Por Ricardo Vicente López
El final de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), mostró un panorama que reconfiguraba el escenario internacional. El triunfo de los aliados (Gran Bretaña, Francia, Rusia, entre los principales, en 1917 se sumó los EEUU) y la gran derrotada, que fue Alemania. La novedad, de ese cuadro político-militar, fue la nueva presencia de un país muy grande convertido al socialismo: Rusia. Esta presencia fue, para muchos investigadores, una de las causas del reinicio del conflicto en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Algunos se atreven a decir que, en realidad, fue sólo una guerra en dos etapas. La segunda terminó con el triunfo de los aliados (Gran Bretaña, Francia, EEUU y la URSS). Lo inaceptable para el mundo occidental era la existencia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) fortalecida (el peligro rojo) lo cual dio lugar a un largo período posterior que se denominó la Guerra Fría.
El General Dwight D. Eisenhower (1890-1969), Comandante Supremo victorioso de las fuerzas aliadas, fue elegido presidente de los Estados Unidos (1953-1961). Lo significativo para nuestra investigación es lo siguiente: fue un hombre de derecha, miembro del Partido Republicano y en condición de tal accedió a la presidencia. Al terminar su segundo periodo, el 20-1-1961, en el acto de entrega del mando al nuevo presidente John Kennedy (1917-1963), pronunció un famoso discurso. Fue tal el impacto que quedó en el recuerdo por su definición de la nueva estructura del poder que se había desarrollado en los Estados Unidos de posguerra. La definió como el Complejo militar-industrial –expresión que él acuñó−. Leamos algunas de sus palabras:
Hasta el último de nuestros conflictos mundiales, los Estados Unidos no tenían industria armamentística (¿¡?!). Los fabricantes norteamericanos de arados podían, con tiempo y según necesidad, fabricar también espadas. Pero ahora ya no nos podemos arriesgar a una improvisación de emergencia de la defensa nacional; nos hemos visto obligados a crear una industria de armamentos permanente, de grandes proporciones. Añadido a esto, tres millones y medio de hombres y mujeres están directamente implicados en el sistema de defensa. Gastamos anualmente en seguridad militar más que los ingresos netos de todas las empresas de Estados Unidos.
Esta conjunción de un inmenso sistema militar y una gran industria armamentística fue, según sus palabras, algo nuevo para la experiencia estadounidense:
Su influencia total (económica, política, incluso espiritual) es palpable en cada ciudad, cada parlamento estatal, cada departamento del gobierno federal. Reconocemos la necesidad imperativa de esta nueva evolución de las cosas. Pero debemos estar bien seguros de que comprendemos sus graves consecuencias. Nuestros esfuerzos, nuestros recursos y nuestros trabajos están implicados en ella; también la estructura misma de nuestra sociedad. En los consejos de gobierno, debemos estar alerta contra el desarrollo de influencias indebidas, sean buscadas o no, del complejo militar-industrial. Existe y existirán circunstancias que harán posible que surjan poderes en lugares indebidos, con efectos desastrosos. Nunca deberemos permitir que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades ni nuestros procesos democráticos.
En la reunión en EEUU de la Conferencia Nacional sobre la Reforma de los Medios (NCMR) (2008), encuentros en los que se debate el tema de los medios y sus dificultades para expresarse con libertad, se realizó una encuesta entre los miles de participantes para estudiar las ideas que imperaban. Una de las preguntas de esa encuesta se refería sobre si creían en la existencia de un complejo militar-industrial-mediático que promueve la dominación militar mundial de EEUU: recibió una aprobación del 87%. Los participantes coincidieron sobre el crecimiento del poderoso grupo de dominación global que existe dentro del gobierno de EEUU, de los medios y en la estructura política nacional: un grupo neo-conservador de unos pocos cientos de miembros que comparten la meta de afirmar la potencia militar estadounidense en todo el mundo. Este Grupo Global de Dominación, se ha convertido en una poderosa fuerza a largo plazo en unilateralismo militar y procesos políticos de EEUU, en cooperación con los grandes contratistas militares, los medios corporativos y las fundaciones conservadoras.
El sociólogo estadounidense Charles Wright Mills (1916-1962), en su libro “La élite del poder”, publicado en 1956, demostró cómo la Segunda Guerra Mundial solidificó una trinidad de poder en EEUU, en que las corporaciones, el aparato militar y el gobierno integraban una estructura centralizada que trabaja al unísono a través de los “más altos círculos” de contacto y decisiones. Este poder creció con la Guerra Fría y, después del 11 de septiembre, con la Guerra Global al Terrorismo se convirtió en casi omnipotente. Comenzó a ser calificado, por importantes investigadores como el Estado Profundo.
Las conclusiones de la Conferencia Nacional sobre la Reforma de los Medios, mencionada antes, definieron algunas de sus consecuencias:
La agenda de dominación global también incluye la penetración en los Directorios de los grandes medios corporativos en EEUU. En 2006 solamente 118 personas tenían la calidad de miembro de las juntas directivas de los diez megagrupos del “big media”. Estos mismos 118 individuos se sentaban, al mismo tiempo, en los Consejos Directivos de 288 corporaciones nacionales y transnacionales. Cuatro de las diez mayores corporaciones de medios tienen en sus juntas directivas a representantes de las mayores compañías contratistas del ministerio de Defensa: William Kennard (New York Times), Carlyle Group.- Douglas Warner III, (NBC), GE, Bechtel.- John Bryson: (Disney, ABC), Boeing.- Alwyn Lewis: (Disney, ABC), Halliburton.- Douglas McCorkindale: (Gannett), Lockheed-Martin.
Las informaciones que fui agregando, respecto de la composición del Estado Profundo (de quiénes lo componen y a qué intereses responden), tienen el propósito de ofrecerle, amigo lector, un cuadro de situación del mundo actual. Él permite valorar en toda su medida las palabras del General Dwight D. Eisenhower, por lo que dice, por quien lo dice y por el momento que eligió para decirlas. El tiempo transcurrido, más de cincuenta años, nos ofrece una óptica profunda y abarcadora del panorama actual y de la historia que se desarrolló desde entonces.
Por todo ello vamos a seguir analizando ese importante discurso por las sorprendentes afirmaciones y definiciones políticas que hizo públicas. Debemos tener presente que parecen contener algo que se podría pensar como consejos y/o advertencias, según se las interprete. También es necesario subrayar que el presidente que lo sucedía, John F. Kennedy, era un joven político demócrata de 43 años, perteneciente a una familia tradicional adinerada y de poca experiencia en temas político-militares.
El asesinato posterior, a dos años y medio de haber asumido, se presenta como el cumplimiento de una profecía. Esto les otorga un valor innegable a las palabras del discurso:
Similar, y en gran medida responsable por los profundos cambios de nuestra situación industrial y militar, ha sido la revolución tecnológica durante las décadas recientes. En esta revolución, la investigación ha tenido un papel central; también se vuelve más formalizada, compleja, y cara. Una proporción creciente de la misma se lleva a cabo bajo la dirección, o para los fines, del Gobierno Federal… De la misma manera, la universidad libre, la fuente histórica de las ideas libres y del descubrimiento científico, ha experimentado una revolución en la manera de llevar a cabo la investigación. En parte por las enormes cantidades que conlleva, un contrato con el gobierno se vuelve virtualmente el sustituto de la curiosidad intelectual… La perspectiva de que los académicos de la Nación puedan llegar a estar dominados por el Gobierno federal, por la concesión de proyectos y por el poder del dinero, está más que nunca ante nosotros, y es un riesgo que debe considerarse muy seriamente… debemos estar alerta ante el peligro contrario e igualmente serio de que la política que ha de velar por el interés público se vuelva cautiva de una élite científico-tecnológica.
Prestemos mayor atención a la afirmación siguiente, que sorprende por el momento en que fue lanzada. En esa época la cuestión ecológica no figuraba en ninguna agenda política:
Al atisbar el futuro de nuestra sociedad, debemos — vosotros y yo, y nuestro gobierno– evitar la tendencia a vivir únicamente para el día de hoy, saqueando por comodidad y facilidad los preciados recursos del mañana. No podemos hipotecar los bienes materiales de nuestros nietos sin arriesgarnos a que se pierda además la herencia política y espiritual que les dejamos. Queremos que la democracia sobreviva para todas las generaciones por venir, no que se transforme en el fantasma insolvente del mañana.
No cabe menos que sorprendernos de palabras que encierran una clarividencia asombrosa respecto del curso que comenzaban a tomar las políticas de Estado, con especial énfasis en la política exterior. El militarismo fue creciendo, convirtiéndose en un imperialismo expreso y cínico. Falleció en 1969, en plena guerra de Vietnam, lo que le habrá permitido, me atrevo a decir, corroborar su diagnóstico y sus profecías. Debo confesar que el personaje me genera grandes contradicciones: sospechar, sobre todo ante las consecuencias posteriores del desarrollo de la política de los gobiernos sucesivos, de la honestidad de ciertos modos de plantear algunos temas. Se puede, tal vez, suponer cierta ingenuidad en la expresión de sus deseos. Lo que tenemos ante nosotros son sus palabras y las interpretaciones deben quedar libradas para quienes las leen. Yo me hago cargo de mi parte inocente. Sigamos leyendo lo que sus palabras expresan:
Por el largo camino de la historia que aún se ha de escribir, los Estados Unidos saben que este mundo nuestro, que cada vez se vuelve más pequeño, debe evitar convertirse en una comunidad de horribles temores y odio, y ser, en cambio, una orgullosa alianza de confianza y respeto mutuo. Una alianza tal ha de ser entre iguales. Los más débiles deben venir a la mesa de conferencias con la misma confianza que nosotros, protegidos como estamos por nuestra fuerza moral, económica, y militar. Esa mesa, aunque marcada por las cicatrices de muchas pasadas frustraciones, no puede abandonarse en favor de la agonía segura del campo de batalla.
Un aspecto insoslayable de lo dicho, que merece varias reflexiones, como marco político internacional, lo impone la aparición de las armas nucleares que debía tornar prácticamente imposible una Tercera Guerra Mundial. Debemos recordar las palabras que entonces pronunciara Albert Einstein: «No sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, sólo sé que la Cuarta será con piedras y lanzas», con las que expresaba las terribles consecuencias de una guerra con armas nucleares. Dentro de ese marco cultural y político que el General mostraba conocer, dijo:
El desarme, con honor y confianza mutuos, sigue siendo un imperativo. Juntos debemos aprender cómo solucionar nuestras diferencias no con las armas sino con el intelecto y las intenciones decentes. Precisamente porque esta necesidad es tan vital y evidente, confieso que abandono mis responsabilidades oficiales de gobierno con un claro sentimiento de decepción. Como alguien que ha sido testigo del horror y la tristeza que deja la guerra — como alguien que sabe que otra guerra podría destruir totalmente esta civilización que se ha construido tan lentamente y con tantos sacrificios a lo largo de miles de años — desearía poder decir esta noche que hay una paz duradera a la vista.
Y se despidió con estas últimas palabras como presidente de los Estados Unidos:
Felizmente, puedo decir que se ha evitado una Tercera guerra. Se ha llevado a cabo un progreso continuado hacia nuestra meta última. Pero ¡queda tanto por hacer! Como ciudadano particular, nunca dejaré de hacer lo poco que pueda para ayudar al mundo a avanzar por ese camino.
En sus reflexiones de militar retirado, haciendo un repaso de todo lo vivido, escribió esta confesión con palabras que dicen y sugieren muchas cosas:
“Odio la guerra como sólo un soldado que la ha vivido puede hacerlo, sólo como alguien que ha visto su brutalidad, su futilidad, su estupidez”.
Me parece, amigo lector, que su discurso de entrega del mando a Kennedy deja mucho para pensar, por lo que sugiere, por lo que afirma, por lo que denuncia, y por las muchas cosas que calla. Son palabras graves de alguien que vivió en un mundo descarnado, cínico, despiadado, en el que tuvo en sus manos un inmenso poder y que, por sus experiencias, se atrevió a decir cosas que muchísimos otro han callado.