El trumpetista – Por Juan Manuel de Prada

El trumpetista
Por Juan Manuel de Prada

Por supuesto, las nuevas (como las antiguas) imputaciones penales contra Donald Trump no desean proteger las ‘instituciones democráticas’, ni parecidas zarandajas; sino tan sólo eliminar del mapa político a un hombre que se ha convertido en una china en el zapato de los designios sistémicos. Pero Trump tiene más que merecido el calvario que está padeciendo, por cantamañanas y trompetista.

No negaremos que en los planteamientos de Trump subyaciesen muchas ‘semillas del Logos’; pero cifró su éxito en la creación de antagonismos sociales, siguiendo el estilo acuñado por la izquierda, que utiliza a los inmigrantes, a las feministas o a los homosexuales como «sujetos revolucionarios» para crear una dinámica de conflictividad. Trump encontró ese ‘sujeto revolucionario’ en las depauperadas clases medias americanas, esa ‘cesta de los deplorables’ escarnecida por la bruja Hilaria. Y se dedicó a trompetear tanto esos antagonismos sociales que el sistema movilizó contra él a toda su prensa cipaya y a sus hordas de zombis sistémicos.

En realidad, la ‘batalla cultural’ acaudillada por Trump siempre fue una filfa turulata, fundada sobre premisas liberales y prometeicas (exactamente las mismas que defienden sus enemigos). Prueba inequívoca del fracaso de esta ‘batalla cultural’ es la pírrica revocación de Roe vs. Wade, que sólo ha servido… para que el aborto quede al albur de lo que decreten las mayorías; es decir, para borrar más concienzudamente de la conciencia humana su naturaleza criminal. El político que de veras aspira a cambiar las cosas de forma profunda y duradera conquista el poder sin trompeterías chirriantes; luego amuerma a los enemigos mediante el ejercicio de la prudencia y la disciplina del arcano. Y, una vez amuermados, los asfixia por sorpresa; porque los planes no se anuncian, los planes se ejecutan (y una vez que se empiezan a ejecutar se concluyen implacablemente, sin freno ni marcha atrás, con frialdad de taiga y de tundra).

El trompetista Trump hizo exactamente lo contrario, dedicándose a pregonar tropicalmente planes que tal vez nunca tuvo voluntad auténtica de ejecutar, con la única pretensión de allegar votos, provocando un rechazo cada vez más enconado que logró una movilización adversa sin precedentes en favor de Biden, un criminal abyecto y gagá. Que esa movilización fuera espontánea o manipulada es lo de menos. Si Trump no hubiese sido un cantamañanas, el control de aquellas elecciones lo hubiese tenido exclusivamente él; pero en aquellos días hasta Twitter le meó en la jeta.

Donald Trump pudo haber transformado por completo un régimen político corrupto y corruptor, pero prefirió desgañitarse en aspavientos vanos. A la postre, sólo contribuyó a acelerar el reinado plutocrático mundial, que mata los cuerpos y las almas. El hombre que podría haber sido un nuevo Julio César se convirtió así en una versión ful de Catilina; y ni siquiera tendrá un Cicerón que lo denigre ante la posteridad.

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