“El uso de los trolls desprestigia a Macri”, afirma hasta la prensa cercana al Gobierno

Cuando desde la prensa cercana al gobierno se le hace este nivel de críticas es una señal de cosas que no están funcionando nada bien. La crítica es certera y muy detallada respecto de cómo debe ser una democracia.

Por Ignacio Fidanza *

La gendarmería mediática de Cambiemos reproduce lo peor del kirchnerismo. Los daños más graves a los gobiernos no suelen provocárselo los opositores, sino sus fanáticos. Mauricio Macri proyecta la idea de un gobierno sensato y técnico que busca abordar de manera racional los enormes desajustes que heredó. Sin embargo, ese despliegue de buenos modales tiene ruido de fondo.

Una horda de trolls y voceros desequilibrados cruzan las redes sociales y el debate público, replicando la lógica kirchnerista de traducir cualquier discusión o simple pregunta en un ataque que necesita una respuesta aleccionadora. El subtexto de esa reacción se nutre de una tradición intolerante, que tuvo en la Argentina picos de tragedia y hoy se expresa en la decadencia de un Fernando Iglesias, que tiró por la ventana sus pergaminos de pensador incisivo, para subirse al paravalanchas.

Macri no necesita estas ayudas de los que “defienden todo”, que además dañan su prestigio. Fue un error convertirlo en diputado. Envió una señal nociva, de premio a la irreflexión. Pero lo que ocurre no es un malentendido. Proviene de la admiración secreta de los gurúes de la comunicación del PRO por los dispositivos que en su momento montó el kirchnerismo, como el rol de “fighter” mediático que tenía Aníbal Fernández, que a su vez, replicaba el modelo madrugador de Carlos Corach.

De Corach a Fernando Iglesias, pasando por Aníbal, en el camino fuimos perdiendo densidad política y sumando grosería. Macri no lo necesita. Si el programa de su administración es ir hacia la construcción de una sociedad moderna, debería cuidarse más de los Bracescos propios, que de aquellos que nunca le concederán nada. La intolerancia alentada desde el poder abre la puerta a los peores demonios.

Ponderación, paciencia, mesura, eso hace al corazón de los gobiernos desarrollados que admira Macri. Que por cierto, no tienen ejércitos de trolls ni periodistas militantes a su servicio.

Debatir con serenidad temas complejos como la manera en que combatimos la corrupción con eficacia, mientras mantenemos el debido proceso y evitamos la venganza judicial; o como balanceamos libertad de expresión y periodismo responsable; gestión eficiente y falta de controles; hacen a la esencia de una democracia madura.

En estos meses asistimos a una polémica ridícula sobre la existencia o no de un lugar llamado Corea del Centro, para caracterizar de manera burlona al esfuerzo de periodistas como María O’ Donnell, Matías Longoni, Ismael Bermúdez, Marcelo Longobardi, Carlos Pagni, Ernesto Tenembaum o Hugo Alconada Mon, por hacer su trabajo. Es decir, ensayar una mirada crítica sobre el presente.

El Gobierno debería ser el primero en alarmarse ante la expansión del marco cultural de la grieta, que va engullendo al país en un Boca-River infinito, brutalizando a una sociedad que necesita -sobre todo- ejercitar la tolerancia.

Pero en la Casa Rosada están fascinados con el blindaje mediático que les ofrecen algunos periodistas, que se convirtieron en todo aquello que criticaban. Mala idea, nada bueno ocurre nunca cuando los gobiernos eligen celebrar a los ultras, en vez de identificar en ellos, la semilla de su propia decadencia.

LPO sufrió esa pulsión, cuando al inicio de la actual gestión reveló que Macri había desviado el helicóptero oficial para llevar a su ministro de Transporte, Guillermo Dietrich, a su country, aterrizando en el campo de Polo. Era a todas luces una conducta impropia, que abusaba de bienes públicos. Pero se entendió como un ataque y el castigo se descargó en toda su furia contra este medio y este periodista.

La dinámica se repitió esta semana, luego que expusiéramos el grave error del director de Vialidad Nacional, Javier Iguacel, que construyó un puente casi un metro más angosto de lo previsto, que impedía el paso de trenes. Hay atrás de esa historia, otra de contrataciones que eludieron los circuitos formales del organismo, en un afán de velocidad o acaso de negocios irregulares.

Se trata de debates serios que hacen a la seguridad cotidiana de decenas de miles de personas. Un puente no es un chiste de Fernando Iglesias. La imagen de macristas festejando que después de cortar las barandas con moladoras, ahora sí, los trenes pasan, hablan por sí solas.

Veamos otro ejemplo. La combinación de la Jefatura de Gabinete apropiándose de la base de datos de la Anses, con el escándalo en ciernes que enfrenta ese organismo por la licitación direccionada a Telefónica -antiguos empleadores de su titular, Emilio Basavilbaso- de call centers por 300 millones de pesos, no anticipa nada bueno.

Campañas, bases de datos, granjas de usuarios falsos para operar sobre las redes sociales, calls centers, eventuales violaciones a la ley de Habeas Data, manipulación de audiencias, fake news, big data, son eslabones de un modelo que ya conocemos. Putin, Trump, Ucrania, Cataluña, México. Todos sabemos de qué estamos hablando.

Macri tal vez crea que esa maquinaria disciplinadora es un mal necesario, mientras intenta concretar la transformación cultural del país. Es un error además de una contradicción, que puede comprometer su legado en un costado tan sensible como la libertad de expresión y el juego limpio electoral.

Tiene el poder político para terminar con los trolls como política de Estado y moderar a sus periodistas militantes. Si lo hace, lejos de perder poder ganará autoridad.

* Ignacio Fidanza – fundador y director de La Política Online. Periodista de profesión, estudió Ciencias de la Comunicación y es abogado egresado de la UBA. Actualmente preside la Asociación de Periodismo Digital (APD) que nuclea a los principales sitios de noticias de la Argentina.

Fuente: www.lapoliticaonline.com – 30-11-17

 

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