Por Juan Manuel de Prada
Cada vez que los tiranos se disponen a empobrecer o dañar a sus sometidos, urden embelecos que infunden en ellos la creencia grotesca de que su empobrecimiento y daño ha sido libremente asumido. Este método, además, se ha perfeccionado en nuestra época mediante la ‘microfísica del poder’ descrita por Foucault, que logra penetrar en la conciencia de los sometidos, insertándose en sus actos y actitudes, en sus discursos, en sus procesos de aprendizaje y en sus vidas cotidianas.
De este modo, se logra que los sometidos, a la vez que son depredados material y espiritualmente, se sientan más felices, más puros, sabios o perfectos.
Este es el método que está utilizando el reinado plutocrático mundial con el trampantojo del ‘cambio climático’, diseñado para disfrazar la definitiva depredación de las economías nacionales y la extensión de la pobreza (energética, alimentaria, etcétera) a amplias capas de la población que hasta ahora llamábamos eufóricamente ‘clases medias’.
El encarecimiento de los bienes de primera necesidad y las materias primas que estamos padeciendo nada tiene que ver con su escasez, que por otro lado se podría paliar intensificando la producción o reactivando los sectores primario y secundario de nuestra economía. Pero, ¿qué hacen los psicópatas que nos gobiernan? Dinamitan las centrales de producción de energía, arruinan a los ganaderos con sus campañas en contra del consumo de carne, favorecen el comercio electrónico, etcétera. Y, entretanto, los fondos de inversión acaparan la producción de materias primas, para subir artificialmente sus precios; así logran pingües beneficios, a costa de depredar la economía real. Los psicópatas que nos gobiernan se hallan al servicio de esta operación, cuyos efectos arrasadores de empobrecimiento simulan con el trampantojo climático. Mientras nos dejan sin carne en el plato nos hacen creer paparruchas tales como que, dejando de comer carne, estamos postergando o conteniendo el fin del mundo.
Resulta, en verdad, desquiciante que unos tipos incapaces de anticipar la erupción volcánica de La Palma ni siquiera cinco minutos antes de que ocurriera pretendan convencer a la gente del destino del mundo dentro de cien años; y todavía más desquiciante que hagan depender directamente el destino del mundo de nuestra dieta o nuestro consumo energético.
El mundo no es un proceso natural, sino un poema dramático del cual Dios se ha reservado la iniciación, el nudo y el desenlace, que se llaman teológicamente Creación, Redención y Parusía. El mundo no continuará desenvolviéndose hasta el agotamiento de sus recursos, ni acabará por azar o catástrofe natural, sino que lo hará en los tiempos parusíacos. Por supuesto, el hombre debe colaborar con este plan salvífico de muy diversos modos, entre ellos ejerciendo un dominio justo sobre la naturaleza. Pero el fin del mundo no está vinculado a los pedos de las vacas, sino a causas de orden espiritual que, tristemente, no tenemos espacio para explicar en este rinconcito.
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