Francisco, junto al ayatolá chiita Ali al-Sistani en Irak, reclamaron por la sacralidad de la vida humana. “Si el hombre elimina a Dios, acaba adorando las cosas mundanas, no nos salvará la idolatría del dinero”

El Papa Francisco continuó su viaje apostólico por Irak este sábado con un encuentro con el líder musulmán chiíta, el gran ayatolá Ali al-Sistani, de fuerte influencia política y religiosa en Irak, un país islámico destruido en 2003 con la invasión de EEUU y cuya población cristiana ha venido siendo asediada en aquellas zonas que estuvieron bajo control de la organización terrorista ISIS, de ahí que su primer mensaje al llegar fue “que se ponga fin a los actos de violencia y extremismo, de facciones e intolerancias (..) Que cesen los intereses particulares, esos intereses externos que son indiferentes a la población local”.

El encuentro con el ayatolá duró alrededor de 45 minutos, durante los que el Santo Padre subrayó “la importancia de la colaboración y de la amistad entre las comunidades religiosas para que, cultivando el respeto recíproco y el diálogo, se pueda contribuir al bien de Irak, de la región y de toda la humanidad”, según informó por medio de un comunicado el director de la oficina de prensa de la Santa Sede, Matteo Bruni, quien también explicó que “el encuentro ha sido la ocasión para que el Papa agradezca al gran ayatolá Al-Sistani por elevar, junto con la comunidad chií, frente a la violencia y las grandes dificultades de los años pasados, su voz en defensa de los más débiles y perseguidos, afirmando la sacralidad de la vida humana y la importancia de la unidad del pueblo iraquí”.

Antes de que Estados Unidos invadiera Irak en 2003, había aproximadamente 1.5 millones de cristianos iraquíes. Hoy, se cree que ese número es menor a 500 mil. El surgimiento del grupo terrorista ISIS llevó a muchos cristianos a huir del país.

En el 2014 la intervención del ayatola volvió a ser esencial para lograr la unidad del país frente a la violencia y la guerra. En ese año, tras la ofensiva de los terroristas de Estado Islámico que logró hacerse con el control del norte de Irak, pidió a los iraquíes que se unieran con independencia de su origen étnico o sus creencias religiosas para luchar contra los yihadistas. Miles de voluntarios respondieron al llamado y formaron las Fuerzas de Movilización Popular, desempeñando un papel crucial para hacerle frente al Estado Islámico.

Con este encuentro, el Pontífice dio un impulso al diálogo con la rama chiíta del islam, similar al dado en 2017 con su visita en Egipto al gran imán de Al-Azhar, máximo líder religioso de los musulmanes sunítas.

La ciudad de Nayaf, situada en el centro de Irak es el principal centro religioso de los musulmanes chiítas de Irak y la tercera ciudad santa más importante para para esta rama del islam después de la Meca y Medina. En la Mezquita del Imán Ali se custodia la tumba de Ali ibn Abi Talib, primo y yerno de Mahoma y la primera persona en convertirse al islam.

En su segundo día de visita a Irak, el Papa Francisco participó también de en un encuentro interreligioso en la llanura de Ur, la tierra de Abraham, desde donde llamó a testimoniar a Dios, ante la imagen distorsionada que el mundo suele proponer del Altísimo.

Francisco arribó a Ur luego de su encuentro privado con el líder musulmán chiíta Al Sistani, en Najaf. Con la visita a la tierra de Abraham, el Pontífice cumplió el sueño de su predecesor San Juan Pablo II, que en el año 2000 no pudo viajar a este país.

Ur de los caldeos es una de las más antiguas e importantes sumerias, capital del imperio sumerio que a finales del 3.000 antes de Cristo dominaba toda Mesopotamia.

Antes de pronunciar su discurso, el Papa escuchó los testimonios de dos jóvenes –uno cristiano y el otro musulmán-, de una mujer de religión preislámica sabea mandea, y de un profesor musulmán chiíta.

Asimismo, se leyó el pasaje del libro del Génesis que relata la salida de Abraham de Ur hacia la tierra de Canaán; y un pasaje del Corán también sobre el patriarca Abraham.

Frente a los líderes religiosos, el Santo Padre afirmó que judíos, cristianos y musulmanes “somos fruto” de la llamada de Dios a Abraham y de su viaje fuera de la tierra de Ur, de la que salió confiando en la promesa del Padre.

Señaló que, como descendientes de Abraham, “tenemos sobre todo la función de ayudar a nuestros hermanos y hermanas a elevar la mirada y la oración al Cielo”, conscientes de que el ser humano necesita de Dios.

“El hombre no es omnipotente, por sí solo no puede hacer nada. Y si elimina a Dios, acaba adorando a las cosas mundanas”, advirtió el Papa, pues los bienes del mundo “hacen que muchos se olviden de Dios y de los demás”.

“La verdadera religiosidad es adorar a Dios y amar al prójimo”, afirmó el Pontífice, y señaló que “en el mundo de hoy, que a menudo olvida al Altísimo y propone una imagen suya distorsionada, los creyentes están llamados a testimoniar su bondad, a mostrar su paternidad mediante la fraternidad”.

El Pontífice señaló que como creyentes “no podemos callar cuando el terrorismo abusa de la religión”, y recordó las atrocidades cometidas por los terroristas en el norte de Irak, en referencia al grupo fundamentalista Estado Islámico, que entre 2014 y 2017 asoló la llanura del Nínive y parte de la vecina Siria.

“Sin embargo, incluso en ese momento oscuro brillaron las estrellas. Pienso en los jóvenes voluntarios musulmanes de Mosul, que ayudaron a reconstruir iglesias y monasterios, construyendo amistades fraternas sobre los escombros del odio, y a cristianos y musulmanes que hoy restauran juntos mezquitas e iglesias”, expresó.

“En las tempestades que estamos atravesando no nos salvará el aislamiento, no nos salvará la carrera para reforzar los armamentos y para construir muros, al contrario, nos hará cada vez más distantes e irritados. No nos salvará la idolatría del dinero, que encierra a la gente en sí misma y provoca abismos de desigualdad que hunden a la humanidad. No nos salvará el consumismo, que anestesia la mente y paraliza el corazón”, advirtió.

Francisco dijo que “el camino que el Cielo indica a nuestro recorrido es otro, es el camino de la paz. Este requiere, sobre todo en la tempestad, que rememos juntos en la misma dirección”.

“Queridos amigos, ¿todo esto es posible? El padre Abrahán, que supo esperar contra toda esperanza, nos anima. En la historia, hemos perseguido con frecuencia metas demasiado terrenas y hemos caminado cada uno por cuenta propia, pero con la ayuda de Dios podemos cambiar para mejor”, afirmó.

En ese sentido, el Papa llamó a rechazar la proliferación de armas, la ambición del dinero, así como a cuidar la creación y la vida humana. “Nos toca a nosotros recordarle al mundo que la vida humana vale por lo que es y no por lo que tiene, y que la vida de los niños por nacer, ancianos, migrantes, hombres y mujeres de todo color y nacionalidad siempre son sagradas y cuentan como las de todos los demás”, señaló.

“El camino de Abrahán fue una bendición de paz. Sin embargo, no fue fácil, tuvo que afrontar luchas e imprevistos. También nosotros estamos ante un camino escarpado, pero necesitamos, como el gran patriarca, dar pasos concretos, peregrinar para descubrir el rostro del otro”, expresó.

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