Por Ricardo Vicente López
Con un título provocativo y entusiasmante, Arnold Gehlen (1904-1976) ha publicado Antropología filosófica: Del encuentro y descubrimiento del hombre por sí mismo (1993). Su autor fue un investigador, sociólogo y filósofo que criticó el positivismo de las ciencias sociales estadounidenses por la chatura de la epistemología que las sustentaba. Su editor y prologuista escribió en la introducción:
«Tras la modestia de un pensamiento que debe reconocer la dificultad que tiene para atrapar directamente o en la mera representación las ideas directrices, que acepta que la investigación empírica es indispensable, Gehlen afirma que la meta de su filosofía es encontrar las instituciones fundamentales y sus nociones rectoras. Pero, a partir de ahí, su ambición es más amplia: no sólo abarcar disciplinas tan distintas como la morfología, la fisiología, la psicología, la lingüística, etc., sino también intenta que los conceptos e ideas que se empleen en su modelo del hombre sean específicos para este objeto hombre y, además, lo bastante generales como para ser aplicables tanto al aspecto físico como al psíquico, como por ejemplo el concepto de acción. El resultado -que parte de la intención de elaborar una imagen del hombre que explique su actitud cultural como ser biológico- interesará igualmente a un amplio abanico de lectores: no sólo a quienes se sientan ya atraídos por el propio título, sino también a todos aquellos que experimenten una cierta curiosidad por las acciones y producciones del espíritu humano».
Transcribo estas palabras, un poco duras para un ciudadano de a pie, que necesita romper el rígido marco en el que desenvuelven las investigaciones de las llamadas “ciencias sociales”, razón por la cual aparecen conceptos que sólo sirven a los imperios dominantes para elaborar sus políticas de sometimientos. Siendo estos conceptos apropiados por el periodismo internacional, comienzan a circular por los ámbitos ciudadanos convirtiéndose de “sentido común”, entendido éste, de una manera más sencilla:
«Se comprende por sentido común a una manera de no pensar y de no analizar crítica o científicamente hechos y fenómenos de la sociedad, dados como naturales y concretos sin investigaciones metodológicas previas. Al aceptar estos hechos sin argumentos, escapan al rigor científico y a toda clase de análisis críticos. Dado que lo «común» (a diferencia de los cinco sentidos establecidos), no es parte de lo cognitivo (natural), sino una construcción sociopolítica. El sentido común es la antítesis al pensamiento crítico, ello ha posibilitado el uso manipulador que han ejercido los centros del poder sobre los grandes públicos masificados».
Esta introducción se la presento, amigo lector, para ponerlo en tema sobre la nota que le voy a comentar. Trata de un tema que se ha deslizado por el sentido común. Pero esto no debe sorprendernos, si ud. ha seguido mis notas sobre la manipulación de la opinión pública y sus resultados sobre el racismo – publicadas en esta columna.
El autor no es muy conocido en el ámbito público: Ilán Semo Groman: es un investigador, académico e historiador. Licenciado y Maestro por la Universidad de Humboldt (Berlín). Posee estudios de posgrado por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y una Especialidad en Historia Contemporánea por el Departamento de Historia de la Universidad de Chicago. Acépteme tanto academicismo que en este caso sale al cruce de lo que publica la charlatanería pseudo-científica que pulula en los medios públicos. El título, sintético, con pocas palabras como para cerrar cualquier comentario fácil: No existen las razas, fue publicado en el periódico de la Universidad Nacional de México. Comienza afirmando una denuncia:
«Otro motivo del fracaso de las teorías antropológicas de conjunto es que una ciencia de este tipo debería incluir numerosas ciencias particulares: biología, psicología, epistemología, lingüística, fisiología, sociología, etc. El mero hecho de orientarse en medio de ciencias tan diversas no sería fácil, pero mucho más cuestionable sería la posibilidad de encontrar un punto de vista desde el que pudieran dominarse todas esas ciencias en relación a un solo tema. Tendrían que derribarse los muros entre dichas ciencias, pero de un modo productivo, ya que de ese derribo se conseguirían materiales para la nueva construcción de una única ciencia: Biólogos, genetistas, zoólogos, historiadores que conformaron un equipo internacional multidisciplinario de 500 científicos llegó a la conclusión de que las razas no existen.
No existe juicio contemporáneo más común para definir al otro o a los otros que el aspecto físico de la gente. Es una definición a veces pública, a veces soterrada, casi siempre cargada del aura y de la explosividad de un concepto asimétrico que parece moverse a una velocidad infinita, es decir, de manera impensada. El concepto de raza, que fija significados en tres niveles distintos (aunque simultáneos). 1) Desde Linneo [[1]], en el siglo XVIII, lo utilizan los lenguajes de la ciencia para categorizar y caracterizar a diferentes poblaciones humanas. 2) A partir del siglo XIX, ingresa en las constituciones políticas y documentos oficiales de todos los países del orbe para consagrar o dejar sin derechos a grupos sociales enteros. 3) Y en el sentido común, funge como arma inclemente de las ideologías y los discursos de élites dominantes para estigmatizar y sobreexplotar al mundo subalterno (y así cerrar su paso a las esferas del poder y la legitimación social).
En Estados Unidos, por ejemplo, no existe documento oficial que no contenga alguna forma de definición racial. En América Latina, las constituciones de nueve países lo emplean para categorizar sus cartografías sociales: Brasil, Perú, Colombia entre otros. En la Constitución mexicana aparece en el segundo apartado del artículo tercero, según la reforma de 2019.
Desde el siglo XIX, la historia del continente se escribe invariablemente desde las premisas de los lenguajes de la racialidad [[2]]. En Estados Unidos para cartografiar a una nación de migrantes (principalmente europeos) que acabaron exterminando a los pueblos originarios y esclavizando a las poblaciones afro-estadounidenses. En México, la triada indígenas/ mestizos/peninsulares sirvió para crear los órdenes culturales que se preservan hasta hoy, en los que el criollismo y la pictocracia [[3]] blanca dominan los centros del principio de politicidad. En Brasil, europeos, asiáticos, pobladores originarios y afro-brasileños habrían formado un supuesto crisol, en el que invariablemente se subyugan a estos dos últimos.
¿De dónde provienen estos discursos y lenguajes sociales?
En el siglo XVIII fue el botánico y naturalista Carl von Linneo el primero en dividir al género humano en cuatro razas: blancos (inteligentes y pasionales), rojos (obcecados y rectos), amarillos (melancólicos, avaros), negros (indolentes, agresivos). Hoy este mapa humano se antoja como la fábula de una casa del terror de alguna feria perdida en un poblado sueco del siglo XIX, pero que sirvió como método central para desarrollar los lenguajes de la expansión colonial y, finalmente, para enfrentar a Occidente contra sí mismo en el holocausto de la Segunda Guerra Mundial. A Linneo le siguió Friedrich Blumenbach [[4]] con un estudio de la relación entre la fisonomía de los grupos sociales y su adaptabilidad a las condiciones climáticas. Paradójicamente, Blumenbach medía la extensión de los cerebros para establecer sus investigaciones. Fue Ernst Haeckel [[5]] quien llevó el método racial a su más patética consagración. Apoyado en la teoría de la evolución darwiniana, dividió a la humanidad en 12 especies y 32 razas. Al mismo tiempo, estableció las características de los diferentes grupos de su tipología. Muy abajo se hallaban los papúes, los hotentotes y los xosas, que según Haeckel estaban más cerca de los mamíferos que de los europeos civilizados. En la historia de las ideas de Occidente, otro capítulo de la historia universal de la infamia.
¿Pero existen realmente las razas?
En 2019, 500 científicos se dieron cita para debatir sobre el tema en la ciudad de Jena (Alemania) precisamente donde vivió y trabajó Haeckel. Biólogos, genetistas, zoólogos, historiadores, un ensamble realmente multidisciplinario, llegó a la conclusión de que, dadas las ya abundantes pesquisas sobre el genoma y la genética humanas, las razas no existen. Desde los estudios que datan del descubrimiento del genoma, se puede inferir que todos los individuos del género humano cuentan con 99.99 por ciento de genes y ADN idénticos. Sólo sus configuraciones cambian. Y los rasgos que determinan el aspecto físico de las personas obedecen tan sólo a 0.01 por ciento del material genético. En principio existe sólo una raza: la especie humana. Y todas sus diferencias se deben a causas climáticas, de alimentación, sociales, políticas, económicas e ideológicas. Nunca biológicas, como explica Agustín Fuentes en el documental ¿Por qué la ciencia afirma que las razas no existen? (Deutsche Welle, 8/21).
La clave del mensaje del encuentro de Jena se expresa en su declaración central. Dice así:
“No hay razas. Al menos, no en los humanos. Primero existió el racismo, es decir, la idea de que cada grupo de personas tienen un valor diferente, y luego la ciencia siguió el camino. El concepto de raza es el resultado del racismo y no su premisa”.
La relevancia de esta conclusión es fundamental. Fue el racismo moderno, a partir del siglo XVIII, el que creó los lenguajes sobre las razas y no viceversa. Y sus derivas perduran con toda intensidad hasta la fecha. Las razas son construcciones sociales destinadas a afianzar la unidad de élites dominantes, y hacer preservar la sujeción de vastas mayorías de la población, a través de ontologías y discursos sobre el orden de los cuerpos y sus formas de actuar. El problema del cuerpo de los otros aparece aquí como una fábula y una teología política. La fábula de la autoselección redimida de un orden social y la teología del cuerpo deseado. De ahí la demanda urgente, al menos, de erradicar el término de raza de toda documentación oficial».
Podría yo agregar: ¡Tema concluido!, pues bien, sería una ingenuidad de mi parte. Para expresarlo en términos bélicos: sería un enfrentamiento entre un grupo de académicos armados contra los ejércitos de la OTAN. Todo el sistema se opone a que estas afirmaciones se divulguen, y esto está defendido con todo el poder de fuego del sistema burgués-capitalista. El mérito se lo lleva la Universidad Nacional de México: www.jornada.com.mx/2016/07/12/opinion/016a2pol.
[1] Carlos Linneo (1707-1778) también conocido después de su ennoblecimiento como Carl von Linné, fue un científico, naturalista, botánico y zoólogo sueco.
[2] Es una categoría más como pueden ser el género o la sexualidad. Estrictamente una persona racializada es alguien que recibe un trato favorable o discriminatorio en base a la categoría racial que la sociedad le atribuye, según RAE.
[3] Pictocracia o plutocracia forma de gobierno en que el poder está en manos de los más ricos o muy influido por ellos.
[4] Johann Friedrich Blumenbach (1752 – 1840) fue un naturalista, antropólogo, médico y psicólogo alemán. Fue el creador de la llamada antropología física, que se ocupaba del estudio de la morfología de los diversos grupos humanos según el método de la anatomía comparada.
[5] (1834-1919) fue un naturalista y filósofo alemán que popularizó el trabajo de Charles Darwin en Alemania, creando nuevos términos y conceptos como «ecología», «filo», «ontogenia», «filogenia», «monofilético» o «polifilético».