¿Comunicación o información? Un programa de manipulación de la opinión pública. Parte IV – Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

El nuevo escenario, al que hace referencia Dr. Jean Mouchon en la nota anterior, es el que aparece como resultado de la conformación de una sociedad de masas. Esta reestructuración fue un cambio revolucionario en la sociedad tradicional, que vivía en una relación “cara-a-cara” con sus vecinos y la mayor parte de las noticias eran locales. Por ello afirma:

«El público estático de las comunidades locales, en el que implícitamente se basaba la concepción de  la opinión pública y la política liberal, se ha desintegrado bajo las condiciones que impone la vida contemporánea».

Nos está advirtiendo que la teorización sobre el funcionamiento de la información se ha basado en un pasado idílico, por ello idealizado. En una etapa del desarrollo de los medios en la que se limitaban al trabajo cotidiano de un periódico de pueblo, o de la provincia. Estos se caracterizan por recoger aspectos de la vida cotidiana. Por ello, afirma Mouchon, que es necesario: «desmontar el mito ilustrado-liberal del ciudadano omnicompetente».

Para fines del siglo XIX ese paisaje social ya había desaparecido. Lo reemplazó una sociedad de anónimos en la que ya se informaba, fundamentalmente, sobre los acontecimientos que producían en un mundo, que había comenzado a transitar el camino de la globalización. Este mundo había comenzado a monopolizar la información que se recibía a través de un entramado empresarial ligado  estrechamente al capital concentrado.

Todo ello configura un mundo en el que se debe estar alerta a la lectura crítica de todo esto para no engañarnos con los mensajes recibidos. También se puede entender así mejor las posibilidades que encontraron las élites políticas de los países centrales con el manejo concentrado de los medios de comunicación. Todo ello ofrece un instrumento eficiente para el control de ese rebaño que Walter Lippmann había definido, según analiza Noam Chomsky [[1]]. La mirada de  Lippmann, con una gran capacidad de penetración en sus análisis, nos guía para comprender cuáles son, según él, todas las piezas del aparato de dominación estadounidense, hoy globalizado. La maquinaria del sistema de comunicación, que no se reduce sólo a los medios:

«Así, tenemos un sistema educacional, de carácter privado, dirigido a los hombres responsables, a la clase especializada, que han de ser adoctrinados en profundidad acerca de los valores e intereses del poder real, y del nexo corporativo que este mantiene con el Estado y lo que ello representa. Si esos hombres “calificados” pueden ascender hasta allí, podrán pasar a formar parte de la clase especializada. Al resto del rebaño desconcertado básicamente habrá que distraerlo y dirigir su atención a cualquier otra cosa. Habrá que asegurarse de que permanezcan todos en su función de espectadores de la acción, liberando su carga, de vez en cuando, en algún otro líder de entre los que tienen a su disposición para elegir».

Queda expresado, con una claridad brutal un tema que, la idealización sarmientina del sistema educativo en nuestro país, no permitió comprender: ¿cuál es el papel asignado al sistema educativo en todos sus niveles?

El grupo de investigadores, analistas y teóricos del liberalismo siguió trabajando por décadas, a pesar que nada de ello haya sido público. El ocultamiento es parte de la teoría acerca de cómo ellos entendían la democracia made in USA. El aporte fundamental para las tareas del grupo lo aportó Walter Lipmann. Por ello nos dice Chomsky:

«Lippmann respaldó todo esto con una teoría bastante elaborada sobre la democracia progresiva, según la cual, en una democracia con un funcionamiento adecuado, hay distintas clases de ciudadanos. En primer lugar, los ciudadanos que asumen algún papel activo en cuestiones generales relativas al gobierno y la administración. Es la clase especializada, formada por personas que analizan, toman decisiones, ejecutan, controlan y dirigen los procesos que se dan en los sistemas ideológicos, económicos y políticos, y que constituyen, asimismo, un porcentaje pequeño de la población total».

A esta clase pertenecen también aquellas personas que comparten esas ideas y la ponen en circulación.  Continúa Chomsky:

<La tarea de este grupo selecto, en el cual se habla primordialmente acerca de qué hacer con aquellos otros, que son la mayoría de la población, quienes constituyen lo que Lippmann llamaba el rebaño desconcertado. Así pues, en una democracia se dan dos funciones: por un lado, la clase especializada, los hombres responsables, ejercen la función ejecutiva, lo que significa que piensan, entienden y planifican los intereses comunes; por otro, el rebaño desconcertado, que también tiene una función en la democracia, que, según Lippmann, consiste en ser espectadores en vez de miembros participantes de forma activa. Y la verdad es que hay una lógica detrás de todo eso. Hay incluso un principio moral del todo convincente: la gente es simplemente demasiado estúpida para comprender las cosas».

Este paternalismo, dicho con tanta aspereza, no puede hoy ser detectado fácilmente en nuestros medios, ni en gran parte de los académicos e investigadores que tratan el tema de los medios de comunicación, ya que hoy no se habla con la misma claridad que a principios del siglo XX. Pero hay por debajo de todo este análisis un debate que no aparece, por lo general, en los trabajos sobre los medios. Este debate debería asumir lo que Lippmann plantea con estas palabras, que trasuntan cierta amargura:

«Hoy [1925] el ciudadano de a pie se siente como un espectador sordo sentado en la fila del fondo. En este nuevo escenario político ya no se plantea remediar esta incapacidad del público. Al contrario, lo urgente es desmontar el mito ilustrado-liberal del ciudadano omni-competente, capaz de decidir con racionalidad sobre cualquier asunto; un mito que puede hacer mucho daño en una sociedad democrática compleja».

Amigo lector, si por momentos ud. percibe una reiteración en algunos temas, esto tiene por objetivo insistir en la denuncia de un programa de manipulación de la opinión pública, que se inicia a principio del siglo XX, como ya escribí en notas anteriores. Sin embargo, la prédica pertinaz de los medios hablándonos, machaconamente, de la maravilla de la democracia y de la libertad de prensa, ideas de un viejo liberalismo, cuyos principios han ido a parar al cesto de los papeles inservibles. Es tanto lo que se oye o se lee para tapar los propósitos del capitalismo burgués, que nuestra pelea tiene las características del mito de David contra Goliat, sin la certeza de que podamos derrotarlo.

[1] Se puede consultar para mayor información la nota de este autor El control de los medios de comunicación – disponible en www.voltairenet.org/article145977.html