Por Ricardo Romano
“Hay que ir por el feminismo, el ambientalismo, la buena vida, el goce, el tiempo libre, el disfrute… Tan importante como conseguir laburo es sentirse feliz”…
Ese fue el discurso de un precandidato a los jóvenes.
¿Cómo ser feliz sin el trabajo que es precisamente donde el joven se dignifica? Tal vez el candidato crea que se puede ser feliz sin trabajar, fumándose un porro quizás, que es su única propuesta concreta en esta campaña.
¿Hubo alguna réplica a este discurso por parte de los demás candidatos?
No, porque en el fondo la campaña de la mayoría de los postulantes parece una convocatoria a enajenar el futuro de la juventud.
Si alguna vez la juventud estuvo asociada a soñar, a la esperanza, a la mística, a la solidaridad, al deseo de hacer grandes cosas, de cambiar el mundo, de luchar por la justicia, hoy los candidatos a representar a los argentinos creen que ser joven es ser tilingo, superficial, hedonista, individualista e incluso amoral.
Por eso, mientras desde el Gobierno promueven “abrir” la cabeza de los jóvenes con mentiras y el Presidente califica de “formidable” el ataque de una docente a las conciencias de sus alumnos en nombre del relato, los candidatos no se quedan atrás y con sus campañas apuntan directamente a pudrir la cabeza de los jóvenes…
En vez de promover un sentido heroico de la vida proponen el onanismo mental.
“Nadie se salva solo”, repiten, evidentemente sin creer lo que dicen, sin encarnarlo, porque todas sus propuestas van en sentido contrario, apuntando a privilegiar “lo mío” a “lo nuestro”.
Más importante que conseguir laburo es ser feliz, dice quien para colmo se candidatea por el Peronismo.
¿Cómo alguien puede pensar que se puede ser feliz sin trabajo, siendo el trabajo un lugar en la vida?
La frase es más apropiada para un gurú de autoayuda que para un político. Presupone que ser feliz es una cuestión de mera individualidad y de mera voluntad.
Refleja la verdadera ideología del que la formula: el existencialismo en su versión sartreana, el individualismo llevado al extremo, la idea de la satisfacción de la persona como un fin en sí mismo.
El Justicialismo está en las antípodas de este pensamiento, es una formulación filosófica que concibe al desarrollo del yo en el nosotros y la presencia del nosotros en el yo.
Para su fundador, “el hombre es una armonía de materia y espíritu y de individuo y comunidad”.
Hoy hay impostores que proponen en cambio un sujeto inconcluso al presuponer que alguien puede ser feliz en el contexto de una comunidad que no lo es, que se puede ser feliz en una comunidad esclava. Que cada uno puede salvarse solo.
Separan materia de espíritu e individuo de comunidad, por eso tratan a los jóvenes como materialistas e individualistas. Proyectan en la juventud su propia idea de la vida: una vida sin ideales ni propósito. Sin sentido. Son militantes de una idea abstracta de la política por eso les hablan a los jóvenes sin una propuesta que les electrice el alma, sin esperanza, y los colocan en la antesala de una cloaca ética.
No los convocan a una épica, ni los llaman a la solidaridad.
Ofrecen marihuana para tapar el agujero espiritual que deja una idea intrascendente de la vida.
Eso propone la socialdemocracia, o neocomunismo, por decirlo mal y pronto.
En vez de heroísmo, disfrute. El heroísmo para las mentes deconstruidas del kirchnerismo es un concepto “machista” ligado al patriarcado.
Basta de héroes, mejor esclavos. Más fácil.
En vez de coraje, caja.
En vez de ejemplaridad, degradación.
En vez de esperanza, marihuana.
En vez de espíritu épico, goce.
En vez de familia, aborto.
Y en breve, en vez de abuelos, eutanasia.
En vez de cultura popular, reviente.
En vez de castellano, lenguaje inclusivo.
En vez de proteínas rojas en la cabeza de los chicos donde se juega el futuro de la Nación, veganismo o comida chatarra.
En vez de Perón, Sartre.
Su paradigma es el filósofo existencialista, que demostró que el individualismo extremo se lleva muy bien con el autoritarismo, porque esa exacerbación del yo implica desentenderse de la gente; por eso los que se presentan como campeones de los derechos humanos pueden adherir con toda naturalidad a una autocracia, si ésta se define como “socialista” o “populista”.
Por eso Sartre fue un celebrante del estalinismo, cuyos crímenes creía debían ser ocultados para no desilusionar a las masas; después celebró el guevarismo y finalmente a Pol Pot, y a todas las brutales dictaduras “de izquierda”.
Esto lo diferencia de su coetáneo Albert Camus, quien rápidamente tomó distancia de las que llamó “tiranías progresistas” y así lo explicó: “Las tiranías dicen siempre que son provisionales. Se nos explica que hay una gran diferencia entre la tiranía reaccionaria y la progresista. Habría así campos de concentración que van en el sentido de la historia. Pero si la tiranía, incluso progresista, dura más de una generación, ella significa para millones de hombres una vida de esclavos y nada más”.
La socialdemocracia -verdadera camiseta del candidato hedonista- es la expresión política de ese existencialismo. Del relativismo.
En vez de verdad, hipocresía.
En vez de patriotas, voceros de la agenda de usinas transnacionales.
Profundamente, no tienen nada que transmitir a los jóvenes. Por eso lo que antes contenía la militancia política en la base, hoy lo contiene el narco.
En vez de movilizaciones para honrar a la Patria, movilizaciones por un plato de comida.
En vez de cuadros políticos, punteros.
En vez de dirigentes, operadores.
Respecto de todo esto, la oposición no dice ni “mu”. Quien calla otorga. Avalan el discurso del vacío espiritual.
Ni los neurocientíficos tuvieron nada que decir sobre los efectos de la droga en el cerebro.
O peor, su respuesta fueron imágenes de una juventud hiperkinética, descerebrada. Espantajos. Convocan a “dar el paso hacia la política” con una mímesis desestructurada que refleja el aturdimiento en el que les proponen vivir a los jóvenes.
A lo de Leandro Santoro le responden con la macroeconomía cuando en realidad él está hablando de valores, o mejor dicho de antivalores.
No reaccionan porque hay una base compartida: el escepticismo. Profundamente, no creen en nada.
Así empujan a los jóvenes a volcarse hacia los outsiders, los epifenómenos, que crecen en paralelo con la degradación de la política. Porque sin valores, la política pasa a ser un instrumento abstracto, al servicio de “un montón de nada”.
¿Cómo puede ser que una “católica” como María Eugenia Vidal no tenga nada que decir de esto? ¿Que a Leandro Santoro no le responda Diego Santilli, que es “peronista”? Habrá que concluir que es una agenda común para enajenar el futuro de la Nación.
No hay grieta cultural, la grieta es sólo electoral.