Crisis de la personalidad del hombre sin horizonte – Parte III – Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

Parte III

Para retomar el tema de las crisis de identidad que, como una densa niebla gris, se va expandiendo sobre el mundo occidental, área sobre la cual aparecen la mayoría de los estudios realizados (tal vez por la mayor gravedad del problema), necesitamos una definición que circunscriba el análisis, es decir que recorte el espacio social del tema. Según lo que afirman un grupo de Psicólogos especialistas en el tratamiento de crisis de identidad:

«Una crisis de identidad es un periodo en el que la persona experimenta profundas dudas sobre sí misma, dudas sobre el sentido de la existencia, acompañadas de sentimientos de vacío y de soledad. Esto le produce una sensación de ansiedad al tratar de definir o redefinir quiénes somos y en qué momento vital estamos. La crisis de identidad ocurre, por lo general, durante un periodo específico de nuestra vida. Algunas personas no se sienten satisfechas y preguntan a sí mismos cosas como: «¿Qué pasaría si…?». Este pensamiento se presenta junto con un fuerte sentimiento de impotencia para integrar diversos aspectos de la identidad».

Debo hacer acá un comentario personal para aclarar los modos con los cuales la Psicología, en su versión terapéutica, se aproxima al tema. Este centro de interés define un modo de pensar el problema por lo cual la investigación se centra en la relación personal entre el profesional y el paciente. El resultado de este tipo de investigación parte de la experiencia personal. Una óptica más abarcante la podemos encontrar en los enfoques de la Psicología Social.

Investigadores como los del Centro para el Estudio de la Integridad de la Universidad de Essex (Gran Bretaña) han investigado el fenómeno desde una perspectiva social. Han escrito sobre, lo que han caracterizado como: “una creciente crisis en la que la gente está cada vez más dispuesta a aprobar comportamientos en ellos mismos y en otros, que antes hubiesen sido considerados deshonestos, inmorales, injustos y antisociales”. Esto parece adquirir una conducta más grupal:

«La personalidad anti-social se ha convertido en una parte integrante de los mecanismos del capitalismo de consumo moderno. Pero, como también apunta el sociólogo Charles Derber, el autor de “Sociedad antisocial” (Sociopathic Society) en 2013: “El cambio climático es un síntoma del carácter antisocial de nuestro modelo capitalista”».

Nos plantean la siguiente definición: «La empatía es la piedra angular de la civilización y la facultad de la inteligencia humana sobre la que se sostienen las sociedades plenamente funcionales». Sin embargo, estos lazos culturales, emocionales, comunitarios parecen haber comenzado a debilitarse:

«La evidencia muestra que está desapareciendo el “carácter social” global. Usando datos de 127 países y más de 100.000 valoraciones, El Informe sobre “Estado del corazón” (State of the Heart Report) de 2016 mostraba que la empatía era uno de los componentes de la “inteligencia emocional” general estaba desapareciendo más rápidamente».

Agrega una cita del sociólogo Zygmunt Bauman [1] (1925-2017), respecto a los mecanismos psicosociales del capitalismo de consumo que remiten a disociaciones morales inevitables. En la “Ceguera moral – La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida” (Paidós, 2015), utiliza la antigua palabra estoica adiaforía (que significa “indiferentes”) para describir el consenso de indiferencia  que permite al capitalismo de consumo cumplir su promesa operativa de una siempre creciente “destrucción creativa”. Como resultado, escribe:

«Estamos en peligro de perder nuestra sensibilidad hacia el sufrimiento del prójimo, algo que se aplica igualmente a nuestra indiferencia, socialmente aprobada, hacia las generaciones futuras y el bienestar del planeta. En este ensayo analiza brillantemente la ceguera moral que define nuestras sociedades a partir de la indiferencia colectiva adiáfora: el acto de situar ciertos actos o categorías de los seres humanos fuera del universo de evaluaciones y obligaciones morales».

Esta descripción de las conductas sociales, desprendidas de toda responsabilidad social, nos presenta una sociedad como la actual, marcada por la banalización de la cultura y un consumismo tenaz. En ese cuadro social rara vez tenemos tiempo para detenernos en los temas verdaderamente importantes, y corremos el grave riesgo de perder nuestra sensibilidad ante los problemas de los demás.

«El mal no se limita a la guerra o a las circunstancias en que las personas actúan bajo una presión extrema. Hoy en día el mal se revela con más frecuencia en la cotidiana insensibilidad al sufrimiento de los demás, en la incapacidad o el rechazo a comprenderlos y en el eventual desplazamiento de la propia mirada ética. El mal y la ceguera moral acechan en lo que concebimos como normalidad y en la trivialidad y banalidad de la vida cotidiana, y no solo en los casos anormales y excepcionales».

Más adelante incorpora otra dimensión de este cuadro social:

«La ruina de la naturaleza es un supuesto implícito del sistema capitalista actual. Mientras que los términos “fatiga apocalíptica” y “fatiga del fin del mundo” se han unido a otros similares como “fatiga climática”, “fatiga medioambiental” y “fatiga verde”, todos ellos implican a una ciudadanía agotada de esquivar la catástrofe ecológica, lo que por supuesto, es ridículo. De hecho, hace unos 10 años, una caída especialmente brusca de la preocupación por el clima coincidió con una avalancha de investigaciones de gran calidad sobre el cambio climático, que alertaban a la población de la necesidad de tomar medidas urgentes. En el estudio más completo de su clase, titulado “Declive de la preocupación pública sobre el cambio climático” (mayo 2012) los científicos políticos Lyle Scruggs y Salil Benegal analizaron datos de los últimos 30 años y demostraron que la preocupación climática tiene una tendencia a la baja, mostrando en estos últimos años su descenso más intenso».

La actitud aparentemente suicida de abandono de la preocupación por el clima se achacó inicialmente a los problemas económicos, pero los investigadores medioambientales fueron descubriendo poco a poco que la educación, en lugar de ser la llave maestra para un comportamiento ético y responsable como podría pensarse, puede en realidad empeorar las cosas:

«El llamado “efecto cultural contraproducente”, se refiere a cómo la gente se rebela contra los hechos que invalidan sus creencias culturales reforzando estas aún más, incluso cuando son descaradamente equivocadas. Investigadores del Proyecto de Cognición Cultural de la Universidad de Yale estudiaron este efecto en relación a las opiniones sobre el cambio climático de los diferentes partidos políticos de Estados Unidos. Para los republicanos, la mayoría de los cuales no creen en el cambio climático, al aumentar su conocimiento sobre las realidades del cambio climático, estaban menos inclinados a creer en él. Para los demócratas, al aumentar su conocimiento sobre los hechos, eran más propensos a creer, incluso cuando conocían menos que los Republicanos. Esto demuestra que nuestras creencias son en menor medida producto de lo que sabemos, o de lo que está bien o está mal, que de quienes somos en virtud de nuestras identidades culturales».

Un sistema cultural dominante

Sin embargo, la razón por la que la población en general, sin tener en cuenta subgrupos, es tan inútil e imperturbable, y sus acciones tan antiéticas en comparación con lo que deben de ser en esta encrucijada tan fundamental de nuestra existencia, es que todo el mundo ha sido asimilado dentro de un sistema cultural dominante cuyos fluidos vitales son la indiferencia y la irresponsabilidad mercenaria de sus adeptos. La cultura del consumo ha dotado a sus “personalidades incompletas” con una mínima aptitud o motivación para la desobediencia constructiva. Mientras que la juventud ha sido históricamente el detonador del cambio social, la juventud actual sin ideales, son la generación más convencional y conformista de la historia –en su mayoría apiñados alrededor de una misma zona muerta de valores marcados por el mercado, significados comercializados y distracciones digitales.

[1] Sociólogo, Filósofo y Ensayista polaco-británico, especializado en temas como la modernidad y la posmodernidad, el consumismo, la globalización y la nueva pobreza.