Por Ricardo Vicente López
A lo largo del año pasado abordé el problema del coronavirus en algunas notas publicadas en esta columna. Hoy se ha hecho evidente que la guerra se ha desatado entre los grandes laboratorios tras el logro de la mayor proporción de ese negocio multimillonario. La gravedad que van adquiriendo los enfrentamientos obliga a volver sobre el tema, pero en un estado de cosas que ha desbordado cualquier pronóstico publicado por los especialistas. El debate se reviste con un ropaje científico para encubrir cuales son los verdaderos objetivos de la disputa.
Un artículo publicado en estos días, cuyo título es altamente preocupante, dice: Las grandes farmacéuticas se aprestan a lucrar con el coronavirus; su autor Sharon Lerner, investigador especializado en el tema que publica sus aportes en The Intercept [1], además lo hace en el New York Times, The Nation y el Washington Post. Plantea el tema en estos términos:
«A medida que el nuevo coronavirus propaga enfermedades, muertes y catástrofes por todo el mundo, prácticamente ningún sector económico ha podido evitar los daños. Sin embargo, en medio del caos de la pandemia mundial, hay una industria que no solo está sobreviviendo sino que se está beneficiando enormemente. “Las compañías farmacéuticas ven en el Covid-19 una oportunidad única en la vida para hacer un gran negocio”, dijo Gerald Posner, autor de “Pharma: Greed, Lies, and the Poisoning of America” [Pharma: Codicia, mentiras y el envenenamiento de América]. Por supuesto que el mundo necesita productos farmacéuticos. En particular, para el nuevo brote del coronavirus necesitamos tratamientos y vacunas y, en EE. UU., tests. Docenas de compañías rivalizan ahora para hacerlos».
El aspecto que yo deseo subrayar es que, como advertía el título de una película De eso no se habla. Tomar conciencia de que la casi totalidad de los medios de comunicación centran sus noticias en torno a cantidades de infectados, de fallecidos, etc. Hasta se han hecho eco de las campañas descalificadoras de algunas vacunas con propósitos claramente políticos. ¿No es necesario preguntarse por qué un tema tan grave no se plantea? ¿Deberemos pensar que la capacidad financiera de esos laboratorios presionan de manera tal para que de eso no se hable. Continúa citando a Gerald Posner:
«“Todos se han apuntado a esa carrera” que describió como enormes los beneficios potenciales en caso de ganar la carrera. La crisis global “será un éxito de taquilla para esa industria en términos de ventas y ganancias”, dijo, y agregó que “cuanto peor sea la pandemia, mayores serán sus futuras ganancias”».
Cualquier persona, más o menos inquieta, que desee informarse sobre el tema que estamos tratando, tiene a su disposición la corriente informativa de Google, que corre por una vía paralela. Allí se puede hallar un abanico que abarca una gran diversidad informativa, esta posibilita acceder a notas como la que estoy comentando. Continúa Sharon Lerner:
«La capacidad de ganar dinero con los productos farmacéuticos es ya excepcionalmente grande en EEUU al carecer de los controles básicos de precios que tienen otros países, lo que brinda a las compañías farmacéuticas más libertad para fijar los precios de sus productos que en cualquier otro lugar del mundo. En la actual crisis, los fabricantes de productos farmacéuticos pueden tener aún mayor margen de beneficios de lo habitual debido al discurso que los grupos de presión de la industria metieron en un paquete de gasto para el coronavirus de 8.300 millones de dólares, aprobado la semana pasada, para maximizar sus ganancias a causa de la pandemia».
Nos informa que en los EEUU algunos legisladores trataron inicialmente de asegurarse que el gobierno federal limitaría la cantidad de compañías farmacéuticas que podrían recoger los frutos de las vacunas y los tratamientos para el nuevo coronavirus que se desarrollaran con el uso de fondos públicos. Cita que en febrero, la representante Jan Schakowsky, demócrata por Illinois, y otros miembros de la Cámara escribieron a Trump pidiéndole que:
«Asegurara de que cualquier vacuna o tratamiento desarrollado con dólares de los contribuyentes estadounidenses sería accesible, disponible y asequible, un objetivo que alegaron no podría cumplirse si las corporaciones farmacéuticas tienen autoridad para establecer precios y determinar la distribución, poniendo los intereses con fines de lucro por encima de las prioridades de salud».
Avanza en su comentario:
«Cuando la financiación del coronavirus estaba negociándose, Schakowsky lo intentó de nuevo escribiendo al Secretario de Salud y Servicios Humanos, Alex Azar, el 2 de marzo postulando que sería “inaceptable que los derechos para producir y comercializar esa vacuna se entregaran posteriormente a un fabricante farmacéutico a través de una licencia exclusiva sin condiciones respecto al precio o acceso, lo que permitiría que esa compañía cobrara lo que quisiera y vendiera fundamentalmente la vacuna al público que pagó para que pudiera desarrollarse».
Pero, como era de esperar en un país que está amarrado a las decisiones de las grandes multinacionales, muchos republicanos se opusieron a coartar la libertad de comercio:
«La propuesta de agregar una redacción al proyecto de ley que restringiera la capacidad de ganancias de la industria, argumentando que eso sofocaría la investigación y la innovación. Y aunque Azar, que trabajó como principal grupo de presión y jefe de operaciones de Estados Unidos para el gigante farmacéutico Eli Lilly antes de unirse a la administración Trump, aseguró a Schakowsky que compartía sus preocupaciones, el proyecto de ley continuó consagrando la capacidad de las compañías farmacéuticas para establecer precios potencialmente exorbitantes para las vacunas y medicamentos que se desarrollan con los dólares de los contribuyentes».
No puede sorprendernos que en los EEUU, a pesar de algunas ilusiones que generó el cambio de gobierno en un público ingenuo, los intereses de las grandes fortunas están protegidos por todo el establishment sin admitir matices. Agrega el autor:
«El paquete final de la ayuda no solo omitió el lenguaje que habría limitado los derechos de propiedad intelectual de los fabricantes de medicamentos, sino que prohibía específicamente al gobierno federal emprender cualquier acción en caso de sentir preocupación de que los tratamientos o vacunas desarrolladas con fondos públicos tuvieran un precio demasiado alto. Esos grupos de presión merecen una medalla de sus clientes farmacéuticos al haber liquidado esa disposición de propiedad intelectual. Posner agregó que el lenguaje que prohíbe que el gobierno responda al aumento de precios fue aún peor. “Permitirles tener este poder durante una pandemia es indignante”».
Y agrega este comentario respecto de la historia del manejo del los caudales públicos en ese país: estos han tenido siempre una preferencia por el apoyo de las utilidades del gran capital:
«La verdad es que sacar provecho de la inversión pública es también un negocio habitual para la industria farmacéutica. Desde la década de 1930, los National Institutes of Health (NIH) han invertido unos 900.000 millones de dólares en investigaciones que las compañías farmacéuticas utilizaron para patentar medicamentos de marca, según los cálculos de Posner. Cada medicamento aprobado por la Food and Drug Administration entre 2010 y 2016 involucró ciencia financiada con dólares de los impuestos a través del NIH, según el grupo de defensa Patients for Affordable Drugs. Los contribuyentes gastaron más de 100.000 millones de dólares en esa investigación».
El Antiguo Testamento nos advierte, con su sabiduría milenaria: «Nada hay nuevo bajo el sol». Aunque esta sentencia no debe ser interpretada como una invitación al desánimo.
[1] Revista digital creada por Glenn Greenwald, abogado constitucionalista estadounidense, columnista de la edición estadounidense de The Guardian.