El hombre de la Verdad y la Verdad del hombre. Parte II – Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

Para continuar en la línea que comenzamos a investigar en la nota anterior, nuestras reflexiones deben asumir que el problema, para avanzar en nuestras consideraciones, se  encuentra condicionado por la palabra verdad. Para diferenciar su contenido, es necesario que reflexionemos según nos lo propone el doctor Jaume Patuel i Puig:

«Una es en minúscula, la verdad  que cada hombre se hace sobre sí, la que cree, o se imagina: El hombre de la verdad. En el fondo esta verdad para que tenga peso va a depender de qué hombre la manifiesta, la exprese, la haga pública (aunque más no sea: en su barrio). Por esta razón el testimonio va a ser esencial. La otra la Verdad, en mayúscula, es aquella Verdad que cada persona tiene, y que posee en su profundidad interior. Podríamos indicarlo con el término esencia: la Verdad que es válida para todos. La Verdad del hombre, lo que lo constituye. Es una Verdad vivida, vivenciada. Ahora bien, la persona que conjuga ambas verdades, por ello es un Maestro, que no impone sino que expone. No dirige sino que indica. No habla ni escribe sino que vive y hace. Hay toda una coherencia en él. Todos pueden tener en su interior este Maestro, sólo es preciso despertarlo».

Yo me atrevo a agregar que, para la vieja tradición, este último es un sabio [[1]], no en el sentido chato que usa el lenguaje coloquial. Tal vez deba pensarse en la tradición oriental, en la  cual el sabio adquiere la categoría Maestro de la vida:

«Los sabios del antiguo Cercano Oriente comprendieron la superioridad de la sabiduría sobre el conocimiento, pues ella abarca al conocimiento e incluye también la conducta moral y la comprensión. Una persona no se consideraba sabia, a pesar del conocimiento que pudiera tener, si sus hechos no se ajustaban a sus creencias rectas».

José Hernández, en la línea de la experiencia de Martín Fierro, agrega a estas reflexiones:

«Por eso el sabio es sosegado y seguro. Se siente en paz consigo mismo, con el universo y los hombres. Ha cruzado el río a pie enjuto, sin que le dolieran prendas: ha alcanzado así una orilla donde no existe la ambición por las dignidades perecederas ni el desaforado forcejeo por el status y el poder».

Patuel i Puig agrega a ello, como un modo de seguir profundizando el análisis, que en este siglo XXI: es  muy posible tener en cuenta a estos grandes Maestros, tal vez la exigencia sea que cada uno de nosotros está en condiciones de detectarlo. Pero no se puede ignorar que los grandes Maestros han sido hijos de sus tiempos. En cada época cada uno se ha formado habiendo seguido, al mismo tiempo, a sus propios Maestros. Una enseñanza milenaria nos ha advertido la dificultad de ver a aquellos que son coetáneos nuestros: Por coincidir en tiempo y espacio no puede ser excepcionales. El tiempo, es también un gran maestro que nos  permite tomar distancia y constatar quienes han sido estos Maestros. Tantas veces podemos tener muchas resistencias interiores para aceptar que alguien, otro ser humano, no diferente a nosotros, según nuestros propios ojos, nos pueda hablar de la Verdad del hombre. La expresión barrial afirma: «Cómo va a ser campeón si vive a la vuelta de mi casa». Es necesario no olvidar la advertencia milenaria de aquel gran Maestro: «De verdad os digo, que ningún profeta es aceptado en su propia tierra».

 Avanza Patuel i Puig en sus elucubraciones:

«La Verdad del hombre, es lo que hace que el hombre sea hombre, es decir, que el ser humano devenga lo que es. Una Verdad que no viene caída del cielo, ni indicada por nada del otro mundo. Esta Verdad del hombre es aquella que sale del fondo del hombre de la verdad cuando es capaz de escucharse silenciosamente en su interior. Por eso, como indicaba antes, ¿el hombre de la verdad o la Verdad del Hombre? No hay una alternativa. Las dos deben ir juntas para que haya un compromiso y una coherencia de vida. Ciertamente, sin olvidar, que todos venimos o hemos incorporado muchas de las limitaciones: defectos de estructura de la personalidad de cada sujeto puesto que es un sujeto de necesidades».

No son pocas las dificultades que surgen de lo que nos va proponiendo este profesor. El avance del desarrollo de sus reflexiones nos sirve para que nos detengamos a reflexionar sobre cada una de las propuestas que va desarrollando, cada nuevo paso que nos propone dar nos exige un mínimo de comprensión con lo que va quedando dicho:

«Pero la Verdad, con mayúscula, es por otra parte, una búsqueda del ser del mundo, no de estar en este mundo. No hay una dualidad de aquí o allá sino que todo es ahora-y-aquí. Ciertamente que la vorágine de nuestra sociedad de la informática, de la innovación, del conocimiento técnico, no permite ver qué es esta Verdad: el Ser del ser humano, sino todo lo contrario. Para el hombre de la nueva sociedad, hacer es ser. Trabajar es ser. Ir de prisa es ser. Tener es ser. Sin abandonar el aspecto depredador, llevado de forma sutil y sofisticado, que también está en la base de toda criatura biológica. Además, no hay tiempo para nada, puesto que es la gran búsqueda fuera de uno mismo, de aquello que, en realidad, se tiene y se es dentro del ser humano».

Entonces, en esta situación actual de estrés, de agotamiento, de competitividad, de prepotencia, de preponderancia, de egocentrismo, de tantas mezquindades, de tantas cosas que se anidan en el ego, el gran yo hinchado, es en el fondo un profundo narcisismo, enamorado de sí mismo. La Verdad del hombre se mantiene, pero se esconde muy adentro. Y surge, entonces: el hombre unidimensional.

El problema importante que emerge en este mundo, muy poco propenso a permitir que dispongamos de tiempos para la reflexión, nos impone una velocidad que no controlamos, que muy pocas veces tenemos conciencia de ella, como una fuerza interior que en realidad se nos impone subrepticiamente, a partir de ese exterior que se nos impone:

«Es que la palabra Verdad, con mayúscula, es como una caja. ¿Qué hay dentro? Aquí se encuentra la paradoja. El silencio interior será quien nos lleve a saber vitalmente qué hay dentro de esta palabra: Verdad. La vivencia silenciosa y llena, que no es posible formular. Y si se hace es reductora. He aquí la dificultad de expresar en palabras la Verdad del hombre. Por el contrario, el hombre de la verdad nos dirá qué hay. A nosotros nos tocará expurgar, discernir, interpretar qué clase de verdad quiere que escuchemos. También esta escucha va a depender de nuestro silencio interior. ¿Qué captamos, cómo resuena? Ciertamente, ahora, el lector como la lectora, debiera continuar no tanto la reflexión sino dejar que resuene este quiasmo [[2]] en su interior y permitir que no sea un enigma sino una paradoja. El enigma es resolver un problema, encontrar una solución haciendo uso de la razón, como la Esfinge de Delfos [[3]] en el saber que quiere decir “Conócete e a ti mismo”. Modelo del mundo occidental».

La paradoja interpela, descoloca, obliga a resolver la contradicción, que ha removido nuestro interior, como lo hace el mundo Oriental. Una frase del gran científico Alberto Einstein nos puede ayudar en nuestra búsqueda e iluminarnos: “El que no posee el don de maravillarse ni de entusiasmarse mejor debería estar muerto porque sus ojos están cerrados”. Tal vez sea demasiada exigencia. Se desprende de lo dicho que la verdad se completa en el oído de quien escucha, por ello afirma: «A nosotros nos tocará expurgar, discernir, interpretar qué clase de verdad quiere que escuchemos».

(Digresión: agrego este comentario para abrir el pensamiento hacia una comprensión más profunda, pero menos dogmática, compartida por muchos teólogo/as y, para sorpresa de muchos, por la Biblia misma: la publicación del Libro del Pueblo de Dios (Ediciones Paulinas –1993) afirma en un apartado de su introducción que lleva por título «Palabra de Dios escrita por hombres»:

«En la Biblia, Dios habla a los hombres y lo hace por medio de hombres, que confieren a cada escrito de este Libro único su matiz particular. La Biblia es palabra de Dios, está inspirada por él, pero no ha caído directamente del cielo. Fue escrita en un lenguaje humano, vinculado a una historia, a una cultura y a formas literarias propias de épocas determinadas. Más aún, es el fruto de una experiencia. Son muchas las contingencias históricas que “amasaron” la Biblia y le dieron progresivamente su forma actual. Antes de ser “Escritura” la Palabra de Dios fue anuncio de vida». (Cursivas RVL)

Amigo lector, tal vez esta aclaración pueda no ser suficiente, pero creo que nos abre el campo de nuestro pensamiento acerca de qué es la verdad. Le agrega a todo lo dicho un tinte de relatividad  que puede incomodar a muchos. Sin embargo, nos hace más maduros y obligados a asumir nuestras responsabilidades personales respecto del grave problema de la verdad.

[1] Según la RAE: «persona que muestra buen juicio, prudencia y madurez en sus actos y decisiones».

[2] Ver su significado en la nota anterior.

[3] El oráculo de Delfos, situado en un gran recinto sagrado consagrado al dios Apolo, fue uno de los principales oráculos de la Antigua Grecia.

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