El atlantismo transformó a la izquierda en un monigote a su servicio – Por Marcelo Ramírez

Por Marcelo Ramírez

¿Existe la izquierda en el mundo hoy? Una pregunta que debemos hacernos en los tiempos que corren y atrevernos a aceptar el valor de los hechos reales, aun cuando desmientan o se contrapongan a nuestros conceptos preexistentes.

En primer lugar, debemos definir que es lo que entendemos como izquierda en líneas generales para tratar de unificar nuestras ideas sobre un lenguaje similar.

La definición debe escapar a los convencionalismos o a la historia, porque en realidad lo que nos interesa saber es que papel representan hoy las fuerzas que se autodefinen como de izquierda, y aun cómo las identifican aquellas fuerzas que no se identifican a sí mismas como de izquierda.

Si mencionamos que la izquierda representa el cambio en oposición a la derecha conservadora que mantiene el statu quo, en realidad quedamos atrapados en conceptos superficiales.

El cambio por sí mismo solo implica una variación, que puede ser positiva o negativa, dependiendo desde donde parte y que es lo que propone. Este es el primer problema con el que vamos a tropezar, todo cambio no es intrínsecamente bueno o malo, depende del contexto.

Esto derriba conceptos como la necesidad de “cambiarlo todo”, propio del feminismo en los últimos años. La “deconstrucción” no es más que la destrucción de todo lo preexistente para reemplazarlo por políticas novedosas, aunque no sean más que titulares sin mucha profundidad. La destrucción de un modelo social, sin una propuesta profunda que establezca un nuevo marco regulatorio con nuevos ejes en las relaciones dentro de la sociedad, es un salto al abismo.

Las propuestas que hoy esgrime la izquierda y el progresismo, a lo que vamos a considerar indistintamente debido a la coincidencia en los ejes temáticos, se basan en meros eslóganes.

La improvisación de las pautas de convivencia que desafían la evolución histórica no solo es francamente ridícula sino peligrosa. Podemos ver a título de ejemplo como ha sido la evolución del sistema jurídico occidental, que ha establecido el principio de inocencia, y ahora es desestimado con argumentaciones políticas de escaso fundamento.

No es posible basar una acusación en la palabra exclusiva de un denunciante dada su sexualidad u otras cuestiones particulares que lo colocan en una posición de presunta vulnerabilidad.

No hay datos que puedan corroborar que hoy en Occidente haya colectivos que sean vulnerados por su condición de género o sexo, más aún, podemos apreciar la evolución de una serie de prebendas por ser precisamente consideradas poblaciones vulnerables. El relato simplemente se impone a los datos verídicos, sin embargo, ni las fuerzas políticas ni la prensa se interesan demasiado en ello.

Pero inclusive aceptando esa presunta vulnerabilidad, no alcanzaría a considerar la ruptura con el principio de inocencia sin acarrear graves consecuencias para la credibilidad del sistema en general, tanto legislativo, como ejecutivo y judicial.

Las campañas del feminismo de “yo te creo, hermana” o del “me too”, no son más que expresiones que no deberían ser consideradas porque carecen de fuerza probatoria alguna, sin embargo, la presión política y mediática han corrido los ejes mencionados y obligan a sentencias condenatorias sin pruebas reales.

Las acusaciones son políticas y muchas veces las condenas también. El sinsentido crece hasta el punto que vemos en la Argentina que se busca establecer una norma jurídica que permita recusar a los jueces por cuestiones de género, señaladas como dictaminadas con falta de perspectiva de género.

Por supuesto que no queda claro quién o con base en qué se interpreta qué es la perspectiva de género y qué la viola o no, por supuesto los mismos colectivos minoritarios militantes establecen, en consecuencia, qué es violatorio y qué no. No es de extrañar entonces que esto termine siendo una espada de Damocles sobres las cabezas de los jueces que deberán, si quieren conservar su trabajo, aplicar una normativa que responde a una decisión política.

Siglos y siglos de evolución del Derecho que terminan por ser desechadas en función de la deconstrucción. Cambiamos el principio de inocencia por el “yo te creo, hermana”

¿Podemos afirmar que el cambio ha sido positivo? A todas luces es un retroceso enorme que solo traerá injusticias y aprovechamientos de todo tipo. 

La izquierda/progresismo apoya estas ideas, que son evidentemente de cambio, revolucionarias, y, sin embargo, no aportan nada positivo. Quien mantenga la posición de respetar el principio de inocencia, será señalado como conservador y eso lo descalifica.

Hay innumerables ejemplos de este tipo de contradicciones. Algunas niegan las razones más científicas apelando a piruetas en el lenguaje que permite afirmar que puede haber mujeres con pene.

Para ello apelan no a la biología o a la medicina, sino simplemente a conceptos abstractos y opinables que carecen del más mínimo rigor de constatación científica. La autopercepción tiene más validez que la biología que establece claramente la distinción por sexos, algo que puede ser acompañado por ejemplos absurdos como malformaciones o problemas genéticos que produzcan seres humanos con características especiales en su aparato reproductor. Estas anomalías luego se utilizarán para justificar la existencia  de múltiples sexos y de allí hacer una deriva que los confunde con géneros.

Este tipo de cuestiones simplemente son el eje de los problemas que plantea la izquierda/progresismo, sus fuerzas se enfocan a ello y olvidan algunas de las bases importantes. Hemos visto en los últimos años cómo dejan de lado las reclamaciones económicas que apenas cumplen un papel secundario y olvidan los cambios revolucionarios en la tenencia de los medios de reproducción de la economía.

La idea misma de Justicia Social es dejada de lado, y con ello el principal objetivo que sería un reparto más justo de la riqueza, para reemplazarla por la cuestión de género y en el Primer Mundo venido a menos, por la ecología.

Este uso lo hace de una manera tan brutal que los sectores menos lúcidos han festejado el cierre de plantas de fertilizantes y la vuelta a la producción artesanal, aun cuando eso significa la hambruna para cientos de millones. El último paso del gobierno neerlandés de cerrar 3.000 establecimientos altamente emisores de nitrógenos, básicamente producciones agrícolas, es una muestra de hasta donde pueden llegar. En medio de una crisis alimentaria que amenaza con abarcar a toda Europa, la mejor idea es cerrar producciones de alimentos por “cuestiones ambientales” incomprobables. No es la primera iniciativa, la producción y consumo de carnes rojas es un tema cada vez más perseguido y se ofrece como alternativa el consumo de insectos en las escuelas de esa nación, una de las más ricas del mundo.

Todas estas políticas caen en la órbita de la izquierda, que acalla las críticas acusando de fascista a cualquiera que intente deslizar alguna oposición, por más mínima que sea.

El cambio de la izquierda revolucionaria, de otrora que buscaba eliminar los privilegios de clase, es sustituido por la lucha contra los privilegios del hombre blanco, del macho opresor, de la opresión heterosexual, señalando como responsable de todos los males habidos y por haber a la influencia del hombre blanco, cis, hetero y católico. ¿Y si ese hombre es pobre y vive en la calle? No importa, mantiene sus privilegios de todos modos por encima de multimillonarios deconstruidos.

Es evidente que si analizamos sin prejuicios lo que es la izquierda hoy, si nos atrevemos a aceptar que hemos sido engañados por décadas con causas impopulares, la conclusión es que esa izquierda no solo no es antisistema, sino que es pro sistema.

Si tenemos alguna duda aún a que responden podemos observar sus fuentes de financiamiento, ONG y Fundaciones que tienen fondos de las naciones más capitalistas y de las corporaciones más poderosas. No vamos a extendernos en este tema por cuestiones de tiempo, pero lo más concentrado del capitalismo apoya casi sin fisuras la deconstrucción.

Curioso que financien su propia destrucción, aun aquellos que creen que son conquistas arrancadas por la lucha, deberían preguntarse por qué las luchas no consiguen resultados económicos cuando la desocupación crece y el nivel de vida se desploma en todos lados.

Si queda alguna duda podemos también ver el alineamiento geopolítico de las naciones. EE. UU., el Reino Unido, Alemania, Francia, Suecia y las principales economías occidentales apoyan radicalmente estas políticas. Lo que ha sucedido con la UE sancionando a Hungría y a la propia Polonia, por no imponer legislación de género a la usanza occidental, nos ahorra muchas explicaciones.

Quienes se oponen a esto son encabezados por Rusia, quien ha penalizado la propaganda LGBT, lo mismo sucede con Irán, China, Corea del Norte, los países africanos en su mayoría, los del sudeste asiático, solo por mencionar algunos casos.

Todos estos países son quienes se oponen a Occidente y lo enfrentan con las armas. 

Podríamos citar el papel de la industria cultural, musical, de entretenimiento, la universidad, y la lista es interminable. Cada uno de los resortes de poder del atlantismo se alinean con estas políticas que defiende la izquierda/progresismo.

No hay que ser demasiado informado para comprender que si algo está sucediendo es que estas ideologías poco tienen que ver con lo que declaman. Hábilmente, han identificado cuáles eran los ejes que se oponían al capitalismo globalista financiero y han puesto en marcha una política de cambio de contenidos manteniendo el mismo envase.

Los jóvenes que tienen una naturaleza cuestionadora, pero carecen de experiencia, fácilmente han sido captados por estas políticas, aunque ya empezamos a ver que la moda pasa y muchos cuestionan estos enfoques.

Los mayores, cansados de la lucha, confundidos por la propaganda o simplemente seducidos por el dinero, han aceptado el cambio. Siguen con la identificación como izquierda/progresismo, siguen cantándole al Che Guevara o diciéndose marxistas, pero no son más que una sombra de lo que fueron, una imagen invertida reflejada en un espejo. Por conveniencia, nostalgia, por no comprender lo que sucede, muchas son las razones que explican este cambio.

El atlantismo ha sido brillante, dejó de combatir a la izquierda revolucionaria, la infiltró, la debilitó y la transformó en un monigote a su servicio. Ahora puede aplicar sus políticas clásicas de ajuste, despoblamiento y bélicas amparado en su defensa de los derechos de las minorías y del planeta.

Si no ha implosionado Occidente, incluyendo la periferia americana, con la destrucción de la industria, la caída brutal de las condiciones de vida, pandemias altamente sospechosas, imposiciones de ideologías disolventes y antipopulares y finalmente, la guerra, es porque el activismo político ha sido cooptado por el mismo sistema que dice combatir.

Enfocado en la lucha contra un fascismo inexistente, el control es absoluto porque aquellos que escapan de estas ideas son canalizados hacia la crítica antisistema libertaria, que no es más que una fábula diseñada con el propósito de captar disconformes sin formación política. Estos últimos luchan a su vez contra un comunismo que, como hemos visto, no existe y no es más que una expresión del mismo sistema que pretenden defender.

Los libertarios se dividen en distintas disidencias controladas por el mismo poder que manipula a la izquierda y el progresismo. Desconocen que sus ideas económicas son incompatibles con una sociedad moderna compleja, donde sus propuestas no son más que utopías irrealizables que hábilmente son explotadas por el sector más concentrado.

El patético ejemplo dado por el bolsonarismo, enfrascado en una lucha contra el comunismo y contra China, cuando en realidad han sido estafados por los EE. UU., muestra hasta donde la voluntad anti valores globalizadores no alcanza si no se encuadra en un marco político adecuado.

Bolsonaristas manipulados por EE. UU. (e Israel), contra lulistas controlados por los mismos, muestra como el disenso no existe, así como la lucha contra el fascismo y el comunismo son irreales. Un falso enfrentamiento que distrae y divide, pudiendo inclusive llevar a un país a su propia destrucción vía revolución de color.

La instalación de conceptos emotivos como “odiadores”, el planteo ante las divergencias de la ”cancelación” dan a un sector las herramientas para generar un enfrentamiento simplemente por no disponerse a debatir con sus adversarios. Como con el fascista odiador no se discute, simplemente nunca se enteran de lo que piensa el otro.

Desde la otra vereda, la enorme confusión entre el comunismo soviético desaparecido, la incomprensión de procesos regionales más nacionalistas que socialistas, la falta de entendimiento sobre como funciona el confucionismo que confunden con el marxismo, termina por cerrar el círculo.

Fuera de esta ecuación quedan aquellos que tratan de mostrarse ajenos a esta disputa, nacionalistas con una concepción del Estado protagonista, defensores de las costumbres tradicionales, han sido atacados desde ambos lados. En este sector es donde más se encuentran elementos antisistema, pero experimentan enormes dificultades porque han sido proscritos de todos los medios de comunicación o redes sociales.

Los debates entre izquierda y libertarios se dan a diario en los medios, sin embargo, a nacionalistas reales es casi imposible verlos, no son tenidos en cuenta y eso ya de por sí explica cuál es su relación con el poder real.

Un problema más se suma a este grupo y es cierta cuota de altivez y soberbia ante sus adversarios, debido generalmente por una mejor formación cultural y política, que esconde cierto aire de individualismo y vedetismo.

Las fuerzas de este sector deben entender que no alcanza con ser testimoniales, que deben no solo unirse, sino dar a conocer su pensamiento por todos los medios posibles, siendo además receptivos con aquellos de los otros dos grupos que están desorientados.

La construcción de una fuerza requiere alcanzar una masa crítica que necesita el empleo de una buena dosis de inteligencia y practicidad, junto a un modelo comprensivo y abarcador.  

Si bien  los sectores nacionalistas son los más antisistemas, luchan contra el Poder real y todas sus herramientas en condiciones desfavorables. Pero como nunca antes, tienen un contexto internacional muy favorable, donde el modelo multipolar se levanta contra la hegemonía anglosajona con enormes posibilidades de éxito. Es hora entonces de prepararse para el desafío conquistando mentes y corazones confundidos, pero que necesitan una guía.


*Marcelo Ramírez es analista en Geopolítica y director de AsiaTV

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