Por Ricardo Vicente López
Parte II
Al final de la nota Parte I quedó flotando una especie de acusación: se trata de la erosión que el sistema de medios genera sobre las democracias liberales. Ante esto se puede pensar que no quieren enfrentar ese desafío, no pueden, nos les conviene o, lo que sería mucho más grave, es que existe una especie de complicidad con las multinacionales. O tal vez, esto comienza a detectarse de los noventa en adelante, cuando los grandes grupos de inversión tienen el paquete mayoritario de los fondos de inversión; estos incluyen acciones de los grandes medios:
«Un fondo de inversión es una institución de inversión colectiva, que consiste en reunir fondos de distintos inversores, naturales o jurídicos, para invertirlos en diferentes instrumentos financieros, su responsabilidad se delega a una sociedad administradora que puede ser un banco o una empresa de servicios de inversión. Son una alternativa financiera diversificada, ya que invierten en numerosos instrumentos, lo que reduce el riesgo, en función del fondo de inversión que se elija. Es un patrimonio constituido por el aporte de diversas personas, denominadas partícipes del fondo, administrado por una Sociedad gestora responsable de su gestión y administración, y por una Entidad Depositaria que custodia los títulos, efectivos y ejerce funciones de garantía y vigilancia ante las inversiones».
Esto explicaría con mayor claridad cómo funciona, en estos últimos tiempos, el mercado internacional. Dentro de esos conglomerados financieros la compra de parte de las acciones de las empresas de medios, les permite tener injerencia en las políticas editoriales. Entonces, respecto del desgaste de los gobiernos, por la acción editorial de ciertos medios, se explica en función de los objetivos del grupo inversor que excede por mucho los intereses del medio como un actor independiente. Los Estados modernos se desempeñan frente a un complejo entramado de relaciones de poder. Es por ello que los ataques que reciben no siempre son detectables o comprensibles. Es un muy fino juego que se libra con capacidad política, con claridad de objetivos y, sobre todo, con inteligencia estratégica. Volvamos a la nota citada:
«Ese es el objetivo que las fake news y la infodemia corrompen. Al hacerlo, debilitan la confianza y erosionan la democracia. Para visualizarlo estadísticamente: un sondeo de opinión pública en marzo de 2019 realizado por la consultora Solo Comunicación. El resultado mostró que el 61% de los entrevistados manifiesta chequear la veracidad de la información de actualidad que ve en portales de Internet, pero el 26% dice no hacerlo. Una vez enterados de la eventual falsedad de una información que circula, casi la mitad (48%) decide ignorarla. Además, el 34% de los entrevistados dice no chequear la veracidad de la información compartida por WhatsApp. Incluso, el 21% manifiesta haber compartido información de la que luego se enteró de su falsedad».
La nota incorpora una serie de casos de manipulación manifiesta, en la que actores mediáticos tan importantes como Clarín, La Nación, infobae y A24, entre otros, han publicado noticias, videos, fotografías, respecto a situaciones, informaciones, que impactaron generando comentarios en las redes. Poco tiempo después quedaron en evidencia respecto a su falsedad. Sin embargo, un prudente silencio posterior posibilitó que todo se esfumara en el olvido. Esas evidentes fake news no le producen, a esos medios, el más mínimo pudor que obligara a presentar alguna explicación: saben que con el silencio alcanza para pasar a otro tema que puede incluir nuevas fake news. Es evidente que los protege una especie de complicidad inconsciente de gran parte de los consumidores de información. Continúa la nota:
«Lo que nos interesa señalar del caso es la potencialidad de las fake news para el daño social, al convertirse en instrumentos de diseño para la intervención política. Debemos preguntarnos qué rol le cabe a los diferentes Estados en un escenario como éste. Durante los últimos años y al calor del incremento de las plataformas y redes digitales se multiplicaron los informes tematizados como fake news, a modo de clickbait literario [1]. La mayoría de sus preocupaciones se centran en un sistema de alerta orientado hacia el debate público y el funcionamiento de las democracias centrado en su incidencia electoral, como forma de activación temática de una agenda de polarización».
Es evidente que no es necesaria una formación e inteligencia superior para comprender todo esto. Otra cosa es detectar los hilos ocultos de esas operaciones y desmontarlos. Todo esto pinta un cuadro grave, cuyos beneficiarios, aunque esto no sea tan claro, son esos grandes grupos internacionales. La víctima más atacada es la democracia liberal. Hoy, en el estado de desgate que muestra en las últimas décadas, tiene muy pocas formas de protegerse. Se agrega a ello que los que debieran ser sus más fuertes defensores, los ciudadanos, están cayendo en la telaraña que se ha ido tejiendo en el espacio público, con notable perseverancia y un alto grado de eficacia. Este desgaste no comenzó en años recientes, fue detectado tempranamente por los dirigentes políticos más importantes del establishment internacional. Ellos propusieron como instrumento de análisis y diseño de políticas la organización de la Comisión Trilateral [2] que definió este problema como una pérdida de la gobernabilidad, sin entrar en mayores detalles sobre las causas.
La nota no ingresa en las consideraciones que yo propongo, se mueve dentro del terreno habitual de las investigaciones académicas. Eso no desmerece a estos investigadores, sólo los caracteriza como resultado de las reglas de objetividad que impone el mundo científico. Esas reglas delimitan el campo investigativo y definen cuáles son las herramientas aceptables, para que sea reconocida como una investigación científica. La frase que aparece es una especie de confesión sobre los límites fijados: “Llegamos a la conclusión de que se han creado diversas formas de verificación sobre la posibilidad de detectar la Infodemia, pero todas quedan en las manos del consumidor de la información”:
«Desde el inicio del devenir del Covid 19 han circulado diversos tipos de fake news que hacen referencia a cuatro ejes: 1.- las posibles conspiraciones sobre el origen del virus; 2.- las modalidades de diseminación y contagio; 3.- los síntomas y tratamientos; y 4.- la eficacia de las medidas gubernamentales. Estos aspectos actúan sobre predisposiciones en la recepción tanto como que la cura sea posible y cierta; o que una intención política impulsó la creación del virus».
En lo que sigue me parece que se revela una especie de muy buena voluntad, pero de poco realismo. Leamos:
«El rol de los organismos especializados, los medios de difusión y cualquier otra forma de comunicación institucional regida por deontologías profesionales debe ir más allá del aporte informativo y de su sesgo ideológico. Debe ser también excepcional: Por ejemplo, avanzar en el diseño de pautas de ética periodística que orienten la actividad en los medios de carácter público, [Por ejemplo Clarín o La Nación- RVL] que puedan constituirse como una guía para el conjunto del sistema de medios».
Amigo lector ¿No hay un poco de ingenuidad, para no suponer ignorancia, o intenciones perversas, que sería mucho más grave, la idea de que se puede someter a los grandes medios a la aceptación de esas reglas éticas?
Insisten los autores de la nota, exhibiendo un grado preocupante de ingenuidad, que ya señalé más arriba:
«Dentro de la tradición sobre Manuales o Códigos de Ética Periodística, cabe destacar el Código Deontológico Europeo de la Profesión Periodística. Además del reconocimiento de los deberes tradicionales del ejercicio periodístico y de la importancia de los medios de comunicación en las sociedades contemporáneas, el documento plantea cuestiones éticas en relación al rol de los medios».
Voy a recordarle, amigo lector, que en esta columna he publicado varias notas sobre lo que podría denominarse la Escuela de Manipulación de la Opinión Pública que dio sus primeros pasos en la Universidad de Harvard, en las décadas del diez y el veinte del siglo pasado. Esta tuvo entre sus componentes a muy importantes personalidades del tema comunicacional. Entre ellos se destacaron Walter Lippmann (1889-1974); John Dewey (1859-1942); Eduard Bernays (1891-1995); Reinhold Niebuhr (1892-1971). Todos ellos entendieron, de diversos modos y con sesgos ideológicos diferentes, que el manejo de la comunicación era una herramienta fundamental para contener, dentro de ciertos límites, los conflictos que generaba la muy dificultosa relación entre el capital y el trabajo.
Esa línea investigativa dentro de la comunicación, y con incidencia en el periodismo, fue variando con el tiempo, pero siempre cumplió la función que sus iniciadores le imprimieron. La investigación que he analizado y comentado se mantiene alejada de esas premisas, sin las cuales no puede entenderse la guerra comunicacional de estos últimos años.
[1] El clickbait ha sido traducido al español como «ciberanzuelo», «cibercebo», usado de forma peyorativa para publicar, de manera engañosa, contenidos en Internet que apuntan a generar ingresos publicitarios.
[2] Se puede consultar sobre este tema en https://es.wikipedia.org/wiki/Comisi%C3%B3n_Trilateral.
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