Por Ricardo Vicente López
El concepto democracia lo hemos heredado del latín tardío democratĭa, que, a su vez lo recibió del griego dēmokratía. El término alude a la forma de gobierno que concede a los ciudadanos el ejercicio del poder político. Si bien se pueden encontrar antecedentes históricos en la Grecia clásica y en la República romana, su carta de ciudadanía la adquirió en el siglo XVIII, como consecuencia de los cambios políticos y económicos introducidos por la Revolución industrial inglesa (1750-1800) y la Revolución francesa (1789). Sus expresiones fundantes fueron la Constitución estadounidense (1776) y la Constitución francesa (1791), por la que quedó Francia configurada como una monarquía constitucional. Poco después con la abolición de la monarquía en 1792 se constituyó República Francesa. En un discurso famoso del presidente de los EEUU, Abraham Lincoln en 1863, consolidó una definición de democracia, como: “El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
Después de esta breve introducción debemos pasar ahora al análisis de la representación política, es decir, de las formas de selección y elección de los funcionarios de la República. El modelo político aceptado como el mejor para la representación del pueblo ha sido la Democracia representativa. Ella introduce el concepto de representatividad como modo de expresión de lo que el ginebrino Jean Jacques Rousseau (1712-1778) denominó la voluntad general. Se puede leer en wikipedia:
“El término voluntad general fue utilizado por el filósofo suizo Jean Jacques Rousseau en su famoso libro El contrato social (1762). Los conceptos de “contrato social” y “voluntad general” fueron decisivos para dar fundamento a la idea de democracia. La voluntad general sigue siendo un concepto fundamental para entender la toma de decisiones en democracia. Es un modo de resolver las dificultades que aparecían en el camino de la conformación del contrato social. Rousseau plantea que dicho contrato propone: “Encontrar una forma de asociación capaz de defender y proteger, con toda la fuerza común, la persona y los bienes de cada uno de los asociados, de modo tal que cada uno de ellos, en unión con todos, solo se obedezca a sí mismo, y quede tan libre como antes”.
Existen distintos tipos de democracia. Cuando el pueblo ejerce el poder sin que intermedien representantes, se habla de democracia directa. En cambio, cuando el pueblo gobierna a través de representantes elegidos mediante votaciones periódicas y libres, se trata de una democracia representativa.
En la actualidad, la mayoría de los países han adoptado este modelo, la democracia representativa como forma de gobierno. Cada cierta cantidad de tiempo, los habitantes participan de un proceso electoral para elegir a los funcionarios que se encargarán de dirigir el gobierno. De las elecciones surgen los jefes de Estado, diputados, senadores, etc. Con la representatividad se trata de reproducir la sociedad civil en el parlamento por medio de los representantes que aquélla elige. Sin esta presencia los electores no podrían controlar a sus representantes políticos.
Según el filósofo británico John Stuart Mill (1806-1873), el gobierno representativo es la forma ideal de gobierno. En su libro Consideraciones sobre el gobierno representativo (1861), afirma que una de las tareas más importantes del gobierno representativo no es legislar. Sugiere que los órganos representativos, como los parlamentos y los senados, son los más adecuados para el debate público sobre las diversas opiniones de la población. Por tal razón deben actuar como guardianes de los legisladores que crean y administran las leyes y políticas.
En la página www.sil.gobernacion.gob.mx se publica el siguiente comentario:
“El académico italiano Norberto Bobbio señala que históricamente se fue consolidando el modelo a partir de los movimientos constitucionalistas de las primeras décadas del siglo XIX a través de dos vertientes: 1) la ampliación del derecho al voto hasta llegar al sufragio universal y, 2) el avance del asociacionismo político que estableció los partidos políticos modernos. El paso de los regímenes monárquicos a los republicanos significó el arribo de la Democracia Representativa a través del mayor cargo del Estado bajo la figura de la Presidencia. De esta forma, es común que en los regímenes democráticos actuales sean considerados la mejor forma para ejercer el poder político democrático en sociedades de masas. Argumentando que permite una decisión eficaz por un número suficientemente pequeño de personas en nombre del número mayor, la comunidad política”.
Sin embargo, no todos ven en este sistema una forma ideal. Han aparecido algunas críticas respecto de su funcionamiento. Robert Michels (1876-1936), sociólogo y politólogo alemán, especializado en el comportamiento político de las élites intelectuales, sostiene en su libro Partidos políticos (1911), que la mayoría de los sistemas representativos se han ido deteriorando hacia una oligarquía o partitocracia.
Veamos este comentario de www.google.com.ar:
“La partitocracia, es un interesante concepto que refleja perfectamente la realidad española actual [aunque hay otras]. Es un término que se utiliza para designar el sistema de gobierno en el cual, aunque teóricamente se vive en democracia, los actores principales y únicos del panorama político son los grandes partidos políticos. Esto se conoce como la ley de hierro de la oligarquía”.
En la página www.ssociologos.com se puede leer este comentario:
“Robert Michels investigó a principios del S. XX la contradicción entre la lucha por la democracia que en ese momento realizaban los partidos socialistas y la ausencia de democracia en su funcionamiento interno. Esta investigación se hizo extensible a todos los partidos y demás organizaciones políticas, y los resultados quedaron plasmados en su obra mencionada. La conclusión de Michels fue demoledora: Ningún partido u organización es democrática porque “la organización implica la tendencia a la oligarquía. En toda organización, ya sea un partido político, un gremio profesional u otra asociación de ese tipo, se manifiesta la tendencia aristocrática con toda claridad”. ¿Por qué? Para explicarlo Michels formuló la que denominaría “Ley de hierro de la oligarquía”: “La organización es la que da origen al dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Quien dice organización, dice oligarquía”.
La palabra “oligarquía” tiene una doble acepción, según el Diccionario: “1.- Forma de gobierno en la cual el poder político es ejercido por un grupo minoritario” (es la que utiliza Michels); y “2.- Grupo reducido de personas que tiene poder e influencia en un determinado sector social, económico y político”, es la que utiliza el lenguaje coloquial. Creo que se podría afirmar que el concepto “oligarquía”, según lo presenta Michels, es una consecuencia necesaria de las complejidades organizacionales. En este sentido, explicó que:
“A medida que se desarrolla una organización, no sólo se hacen más difíciles y más complicadas las tareas de la administración, sino que además aumentan y se especializan las obligaciones hasta un grado tal que ya no es posible abarcarlas de una sola mirada”.
Es decir, a medida que van creciendo como organizaciones, el trabajo en los partidos se va complicando y con ello su organización. ¿Es esto extensible al concepto democracia como tal? Aceptando esta tesis del autor me surge la pregunta sobre ¿dónde radica el comienzo de la dificultad? Se podría contestar, con cierta ingenuidad, que no se debería permitir el crecimiento de las organizaciones para que éstas se mantengan dentro del carácter romántico que le atribuía Rousseau. Pero este autor pensaba dentro del clima de una sociedad pequeña, como era la Ginebra (Suiza) de mediados del siglo XVIII. Estaba muy lejos de su imaginación las grandes urbes posteriores a la Revolución industrial.