Argentina campeón del mundo, hipocresía progresista y cuestión demográfica – Por Facundo Martín Quiroga

Argentina campeón del mundo, hipocresía progresista y cuestión demográfica
Por Facundo Martín Quiroga

La Selección Argentina de fútbol ganó el mundial después de treinta y seis años. Con la más grande movilización popular de nuestra historia, el deporte que es nuestra identidad nacional por excelencia, confirma el sentimiento de unión que nos mueve a la más legítima esperanza, en medio de una debacle social que, lejos de ser negada, es reconocida pero a la vez superada por dicha unión, por lo menos en uno de los aspectos de nuestra vida.

Mucho se ha especulado sobre la orquestación de esta Copa del Mundo, las agendas que se encuentran detrás, y que no nos sorprenden en absoluto: el Mundial de fútbol es un evento masivo organizado por una entidad representante de la oligarquía financiera transnacional, que se monta sobre el espíritu deportivo y la competencia para promover sus iniciativas, hoy plenamente ligadas a la ideología globalista. Eso ya no nos llama la atención en absoluto. Lo que sí es menester analizar es el juego y la confrontación entre proyectos sociopolíticos, culturales y demográficos que subyacen a las selecciones, que en cierto sentido no son más que catálogos o muestrarios de donde vienen y hacia donde van los pueblos de cada territorio.

Junto con la selección de Alemania, Francia es un clarísimo ejemplo de lo que se suele llamar “teoría del gran reemplazo”, que es entendida como el lento pero constante proceso de suplantación de la población europea por inmigración masiva proveniente de los territorios, bien conquistados y colonizados, bien destruidos por guerras internas provocadas o fogoneadas por occidente, con el fin de provocar una desestructuración social en los propios pueblos del viejo continente, y así construir una nueva Europa que obedezca de plano a las estrategias de gobernanza de la oligarquía internacional.

La selección de Francia, a diferencia de la que obtuvo el Mundial de 1998, está compuesta casi en su totalidad por jugadores provenientes de territorios que sufrieron y siguen sufriendo el saqueo colonial. Pero pareciera que esa composición es bien vista por la opinión general de políticos y medios; ¿por qué? Porque obedece a un proceso paralelo a ese reemplazo, y que se estructura en torno a la propaganda globalista producida por las mismas entidades organizadoras y que concentran la totalidad de los medios de difusión de estos eventos deportivos.

El mecanismo de la hipocresía progresista es el siguiente, aplicado al deporte: luego de las independencias de los territorios coloniales una vez que deja de estar vigente en lo formal el reparto de África, y sin detener un segundo la estructura de saqueo, se buscan talentos en estas tierras pasa suplir lo que ellos mismos no pueden producir en sus propios territorios: deportistas de élite, ante una población cada vez más envejecida. Los sobornan con dinero y estrellato, los forman con las más refinadas tecnologías aplicadas al deporte, y estructuran un aparato de propaganda para vender diversidad y “antirracismo”, con anuencia y respaldo de la FIFA mediante.

Inmediatamente los pupilos ingresan en el círculo de la alta competencia, bajo ningún concepto van a imaginar que están participando de un mecanismo manipulatorio semejante. Algo parecido se produce con las redes de prostitución global o el tráfico de órganos o vientres de alquiler, sólo que sin grandes pantallas o campañas publicitarias; pero sí, seguramente, con millones y millones de dólares o euros corriendo de aquí para allá. ¿Qué familia en la miseria no aceptaría las jugosas propuestas de un club de fútbol europeo para con sus hijos, si de ello puede llegar a depender que salgan de su situación de ignominia?

Este proceso, finalmente, delata la desestructuración de las sociedades de origen: la promoción de una cultura hiperindividualista y hedonista, en la que tener hijos y formar una familia se convierte en una carga, con jóvenes y adultos centrados en el puro presente, y un sistema educativo cada vez más difusor de este ideario que promociona el suicidio social de los pueblos, es el trasfondo de la mal llamada “diversidad” de selecciones de países que van hacia el invierno demográfico como Alemania o Francia.

En absoluta contraposición a este modelo suicida, la Selección Argentina, acusada por los medios del establishment globalista de ser demasiado “blanca”, obedece ni más ni menos que a la composición social, étnica y cultural hispana: un lento proceso de mestizaje que, con los siglos, arraigó en nuestros ancestros, con los aportes indispensables indígenas, y posteriormente, la inmigración masiva que produjo un enriquecimiento excepcional de nuestro patrimonio demográfico y cultural. En la Argentina conviven, sin un sistema político de base racista, culturas y nacionalidades provenientes de muchísimos lugares del planeta. No se engañen, la Argentina no es bajo ningún concepto un país racista. Quien dice esto, o bien adolece de una supina ignorancia de nuestra historia, o bien está colonizado por las agendas divisionistas que enarbolan conceptos como la teoría crítica de la raza o la “interseccionalidad”, completamente inválidos para analizar nuestra realidad.

En cuanto a la reproducción de las agendas globalistas en nuestros referentes deportivos, podemos especular que la asunción de Lionel Messi como “promotor de la agenda 2030” es una estrategia que, como manotazo de ahogado, busca manipular políticamente a nuestros ídolos (como lo han hecho con numerosos referentes de distintos ámbitos) bajo el paraguas de una institución desde ya corrupta como la FIFA, pero lejos se encuentra de ser una expresión de dichas directivas, sabiendo de la profunda fe y convicciones religiosas del astro futbolístico, formado en el culto católico, y reivindicado por él mismo, como todo el plantel según sus propios testimonios.

En todo caso, si de comparaciones hablamos, el máximo referente de la selección gala, Kylian Mbappé, se ajustaría mucho más a los objetivos de la agenda 2030, si atendemos a su vida y costumbres sexuales, sin que ello nos merezca una opinión sobre las mismas. Por otra parte, ¿por qué habría de importarnos ello? Porque el globalismo quiere que nos importe, y que lo adoremos por eso, más allá de sus innegables cualidades futbolísticas, porque esconden la pretensión de superioridad moral, como todo el progresismo hipócrita.

La Argentina es una sociedad desde hace siglos mestiza, y que, a diferencia de Europa, no tuvo ni tendrá colonias ni pretendió ejercer saqueo colonial alguno. Más bien todo lo contrario, si atendemos a los países que apoyaron a la Selección y que hicieron de sus triunfos una bandera, como Bangladesh o Irlanda, así como también Rusia. Claro, la Selección no cuenta con un sistema de propaganda semejante como para lavar su imagen, constantemente vilipendiada incluso por numerosos periodistas locales, hoy subidos al carro del triunfo cuando se desgañitaron hablando contra este equipo; por eso el ataque absurdo de medios como el Washington Post, que sacó una nota ridícula preguntándose por qué en la Argentina, no hay jugadores negros. Sí, los mismos intelectuales y comunicadores que pretenden introducirnos un problema que no tenemos ni jamás tuvimos

Esta generación argentina de jugadores extraordinarios, probablemente sea el último ejemplo de un fútbol autóctono, de escuela rioplatense y que se extendió por todo nuestro suelo, en correlación con la historia de este deporte acá, su estilo de juego y el sistema de ideas que lo sustenta. Y que esto suene como una advertencia: el aparato de propaganda globalista, cuando lo considere necesario, irá no sólo por nuestros valores deportivos como lo viene haciendo desde hace décadas, sino que irá por el pueblo mismo, cosa que ya está ocurriendo. En este sentido, la Selección Argentina es una trinchera contra ese proceso de desestructuración, si la abordamos desde lo demográfico.

Este triunfo debe también movilizar a entender el porqué de gestar una población joven, dispuesta a defender a su país. Somos el ejemplo viviente de la necesidad de conservar las raíces, tal como el arquero de nuestro equipo, el “Dibu” Martínez, señaló: “siéntanse orgullosos del país en donde nacieron”. Pero también debe invitarnos a abrir los ojos sobre las agendas que buscan destruir esa identidad tan sólida, y que se han apropiado de numerosos ámbitos como la educación o los medios. Que la Copa del Mundo resplandezca en nuestros argentinos corazones, pero que no nos ciegue con sus oropeles respecto de la apropiación que el globalismo busca realizar del fútbol, porque vienen por los pueblos de nuestra América, y es preciso defender nuestra valla.

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