Una reflexión para comenzar a pensar la decadencia. Parte I – Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

Parte I

Podríamos reflexionar, después de la lectura de varias notas precedentes, sobre la conveniencia o interés intelectual del título de este estudio. Haberlo hecho antes hubiera supuesto enfrentarnos a un muy difícil tema por falta de la información necesaria. Como un comienzo de este ejercicio de búsqueda debemos preguntarnos si estamos viviendo en un mundo aceptable. No pretendo que se responda sobre lo justo o equitativo, o si está más o menos cerca de algo ambicionable. Propongo que se piense, simplemente, en si es aceptable. Podemos imaginar, en este juego, una encuesta mundial: ¿Qué nos informaría? Si las respuestas fueran mayoritariamente positivas todo lo anterior ha sido un esfuerzo inservible. Pero, el motivo central de esta investigación ha partido de la tesis que se sostiene en el supuesto de una opinión abrumadoramente rechazante del estado actual del mundo, lo cual nos permitiría pensar que estamos llegando a un punto insostenible. Yo he partido del convencimiento de esa apreciación. No es sólo una idea subjetiva, es el resultado de múltiples lecturas de personalidades internacionales, académicos e investigadores, que llegan a esa conclusión. Las notas anteriores algo mostraron de ello. Avancemos un poco más.

En una entrevista (3-6-2013) que el periodista ruso de Komsomolskaia Pravda, Evgueni Chernih, le realizara a Andrei Fúrsov [1] (1951), el historiador le informa de un hecho que no ha recibido la difusión necesaria para una gran parte de los lectores del mundo global pero, aun si la hubiera tenido, hubiera pasado inadvertida por el letargo en el que ha sido sumergido, quiero subrayar el haber sido sumergido, el ciudadano de a pie para comprender la gravedad de tal acontecimiento. Peor todavía, si esta información se hubiera comprendido no hubiera sido esperable alguna reacción importante. Lea, amigo lector, con atención:

«Hace dos años las dos dinastías financieras más famosas del planeta han concluido una alianza que de inmediato planteó multitud de preguntas y de versiones conspirativas. A los analistas esta alianza les pareció extraña, inesperada. Se consideraba que ambos clanes, desde hace mucho tiempo, están enfrentados en una cruel guerra de competencia, eran irreconciliables. Se trata de una concentración del capital y del poder en vísperas de serios sobresaltos que se salen del marco de las finanzas y de la economía. No se trata simplemente de sobrevivir a la crisis, como piensan algunos, sino de presentar un aviso para el futuro, anunciando su deseo de dominio en un mundo de pos-crisis y poscapitalista».

La impensable cantidad de dinero que está involucrada en dicha alianza y los fines a los que se destinará debería estremecernos. Agrego una información más que ayuda a percibir la amenaza del fenómeno. El investigador Eric Zuesse [2] (1981) describió la distribución de la riqueza global, sin tener en cuenta esta alianza, en estos términos:

«La desigualdad de la riqueza es siempre mucho más elevada que la desigualdad de los ingresos, y por ello un cálculo razonable de la riqueza personal en todo el mundo se encontraría probablemente en este orden: el 1% más rico de la gente posee la mitad de todos los activos personales. Esos individuos podrían considerarse la actual aristocracia, en la medida en que su poder económico es igual al de todo el 99% restante de la población del mundo».

Por su parte, el destacado periodista canadiense-estadounidense David Brooks [3] (1961) proponía una reflexión (en junio de 2013) respecto del estado de anomia, indiferencia y pasividad de gran parte de los ciudadanos de los EEUU ante esta marcha de la situación social, pero de la que no escapa gran parte del mundo global, a partir de las siguientes afirmaciones:

«Una de las sensaciones más raras aquí [EEUU] es la ausencia de lo urgente. Este país está en medio de las guerras más largas de su historia, en las cuales cada día muere más gente, pero ésa es sólo una de las tantas noticias urgentísimas que forman parte de un torrente de información, desde los detalles respecto de la creciente desigualdad hasta las pruebas de que se acerca una crisis ambiental que puede llevar al fin de la vida humana en el planeta. Las noticias no dejan descansar –o sea, no es por falta de información–, pero tampoco parecen despertar respuestas. Todo se presenta con mayor prisa cada vez, pero nada es urgente. En estos últimos años sucedió lo que todos saben fue el mayor fraude en la historia del país, cuando los bancos y las empresas financieras provocaron la peor crisis desde la Gran Depresión (2007/08). Todos saben que actualmente, esos mismos financistas y sus amigos, están gozando de un suculento capital personal mientras la gran mayoría de los estadounidenses sigue pagando las cuentas y consecuencias del desastre. Pero esta disparidad y desigualdad no es urgente».

Y continúa con una serie de planteos similares, que acarrean los mismos peligros, que no conmueven a la famosa “opinión pública” de su país, ni de gran parte del escenario internacional. Se puede pensar, con bastante certeza, que las políticas educativas que forman parte de los proyectos neoliberales han anulado la imaginación, la curiosidad, han detenido el desarrollo intelectual y emocional de millones de personas, por lo cual viven anestesiados sin posibilidad a reaccionar. La anestesia le sirve al poder concentrado para mantener un escenario sin conflictos o, los menos posibles. La falta de conflictos favorece la angurria de unos pocos que abusan hasta el hartazgo en beneficiarse de ello. Se ha llegado, entonces, al punto de inflexión de la curva [[4]]. Se está frente al comienzo de la decadencia.

Al plantearse esta conclusión acude a mi memoria una novela de ciencia ficción, o tal vez mejor calificarla como novela de anticipación, Un mundo feliz (1932), que describe un futuro inimaginable entonces, pero que, paradójicamente, refleja con una aproximación estremecedora la sociedad de sesenta años después, la de la década de los ochenta en adelante. Fue escrita en por el británico, Aldous Huxley [5] (1894-1963). En ella pinta un mundo sin conflictos, el cual fue sintetizado por Ramón Pedregal Casanova [6] (1951) con estas palabras.

«La pulseada entre Huxley y el tiempo la sigue ganando este escritor. La anti-utopía de “Un mundo feliz” en vez de envejecer hace cada vez más evidente escenarios y diversos aspectos de nuestra vida. El autor prefirió claridad y forma convencional a la hora de exponer sus ideas futuribles. Ese intento de escribir un texto de forma sencilla, que facilitase la comprensión de la historia y la idea que encerraba, se veía contrapesada por el temor de que su novela pudiese ser objeto de distracción más que de preocupación. Huxley creía ver en peligro de desaparición las subjetividades personales a manos de un entretenimiento vacío, fatuo. Mira al futuro y dibuja una sociedad en la que la gente no tiene memoria, ignora su pasado o sin haber aprendido nada se burla de él. Además, los que son “distintos”, los “inadaptados”, los que “tienen memoria”, los que piensan, aprenden y sienten, son conducidos a zonas alejadas. En su conjunto se nos muestra una sociedad de convencidos y autosatisfechos. Para colmo los miembros convencidos y autosatisfechos de la sociedad, entierran las inquietudes que les surgen bajo el efecto del “soma”, la droga que les hace ignorar lo que cada uno piensa o siente y les mantiene distraídos. Son seres amorfos, vacíos, que no dan sentido a sus vidas».

Este mundo descrito, hace ya casi un siglo, se presenta como una clara y profunda metáfora de nuestro presente. Sorprende la clarividencia del autor al imaginar que, los primeros síntomas que comenzaban a manifestarse entonces, llegaran a este extremo en el cual aparecen sumergidos sectores importantes de los habitantes actuales del planeta. No quedan dudas que ese mensaje, casi profético, que alertaba sobre las consecuencias del rumbo que había asumido la civilización occidental, no ha sido escuchado, ni antes ni hoy, por lo cual debemos hacer frente a las consecuencias ya expuestas.

Sin embargo, en esa descripción se filtra un sorprendente mensaje: escribe en la Gran Bretaña de la década de los treinta del siglo pasado. Pareciera revivir la contraposición de un mundo humanamente feliz, ubicado en las mismas tierras lejanas en las cuales Tomás Moro [7] (1478-1535) describe el mundo de Utopía. ¡En América! Allí viven los “salvajes” que tienen una vida más feliz y una relación más humana: aman, quieren a “sus hijos”, aunque su vida es pobre y tienen dificultades y enfermedades, que no existen en el Mundo Feliz. Quiero rescatar a un personaje emblemático: un indígena, que le muestra al principal personaje femenino, lo que es el amor, inexistente como tal en el Mundo Feliz.

Veo en esos personajes que Huxley describe, irónicamente, como los “salvajes”, alguna reverberancia del buen salvaje de Jean-Jacques Rousseau [8](1712-1778) que definía un “estado de naturaleza” [9] opuesto a la “sociedad civilizada”. Si bien esto puede entenderse como una limitación de su época, muestra también la búsqueda de una salida superadora a la decadencia descrita, que ya algunos intuían en el siglo XVIII.

Ha sido mi deseo trazar un cuadro trasparente, sin ocultar las graves dificultades que debemos afrontar. Advirtiendo el riesgo de que esta pintura de época nos lleve a la posibilidad de caer en una depresión y en un escepticismo sin salida. Conocer la realidad del terreno permite avanzar con paso más seguro, sin ignorar los peligros, pero fortaleciendo nuestra voluntad. Ya que una sociedad, diferente a la actual, es posible y para construirla requiere lo mejor de cada uno de nosotros, la mayor claridad, creatividad, y disponibilidad de organización. Agrego que la crisis debe ser mirada también como una ventaja adicional que nos abre el panorama de un orden agotado y por ello mismo sin fuerzas para detener las fuerzas conjuntas que se propongan el cambio. La crisis pone en evidencia las deficiencias del estado anterior y ofrece la apertura hacia lo nuevo.

 

[1] Historiador, sociólogo y publicista ruso, autor de numerosas monografías científicas y del libro “Campanas de la historia” (Moscú, 1996). Sus intereses científicos se centran en la metodología de la teoría e historia de sistemas sociales complejos, particularidades del sujeto histórico, fenómeno del poder (y la lucha mundial por el poder, información y los recursos).

[2] Es un historiador y antropólogo cultural estadounidense, teórico general de sistemas, economista y periodista de investigación.

[3] Especializado en política. Escribe en el New York Times y fue editorialista en el Washington Times y del The Wall Street Journal y realizó contribuciones en Newsweek y The Atlantic Monthly.

[4] Toda curva creciente llega a un máximo a partir de la cual ya no puede seguir su trayecto ascendente, se convierte allí en decreciente, este punto de inflexión marca el momento irreversible por el cual la pendiente puede precipitarse hacia el punto cero.

[5] Miembro de una reconocida familia de intelectuales, es conocido por sus novelas y ensayos,

[6] Escritor español, estudió Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid y en la Escuela de Letras, es profesor de Novela Española en el Curso de Creación Literaria.

[7] Fue un pensador, teólogo, político, humanista, poeta, traductor y escritor inglés, fue además, Lord Canciller de Enrique VIII, profesor de leyes, juez de negocios civiles y abogado. Su obra más famosa es Utopía donde busca relatar la organización de una sociedad ideal, asentada en una nación en forma de isla del mismo nombre.

[8] Fue un intelectual franco-helvético: escritor, filósofo, músico, botánico y naturalista definido como un ilustrado; sus ideas políticas influyeron en gran medida en la Revolución francesa: el desarrollo de las teorías republicanas y el crecimiento del nacionalismo.

[9] El estado naturaleza, es un estado previo a la civilización, en el que los seres humanos serían bondadosos, felices, libres e iguales, vivirían aislados en familia y  siendo autosuficientes.

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