Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas: de la Vuelta de Obligado que humilló a Inglaterra a la nacionalización de la banca

Por Fausto Frank

Soberanía nacional implica la autonomía de las decisiones políticas y económicas junto a la autoridad y la capacidad para ejercerlas. Eso fue lo que se puso en juego el 20 de noviembre de 1845 en la batalla de la Vuelta de Obligado contra las dos potencias navales de la época: las flotas de Gran Bretaña y Francia, unidas. Lo que culminó como una victoria pírrica bélica de anglos y galos, devino en poco tiempo en una derrota política de los intereses de los países europeos, que debieron quedarse con las ganas de disponer impunemente de la “libre navegación de los ríos interiores”.

El 20 de noviembre se celebra aquello que hoy más nos falta: soberanía nacional, un concepto que ha quedado desdibujado en épocas en las que las principales determinaciones políticas y económicas se toman en instancias supranacionales. La fecha fue instaurada por pedido del historiador revisionista José María Rosa y fue oficializada por medio de la Ley N° 20.770, el 26 de septiembre de 1974, bajo el tercer gobierno peronista. Además de ser el estratega detrás de la gesta de la Vuelta de Obligado que obligó a volver sobre sus pies al imperialismo anglo-francés, Rosas también sentó las bases para la defensa de la industria nacional, al tiempo que combatió a la usura extranjera nacionalizando la banca, algo que no suele citarse entre sus logros.

El dispositivo emplazado en la batalla de la Vuelta de Obligado implicó el uso de tres enormes cadenas que atravesaban el río Paraná, de costa a costa, sostenidas en 24 barcos pequeños, diez de ellos cargados con explosivos. La desigual batalla contra un enemigo infinitamente superior en poderío bélico duró once horas y dejó 276 muertos, 250 argentinos. En la arenga a sus tropas, Lucio Norberto Mansilla expresó: “¡Vedlos, camaradas, allí los tenéis! Considerad el tamaño del insulto que vienen haciendo a la soberanía de nuestra Patria, al navegar las aguas de un río que corre por el territorio de nuestra República, sin más título que la fuerza con que se creen poderosos. ¡Pero se engañan esos miserables, aquí no lo serán! Tremole el pabellón azul y blanco y muramos todos antes que verlo bajar de donde flamea”.

La armada anglo francesa logró superar este escollo pero a un precio demasiado caro. El objetivo era poder comerciar sus productos industriales “libremente”, o sea, salteando los aranceles que había dispuesto de manera soberana la Argentina. Sin embargo, las potencias europeas no solo no pudieron concretar este fin sino que tuvieron que volverse a sus tierras desechando la metodología como inútil ya que, si cada vez que tuvieran que comerciar iban a tener que necesitar un despliegue militar de esa envergadura, finalmente el costo económico terminaría siendo muy superior al de pagar los aranceles que disponía, para protección de la industria nacional, la Ley de Aduanas de Rosas. Entre los afectados, también estaba Justo José de Urquiza, estanciero gobernador de la provincia de Entre Ríos desde 1841 y pieza clave a favor de los intereses británicos en la batalla de Caseros de 1852. El liberalismo en estas pampas era la traducción ideológica de la división internacional del trabajo: Reino Unido comercializaba “libremente” sus productos manufacturados con valor agregado industrial, mientras que los recientemente creados países hispanoamericanos “independientes” quedaban reducidos a exportar  “libremente”, cual granjas de aprovisionamiento, materias primas sin mayor desarrollo asociado. La libertad del zorro dentro del gallinero.

Explica el historiador argentino Manuel Gálvez: “Cuando cayó Rosas y con él su ley de Aduanas, nuestras industrias se arruinaron. Ya he dicho que solamente en Buenos Aires había ciento seis fábricas y setecientos cuarenta y tres talleres y que la industria del tejido florecía asombrosamente en las provincias. El comercio libre significó la entrada, con insignificantes derechos aduaneros, de los productos manufacturados ingleses, con los que no podían competir los nuestros. Y la industria argentina murió”.

Tras los sucesos en la Vuelta de Obligado, el almirante inglés Samuel Inglefield, diría: “Siento vivamente que este bizarro hecho de armas se haya logrado a costa de tal pérdida de vidas, pero considerada la fuerte oposición del enemigo y la obstinación con que fue defendida, debemos agradecer a la Divina Providencia que aquella no haya sido mayor”. En el tratado de Arana-Southern, que comenzó a negociarse en 1846, pero terminó firmándose a fines de 1849, por las sucesivas negativas de Rosas, finalmente se reconoció a la Confederación Argentina la plena soberanía sobre sus ríos interiores, se le devolvió la flota capturada y la isla Martín García, y Gran Bretaña se comprometió a hacer un acto de desagravio de la bandera argentina con una salva de 21 cañonazos, reconociendo la derrota. Por vez primera, un pequeño país hispanoamericano vencía a las dos principales potencias del mundo.

Ley de Aduanas de 1835 y defensa de la incipiente industria nacional

El 18 de noviembre de 1835, Rosas dictó una Ley de Aduanas que rompía con el esquema liberal, con el objetivo de defender las manufacturas criollas frente al aluvión de importaciones industriales británicas, con costos que volvían imposible una sana competencia. La ley tenía diversas escalas: prohibición absoluta a artículos o manufacturas cuyos similares nacionales se encontraban en condiciones de satisfacer el consumo. Se gravaban con un 25 por ciento aquellos otros cuyos precios era necesario equilibrar con la producción nacional. Con el 35 por ciento se arancelaban aquellos cuyos similares criollos no alcanzaban a cubrir totalmente el mercado interno, pero que podrían lograrlo con la protección fiscal. Y con el 50 por ciento productos tratados como artículos de lujo.

La Ley de Aduanas también gravaba las exportaciones, si bien con una tasa del 4 por ciento que no se aplicaba a las manufacturas del país, como las carnes saladas embarcadas en buques nacionales, las harinas, lanas y pieles curtidas. Sin embargo los cueros, requeridos por la industria británica, abonaban un equivalente a un 25 por ciento de su valor.

Esta ley de Aduanas se completó el 31 de agosto de 1837 con la prohibición (que duró hasta 1852) de exportar oro y plata en cualquier forma que fuere, preservando así una reserva de valor estratégica dentro del país.

En 1839 se describía a los opositores unitarios, anglófilos y librecambistas, de manera similar a como hoy lo podríamos hacer con una parte importante de nuestra clase política: “Los unitarios concibieron el imbécil designio de hacer de esta tierra una sociedad europea. Con extranjeros casi exclusivamente se asociaban los hombres de Estado; de extranjeros se valían para todas sus empresas; extranjeros ocupaban gran parte de los empleos; extranjeros presidían a la educación de la juventud; los extranjeros eran todo, y ningún hijo del país valía ante la autoridad sino se le presentaba imitando en sus vestidos, modales e idioma al más refinado parisiense. Todos los demás éramos incultos, rudos y bárbaros. Esta manía de los unitarios, mientras en unos no era más que extravagancia y fatuidad, era en otros una maldad refinada; sentían su impopularidad, y querían sostenerse con el influjo extranjero, pero esto mismo aumentaba aquella impopularidad… esa alianza mantiene peligrosamente agitadas a las masas populares, bastante perjudicadas ya por la desigualdad de cargas y goces respecto de los extranjeros” (Baldomero García, legislador rosista, Discurso en la Legislatura, 1839).

El Restaurador

Con tan solo 13 años, Rosas formó parte del regimiento de Migueletes en la Reconquista y Defensa de Buenos Aires, enfrentando las invasiones inglesas de 1806 y 1807. Lograda la expulsión de las fuerzas británicas retornó a las tareas campestres y evitó participar de los sucesos que devinieron tras la Revolución de Mayo. “En los tiempos anteriores a la revolución la subordinación estaba bien puesta, sobraban recursos y había unión”, sostenía. Su férreo catolicismo y su forma de entender el mundo, contraria al esnobismo iluminista afrancesado de sus contrincantes, le fueron creando en el imaginario el título de “Restaurador de las Leyes” que posteriormente, el 8 de Diciembre de 1829 le otorgaría la Sala de Representantes provincial.

Durante su primer mandato como gobernador de Buenos Aires (1829-1832) y encargado de las relaciones exteriores de la Confederación, reanudó las relaciones con la Santa Sede, suspendidas desde 1810, e hizo frente al bombardeo de Estados Unidos en nuestras Islas Malvinas. En 1831, la corbeta militar USS Lexington había bombardeado las islas para facilitar la caza ilegal de mamíferos marinos en las costas. Rosas exigió una indemnización a los EEUU y expulsó al Cónsul norteamericano de la Confederación Argentina. El gobernador saneó las cuentas públicas, redujo el déficit sistémico y evitó financiarse mediante la emisión del Banco Nacional, que consideraba un instrumento del Partido Unitario. De esta forma, redujo la inflación y durante el período de 1830-1834 el promedio del precio de la onza de oro se mantuvo estable con respecto al peso.

Nacionalización de la banca que estaba en manos de los ingleses

Ya en su segundo mandato, Rosas aprovechó la caducidad de los 10 años que había previsto la ley que concedía el monopolio de la moneda al Banco Nacional, y convirtió el banco privado en una dependencia del gobierno soberano: por decreto del 31 de mayo de 1836 se dispuso la disolución del Banco Nacional, creando la Casa de la Moneda (“Junta administradora de Papel Moneda y de la Casa de Moneda Metálica”), con el fin de emitir el papel circulante, recibir depósitos fiscales o particulares y descontar documentos. La nueva entidad contaría con un presidente, 6 vocales del gobierno y 6 vocales de los accionistas, nacionalizando en la práctica su control.

Sostiene Scalabrini Ortiz en “Política británica en el Río de la Plata”: “El Banco Nacional cesó en sus funciones en 1836. Rosas, ya afirmado en el poder, reivindicó para el gobierno la facultad de emitir billetes y creó la Casa de Moneda. Sin herirlos ni mencionarlos, quitaba a los ingleses una de sus grandes armas de dominación. «El capital con que se levantó el Banco», dijo Rosas en su mensaje de 1837, «fue todo una ficción y desde los primeros momentos de su giro sus billetes tuvieron el carácter de inconvertibles… El Banco Nacional, hecho árbitro de los destinos del país y de la suerte de los particulares, dio rienda suelta a todos los desórdenes que se pueden cometer con influencia tan poderosa». Con la Casa de Moneda, Rosas, lo mismo que los ingleses desde el Banco Nacional, hizo política, pero era una política nacional, no una política manejada por la diplomacia extranjera para utilidad de los extranjeros”.

Por todas estas acciones, Rosas fue defenestrado por la historiografía liberal anglófila. Sin embargo, hasta su acérrimo enemigo, el también gran maestre de la Masonería Argentina (histórico instrumento británico), Domingo Faustino Sarmiento, tuvo que terminar reconociendo que “nunca hubo un gobierno más popular y deseado ni más sostenido por la opinión que el de Don Juan Manuel de Rosas”. Efectivamente, en medio de una etapa de expansión del poder británico y de clases altas europeizadas, Rosas supo ganarse el fervor de las clases populares, hablándoles en su idioma, restaurando el orden perdido, recuperando el valor de las tradiciones católicas, esas que habían sido asediadas por la obra del también masón Rivadavia, quien además de expropiar bienes inmuebles de la Iglesia se encargó de endeudar para el resto del siglo XIX a la Argentina con el crédito de la banca británica Baring Brothers.

Tras la Batalla de Caseros, en 1852, se impondrían finalmente los intereses británicos en estas tierras, a través de la conformación de un Estado Nacional hecho a su medida, bajo las sucesivas administraciones de Justo José de Urquiza, Santiago Derqui, Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y Nicolás Avellaneda, todos miembros de la Masonería, con terminales en Reino Unido, lo que Scalabrini Ortiz denominó “el resorte oculto de nuestra historia”. Por el contrario,“Rosas muestra gran horror por las logias y sociedades secretas”, sostiene por su parte el francés Alfred de Brossard.

Exilio forzado

El exilio en Southampton ha arrojado sobre Rosas todo tipo de especulaciones. Lo que no suele contarse es el trasfondo del mismo, la negociación de la derrota en Caseros con Gran Bretaña para evitar que continuara y se profundizara la matanza de los federales seguidores de Rosas, un acuerdo en el que medió el papa Pío IX. Refiere Carlos María Zavalla a La Gazeta Federal y citamos in extenso:

“Terminada la batalla de Caseros en 1852, Don Juan Manuel de Rosas partió al destierro en donde mantuvo una entrevista con el Papa Pio IX junto con su amigo inclaudicable, el Brig Gral Pascual Echagüe. En esa entrevista el Papa medió un acuerdo entre el derrotado Ejército Federal y la Gran Bretaña, que había impulsado su derrota apoyando al partido unitario y al Brasil (…) Don Juan Manuel de Rosas y Pascual Echagüe se encontraban en muy difíciles tratativas respecto a la gran derrota que había sufrido La Confederación Argentina en febrero 1852 ante los ejércitos unitarios, unidos estos a los del Imperio del Brasil y provistos estos últimos por Gran Bretaña. Así, a raíz de la referida derrota Federal en la batalla de Caseros, Don Juan Manuel de Rosas decidió entablar negociaciones de Paz con el victorioso Imperio Inglés al más alto nivel posible, solicitando para ello la intervención del Papa Pio IX (Giovani Ferreti – Mastai) a quien había conocido personalmente antes de ser Papa, cuando visitó la Argentina en 1824 regalando el futuro pontífice la actual corona de ceremonias a la Virgen de Luján. En la Ciudad del Vaticano en 1852 pasados veintiocho años desde aquel retiro de Luján de 1824, el ahora Papa Pio IX recibió a sus ya conocidos Rosas y Echagüe.

Por aquel entonces Pio IX mantenía forzosas negociaciones con la cada vez más poderosa masonería mercantil liberal Británica, buscando la posibilidad de arribar a una pacífica convivencia con Inglaterra tanto en Europa como en “las Américas” en donde la Iglesia Católica era permanentemente hostigada por el masónico anti-catolicismo sajón, el cual se consolidaba en todo el mundo siguiendo el “modelo” del Colonialismo Capitalista Inglés. Cabe recordar que uno de los pilares fundacionales de la masonería universal es la destrucción de la Iglesia Católica Romana. De allí que fuese tan operativa a los intereses de la Inglaterra protestante. Máxime cuando estos coincidían en todo con los intereses extraterritoriales Británicos.
(…)
No es desatinado recordar también que el resultado final de las largas negociaciones habidas en el más largo papado que recuerde la historia de la Iglesia Católica y que comprende desde 1841 hasta 1878; Pio IX no pudo contener la acción anticatólica de Londres y su política de hábil hostigamiento. De hecho durante su papado el Vaticano perdió la totalidad de los Estados Pontificios. Pero en 1852, después de la derrota de Caseros, se trataba de que el Papa, gracias a su providencial conocimiento de la Argentina, y su acercamiento con Inglaterra aconsejara como poder manejar algún tipo de acuerdo con la corona Británica para atemperar el genocidio que se realizaba contra el criollaje y la indiada del interior del País identificada desde un principio con la causa Federal, y condenada a ser exterminada por “la ilustración” sajona. La peor situación para negociar con el enemigo es tener que hacerlo luego de sufrir una gran derrota: Inglaterra impuso sin más a Rosas el tener que vivir por el resto de su vida “bajo el más estricto control Británico, y sin poder salir del territorio Inglés”, comprometiéndose a no volver a intervenir jamás en política, encontrándose todos sus movimientos vigilados por el ojo atento del Foreign and Commonwealth Office.
(…)
Así lo recuerda en sus memorias el sobrino predilecto de Pascual Echagüe, monseñor Milcíades Echagüe quien visitó en Gran Bretaña a Don Juan Manuel de Rosas en 1875, dos años antes de su fallecimiento. El Pacto acordaba que Echagüe podría volver a la Argentina, con el propósito de poner fin a las matanzas unitarias llevadas adelante contra el pueblo Federal.
(…)
Dice Monseñor Milcíades Echagüe en sus memorias, respecto a la entrevista que la misma ocurrió en el contexto de “pactar una derrota (por Caseros) lo menos sangrienta que fuera posible en términos de cantidad de vidas criollas en referencia a la guerra con el imperio de la Gran Bretaña, que siempre abasteció las revoluciones en América a través de sus logias y su capital, para hacer de ésta su propia Colonia al estilo financiero de la modernidad, que de esos acuerdos quedó pactada la residencia forzosa de Rosas en la Gran Bretaña, así como el permitido regreso de mi tío el Brig. Gral. Pascual Echagüe al Río de la Plata, tal como lo había acordado con Rosas”.

El historiador argentino Marcelo Gullo explica: “Con la derrota de Juan Manuel de Rosas ocurrida en la batalla de Caseros se instaló en la Argentina un régimen seudo-democrático. Después de Caseros, Argentina se transformó una república oligárquica cuyos representantes fueron meros gerentes del imperio británico. “La Argentina –escribe el historiador brasileño Luiz Alberto Moñiz Bandeira- desde la segunda mitad del siglo XIX, se convirtió en una especie de colonia informal de Gran Bretaña, el llamado quinto dominio, ocupando un posición de dependencia para la cual no existía paralelo exacto fuera del imperio””.

El tres veces presidente, Juan Domingo Perón, se refirió de la siguiente manera a Rosas, en una carta dirigida en 1970 a Manuel de Anchorena, quien fuera uno de los impulsores de la repatriación de sus restos y futuro embajador de Perón en Reino Unido: “En la lucha por la liberación, el Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas merece ser el arquetipo que nos inspire y que nos guíe, porque a lo largo de más de un siglo y medio de colonialismo vergonzante, ha sido uno de los pocos que supieron defender honrosamente la soberanía nacional”. La repatriación a la Argentina finalmente se llevó a cabo en 1989, rompiendo aquella maldición de José Marmol: “Ni el polvo de sus huesos la América tendrá”  y fue en ese contexto que la apertura del ataúd, el 27 de septiembre, reveló que junto a los huesos de Rosas solo permanecía un crucifijo de madera.

De Brossard describió a Rosas como un trabajador incansable: “trabaja asiduamente entre quince y dieciséis horas diarias en el despacho de los asuntos públicos y no deja nada sin pasar por su riguroso examen” al que llamaban en distintos pueblos el “Gran Americano” ya que intentaba “la reconstrucción del antiguo Virreinato del Río de la Plata”: esto habría significado desbaratar todo el plan divisionista de largo plazo de la Corona Británica sobre nuestras tierras, un proyecto de dominación cuyos designios llegan hasta los días de hoy.

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