Atilio Borón: “Cristo fue el fundador del anti-imperialismo”

Cristo, fundador del anti-imperialismo
por Atilio Borón, politólogo marxista – 24/12/2017

Hoy se recuerda el cumpleaños de Jesús, hijo de un artesano y carpintero, vástago de una familia judía de refugiados y migrantes. De niño se destacó por su inteligencia, su humanismo y su finísimo sentido de la justicia que dejó en ridículo a los doctores de la ley del Sanedrín. Echó a latigazos a los mercaderes del templo y condenó la usura. Siempre estuvo del lado del pueblo, de los oprimidos, de los excluidos, de los otros y las otras estigmatizadas como María Magdalena. Condenó la hipocresía y el sesgo antipopular de las leyes que regían en Judea.

Crítico implacable del imperialismo de su tiempo; de los lacayos que lo representaban y de los sacerdotes y fariseos que elaboraban doctrinas para demostrar que la fidelidad a Roma era lo mejor que podía hacer el pueblo judío. Se lo recuerda como el primer gran luchador anti-imperialista de la historia.

Por su prédica que movilizaba multitudes fue detenido, escarnecido, torturado y en un juicio infame sentenciado a muerte en las pascuas del 33. Nos legó una doctrina basada en el amor, el afán insaciable de justicia y el rechazo al poder del dinero, del imperio y sus sirvientes. Por eso sólo se es verdaderamente cristiano si se es revolucionario.

Y nos legó también otra enseñanza: que no basta con poseer las ideas correctas si no se construye una organización capaz de convertirlas en el motor de la historia. Por eso le encomendó a sus apóstoles, a los cuadros de la nueva fe, crear una iglesia para oponerse al imperio romano y al poder establecido en Judea y para construir un nuevo mundo.

Transcribo a continuación un pasaje luminoso de Federico Engels, con el que nada menos cierra su célebre “Introducción” de 1895 para la nueva edición de Las Luchas de Clase en Francia de 1848 a 1850 de Karl Marx, misma que termina con las siguientes palabras:

ʺHace casi mil seiscientos años operaba en el Imperio Romano un peligroso ʺpartido revolucionario. Minaba la religión y todas las bases del Estado; negaba categóricamente que la voluntad del emperador fuese la suprema ley; carecía de patria, era internacional; se propagó por todo el reino, desde las Galias al Asia, y aun más allá de los límites del Imperio. Por mucho tiempo había trabajado bajo tierra y en secreto, pero de algún tiempo se sentía lo bastante fuerte para salir abiertamente a la luz del día.

Este partido revolucionario, conocido con el nombre de Cristianos, tenía también una fuerte representación en el ejército; legiones enteras estaban integradas por cristianos. Cuando se les ordenaba asistir a las ceremonias de sacrificio de la iglesia pagana establecida, para servir como guardia de honor, los soldados revolucionarios llevaban su insolencia hasta el grado de fijar en sus yelmos símbolos especiales —cruces—. Las usuales medidas disciplinarias de cuartel, impuestas por los oficiales, demostraban ser inútiles. El emperador, Diocleciano, no podía ya contemplar tranquilamente aquello y ver cómo el orden, la obediencia y la disciplina estaban minados en el ejército. Promulgó una ley antisocialista; perdón, anticristiana. Las reuniones de los revolucionarios fueron prohibidas, sus lugares de reunión cerrados o demolidos, los símbolos cristianos, cruces, etc., fueron prohibidos, como en Sajonia se prohíben los pañuelos rojos de bolsillo. Los cristianos fueron declarados incapaces de ocupar cargos en ol Estado; ni siquiera podían ser cabos. Puesto que en aquel tiempo no había jueces bien ʹentrenadosʹ en lo que respecta a la ʹreputación de una personaʹ, como presupone la ley antisocialista de Herr Koller, a los cristianos simplemente se les prohibía exigir sus derechos ante un tribunal de justicia.

Pero esta ley excepcional también resultó inefectiva. En desafío, los cristianos la arrancaron de los muros, más aún, se dice que en Nicomedia incendiaron el palacio del emperador pasando por encima de él. Este se vengó entonces por medio de una gran persecución de su clase. Fue tan efectiva que, diecisiete años después, el ejército se hallaba compuesto en gran parte de cristianos, y el próximo gobernante autócrata de todo el Imperio Romano, Constantino, llamado ʹel grandeʹ por los clericales, proclamó el cristianismo como la religión del Estado.ʺ

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