Por Ricardo Vicente López
En esta nota quiero proponerle, amigo lector, reflexionar sobre algo que nos pasa sin que nos demos cuenta de ello. Por ejemplo: hemos ido incorporando una actitud de espectador, sentados en una platea virtual. Esta actitud ya es tan nuestra que sólo, si hacemos un ejercicio de introspección, podremos detectarlo. Pero este ejercicio no debe tener carácter psicoanalítico. Se puede revelar su presencia a través de una reflexión crítica de nuestro modo de pararnos ante el mundo y aceptar sus reglas de juego. Se puede definir esa actitud como la de un espectador.
El sistema comunicacional concentrado ha ido acostumbrándonos a ser simplemente espectadores. Permítame, amigo lector, que incurra en un viejo vicio mío: recurrir al origen de las palabras para tener una definición más clara de su significado. La palabra espectador, de origen latino, “spectator”, refiere “al que tiene el hábito de mirar y observar, y puede servir de testigo o apreciador de algo”. En tanto espectador nos asumimos como un ciudadano pasivo que sólo puede emitir alguna opinión o crítica. La actitud pasiva nos recluye en la recepción de la información que recibimos sin preguntar nada sobre ella. Simplemente la consumimos sin preguntar quién la ha enviado, por qué y para qué nos la envías, si es todo lo que se puede decir sobre el tema, si no puede haber otra versión sobre lo que trata, etc.
Este modo de ubicarnos ante el escenario local, nacional e internacional, no es nuevo. Es el resultado de dos condiciones que se fueron imponiendo por el peso del desarrollo histórico de la sociedad capitalista. Sólo, a título informativo, con el compromiso de volver sobre este tema, señalo algunos acontecimientos que fueron muy bien recibidos por el consenso mundial de Occidente. Pero qué significa consenso, recurro a wikipedia:
Se denomina consenso al acuerdo producido por consentimiento entre todos los miembros de un grupo o entre varios grupos. La “falta de consenso” expresa el disenso. El consenso se diferencia de una mayoría en que cuando una mayoría se pone de acuerdo también hay una minoría que disiente, en cambio en el consenso no hay disenso. Una decisión por consenso, no obstante, no implica un consentimiento activo de cada uno, sino más bien una aceptación en el sentido de no-negación.
Hay definiciones que encierran y ocultan una confesión. La última frase es una joya, que la traduzco en estos términos: todos los que no se oponen se los considera que aceptan y apoyan. Se desprende de allí, entonces, que ¿la Revolución Industrial inglesa del siglo XVIII fue consensuada? La sociedad de masas, como resultado de las grandes transformaciones que se produjeron, ¿fue consensuada? ¿La Primera Guerra mundial fue el resultado de un consenso de todos los países beligerantes? Agrego ahora, para seguir en nuestra reflexión, la aparición de los medios de comunicación (periódicos, radios, televisión) ¿fue el resultado de un gran consenso? ¿Es muy arriesgado decir que el camino de la sociedad moderna fue diseñado en sus grandes líneas, por una sector minoritario pero poderoso de la burguesía europea? Entonces, debemos aceptar que los consensos brillan por su ausencia en los momentos decisivos de la historia de la historia de la que somos parte.
La conducta del consumidor de información fue analizada por el filósofo francés Guy Debord (1931-1994) en su libro La sociedad del Espectáculo (1967). En otro momento volveré sobre este tema. Lo que me interesa traer a la reflexión ahora es detenernos en las consecuencias que esa actitud convertida en hábito, ya muy generalizada y hasta naturalizada, como conducta colectiva. Todo aquello que pasa a convertirse en hábitos cotidianos compartidos se desvanece de nuestra captación perceptiva y se desvanece, se oculta, y pierde corporeidad. Deja de existir ante nuestra mirada adormecida por ese hábito.
Debemos agregar a ello que esos hábitos nos condicionan en una aceptación acrítica que no percibe los cambios que se van ido produciendo. Le recuerdo la conducta de la rana cuando se la sumerge en un gran recipiente con agua. Si el agua está hirviendo la rana salta y se escapa si, en cambio, el agua se va calentando lentamente la rana muere cocinada. Algo de esto sucede con la sociedad de masas. Sus componentes no perciben los cambios paulatinos, se van adaptando a ellos y, por tal razón, no los registra.
Veamos un cambio muy importante en nuestras sociedades democráticas. De ellas “sabemos que rige la libertad de prensa”, por lo tanto afirmamos que “no hay censura”. Esto es cierto sólo si por censura entendemos la prohibición parcial o total de decir o publicar ciertas opiniones. Un comentario crítico, muy repetido en el ámbito de las ciencias de la comunicación, pero que no aparece en la prensa diaria es el siguiente:
«Hoy el riesgo no es la censura por privación de información sino rigurosamente lo contrario: la censura por saturación, indiferenciación, ruido e interferencias: todo el mundo habla, nadie escucha, crece la despolitización».
Nuestra actitud de espectador no registra esta mutación de época, producida por la presencia ineludible de los grandes medios de información. Los estudios sobre la comunicación de masas constatan que los medios tienen efectos significativos en la sociedad. El Doctor José María Rubio Ferreres, Profesor titular del Departamento de Filosofía II de la Universidad de Granada, afirma lo siguiente:
Es difícil, por no decir imposible, infravalorar la importancia y el papel dominante que ha tenido y sigue teniendo el problema de los efectos, a pesar de que haya tenido en los diferentes períodos significativos cambios de matices y de planteamientos y de respuestas, más o menos conductistas o funcionales.
La figura intelectual de Walter Lippmann (1889-1974) en su obra La Opinión pública (1922 – tómese nota de la fecha) analiza de la formación de un modelo de opinión pública que depende de los medios de comunicación. Demostró que los medios informativos determinan los mapas cognitivos que nos hacemos de él. Amigo lector, le ruego que preste una atención especial a las palabras de alguien que es considerado una autoridad en la materia:
“Podemos tener la certeza de que en el ámbito de la vida social, lo que se denomina adaptación de los individuos al entorno tiene lugar por medio de ficciones. Cuando decimos ficciones no queremos decir mentiras, sino representaciones del entorno. La ficción cubre toda la gama, desde la alucinación pura al empleo plenamente consciente de modelos esquemáticos por parte de los científicos, e incluso a su decisión de que con respecto a un problema en particular, la exactitud más allá de un número determinado de decimales carece de importancia. Las ficciones pueden tener casi cualquier grado de fidelidad. Lo importante es tenerlo presente, para evitar llamarnos a engaño”.
Seguiré con este tema en próximas notas. Adelanto lo siguiente: la globalización sólo fue posible por este acondicionamiento del ciudadano en la sociedad moderna occidental.