El futuro del BRICS ante la inestabilidad de Brasil – Por Marcelo Ramírez

Por Marcelo Ramírez*

La llegada del Año Nuevo parece ser propicia para sumergirnos en algunos hechos poco difundidos, pero que tienen gran importancia de cara a la conformación de un orden internacional diferente al actual, hegemonizado por los intereses del mundo anglosajón.

En primer lugar, podemos señalar que Rusia no ha aceptado pasivamente perder los 300 000 millones dólares en activos que Occidente confiscó y ha comenzado a dar sus primeras señales de molestia y de búsqueda de una solución alternativa.

Moscú ha comenzado a recorrer un camino distinto, empezando por advertir que tomará represalias contra aquellos que han tomado sus bienes. De esta manera transita un recorrido diferente a otras naciones que solo buscaron infructuosamente que les devuelvan su dinero por métodos legales según el modelo dominante.

Rusia también ha comenzado a advertirles a las empresas occidentales que deben pagar sus deudas en materia energética en la moneda de los contratos vigentes. Esto no contradice el anterior decreto de Putin que obligaba a vender en rublos porque las ventas siguen con las condiciones pactadas, solo se cambia lo referido a las deudas a fin de evitar que los deudores puedan esgrimir excusas para no cumplir con sus obligaciones contractuales.

De esta manera, Putin busca exhibir al mundo entero cómo los países occidentales son pocos fiables, dejando a la vista de todos que buscan excusas para robar dineros y activos y no pagar sus deudas.
Otras naciones que hoy son equidistantes comenzarán a dudar donde depositar sus activos o cómo cobrar las deudas y no ser víctimas de un proceso de impago como Rusia. Asimismo, plantea a futuro un reclamo advirtiendo que quienes se sumen a los EE. UU. y se queden con activos rusos, simplemente tendrán que afrontar las consecuencias una vez que Rusia termine sus asuntos con el bloque atlantista.
¿Vale acaso los 300.000 mil millones para Occidente el desprestigio en el mundo económico? Quedarse con ese dinero puede resultar otro bumerán más para Occidente.

El Decreto No. 961, que responde a la decisión de poner un tope al precio del barril ruso, va en el mismo sentido de demostrar que Rusia no tiene miedo ya a sanciones occidentales y que está dispuesta a pelear palmo a palmo cada espacio con sus enemigos.

El mayor país de la tierra ha decidido que esta vez sus antiguos socios occidentales, como solía llamarlos Putin, han ido demasiado lejos y se ha preparado pacientemente para una respuesta. Un juego de ajedrez geopolítico donde el líder ruso ha planificado varios movimientos por delante y a cada desplazamiento occidental responde con una jugada ya calculada que va asfixiando a sus adversarios.

Rusia ha decidido también que la UE no es ya un socio confiable y que no puede seguir orientando su economía hacia Europa. Luego de múltiples advertencias que buscaban llamar a la reflexión a los líderes europeos para que vean sus propios intereses ligados a energías y materias primas rusas y no el interés estadounidense, finalmente ha aceptado la realidad de vasallaje de Bruselas y ha decidido reorientar su economía y sus intereses.

Es así entonces que ha buscado reflotar un viejo proyecto que data de las épocas de Pedro I, también conocido como Pedro el Grande, que ha sido también impulsado por Stalin y Reza Pahlavi, el antiguo Sha iraní. Esta es una ruta económica que permitirá reducir los tiempos y ser más segura, totalmente fuera del alcance occidental, el proyecto transcaspiano.

Moscú ha concertado esta iniciativa nuevamente con Teherán, buscando utilizar el Mar Caspio para unir el Golfo Pérsico con Rusia. Para ello se está haciendo una inversión del orden de los 25.000 millones de dólares, que una vez terminado facilitaría el intercambio comercial entre la India, las repúblicas de Asia Central y Rusia. Este proyecto había fracasado por desacuerdos entre las partes, debido a las presiones anglosajonas sobre el Irán de la dinastía Pahlavi, pero que ahora, siendo que la revolución islámica es enemiga de Occidente, ha recobrado impulso. La necesidad de avanzar tomó fuerza en el 2016 y se ha consolidado definitivamente al ver Irán que sus pretensiones de que Occidente deje de lado las sanciones por el tema nuclear, son inviables.

Este acuerdo, al igual que la OBOR (One Belt, One Road) de China, comienzan a marcar una fractura con un profundo impacto geopolítico. Las naciones asiáticas y Rusia, con una demografía que explica más de la mitad del mundo, simplemente se preparan para cortar amarras con Occidente y entretejer nuevas rutas comerciales que imbriquen a sus economías.

Occidente, a fuerza de sancionar y aislar a quienes no le responden como espera, ha ignorado esta herramienta y no ha sopesado bien como sus economías han sido ya largamente sobrepasadas por la asiática. A medida que pasa el tiempo, la situación de pérdida de control por parte del mundo anglosajón se hace cada vez más notoria.

Que Arabia Saudí se acerque a China y Rusia desobedeciendo a EE. UU. o que Turquía se muestra cada vez más rebelde, tiene una explicación.

Erdoğan se ha cansado de los desprecios de la UE a su país y ve cómo las oportunidades de China y otros son mayores que las que presenta Bruselas, y cuya propia existencia está en duda.

Con este panorama, Rusia y China han decidido aportar a la Organización de Cooperación de Shanghái, aprovechando que ya hace años se había consensuado tener una coordinación de materia de Seguridad, lo que puede tomarse como una semilla de una futura alianza militar.

Esta organización es la más numerosa y poderosa en la que Occidente no ha podido participar y es conducida por países que son independientes de la influencia de Washington. Si bien hay distintos intereses, es un prototipo perfecto en donde no hay una influencia occidental observable, directa y que puede sabotear sus iniciativas.

Bien, uno podría preguntarse también sobre el papel del BRICS como estructura sobre la que montar un nuevo orden internacional.

El BRICS padece de un problema de origen, podríamos decir. El término nace en el año 2001 por una idea del economista de Goldman Sachs, Jim O’Neil, para agrupar a los principales mercados emergentes que a su juicio serían los principales en el mundo en los años venideros.

Esta idea, nacida en el mismo año que otras expresiones como los Tigres Asiáticos, para describir grupos de naciones con características determinadas y prometedoras, recién tomó una cierta dosis de formalidad con las reuniones de las autoridades de los países mencionados 7 años después.

Esta forma tan particular de formarse, terminó por crear un grupo ecléctico, con diferencias notables y cuya estabilidad ha variado con el tiempo, influidos por los vaivenes internos políticos de algunos de sus miembros, en especial Brasil.

Su conformación no tiene estructuras formales y las decisiones se toman únicamente por consenso, lo que da una idea de democracia muy bonita en los papeles, pero poco práctica en la realidad.
China, por ejemplo, tiene el mismo peso teórico que Sudáfrica, algo que a todas luces no es real y pude dificultar que las grandes naciones apoyen esta idea como única.

Si vemos el caso particular de Brasil entenderemos que se haya formado en forma paralela el RIC (Rusia, India y China), excluyendo a los dos socios menores. Esto no tiene relación con la capacidad económica particularmente, sino con la incapacidad política de ser previsibles y sostener proyectos a largo plazo.

Brasil comenzó su participación con Lula, pero lo hizo en un entorno muy diferente al actual. Rusia aún era una nación relativamente amiga de Occidente, China era parte de ese occidente librecambista e India intentaba poder combatir su extrema pobreza, proveyendo al resto del mundo de un mercado potencial enorme.

Claro que con el correr del tiempo las cosas fueron cambiando. En el 2007 Putin hizo su famoso discurso de Múnich, pero pocos en Occidente tomaron nota y habría que esperar hasta el 2014 con la recuperación de Crimea para ver una Rusia que se distanciaría de Occidente.

Es importante notar que Lula para ese entonces ya no era el presidente de Brasil y si lo era Dilma Rousseff. Lula había dejado la presidencia en el año 2011 y la hostilidad manifiesta contra Rusia desde Occidente, que comenzó a aplicar sanciones, fue recién a partir del 2014. Lula entonces nunca tuvo que gobernar en un clima de hostilidad abierto entre Rusia y Occidente, durante su gestión siempre tuvo el aire suficiente para mantener un equilibrio. La situación cambió radicalmente a partir de la recuperación de Crimea y se redujo notablemente el espacio neutral. Volviendo a Dilma Rousseff, la nueva presidenta había comenzado a distanciarse de las políticas de su antecesor aplicando ideas de ajustes inscriptas en el marco neoliberal de la economía.

Dilma tuvo además una acción que preanunciaba que los tiempos habían cambiado, que el giro “populista” de distribuir las riquezas al menos parcialmente mejor, había terminado y comenzaban los modelos de ajuste económico de la mano de las ideas de género que bajaban de Washington.

En este nuevo marco se produce la Cumbre de Fortaleza en el año 2014. La Argentina había sido invitada por el grupo BRICS, aunque en lo formal la invitación le correspondía al país anfitrión.
India y China querían que Argentina se sumara al BRICS, mientras que Rusia tenía algunas dudas, pero no se oponía. Dilma no aceptó esa idea y tomó una camino distinto, invitando al resto de las naciones de la región a que participen en la Cumbre. Esto fue hecho con la idea de licuar la presencia de la Argentina y así enviar una señal de que Brasil se oponía a que el grupo se extienda.

Esta actitud fue leída como la idea de Brasilia de que su país sea el único representante de la región, algo que sonaba lógico teniendo en cuenta que también quería una banca permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Sin embargo, Dilma ya había obstaculizado la conformación del Banco del Sur que los BRICS se proponían, hoy Nuevo Banco de Desarrollo (NDB).

La caída de Dilma y la llegada de su vicepresidente Michel Temer al poder produjo un giro lento en favor de los EE. UU., y la situación del BRICS se desmadró cuando ganó las elecciones Jair Bolsonaro, con un profundo discurso antichino y pro-EEUU. Corrían los tiempos de Donald Trump.

La respuesta, no explícita del eje del BRICS, fue avanzar con la idea del RIC y dejar en espera a ese grupo. Obviamente, no podían seguir avanzando con un país abiertamente pro estadounidense, pro occidental y hostil con China.

Pero como la vida tiene muchas vueltas, y la geopolítica trata de intereses y estos pueden cambiar, Bolsonaro vio caer a su padrino Trump y se encontró aislado internacionalmente.

Seguramente sin más opciones, y muy probablemente sin comprender profundamente que su modelo de gobierno socialmente conservador era incompatible con el woke Joe Biden y su grupo, que se había formado en la era Obama, “O Capitão” fue acercándose a Rusia y haciendo guiños a China.

Obtuvo fertilizantes, contratos en energía nuclear y tuvo gestos seguramente pedidos por Rusia y China, como es la idea de Guedes de sumar al Nuevo Banco de Desarrollo (NDB) a la Argentina de Alberto Fernández, con el cual Bolsonaro había tenido duros e infantiles cruces indignos de dos mandatarios, esto es solo explicable a partir de ese cambio.

Pese a todas las señales, Bolsonaro siguió confiando en el sistema partidocrático y en una Justicia tutelada por los EE. UU. que primero había encarcelado a Lula y luego lo había liberado para que compita por la presidencia. Si alguna duda aún persiste, la prensa corporativa viraba y presentaba a Lula como un estadista preso por sus ideas políticas, junto a Bolsonaro como la personificación del fascismo.

El resto es historia reciente, Lula asume la presidencia condicionado por causas judiciales, con apoyos de Biden, de los líderes europeos, de la prensa y de grupos económicos como el representado por el mayor banco de Brasil, el Itaú, su margen de maniobra parece muy escaso para cambiar el rumbo de su país. Ni siquiera podemos asegurar que esas sean sus ideas debido a las declaraciones que ha ido haciendo y por la conformación de su gobierno, absolutamente alineado con la “izquierda” woke regional, de marcada orientación antirrusa. Bien podríamos sospechar sobre las verdaderas intenciones y pensar que un movimiento interesante por parte de los Estados Unidos, sería poner a Lula como Presidente y desde allí obstaculizar las acciones, así como la ampliación de los BRICS.

La política no se basa en buenas intenciones sino en hechos concretos y tangibles, desde este punto de vista, el actual gobierno de Lula difícilmente pueda manifestarse independiente de los intereses de Washington. Finalmente, es irrelevante cuál es la voluntad de Lula, la que queda solo reducida a una cuestión anecdótica para debatir en una mesa de café.

Dentro de este marco, seguramente Rusia reafirmará sus convicciones y seguirá dentro del BRICS, Brasil es un elemento importante y deseable, pero inestable y sujeto a las presiones de EE. UU. Es también esperable que tanto Rusia como China tomen sus precauciones con respecto a la presencia de Brasil dentro de los BRICS.

La lectura de la situación completa nos permite anticipar cuestiones ampliamente debatidas, pero que dados los condicionamientos políticos, no tienen muchas alternativas probables. El presidente argentino Alberto Fernández anunció su intención de entrar al BRICS en un intento de ganarse un punto con una sociedad cansada de sus desaciertos y desoyendo las advertencias de quienes le indicaban que en Washington, donde se decide la suerte de la economía local por su endeudamiento, no iba a caer bien esta idea. Por supuesto que una vez de regreso del viaje simplemente el tema cayó en el olvido, mientras que se reafirmaron las políticas de género y feministas opuestas a las del BRICS y se optó por viajar a ver los F16 estadounidenses semi obsoletos y condicionados en lugar de los rusos, que se descartaron solo por eso, por ser rusos. ¿Los JF 17 chinos? Otros espejitos de colores para mantener el relato antiimperialista del gobierno K.

Esto es lo que hace un aspirante a ser parte de una asociación estratégica con Rusia. No era muy difícil de prever que Argentina no tiene planes reales de sumarse al BRICS, pero si lo hiciera sería objeto de desconfianza, al igual el Brasil de Lula.

Lula tiene una política coincidente en la mayoría de los ejes con los Fernández y en las mismas materias que provocaron los cruces entre la Embajada rusa en Canadá y el gobierno de ese país. En el caso del líder de Brasil, la cuestión de la internacionalización del Amazonas, que ha sido soslayada por Lula, quien además ha impulsado la idea de la explotación de la UE de esa área y apoya los reclamos indígenas sobre esos territorios, constituyen un problema para poder pertenecer al BRICS. Lula hoy está en una situación muy diferente a la de su gobierno anterior, su popularidad es baja, su gobierno asume en medio de unas elecciones controversiales hasta el punto de que el STF a través de su presidente Alexandre de Moraes ha impuesto una férrea censura contra quienes se atrevan a cuestionar el proceso electoral.

Hoy Lula no tiene tampoco el espacio para navegar entre China, Rusia y EE. UU., la guerra está marchando y EE. UU. les exige a sus acólitos que manifiesten su apoyo. Lula puede salir, algo dudoso, o trabajar desde dentro para evitar que el BRICS crezca. La incorporación de Argelia, Turquía, Arabia Saudí, Indonesia, Nigeria y otros candidatos debe contar con la aprobación unánime de los socios iniciales. Lula tendrá la última palabra sobre el tema. Por ello también podemos comprender que la jugada sino-rusa es seguir adelante con el BRICS, pero en segundo nivel y apostar a la OCS, donde la influencia del mundo anglosajón es sensiblemente menor.

 


*Marcelo Ramírez es analista en Geopolítica y director de AsiaTV.

 

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