El capitalismo como máquina de masacrar personas. Parte I – Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

En esta serie de notas propondré un análisis del proceso por el cual hemos llegado a habitar un mundo sorprendente: en él la mercancía ha desplazado la dignidad humana y la ha arrojado a los márgenes más imprevisibles e indignantes. Tal vez esta afirmación puede presentarse como un poco brutal. Es posible, pero creo necesario aplicar una especie de terapia de shock para sacudir la conciencia del ciudadano de a pie que se ha ido sumergiendo muy lentamente, a lo largo del siglo XX, con más violencia en su segunda mitad y comienzos del XXI. En todo ese tiempo no ha advertido (aunque era muy improbable de que hubiera podido hacerlo) los mecanismos perversos que la última etapa de la globalización ha diseñado y utilizado para ese propósito.

Los mecanismos utilizados en el siglo XX han logrado el aporte mercenario de las ciencias sociales al servicio de la manipulación del hombre (aunque es probable que haya sido de modo inconsciente) por lo cual los poderes internacionales han dispuesto de un arsenal científico que desplegó una gran cantidad de técnicas tras ese objetivo. Se podría afirmar que éste ha sido uno de los últimos pasos de un proceso que comenzó con la Revolución Industrial del siglo XVIII. Erich Fromm [[1]] (1900-1980) nos dijo del período de posguerra, estas palabras:

«Nuestro empeño en dominar la naturaleza y en producir más bienes, hace que hayamos transformado los medios en fines. Hemos querido producir más en los siglos XIX y XX para  dar al hombre la posibilidad de una vida humana más digna; pero, en realidad, lo que ha pasado es que la producción y el consumo se han convertido en fines: han dejado de ser medios para convertirse en fines, así que estamos produciendo y consumiendo como locos».

Este notable investigador afirma, como consecuencia:

«El hombre se convierte en una cosa, se lo trata y se lo maneja como tal, y las llamadas “relaciones humanas” son las más inhumanas, porque son relaciones “cosificadas” y “alienadas”».

La utilización generalizada de los conocimientos de la psicología clínica, la psicología profunda, la psicología social, la antropología, en manos de especialistas en técnicas de mercado (la mercadotecnia) se han aplicado al manejo del consumidor y del trabajador, al manejo de todo el mundo de la producción, al ser incorporadas, además, las técnicas de las campañas políticas. Sostiene Fromm que las ideas clásicas de democracia a partir de un ciudadano responsable:

«En la práctica se distorsionan cada vez más, por la utilización de los mismos métodos que se desarrollaron primero en la investigación de mercado y después en las “relaciones humanas”».

A todo ello se suma también, como resultado posterior de la Revolución Industrial, la distorsión del trabajo del obrero industrial o del oficinista sometido a tareas repetitivas, monótonas, sin un sentido claro para el trabajador que desconoce los porqué debe hacerlo, porqué y para qué, aunque intuye que el objetivo fundamental es el sagrado lucro de la sociedad capitalista. Al no encontrar sentido al trabajo realizado, al experimentar  que éste nada le aporta a su realización humana, se va convirtiendo sólo en una parte, cada vez más pequeña, de la monstruosa maquinaria total de la que se siente como una pieza más, intercambiable en tanto tal. Estamos, claramente, frente a la  cosificación de la que nos habla  Fromm:

«La maquinaria social, gobernada por una gran burocracia, hace que el hombre, inconscientemente, o no, odie su trabajo, porque se siente atrapado en él, prisionero de él, porque siente que está gastando la mayor parte de su energía en algo que no tiene sentido en sí mismo».

Se puede comprender mejor cómo y por qué la manipulación padecida por el hombre de los últimos siglos lo ha convertido además en una marioneta del mercado, manejada por los hilos de una publicidad planificada científicamente y aplicada al logro supremo de convertirlo en un sumiso consumidor. El itinerario que propongo recorrer se justifica, si logramos comprender la maraña ideológica que gobierna hoy nuestro mundo, de la que sólo podremos liberarnos en la medida que nos liberemos de sus mandatos.

Por ello la idea de publicar esta serie de notas es con-vocar a una reflexión, que se detenga y demore en un proceso de rumia (no alcanza con leer y comprender) de las ideas que vayan apareciendo. La intención es pro-vocar [[2]] la necesidad de pensar y re-pensar el  tiempo en que nos ha tocado vivir. Este tiempo presente se nos muestra bajo una condición paradójica: podemos vivir, percibir, padecer, disfrutar como actores o espectadores directos. Sin embargo, por una extraña condición del hombre moderno, pasamos muy rápidamente ante lo que está presente en nuestra mirada, por lo que no siempre vemos todo, y lo que ha sido visto es apreciado dificultosamente.

Nos llevamos la sensación de haber captado la verdad de lo acontecido sin comprender que esa mirada está cargada de pre-juicios, en su acepción etimológica (‘juicio previo’, como tal ignora por no haber revisado críticamente y, por ello, ingenuo), por lo que sólo hemos captado una versión sesgada, fragmentaria de la realidad. D e  allí la invitación es a re-flexionar sobre lo acontecido y sobre lo que de ello hemos podido recoger en la conciencia. Nada sencillo, pero sí imprescindible para una comprensión más profunda de la realidad social. Dice el filósofo argentino Enrique Dussel [[3]], con mucha sabiduría:

«Es siempre así, y ha sido siempre así, lo más habitual, lo que “llevamos puesto”, por ser cotidiano y vulgar, no llega nunca a ser objeto de nuestra preocupación, de nuestra ocupación. Es todo aquello que por aceptarlo todos pareciera no existir; a tal grado es evidente que por ello mismo se nos oculta».

Creo que esta condición de nuestra conciencia — de observar el acontecer como si se mirara por la ventanilla de un tren en marcha— está impregnada por males de la época. Es que se fue adentrando en nosotros  la actitud de una especie de espectador-consumidor, un modo cotidiano, condicionado por el formato de las noticias televisivas. Esta experiencia, que ha sido la consecuencia de una “educación” (muy bien estudiada y planificada del sistema multi-mediático). Largamente elaborada en los laboratorios del poder estadounidense concentrado. Ha sido el resultado del acostumbramiento a la percepción del ritmo que le imprime la técnica del videoclip:

«Una pieza muy corta filmada que está realizada con un ritmo muy rápido, más parecido al de la publicidad que al del cine». Consiste en lanzar una catarata de imágenes que habitúa al espectador-consumidor a dejarse invadir por la velocidad, por el impacto visual, al subordinarse a esta sensación, impide todo intento de comprender lo qué se comunica. El propósito buscado ha sido que, ese modo de la percepción nuble la posibilidad de desarrollar una mirada reflexiva y crítica sobre el acontecer diario. El valor de la noticia dura muy poco, y desaparece para dejar lugar a la que sigue, por lo cual nada permanece, con ello que se le quita todo valor permanente.

La expresión coloquial referida a esta sensación es quejarse: “¡cómo se pasa el tiempo, sin darnos cuenta!”, o la sensación contraria “¡Qué lento va esto!”, que, en su aparente contradicción, expresan el sentimiento de que el tiempo es ajeno a nuestra voluntad. Somos como parias del tiempo (La palabra paria carga históricamente con un significado peyorativo,  señala a los seres humanos marginales, explotados, invisibilizados como integrantes decisivos de la sociedad, estigmatizados por la marca del desprecio, condenados a la humillación y el escarnio). Esto nos condena a seres des-personificados, perdidos en una multiplicidad de encrucijadas, sin tener criterios para elegir. La elección se nos impone como si viniera de otro lugar: pasamos de elector a ser elegidos. La vida “nos pasa”, el tiempo nos es extraño.

 

[1] Destacado psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista alemán. Miembro del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad de Frankfurt.

[2] El verbo provocar viene del latín provocare (llamar para hacer salir, estimular, provocar, desafiar), compuesto del prefijo pro- (hacia adelante), y el verbo vocare (llamar).

[3] Es reconocido internacionalmente por su trabajo en el campo de la Ética, la Filosofía Política, la Filosofía latinoamericana y en particular por ser uno de los fundadores de la Filosofía de la liberación,