Veganismo, la nueva esclavitud alimentaria (tercera y última parte)
Por Facundo Martín Quiroga
(puede leer la segunda parte, acá)
En este artículo intentaremos abordar algunos aspectos del veganismo: uno relacionado a su constitución como ideología que forma parte del paquete progresista cuyo fin es destruir las sociedades y las instituciones de los estados nacionales; otro aspecto aborda la relación entre el veganismo, las corporaciones y el fraude científico; finalmente, un aspecto relativo a la relación entre el puritanismo, el new age y el sujeto pseudoespiritual al que aspira la conciencia vegana.
El veganismo como ideología
Como suele ocurrir con numerosas ideologías, el veganismo construye un enemigo desde sus propios presupuestos, que se basan en resaltar determinados aspectos de las sociedades que consideran reprobables (consumo de carne, sacrificios, entretenimiento con animales como parte de la cultura, etc.) para luego juntarlos en una denominación común que caracterice aquello contra lo que luchan. El término inventado es “especismo”. El principal promotor de la ideología “antiespecista” es el filósofo australiano Peter Singer, proveniente del liberalismo y el utilitarismo, que plantea en su obra “Liberación animal”, que los animales son también sujetos de derecho, y que no existe criterio alguno para distinguir la condición de seres sintientes y sufrientes, equiparando los grados y los sentidos del sufrimiento.
La ideología animalista o “antiespecista” borra la distinción entre los seres humanos y los demás seres “sufrientes”, ubicando, por este solo criterio, a los sapiens en la misma condición que todas las demás especies; incluso hay quienes se atreven a denostar a la especie humana por haber inventado, supuestamente, el odio, las guerras, los genocidios, etc. En primer lugar, la carencia de perspectiva evolutiva y la idealización del animal (que llega hasta la identificación del humano como naturalmente vegano y corrompido por la ingesta de carne, algo a todas luces falso), conducen a los pensadores antiespecistas a trasladar conceptos del espacio de los hombres al de los animales, borrando del mapa todas las acciones de control territorial, matanzas y masacres emprendidas por multitud de especies a lo largo de toda la evolución, desde los grandes reptiles hasta los felinos y los chimpancés uno de nuestros antecesores directos. En segundo lugar, hay una preeminencia (para nada novedosa si al paquete progresista nos referimos) del pensamiento anglosajón en el antiespecismo; pero tanto en la filosofía clásica como en el cristianismo se encuentran explicitados pensamientos e incluso criterios de respeto y prudencia ante la depredación animal, mucho antes de la revolución industrial que, recién en el siglo XX afectará de forma explícita a la alimentación humana.
Entonces, ¿cuál es la razón por la que este pensamiento es tan promocionado desde lo doctrinario por el poder global? Porque sirve a la reconfiguración de la industria tecnoalimentaria: la transformación material requiere de una acción permanente de convencimiento en la superestructura de las sociedades, sobre todo en aquellas con una fuerte cultura cárnica como la Argentina; esto aún con una cantidad de evidencia contraria, no solo respecto de la falsa representación de lo que es la producción ganadera en nuestro territorio, sino también con todos los trabajos permanentemente corroborados que desmienten categóricamente el relato de los perjuicios de la ingesta de carne. Quienes presentamos una crítica severa a estas tendencias animalistas, solemos ser tildados de lo mismo de siempre: básicamente, monstruos fascistas que no vivimos acorde a los nuevos tiempos de derechos para todEs, incluso los animales. Y reiteremos: el propio concepto de derecho no es muy fácilmente trasladable a los animales no humanos, ya que implicaría inventar, junto con dicha idea, los conceptos que el mismo derecho regula, es decir, se debería crearles una moral y una ética artificiales a los animales, problema a todas luces irresoluble por absurdo, tal como en su momento el filósofo conservador inglés Roger Scruton señaló respecto de la obra de Singer.
Este paquete ideológico pretende ni más ni menos que una inversión de los términos: los seres humanos, animalizados, bestializados; los animales, humanizados. La operación debe calar en lo más hondo de la consciencia para que despreciemos todo lo posible la vida humana: “somos la plaga”, “el mundo se está destruyendo (por caso, póngale todo lo que se le ocurra: calentamiento, machismo, especismo, racismo…) por nuestra culpa”, “dejémonos de reproducir”. Es así como, independientemente de la postura de cada uno sobre estos temas, el “antiespecismo” se engancha perfectamente con la agenda del aborto (evitación del nacimiento, también justificada por el propio Singer) y la eutanasia (adelantamiento de la muerte). Solo una élite “consciente de los problemas” podrá vivir en este planeta, mientras alcanza (solo ella) la inmortalidad a través de las tecnologías promocionadas por el transhumanismo, ideología simétrica y complementaria al antiespecismo.
Veganismo y fraude científico
Un elemento importante que no se suele tener en cuenta a la hora de triturar la ideología veganista es su vinculación con ciertas corporaciones alimentarias, algunas sectas puritanas, y un gigantesco lobby científico que es promotor de publicaciones académicas, revistas de divulgación, y numerosos espacios en medios “alternativos”, que tiene el fin de amalgamar una estructura de influencia, antes que nada, sobre las militancias juveniles que buscan identificarse con lo “antisistema”, pero también lograr la suficiente influencia política para instalar sus agendas en los estados. Esta vinculación es constantemente negada por la militancia vegana y sus agentes de reproducción se empeñan en desviar la atención o bien dirigirnos hacia la pendiente resbaladiza de una futura catástrofe global que no saben explicar.
Una de las particularidades del veganismo es que, en lo nutricional, centra su crítica en las proteínas y grasas animales en estudios científicamente fraudulentos. Lo peculiar es que, varias décadas antes de que se popularice el falso vínculo entre aquéllas y las enfermedades cardiovasculares, el odontólogo e investigador Weston Price, cuando la industrialización de los alimentos aún estaba en sus primeros pasos, fundamentó con estudios de campo la necesidad de volver a la alimentación ancestral, más rica en proteína y grasas saturadas, a la luz del análisis de tribus que continuaban con sus dietas milenarias, y en las que, como nuestros tehuelches, no se encontraba un solo caso de enfermedades “de la civilización” (por ejemplo, la degradación de dientes y maxilares), que comenzaban a aparecer con la producción de los objetos comestibles ultraprocesados y los aceites vegetales de producción masiva en reemplazo de las grasas animales. Estas investigaciones aparecen en el extenso libro (no traducido al español) titulado “Nutrition and physical degeneration”; es decir, ya desde el comienzo de la industria alimentaria existieron científicos que estudiaban sus perjuicios a lo largo y ancho del planeta.
Este fraude científico que dio los primeros pasos para demonizar a las carnes, se basó en los estudios financiados por Kellogg’s (empresa fundada por el médico malthusiano y puritano John Harvey Kellog, fanático partidario del vegetarianismo y los cereales como forma de reducción del deseo sexual y control de la natalidad) en la década del ’60, que proponían la hipótesis lipídica que endilgaba a las grasas saturadas animales la causa de las enfermedades cardiovasculares, tal como lo proponía el Doctor Ancel Keys, principal agente reproductor de este relato. Sus estudios eran correlacionales mas no causales, es decir, tomaban una muestra arbitraria de países que se ajustaban a sus hipótesis, y derivaba de sus observaciones sesgadas, conclusiones generales.
No tardaron en llegar los fondos de la industria alimentaria y farmacéutica para popularizar lo que aún está enclavado en lo más profundo del sentido común, convirtiéndose en una de las mentiras nutricionales más naturalizadas en todo el mundo: ¿cuántas veces, por caso, luego de un buen asado de tira, habremos proferido algún dislate, o bien, pensado en lo mal que nos hace el dichoso colesterol? Aún es de uso habitual la advertencia médica del “colesterol malo”, sin advertir que se trata de una de las biomoléculas más importantes de la contextura de los tejidos humanos. Así de buenos fueron los resultados de la campaña encabezada por los estudios fraudulentos de Keys que la industria farmacéutica montó el gigantesco negocio de las estatinas, pastillas destinadas a eliminar el colesterol LDL, que tuvo consecuencias tremendas en la salud general de millones de personas, pero llenó bolsillos tanto de médicos vinculados al negocio como de grandes empresas farmacéuticas.
Este hecho da cuenta de que la ciencia jamás es neutral: la llamada “pirámide alimenticia” o “pirámide nutricional” con la que nos hemos educado desde hace más de cincuenta años, fue diseñada pura y exclusivamente a partir de los intereses de las corporaciones “alimenticias” representados por el Departamento de Agricultura de los EEUU, que comenzaban a desarrollar la producción masiva de cereales y aceites vegetales con la excusa de que las grasas animales que acompañan a la proteína hacían mal. Fue el punto de partida de la “revolución verde”, que destruyó tanto la agricultura local como la ganadería de inmensas regiones del planeta. ¿A que no saben cuáles son los componentes de toda la carne sintética que empresarios como Bill Gates producen de a millones de toneladas para la hermosa clientela vegana? Sí, los mismos: prensados de proteína vegetal (principalmente de legumbres, uno de los alimentos más inflamatorios existentes, pero sumamente rentable a los efectos de extraer proteína para simular carne), emulsionados con… aceite vegetal. ¿Qué prueba más necesitamos aportar para que se den cuenta de que el veganismo está hecho para aumentar los intereses de las corporaciones alimenticias transnacionales? ¡La carne sintética se hace con los mismos componentes cuya producción oligopólica es de esas mismas corporaciones que promocionan la reducción del consumo de carne! ¿Qué mundo pretenden salvar entonces estos hipócritas?
Históricamente, podemos dar cuenta de todo un recorrido, una fina maniobra de la élite global para sacarle la carne a las comunidades. El caso de los inuit de Canadá es muy parecido al de los indígenas patagónicos, pero mucho más violento: prácticamente los “doctores” y “científicos” financiados por las grandes cerealeras, les sacaron la carne cruda (“inuit” significa “comedor de carne cruda”) para imponer la pirámide nutricional (aún vigente), ni más ni menos que la pirámide de la muerte para ellos y para todo el mundo. Las enfermedades crónicas no transmisibles no tardaron en aparecer: diabetes, cáncer, problemas hormonales.
Hay que entender algo elemental de la naturaleza para poder llegar a analizar por qué el veganismo es un fraude: casi ningún alimento sin procesar, es decir, como se encuentra en el ambiente natural, concentra grasas saturadas y carbohidratos en su composición. La agricultura, y posteriormente la industria, crearon un nuevo grupo alimenticio, que no se encontraba antes: el grupo carbo-oleoso, es decir, un alimento que concentra carbohidratos (azúcares) y grasas; por ejemplo, la bollería, los productos empaquetados (prensados de cereales con aceite de palma y/o lecitinas, más jarabes de glucosa).
El mundo vegetal es mucho más rentable que el mundo animal. Si miramos la composición de las publicitadas “hamburguesas veganas” empaquetadas, todas o casi todas tienen ácidos grasos poliinsaturados y lecitinas o emulsionantes que son extraídos precisamente de cereales cultivados industrialmente. ¿Se entiende que el veganismo se promociona para que las grandes cerealeras y exportadoras sigan vendiendo millones de toneladas de sus productos, es decir, que justamente el “reemplazo” de la carne, lejos de promover la salud y el cuidado del ambiente, es absolutamente funcional a las multinacionales farmacéuticas, cerealeras y del comercio exterior? Los veganos están fomentando un monstruoso negocio no a favor del ambiente, sino en contra del mismo, en contra de la evolución humana y de la salud de cada uno de nosotros.
La agenda global de reducción de la vida orgánica humana, por lo tanto, está acompañada de procesos económicos que la sostienen. La hiperconcentración de la tierra seguida de la hiperexplotación, las grandes extensiones de terreno para la especulación, las distintas formas de extractivismo que conducen al hacinamiento en los grandes conglomerados urbanos, implican un modelo de agricultura extensiva que busca ser sostenido también por el discurso mentiroso del veganismo: básicamente todo esto ocurriría por el “carnismo” del ser humano que obliga al monocultivo para fabricar piensos para ganado. Esto no es así, es más, es absolutamente falso, tal como lo expusimos en anteriores artículos.
“Carnismo patriarcal racista” y New Age vegana
Los veganos culpan a la cultura, lo que denominan “carnismo”, para hacer creer que la ingesta de carne es un hecho impuesto culturalmente. Muchas de las justificaciones son hasta delirantes; por otra parte, algo que no haría más que confirmar que la dieta vegana (e incluso la vegetariana) implica un declive de las facultades mentales. Por otra parte, desde aquel suceso titulado por los medios como “veganos vs. gauchos”, ONGs pseudoanarquistas como Voicot o Extinción Rebelión, que mixturan en un solo relato y acción performativa el antiextractivismo, el ecologismo radical, el feminismo y el antiespecismo, no paran de crecer e incluso ser legitimadas por los gobiernos de todo color político. Hay que recordar que la agenda “verde” es una de las grandes transversalidades de la política contemporánea, legitimada por todos los contendientes sin un solo matiz ni discrepancia, en gran medida por los propios intereses cruzados a costa de las necesidades populares y nacionales.
En primer lugar, se culpa a la ingesta de carne de la agresividad humana que originó las guerras, lo que se solucionaría con una vuelta a lo “ancestral” identificado con el hombre “frutariano”, que jamás existió, ya que la composición cerebral y corporal que nos hizo sapiens, inexorablemente, está determinada por la proteína animal consumida. Los veganos creen que comer una banana es conducirnos a un primitivismo ancestral y de “vibraciones altas” cuando no entienden que pocas cosas fueron más manipuladas por el ser humano para hacerlas comibles como las frutas, las verduras y los tubérculos. En su ignorancia, el vegano cree que se está retrotrayendo a una reconexión con la “madre tierra” que solo existe en su imaginación. Se sirven a sí mismos de un pseudomisticismo new age que muchas veces da vergüenza ajena: “la carne te hace vibrar bajo”, “no puedo comer cadáver”, “imagino todas esas personas no humanas (sic) que tengo muertas dentro mío”… La nutrición humana no está relacionada bajo ningún concepto con las ondas sonoras o las “vibraciones” que emitimos los humanos y que son ni más ni menos producto de la combustión sin la cual estaríamos muertos (sí, los seres humanos, como todos los integrantes del reino animal, funcionamos en base a combustión, por algo se llama “caloría” a la medida energética implícita en los alimentos).
El nivel de delirio que observamos en muchos militantes del veganismo es tal que hasta llegan a afirmar que la menstruación es un hecho maldito, una eliminación de “toxinas” que nunca debería ocurrir, justificando los desórdenes hormonales cataclísmicos de las dietas veganas, haciendo una exhibición obscena, además, de su ignorancia en términos de biología básica, pero expandiendo el credo antinatalista, fundamental para la agenda global.
Como habíamos sugerido anteriormente, un problema muy grande es que el discurso vegano fundamentalista también se reproduce en las mentalidades “antisistema”: muchos jóvenes militantes, muy honestos y voluntariosos, contra el extractivismo, contra los agrotóxicos, se han tragado el discurso vegano endilgando a la ingesta de carne la crisis ambiental y la contaminación, y ni hablar el llamado “cambio climático”. Y cada vez que uno les subraya que esa misma agenda está presente en los postulados de la élite globalista que pretende desarrollar el “gran reseteo” en ciernes hacia una sociedad ultratotalitaria a nivel planetario, sencillamente no quieren escuchar, o bien gastan su energía en ataques personales, o bien justifican como pueden su postura.
El discurso del veganismo es funcional a todos y cada uno de los puntos de la nefasta agenda 2030 neocolonial: destrucción hormonal, pérdida de la capacidad reproductiva, estrogenización en varones, misantropía que lleva a valorar mucho más la vida animal que la humana, conservacionismo radical (difundido en el continente por personajes como Douglas Tompkins y la Fundación Vida Silvestre), odio al ser humano por entero sin diferenciar clases (la hipótesis de la “plaga humana”)… en fin, discurso e ideología de la muerte disfrazada de piedad hacia los animales o de “nueva ética”, que no hace más que movernos a recordar lo dicho por el Duque Felipe de Edimburgo hace treinta y dos años, que desearía reencarnar en un virus mortal para solucionar el problema de la superpoblación y el hacinamiento.
Conclusión: defender la soberanía y la cultura
El veganismo es ni más ni menos que el achicamiento de la contextura humana, la promoción de la enfermedad mental que será justificada con delirios “new age”, en pos de destruir la fertilidad y obligando al ser humano a atarse a la industria cuyo camino conduce al transhumanismo. Los países que históricamente han sufrido de carencias en la ingesta animalproteica por causas ambientales, religiosas y políticas (India y China como los casos más extremos, pero todo el continente asiático en general), muy al contrario de la destrucción humana propuesta por el veganismo, están impulsando el consumo de carne no solo como un componente fundamental del ascenso social, sino porque necesitan mejorar la contextura biológica de sus poblaciones, gran parte de ellas sumidas en una pobreza alimentaria durante décadas. Por el contrario, el tremendo odio a la humanidad que profesa el veganismo, deja entrever que se está dispuesto a resignar la potencia y capacidad de resiliencia física y mental que nos ha caracterizado como especie con el pretexto de eliminar a la “plaga humana”, por un lado, dándole entidad cuasidivina a los demás miembros del reino animal (muy en concordancia con cierto neopaganismo) y por otro, echando culpas retroactivas a todos los hombres sin distinción de clase o de posición de poder en el tablero político.
Queda para los lectores explorar más allá de la dictadura del algoritmo, sobre las alternativas de producción alimentaria realmente existentes (y tan poco estimuladas políticamente, en gran medida por las implicancias en cuanto a la redistribución de la tierra), en todo superiores a lo planteado por vegetarianos y veganos; ganadería regenerativa, permacultura, pastoreo rotativo, entre otras, se muestran hoy como formas de integrar la llamada “biodiversidad” sin recurrir a manipulaciones ideológicas, impulsando a que volvamos a leer nuestro pasado evolutivo para entender que gran parte de nuestra cultura se ha visto tan beneficiada como perjudicada por la forma de producir nuestro sustento, se fundaron civilizaciones enteras, se desarrolló el arte, la ciencia, la política, la guerra…
Pero debemos entender de una vez que hoy estamos ante un tiempo nuevo, en donde una élite desbocada pretende llevarse puesto todo usando la misantropía y el relativismo como armas de destrucción biológica y cultural. Tenemos que decirlo lo más fuerte y claro posible: un país como la Argentina, si es que tiene aspiraciones de independencia y autonomía reales, debe promover el consumo de proteína y grasa animal de alto valor biológico, reducir drásticamente la ingesta de aceites refinados y “alimentos” ultraprocesados, buscar el aumento de su población a largo plazo, aumentar el número de familias y comunidades dedicadas al oficio agropecuario, acercar los productos de la tierra a los consumidores reduciendo la intermediación parasitaria. Todo con el fin de lograr una verdadera independencia económica, soberanía política y justicia social, pero además con una población fuerte y bien alimentada, base de toda entereza moral y política. No debemos permitir bajo ningún concepto semejante claudicación, debemos denunciar a los destructores del mundo, falsos profetas de la “diversidad” que obedecen a un fin concreto: sellar la dependencia de la periferia para con los grandes centros del poder global por los siglos de los siglos.