16 de Junio de 1955, el día en que los plutócratas argentinos quisieron asesinar a Perón, bombardearon Plaza de Mayo, masacraron alrededor de 300 personas e hirieron a más de 1000. La aviación de guerra de la Marina se cansó ese día de arrojar bombas sobre la plaza del pueblo como expresión directa del odio que quienes controlaron los resortes del poder en la Argentina, durante toda su corta existencia como Nación, desplegaron hacia quienes habían osado quitarle ese privilegio. La puesta en práctica de obligar al Capital a estar al servicio de la Economía y a ésta a estar al servicio del Bien Común fue respondida con 14 toneladas de explosivos, preludio al golpe final de septiembre de 1955.
Derrocado el gobierno de Perón, los medios se encargaron de ocultar el hecho y los libros de Historia Argentina durante décadas dedicaron páginas enteras a hablar de la «quema de las iglesias» y con suerte algún párrafo perdido al bombardeo, sin siquiera consignar un número aproximado de muertos, la mitad de quienes murieron en la Guerra de Malvinas.
Un hecho que no se debería volver a olvidar, el odio de quienes detentaron el poder durante los últimos 200 años cada vez que un gobierno popular se los arrebata, así sea parcialmente, pervive con la misma intensidad de siempre.
