Por Ricardo Vicente López
¿Qué es la verdad? pregunta que viene desde el fondo de la historia y aún no ha tenido una respuesta satisfactoria.
Parte I – La Verdad y la mentira
Nuestro sistema educativo, y esto no es muy diferente en gran parte de lo que se hace en el seno del occidente moderno, está sostenido por un olvido, un descuido, un pre-juicio, que se manifiesta en la práctica habitual de soslayar la pregunta ¿qué es la verdad? Afirmar esto es posible que genere algún tipo de sorpresa dado que existe un consenso implícito en que esa pregunta es antigua. Está superada en los últimos siglos por una concepción positivista de la ciencia: es verdad lo que metodológicamente se demuestra como tal: «Que las verdades científicas son ciertas se demuestra con facilidad, pues es posible confirmar que las predicciones hechas a partir de ellas se cumplen». El Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa sostiene que las teorías sobre la verdad, afirman que «la verdad es la correspondencia con la realidad… y la “verdad científica” es la verdad “más” cierta».
Quiero subrayar lo ya dicho: hablo de sistema educativo, no digo que esto suceda en todo ámbito relacionado con la investigación. Revisar los programas de epistemología de las diversas carreras universitarias, y otro tanto de las escuelas secundarias, nos ofrecen un panorama claro de lo afirmado.
Una concepción de la verdad y de los caminos necesarios para llegar a ella, dentro de ese cuadro educativo, se refleja en lo que podría recogerse de una encuesta amplia sobre la población adulta que haya transitado ese recorrido para su formación. Debo agregar acá que es posible encontrarnos con una actitud dual, una especie de doble registro: a.- la certeza que ofrece el saber de las ciencias naturales, o ciencias duras, en las que es aceptado un tipo de verdad; b.- lo referente a lo que se podría encuadrar como el saber sobre lo humano en el cual las dudas, los prejuicios, los mitos, tienen su lugar. Una analogía psiquiátrica hablaría de una especie de personalidad ambivalente, una analogía informática de un registro en dos discos duros.
Propongo entonces tomar el riesgo de introducirnos en esta problemática, con la advertencia necesaria de que no se puede asegurar que se pueda llegar a una meta develadora. Sin embargo, no por ello pierde validez la pregunta, puesto que nos obliga a reflexionar sobre los pre-juicios (en su sentido originario: lo que se afirma sin análisis y juicio previo) que sobre el tema sobrevuelan en nuestra cultura. Estos pre-juicios están muy arraigados en la cultura educativa y arrojan mucha sombra sobre el terreno del saber de las ciencias sociales, o lo que la tradición judeocristiana ha denominado: la verdad sobre el hombre. Adelanto aquí que subyace a la investigación de las ciencias del hombre (en su sentido más abarcador; la Academia impuso la denominación de Ciencias sociales) un supuesto no explicitado debidamente que puede enunciarse de este modo: detrás de cada una de esas ciencias se esconde una concepción antropológica que subordina todo lo que se afirma después.
Dicho con otras palabras, concentrándonos en el ámbito de la comunicación, qué relación se puede detectar entre los hechos, los datos, recogidos del acontecer diario y la versión publicada en los grandes medios. Hoy es evidente, para toda persona dispuesta a hacer un ejercicio de análisis, que esos medios ocultan, segmentan, parcializan, distorsionan, protegiendo los intereses de los sectores dominantes.
Ahora voy a incursionar en un tema mucho más complejo, que nos exigirá una cuota de atención y reflexión mayor. Muchas de las cosas que vayan apareciendo van a chocar con lo que se conoce como el sentido común. El problema me obliga a recorrer temas de la filosofía, la teología, la metafísica, la metodología de las ciencias, etc. No quiero atemorizar al lector ni alardear de erudito. Una consigna que guía estas notas es dirigirme con un lenguaje llano al alcance del ciudadano de a pie, como un modo sencillo de caracterizar a aquellos que conforman la mayoría de las personas de la sociedad moderna.
Este es un punto de referencia que me impongo cuando escribo, por la obligación de dirigirme con un lenguaje sencillo a los lectores, por lo tanto exige que sea de fácil comprensión, evitando las palabras técnicas (o explicándolas) del lenguaje profesionalizado. Cuando, por razones que el tema lo requiera, la utilización de alguna de ellas irá acompañada con las aclaraciones necesarias para que se pueda comprender con facilidad. Digo todo esto porque vamos a internarnos por senderos con algunas complejidades que serán necesarias afrontar y digerir.
El problema de la verdad
Canta Julia Zenko «Me enseñaron todo mal, me contaron otra historia, me llenaron de palabras que aprendieron de memoria. Los deseos controlados, los recuerdos del pasado, y el temor a lo que digan los demás». Se podrían calificar estos versos de sabiduría popular. Martín Fierro nos aconsejaba: “Mejor que saber mucho es aprender cosas buenas”.
Dejo esto dicho como una advertencia que me hago a mí mismo para no dejarme arrastrar por lo que es inconveniente, en mi opinión: lo llamaremos los saberes cultos.
Si nos predisponemos a profundizar gran parte de lo que hemos ya visto (aquí y en otras columnas), con ese equipaje nos preparamos a recorrer estos nuevos caminos, ello nos impondrá nuevas dificultades; muchas veces porque esos caminos aparecen ocultos, o de difícil acceso por no haber sido detectados antes, o por diversas otras razones. Tal vez, algunos de ellos no sean detectables por razones ideológicas, porque no todo lo vemos aunque esté ante nuestros ojos. Ver y mirar son dos modos de dirigirnos al mundo que nos rodea y, por ello, son diferentes los resultados que se puede obtener.
El propósito que me impongo es aportar una mirada más, otra mirada, aunque, tal vez, no sea muy novedosa, ésta tiene la intensión de ser más comprometida con la defensa de la inmensidad de personas que están siendo marginalizadas, empobrecidas, mientras que unos pocos acumulan la mayor parte de los bienes producidos. Muchas veces la mentira es el modo de ocultar tantas inequidades en el mundo actual. Para ello voy a saltar los límites dentro de los cuales advierto que se plantea el tema. Para ello debo remontarme a una historia de este problema que lleva más de un siglo. Puesto que la verdad hoy no está fácilmente disponible, debiendo no ignorar la fuerza que oponen aquellos que por ignorancia, por miopía, o por egoísmos, la tapan, la ocultan, la distorsionan.
En otras notas me ocupé de La verdad en el relato público, allí he intentado mostrar los juegos de la información, siempre como un recorte respecto de la totalidad, casi infinita, de los datos que ofrece. Ahora la pregunta sobre la verdad nos obliga a otra pregunta, algo desencantada: entonces, ¿la información verdadera no es posible?; ¿cuánto de ella se muestra como la realidad? ¿Quiénes y con qué criterios producen todo ello? En los tiempos que corren, en los que el relativismo, el escepticismo, el cinismo, han ganado una gran parte de la conciencia colectiva. Cuantificarlo no es posible y, por otra parte, no es tan necesario.
Parece, entonces, que intentar la búsqueda de la “verdad” contiene una pretensión un tanto exagerada y soberbia, puesto que deberíamos también preguntarnos si estamos en condiciones de pretender tamaño desafío. Vamos a dar los primeros pasos.
La dificultad radica, según mi criterio, en el modo binario de presentar el problema: es “verdadero” o es “falso”. Es decir, se tiene toda la verdad o no se la tiene. Por este modo de pensar es probable que hayamos desembocado en este tiempo cargado de incertidumbres que nos abisma en esa descripción propuesta antes: el relativismo, el escepticismo, el cinismo. Ello, sin que la mayor parte de las personas tenga conciencia clara de que está o no hablando verdaderamente de nuestra relación con el mundo que nos rodea. Es más, esa mayoría o gran parte de ella rechazaría de plano tal caracterización. A pesar de ello, seguiré insistiendo en que mis análisis me llevan a plantearlo de un modo que nos permita una aproximación posible.