Evolución histórica y distintas miradas sobre el Capitalismo. Parte I . Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

“El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado
cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso
en una sociedad organizada políticamente de forma democrática”.
-Albert Einstein

Parte I

Como anuncia el título el capitalismo no es una sola cosa, no tiene una definición conceptual única y excluyente. Ha presentado a lo largo de su historia distintas versiones según tiempo y lugar. Esta es la razón por la cual deseo reflexionar, junto a Ud. amigo lector, sobre las complejas y difíciles dimensiones del sistema mundo, en esta etapa de decrepitud política. El haber comenzado a recorrer los caminos finales de este modo de estructurar la sociedad humana, habiendo mostrado, en los últimos siglos, una soberbia que no admitía dudas. El siglo XX fue testigo de su mayor esplendor y también del comienzo de su decadencia. Ello nos impone agudizar nuestro entendimiento para ir avanzando en el análisis de lo que hoy se nos presenta como la fachada final de este sistema, con signos claros de algo que se está derrumbando. Las diferentes miradas a la que alude el título, intentan reflejar las condiciones culturales que condicionan sus modos y sus ordenamientos institucionales.

En las últimas décadas la presencia, de lo que podemos denominar, el aparato informativo, equivale a decir, lo que ha dado lugar a lo que se llamó la opinión pública, convertida muchas  veces en el sentido común. Este conjunto de ideas que se mueve, dentro del espacio de la información pública, para conservar, por lo menos, las apariencias de formas democráticas que la sólo mantienen a flote algunas formalidades. Todo este proceso de decadencia necesita ser maquillado para poder ocultar las arrugas que denuncian su vejez.

El capitalismo monopolista, y mucho menos el financiero, nunca han tolerado una democracia plena. Hoy hacen malabarismos cosméticos para sostenerse dentro del castillo de naipes que han construido (temas que veremos más adelante).

El tema central de esta etapa es, entonces, el manejo de la información, dado que ella ha ido conformando lo que, desde comienzos del siglo XX, se llamó: la opinión pública. Su versión diaria es publicada por los medios de comunicación, instrumento fundamental en el relato oficial. Este construye diariamente la imagen que lo ha protegido en sus últimas etapas. Siendo la comunicación el espacio público en el que mostró sus mejores ropas. Ellos dependían de un público que consumiera lo que mostraba. El escenario que presentan las personas consumidoras de la información pública, está conformado por una variabilidad difícil de ser captada por conceptos sociológicos. Una parte, sustancial de él todavía, muestra una actitud de manso sometimiento.

El incisivo polemista irlandés, Bernard Shaw (1856-1950), en su lecho de muerte, haciendo gala de su agudeza, mostrando dónde se encontraba toda la información, le pidió a la enfermera: “alcánceme los diarios que quiero saber cómo está mi salud”. Si bien se comienza a percibir un lento y paulatino descreimiento en su público, aún pueden seguir siendo manejados por los viejos métodos periodísticos (sintetizados en esta frase: “Si un perro muerde a un hombre, eso no es noticia… si un hombre muerde a un perro eso sí lo es”[1]).

La llamada opinión pública está conformada por abanico muy amplio de personas: uno minoritario, que se consideran interesadas por los grandes problemas políticos, económicos, culturales, etc., que se mantienen, para informarse, dentro de ciertos canales periodísticos. Abreva, para ello, solamente en las fuentes de noticias de lo que, con mucha condescendencia, podemos suponer, es la prensa seria. Se habitúa, entonces, a pensar a partir del caudal ideológico y del tipo de información que pinta el mundo de varios colores, pero sólo con algunos (hay colores claramente proscriptos).

Ese perfil de personas se relaciona con otras, con las que comparte una visión similar del mundo; esto se puede denominar una “cosmovisión”. Las personas que componen ese círculo social, al comentar la información cotidiana, intercambian puntos de vista diversos, con interpretaciones de los hechos que pueden diferir algo entre ellas. Lo que es muy difícil es que puedan admitir las opiniones que provengan de otro tipo de fuentes (las  proscriptas), que confrontan seriamente con las certezas que han ido elaborando en la conciencia de su público.

Esto merece alguna reflexión. La concentración de medios en muy pocas manos, todas ellas, por regla general, relacionadas con las grandes multinacionales, se ha ido produciendo a partir de la década de los cincuenta del siglo pasado. El resultado de este proceso ha sido la construcción de consensos en la opinión pública. En realidad, lo que se denomina periodísticamente “opinión pública”, según el autor creador de este concepto, Walter Lippmann (1889–1974), es “el conjunto de ideas con las que se ha persuadido a un público masificado”. Recomiendo, a quien desee profundizar lo que escribo aquí, la lectura del libro del prestigioso Profesor del MIT, Noam Chomsky: “El control de los medios de difusión. Los espectaculares logros de la propaganda”, Editorial Crítica (2000). En él se puede encontrar una investigación detallada y profunda sobre este tema.

Lippmann, fue uno de los más importantes teóricos del liberalismo político estadounidense, y un pionero en la investigación sobre la relación entre los medios y las masas. Su libro Public Opinion (La opinión pública – 1922), adelantaba un novedoso concepto para la época. En él expuso, con toda claridad, cosas que después se fueron disfrazando o encubriendo, pero no dejaron de ser el fundamento del periodismo moderno. Hoy puede costarnos algún esfuerzo compartir sus tesis, por la crudeza con la que las expone. Desnuda cuál es el criterio con el cual se maneja la información. Esto es válido tanto para aquella época como para hoy. Es muy probable que ud., amigo lector, en un primer momento rechace todo esto. Sin embargo, una prueba de su vigencia la ofrece, el hecho comprobable, de que la producción bibliográfica de Lippmann forma hoy una parte importante de las cátedras de periodismo en las más significativas universidades del mundo.

Cito algunos pasajes del libro de Chomsky en los que analiza el concepto de “opinión pública”:

«Pensaba que ello era no solo una buena idea sino también necesaria, debido a que, tal como Lippmann mismo confirmó, los intereses comunes (ámbito de la política) no son comprendidos por la opinión pública. Sólo una clase especializada de hombres responsables, lo bastante inteligentes, puede comprenderlos y resolver los problemas que de ellos se derivan. Lippmann respaldó todo esto con una teoría seriamente elaborada sobre la “democracia progresiva”, según la cual hay distintas clases de ciudadanos… Está la clase especializada, formada por personas que analizan, toman decisiones, ejecutan y controlan los procesos que se dan en los sistemas ideológicos, económicos y políticos, y que constituyen, asimismo, un porcentaje pequeño de la población total. Y la verdad es que hay una lógica detrás de todo eso. Hay incluso un principio moral del todo convincente: la gente es simplemente demasiado estúpida para comprender esas cosas».

Lo que pretendo, amigo lector, es ponerlo a ud. en contacto con esta problemática nada sencilla. Lo hago por el respeto que me merece como lector interesado, con lo que podemos calificar como “la otra información”. Se puede definir por los temas que se están debatiendo en el famoso “primer mundo” y que no aparecen en lo que denominé ciertos canales periodísticos. Mostrarle, además, que existen otros medios que publican lo que algunos analistas e investigadores serios y honestos, le ofrecen como otra mirada sobre el mundo. Estos pondrán en dudas sus convicciones más profundas ante los hechos que el mundo globalizado está evidenciando.

[1] William Maxwell Aitken, autor de esta frase, conocido también como Lord Beaverbrook fue un político y escritor anglo-canadiense.