses comunes.

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La cuestión territorial tiene tres puntos clave en las fronteras terrestres: Colombia, Brasil y Guayana Esequiba -zona en disputa con Venezuela-. El principal centro de desarrollo de desestabilización se encuentra en la frontera colombiana -más de dos mil kilómetros de frontera-, con el incentivo al contrabando para enriquecimiento de mafias ligadas al paramilitarismo, un fenómeno que a su vez ha sido exportado a Venezuela. El país está cercado. John Bolton, secretario de defensa norteamericano, anunció que enviará “ayuda humanitaria” que entrará a Venezuela por Cúcuta, zona bajo control paramilitar en Colombia, Brasil y una isla del Caribe. No se puede entender el conflicto sin mirar mapas.

Por último, las armas y la violencia. Al finalizar las movilizaciones opositoras, grupos conformados por jóvenes convencidos, otros pagos, y esquemas callejeros dirigidos confrontan con las fuerzas de seguridad del Estado. Después están los denominados “pichones de malandros”, primeros niveles de delincuencia, contratados para generar focos de violencia en las noches… En un tercer nivel están las grandes bandas armadas de algunos barrios, desplegadas para confrontar militarmente con los comandos especiales. Llegan a facturar 50 mil dólares por cada servicio. El riesgo es alto, las municiones caras. El cuarto nivel, de tipo paramilitar ya ha dado algunos pasos: han sido atacados dos cuarteles de la Guardia Nacional Bolivariana con armas de fuego. El 31 de enero detuvieron a un grupo integrado por ex oficiales de Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) y civiles.

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La distancia entre la narrativa internacional y lo que sucede dentro del país es inmensa. El mismo Donald Trump tuiteó que la movilización del 30 de enero fue masiva cuando fue, literalmente, escuálida, y Reuters Latam puso a Guaidó en su portada de Twitter…

Guaidó dijo el 2 de febrero: “No le tenemos miedo a una guerra civil” y “es importante que lo escuche el mundo”. Quienes se movilizaron ese día fueron la tradicional base social de la oposición: clases medias y medias altas.

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Resulta evidente que el gobierno, el chavismo, tiene parte de responsabilidades en, por ejemplo, la situación económica que desgasta en particular en los sectores populares. Es parte de las tensiones internas. La revolución que inició Chávez es un inmenso terreno de disputas y contradicciones dentro de un país determinado, con una cultura política, una derecha que tiene estas características y no otras, y una intervención inédita de Estados Unidos. ¿Quién pensaba que un intento de gobierno paralelo montado desde la Casa Blanca era posible en América Latina? Si ese límite ha sido quebrado, por qué pensar que los demás no lo serán también.

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