Por Facundo M. Quiroga
Un nuevo proceso electoral está en marcha. El vergonzoso juego de la pospolítica no se detiene, mucho menos en medio de esta guerra de desgaste global de la que forma parte. Mientras los medios y las redes nos dan de comer banquetes de excelsa frivolidad, entre alusiones sexuales y otras bellezas vomitadas por los propios candidatos, continuamos siendo testigos de una aceleración en la reconfiguración de las instituciones políticas que, aparentemente, llegó para quedarse, y se acentúa con el correr de los gobiernos: nuevos ministerios a pedido de agendas globales, nuevos ejes de disputa que se institucionalizan en ellos, nuevas figuras que ocupan espacios ministeriales emergentes del progresismo, discusiones que se plasman en medios y redes (con la novedad de que cuentan con aval estatal), todo desarrollándose de una manera ya no tan caótica como vino aconteciendo desde hace más o menos unos años. Todo, como siempre, finamente planificado. La guerra triangular, de amplio espectro, reticular, sigue en marcha, y grandes mayorías sociales siguen batallando, obedeciendo ciegamente a sus jefes ocultos, pero tan visibles como aquella carta robada del cuento de Poe.
Sintetizaremos algunos puntos de esta reconfiguración, que se cristalizan en, primero, un nuevo sujeto político que se torna dominante en instituciones del estado y de la sociedad civil, y segundo, una serie de temáticas que, más allá de presentarse en medios y redes de forma a veces desordenada, hoy son difundidas desde el propio estado como puntos nodales de sus políticas, movilizando a que la sociedad se reapropie de ellas y las coloque como temas centrales también en este nivel, en consonancia con la agenda global, pero cuyos orígenes se remiten a unas pocas minorías intensas.
Estas temáticas serán tomadas por nosotros como relatos funcionales a la carencia de abordaje real de la crisis social y económica que atraviesa el país; tienen la finalidad de crear espejismos serviles al poder global, con dos objetivos básicos: uno, poner a la sociedad a confrontar consigo misma bajo el eterno mandato del “divide et impera”, y segundo, evitar la emergencia de un proyecto nacional soberano, en el que estén incluidas estas discusiones, pero con el espacio que deben ocupar, sin pretender convertirse en cuestiones de privilegio, como el poder global pretende. (i) Estos relatos se encuentran en claro desfasaje respecto de la situación socioeconómica que vive el país, asediado por una gobernanza global basada en deudas impagables y fraudulentas, crisis “sanitarias” para dinamitar sus estructuras de protección… es decir terrorismo económico, extractivismo, asistencialismo maquillado, corrupción política y degradación institucional.
Los fenómenos culturales, ideológicos e institucionales (con todos los ejes de discusión que desarrollan) son producto de la intersección entre determinadas condiciones estructurales, materiales, biológicas. Entre éstas se ubican el desarrollo tecnológico, las condiciones económicas, la composición de clases sociales, el medioambiente. Trasladando esta hipótesis a nuestro campo de análisis, no es posible pensar los movimientos de género, ecologista, indigenista y ateo, sin reconocer previamente, dicha relación; en nuestro caso, configúrase un nuevo sujeto político que motorizará la totalidad de estos nuevos y no tan nuevos movimientos. Obviamente, como nuestro análisis es situado, trataremos de aplicar esta hipótesis a los procesos de reconfiguración social y económica de nuestro país.
Un nuevo sujeto político
El progresismo socialdemócrata, la derecha liberal rediviva, y la izquierda casi en su totalidad, parecen haber encontrado determinados nichos sociales que hoy han delimitado, en nuestro país, mucho más eficazmente sus ámbitos de reivindicación, y que en otras épocas, como por ejemplo en 2001, no se reconocían como tales bajo ningún aspecto, en medio de una catástrofe de semejante magnitud. Estos nichos son tomados por medios y redes como representados por figurines como los “millennials”, o los “centennials”, y demás subgrupos, con la funcionalidad de ahorrarnos trabajo analítico. Lo que nunca se realiza es precisamente un análisis de la estructura social que conduce a la formación de un determinado sujeto político, pocas veces o nunca son pensadas o expuestas las condiciones de su surgimiento, simplemente los nuevos figurines “aparecen” así porque sí.
Podríamos ubicar un tiempo estimativo en que la estructura social comienza a desarrollar los primeros signos de transformaciones: la segunda mitad del gobierno de Néstor Kirchner abre las expectativas de recuperación económica a partir de la renovación de la matriz de acumulación clásica del estado, que se hereda de la vieja oligarquía, pero que, rápidamente, se convierte a la acumulación por extractivismo de enclave, basado en los rindes de la soja transgénica de la pampa húmeda y más allá, que sirvieron de base de sustentación a una incipiente reactivación industrial, más el desarrollo de la economía dependiente de la asistencia estatal (bajo títulos muy diversos, pero con la misma fundamentación). Pero hay que señalar un dato de vital importancia a la hora de dilucidar el sujeto político que se va gestando en la Argentina, y que emerge, lo reiteramos, de una nueva estructura social, y es la transformación de las clases medias. No podemos entender el porqué de los nuevos encuadramientos sin detenernos sobre la relación entre la transformación de la estructura socioeconómica y las nuevas temáticas de discusión política; porque además eso da la pauta de por qué aquí, en la Argentina, comienza esto, y no en otros lugares del continente.
La estructura social de la Argentina comienza a renovar rápidamente una clase media que, si bien continúa presentando las heterogeneidades clásicas, se ancla en un suelo común, compuesto por, en lo político, la democracia representativa (ii), una cultura basada en la aspiración al consumo, en un siglo que elevaba exponencialmente las posibilidades del mismo a la luz del desarrollo de las redes y las altas tecnologías de uso personal, una educación que presenta heterogeneidades muy marcadas, pero heredando una caída significativa en su calidad y funciones básicas luego del desastre del menemismo, y una economía que rápidamente extiende el crédito de consumo a vastos sectores de la población.
Se fue generando, llegados al segundo lustro de la década del 2010, un estado social precario en los lazos trascendentes, como es usual que se produzca en toda estructura económica que se asiente sobre el consumo individual. Es verdad que las políticas redistributivas tuvieron un efecto favorable en el equilibrio social, pero lo que nos importa a nosotros es dar cuenta de cómo se genera una predisposición a adoptar causas que están reproducidas por los agentes globalistas, de parte de ciertos sectores muy ruidosos, pero casi nunca realmente representativos. Y para poder entender esto, es preciso dar cuenta de la profunda reconfiguración del hecho político, y que será lo que mamarán estos hijos de padres de los noventa. Ese es el meollo de la problemática, que nos llama a preguntarnos por qué y cómo es que una generación de las clases medias, que va desde los 14 o 15 años hasta los 40, en incluso más, gesta en su interior una predisposición a hacer propias causas impuestas desde la agenda globalista en detrimento de las causas relativas a la estructura social como totalidad, por qué ya no ven el bosque, poniendo tantas energías en cada uno de los pequeños árboles. Para analizar esto, nuevamente, tenemos que plantear la relación entre las causas enarboladas y la reconfiguración de la política a la luz de la estructura socioeconómica.
Estos hijos de los noventa leen la política en una clave de “derechos”, pero, a diferencia de actores pretéritos, la democracia representativa los acostumbró a hacer de la política un hecho que puede leerse dentro de la clave del consumo, y no de la producción de hechos políticos. El objeto de consumo del mercado político, para el progresismo, serán los “derechos”. Pero como la estructura socioeconómica se construye en torno al consumo individual, ya los derechos sociales como conquista colectiva quedarán muy lejos de concebirse como motor de la acción. Esto da lugar a un progresivo trastocamiento, un sutil enroque que lleva la esfera privada a la política pública. “Lo personal es político” se transforma en un emblema funcional a dicha vuelta del revés: las militancias pasan a hacer de su consumo y de sus neurosis personales el principal ámbito de disputa; cada vez les será más difícil leer la política en términos estratégicos, la historia en términos procesuales, la moral y la ética en términos integradores, todo se dará en función del “yo” expresado en la pura estética del consumo, del capitalismo emocional, a decir de Eva Illouz. Queda inaugurada una nueva y superadora etapa de “consumismo antisistémico”: apoteosis de la paradoja política que muestra obscenamente tanto la militancia como la dirigencia.
Lo que Colin Crouch, en los albores del milenio, llamó “posdemocracia”, y que algunos analistas locales han pensado como “videopolítica” (Sarlo, apropiándose de lo conceptualizado por Giovanni Sartori), hoy “psicopolítica” (Han) y demás términos, afecta la forma y el alcance de las luchas, ya que el sistema político neutraliza las discusiones en torno a la modificación de su estructura, porque llega a convertirlas en impensables: ¿se puede hablar en contra de la democracia hoy sin sonar “fascista”? ¿Se puede hablar en contra de la economía global de mercado sin sonar “comunista”, e incluso “fascista”? Es decir, internalizan tanto las reglas del sistema creadas por las potencias que no sólo les es imposible pensar más allá de las mismas, sino que es “imperioso”, “una emergencia”, hacer propias las causas que exportan a todo el mundo (incluso con una buena dosis de sangre y bombazos), como el aborto, el feminismo o el cambio climático. Esas causas se convierten en el mascarón de proa del fundamentalismo democrático, tal como lo anticipó el pensador español Gustavo Bueno, una mera forma que se autoproclama como la única y la mejor estructura de gobierno y de ejercicio de los derechos políticos, pero que lejos está de cumplir sus expectativas; lo único que puede cumplir, y con creces, es su función de espejismo global a ser impuesto a todo el mundo.
Si la economía se teje en torno al consumo presente e individual, la política se leerá en esa clave, rotando el eje de lo social a lo individual, incluso disfrazando lo individual de social, dando pie a una apropiación de parte del sujeto de sus vectores o causas funcionales. Y el sujeto será, finalmente, aquel que pueda desarrollar la “militancia” como parte de la esfera del consumo, y no contra ella. Ejemplo: el aborto sería un derecho que recae sobre un individuo, no hay forma de analizarlo de otra manera. No es lo mismo que construir una casa o un auto, hecho operado por muchos actores. “El aborto es justicia social”. No, no lo es en absoluto, ya que, repetimos, el operante de ese derecho, sobre quien recae, es sobre un sujeto. Pero se lo contempla como si fuese un derecho social, cuando estos derechos sociales son los grandes afectados por el giro de la economía y la política.
En una sociedad de consumo individual y solipsista, la política también se consumirá en esta clave. La estetización de la política se disparó en flecha a la luz también de trabajos académicos, artículos periodísticos, con mayor o menor nivel de frivolidad, que la legitiman, a veces de forma ridícula, como por ejemplo el grotesco caso del “posporno” en la Facultad de Sociales de la UBA, que fue tomado por sus gestores como un hecho político disruptivo y cuestionador (¿?). El glitter, los pañuelos, el color, las performances y happenings, el vandalismo estetizado, las pelucas, piercings y demás accesorios, parecen estar fina y conscientemente configurados con horas frente al espejo y selfies… por momentos parece importar más el yo “luchando por la causa” que la causa misma, porque no hay causa sin ese yo. ¿Se imaginan al Che y a Camilo Cienfuegos posando dos horas frente al espejo para ver cómo le quedaban la boina y el sombrero antes de la entrada en La Habana? ¿Se imaginan a los miles y miles de trabajadores mirándose al espejo dos horas antes de marchar a Buenos Aires para reclamar la liberación de su líder el 17 de octubre de 1945?
Anteriormente habíamos argumentado que estas corrientes le hablan a una sociedad que no obedece a la descripción que los progresistas realizan de la misma, pero también pretenden pelear contra un sistema que no es tal, que es un espejismo férreamente sostenido por varios relatos anacrónicos respecto del estado de cosas real en el país y en la región. Estos constructos son difundidos con cada vez mayor fuerza ya sea por parte del estado o de organismos internacionales. Explicar sus implicancias es una labor que no se puede dejar pasar en ningún análisis del presente político nacional, sobre todo porque, en estos tiempos, ya forman parte preponderante de sus propios programas, ya ni se molestan en ocultarlo.
Los cuatro relatos
1- Feminismo, género
Es una realidad indiscutible en todo el continente que el movimiento de género tiene su base de sustentación en la Argentina. Se podrá hablar de la gigantesca Marcha del Orgullo en Brasil, o de los movimientos de mujeres indígenas, pero si vamos a la historia, logramos ver que el feminismo está absolutamente ligado a lo que ocurrió y ocurre en la sociedad argentina. Todos los feminismos de Latinoamérica se referencian en él, la mayor autora feminista del continente, Rita Segato, también es argentina, y la mayoría del periodismo y la política en clave de género, se gesta en nuestro país.
Si bien los movimientos sociales en el país, desde el nacimiento institucional del movimiento de mujeres en la década del ‘80 del siglo pasado, desarrollaron algunas líneas que se centran en el lugar de la mujer en la economía y la política, muy lejos está hoy ese fenómeno inicial de la agenda dominante en estos días. No se aplicaban ni se escuchaban en modo alguno términos como “heteropatriarcado”, “perspectiva de género”, y demás, o bien eran utilizados en cenáculos académicos muy puntuales, y mucho menos se asociaba el movimiento de mujeres al LGBTIsmo, “les no binaries”, y las “disidencias”. Es con el desarrollo de las clases medias, y sobremanera la población universitaria (y aún más específicamente, los universitarios de las carreras humanísticas y sociales), a partir del segundo lustro del dos mil, que comienza el trabajo de construcción de agenda a partir de nuevos tópicos, que tiene un punto de partida en términos institucionales con la sanción de la Ley de Educación Sexual Integral 26.150, que hoy vuelve a ser objeto de disputas intestinas en cuanto a la aplicación de la denominada perspectiva de género.
Respecto a este tema ya hemos escrito algún artículo (iii). Ahora bien, nos vemos compelidos a dejar bien en claro la funcionalidad en términos sistémicos para con el capitalismo vigente, porque se suele asociar las posturas llamadas “provida” al neoliberalismo a partir de dichos como que “el capitalismo patriarcal necesita reproducir a los pobres, y por eso no quiere legalizar el aborto”, muy vigente en el sentido común de la militancia feminista, cosa a todas luces errónea respecto del estado del capitalismo vigente, en el cual todo ser humano apunta a ser considerado superfluo.
Los hechos fundamentales que expanden la confrontación divisoria en la temática son dos. Primero, la creación de construcciones político-jurídicas como el “femicidio”, como consecuencia de las marchas “Ni una menos”, originadas en 2015 a partir del caso de Lucía Pérez que, dicho sea de paso, no fue un femicidio, sino que fue una muerte manipulada por el propio movimiento para construir agenda. “Femicidio” es el homicidio de un varón a una mujer sólo por el hecho de serlo, algo absolutamente insostenible desde cualquier análisis jurídico sensato que tenga en cuenta la casuística fundamental. En segundo lugar, la ampliación del movimiento de mujeres a las “disidencias”, proceso que tiene como objetivo construir un marco político en donde la sociedad quede partida en dos bajo el eje de lo femenino y “disidente” como intrínsecamente positivo y lo masculino como intrínsecamente negativo. Comienza a aparecer la idea del “cuerpo feminizado” como degradado, universalmente defenestrado, a modo de estrategia para desarrollar esa partición en dos: lo “masculino” como dominante y lo “feminizado” (en donde sí ingresarían las orientaciones no heterosexuales, los queers, no binaries, y demás) como universal e históricamente dominado. De más está agregar la absoluta invalidez de todo este entramado nomás leyendo algunos libros e investigaciones históricas bien hechas.
La trampa de esta maniobra radica en que nunca quienes representan al feminismo en todo el mundo van a decir lisa y llanamente “los hombres heterosexuales son malos”. Pero se deja entrever en absolutamente todo el discurso que habría una especie de germen, de maldición que afecta a los hombres (y algunas mujeres) que es la “masculinidad hegemónica”, o “masculinidad tóxica”, si se prefiere dirigir el término hacia un vocabulario más autoayudezco. Hay que decirlo claramente: eso que llaman “masculinidad tóxica” es ni más ni menos que la masculinidad. No existe “otra” masculinidad ni una “nueva” masculinidad, porque tanto rasgos a priori positivos como negativos, forman parte de la misma masculinidad. Por ejemplo, lo que plantean colectivos como “Varones Antipatriarcales” está teñido de un esencialismo aberrante: la maniobra para “redimir” al varón “patriarcal” sería agregarle o resaltar progresivamente, rasgos asociados a lo femenino: mayor “empatía” (término usado ad nauseam por el feminismo, el LGBTIsmo y prácticamente todo el progresismo, a modo de ataque personal a sus interlocutores críticos), emocionalidad, no reprimir el llanto, dividir equitativamente las tareas de cuidado…
Una enorme cantidad de trabajos científicos que no dejan de ser respaldados permanentemente por evidencia, provenientes de distintas disciplinas como la psicología evolucionista, la psicología social, la historia, la antropología empírica, la neurología, confirma que la masculinidad que tanto defenestra el feminismo es la masculinidad biológica, los rasgos fundantes del homo sapiens masculino. También existe un homo sapiens femenino (es decir, misma especie, sexo complementario), que consta de rasgos biológicamente determinados, y que denominamos como tales. Desde David Buss hasta Marta Iglesias Julios, Simon Baron-Cohen, David Geary, Robert Trivers entre muchísimos otros investigadores (que casi con seguridad la militancia feminista jamás oyó nombrar en su vida), confirman la relación entre los rasgos físicos y actitudinales característicos de cada sexo con las estrategias de supervivencia y de reproducción, de protección y cuidado de las crías, y de la provisión de recursos para ello.
Lo que se conoce como el mundo de la cultura es apenas el último minuto (siendo generosos) del reloj de la evolución humana. Si durante la casi totalidad de nuestra evolución fuimos pura biología, ¿cómo es posible que el feminismo y sus cultores tachen de plano toda evidencia de huellas de nuestro pasado biológico, indicando que la biología no tiene ninguna influencia sobre el comportamiento humano en su dimensión sexual? Peor todavía, y lo decimos por experiencia personal: a cada intento de explicar la influencia de la biología en la conducta sexual femenina (que, por otra parte, nunca afirmamos que sea un inexorable destino), se interrumpe el discurso alegando que es la “cultura patriarcal”, que fueron los hombres (todos los hombres, sin excepción) los que generaron y legitimaron esas conductas, que varones y mujeres tenemos exactamente el mismo comportamiento sexual. Pero no bien se intenta la operación inversa, es decir, explicar los roles masculinos condicionados por aspectos culturales, se “biologiza” al varón, confiriéndole rasgos “animales”, o instintivos (obviamente, negativos) para justificar la necesidad del feminismo redentor. No pocas veces han afirmado feministas que gracias al feminismo “también los estamos salvando a ustedes”. Es decir: no operan diciendo que los hombres son los malos sí o sí… pero la masculinidad natural es mala sí o sí.
Si seguimos pensando que la lucha por la vida, la competencia, el predisponerse a tomar riesgos (muchas veces mortales) por el otro, el enfrentar desafíos sin perder el tiempo, entre otros elementos que han caracterizado al macho humano y pre-humano por millones de años, son per se negativos, como ocurre con gran parte de la educación sexual en el norte global (iv), jamás podremos entender las complejidades de la relación entre naturaleza y cultura en cuanto al comportamiento sexual. Pero claro, si partimos de otra base de sustentación más rigurosa, nos daremos cuenta de la maniobra que se esconde detrás de la producción teórica que legitima la idea de que el “cuerpo feminizado” encarna una intención universal de dominación masculina que sólo existe en las mentes de la militancia de género, hoy ya plenamente convertida en parte del estado argentino, con presupuesto e institucionalidad para desplegar su relato.
2- Cambio climático, ecologismo, antiespecismo
Este relato se da a conocer desde lugares hoy profundamente risueños. Risueños y muy novedosos, ya que el tema del complejo antiespecismo-veganismo-ecologismo (v) salta a la palestra, En nuestro país, luego del ingreso de un grupo de militantes veganos en el predio de la Sociedad Rural, y también luego de las pintadas y acciones vandálicas prácticamente inofensivas sobre pizzerías de la calle Corrientes en Ciudad de Buenos Aires. El circuito de la “emergencia climática” está construido a partir de la combinación de factores como la ingesta de carne, la agricultura extensiva para alimentar el ganado y la industria emisora de gases de efecto invernadero; esos serían los puntos más mencionados en el discurso global, cada tanto subido al caballo de los incendios forestales, muy aprovechables para el amarillismo de medios y redes (obviamente, siempre con la idea de difundir que se queman bosques para sembrar alimento para ganado que nosotros comemos, porque es de carne).
Lo cierto es que la hipótesis del calentamiento global producto de la emisión de gases está muy en entredicho, por más que quienes aporten datos que cuestionan dicha hipótesis tengan mucha menos difusión en medios y en redes, y nadie quiera debatir con ellos, recurriendo a las estrategemas clásicas de la aducir conspiranoia o directamente la ridiculización. Aun así, un importante número de estudiosos del clima envió, en pleno auge de la niña Greta Thunberg, una severa solicitada a la ONU para que por favor dejen de ofrecer información sesgada y alarmista sobre el fenómeno (vi). Lo cierto es que el planeta ha sufrido muchos cambios climáticos, incluso muchísimo más severos que el actual, y existe un consenso en contra de la postura dominante de la emisión de gases, que sostiene que el calentamiento está muy condicionado por la actividad solar, y no por el efecto invernadero tan profusamente enseñado en la escuela.
Es quizás en el tema ambiental donde el antihumanismo militante se nota con mayor virulencia: desde aquel libelo para escolares titulado “50 cosas que los niños pueden hacer para salvar la tierra”, pasando por el documental “Terrícolas”, relatado por Joaquín Phoenix, hasta las monsergas histéricas de la mencionada Greta, se nos viene insistiendo en lo malos que somos con la naturaleza. Lo curioso, o no tanto, es que, tanto desde los medios como desde la escuela, se insiste con elementos que no pasan de pequeños gestos, o iniciativas, generando la idea falsa de que con nuestro esfuerzo individual por hacer de nuestras costumbres algo “sostenible” (vocablo expandido como si fuese un credo), cambiaremos todo, absolutamente todo el esquema de destrucción sobre el que toda, toda la humanidad sin distinciones, se asienta desde que tuvo la desgracia de aparecer.
Quizás sonemos exagerados, pero ese es precisamente el registro en el que nos compelen a dirigirnos; pocas cosas habría más catastróficas que el desarrollo humano, malo, malo y nocivo para todas las especies de plantas y “animales no humanos” que son “otras naciones” (Joaquín Phoenix, sic. No es broma). La agenda global, por su parte, se centra en la emisión de gases como el Co2 y demás de efecto invernadero, que en un momento relacionaron con el agujero de ozono que, mágicamente, desapareció de la agenda mediática hace unos años. El fin de esto es obturar la transición tecnológica y el desarrollo productivo soberano de los países emergentes, que ahora deberán resignarse a pagar un impuesto por las emisiones, afectando toda iniciativa de inversión industrial, y atando la producción a las innovaciones “sostenibles” patentadas y desarrolladas por transnacionales. Ya lo dijo quien se encarga de la primera magistratura de este país: “el desarrollo del futuro será verde o no será”, sin preguntar a ningún compatriota si está de acuerdo con semejante sentencia colonialista.
Preguntamos a quienes fueron hechizados por el discurso ecologista: ¿alguna duda cabe de que la Argentina ni por asomo se encuentra entre los países más emisores de gases de efecto invernadero? ¿Por qué entonces, aquella niña mencionó a la Argentina como uno de los países denunciados por contribuir al calentamiento global? Es clara la intención de marcar la cancha a los países emergentes que, de paso, concentran gran parte de los recursos naturales que tanto pueden servir a los benévolos ecoestados en formación. La falta de lectura geoestratégica de los ingenuos ecologistas veganos y antiespecistas ya da ternura. Sobre todo, porque la cantidad de material de investigación que confirma la relación entre las economías de enclave extractivista y la destrucción del ambiente es muy profusa y visible. No hay que hacer demasiado esfuerzo para dar cuenta del buzón que se vende con la emisión de gases y el capitalismo verde. Y tampoco hace falta conocer ciudades como Jáchal en San Juan, Allen en Río Negro, todo el cordón sojero, para dilucidar que el problema es otro.
3- Indigenismo, racismo
El indigenismo en el país tiene un origen, a nuestro criterio, relativamente entendible. En este sentido, nos posicionamos también a partir de nuestra experiencia en educación intercultural. La problemática es muy compleja, y hay muchas probabilidades de tocar fibras muy sensibles en determinados contextos. A esto se agrega también que la enorme mayoría de la historia escrita en el país que se difunde respecto del tema, ya sea apologética de los denominados pueblos originarios o despectiva respecto de ellos, lo hace desde Buenos Aires, la historiografía situada es difícil de encontrar. El único texto de corte reivindicativo del pasado y presente indígena que se ha popularizado es el de Martinez Sarasola, “Nuestros paisanos los indios”. Por otra parte, el indigenismo en la Argentina cuenta con rasgos muy particulares, que muchas veces no logran ser entendidos por el progresismo.
Ya existen numerosos autores que ponen en profundo entredicho los relatos dominantes de la historiografía de izquierda respecto de la forma de conquista que realizó España sobre el continente. Dos ejemplos de ello son la gigantesca historiadora María Elvira Roca Barea y su investigación “Imperiofobia y leyenda negra”, o bien nuestro Marcelo Gullo, cuya teoría de la “insubordinación fundante” debería ser de lectura obligatoria en los claustros académicos, o Pedro Ínsua y su “1492: España contra sus fantasmas”. En ellos se sigue la clasificación que el filósofo español Gustavo Bueno realizó de imperios depredadores e imperios generadores. El imperio español es entendido por estos historiadores como un imperio que, gracias a elementos muy propios de su ideario como el mestizaje, lograron producir una cultura nueva, unificada a través de la lengua española pero, agregamos, no sólo de ella: entender, por ejemplo, el profundo sincretismo que encarna la música latinoamericana, con su triple raíz indígena, hispana y negra, como un fenómeno único en la cultura universal, nos puede dar una muy buena muestra de la riqueza del intercambio de significados que este continente encarna. Y así con todas las artes.
Pero en nuestro contexto hay un problema muy grande, un problema teórico e historiográfico, y es que no existe una formación que priorice lo fáctico. La historia argentina y “latinoamericana” (otro retruécano importado, que se convirtió en hegemónico en la materia, cuando deberíamos volver a llamarnos hispano o iberoamericanos) está contaminada por una falta de análisis de coyuntura empírica, en donde no se tome partido de manera unívoca por uno u otro “bando”. El panorama historiográfico en el país, en cuanto a la historia que se enseña en los libros de texto (si es que eso continúa existiendo, por lo menos si se puede pensar en la posibilidad de leer aunque sea una media página sin elementos de relleno que traten a los adolescentes como infantes) pasó del Billiken a Zamba, de la historiografía oligárquica al progresismo infantilizante que toma a los españoles como los enviados del mal, y a los pueblos originarios como pacíficos habitantes del reino de la libertad, negando e invisibilizando toda complejidad anterior a la construcción del imperio hispánico.
Otro gran error historiográfico del progresismo y la izquierda casi en su totalidad, es establecer un continuum entre conquistas. Colocan bajo una misma matriz la conquista española y la campaña del desierto, siendo ambos procesos muy disímiles entre sí. Los progresistas se justifican invocando el permanente sambenito de la Iglesia, que participó de ambos procesos; pero muy lejos está esa evocación de ser rigurosa: el estado argentino, en lo que hace a la conquista del “desierto”, muy lejos estaba de las discusiones que se dieron durante el desarrollo del imperio hispánico, discusiones que fueron el germen de los derechos humanos (sí, no fueron un invento de la sobrevaloradísima revolución francesa). El reino de las Españas llevó al límite el mestizaje, generando incluso cuadros administrativos y políticos superiores de procedencia originaria.
El estado argentino, a fines del siglo XIX, con la enorme influencia del positivismo, y un antihispanismo y anticlericalismo militantes ya desde la generación del ‘37, muy lejos estaba de introducir elementos indígenas dentro del esquema de gobierno y el proyecto de país, como sí ocurrió durante el período virreinal. La influencia de la escuela británica de conquista era casi total. Todos los intelectuales emergentes del positivismo en la Argentina fueron profundamente anticlericales, antiespañoles, con un racismo que no poseían en esa clave ni los conquistadores ni gran parte de la Iglesia, que se fundamentaba en la predestinación de raigambre protestante y la inexorabilidad biológica, clave en el proceso eugenésico que se comenzaba a desarrollar, con agentes como Ramos Mejía y José Ingenieros, mas todos los impulsores del higienismo y la pseudociencia de la nefrología.
Ese continuum entre conquistas, ese “todo es lo mismo” será muy difícil de extirpar del progresismo. Éste ha desarrollado en sus “cuadros” un analfabetismo histórico inédito; a veces son tantos los errores, mejor dicho las barbaridades que se dicen, que nos generan la idea de que no han leído otra cosa que Pigna y Galeano (vii), que, les recuerdo, era cualquier cosa menos un historiador, con todo el cariño que nos suscita. Es menester entender que la unidad nacional no se construye sobre la mezquindad histórica, que tira por la borda todo esfuerzo de construir un plexo identitario soberano que, ay, nos sigue pareciendo absolutamente posible; lo que falta es gente dispuesta a ceder en dicha mezquindad y cinismo.
4- Ateísmo (anticatolicismo sobremanera)
Es muy frecuente dentro de las clases medias universitarias, el desprecio hacia las personas que se afirman creyentes, cristianas, y más aún quienes son practicantes. No es excepcional el enfrentamiento muchas veces basado en clichés como “Iglesia y Estado, asuntos separados” o, “Iglesia, basura, vos sos la dictadura”, sin ningún tipo de matiz. Un elemento fundamental a tener en cuenta en estos sectores progresistas es que piensan a la religión como una exclusiva cuestión subjetiva, individual. Y, obviamente (incluso estudiantes y docentes de ciencias sociales, que algo de la cuestión deberían saber) manifiestan una ignorancia supina o directamente un terrible cinismo respecto del análisis básico del fenómeno religioso.
Las religiones pueden dividirse a partir de varios criterios, uno de ellos es el que divide la religión profética y la religión mística. Particularmente, las grandes religiones abrahámicas monoteístas, de corte profético y mesiánico, están asociadas a la unificación y el desarrollo territorial y político a lo largo de toda la geografía y la historia del planeta; la propia palabra “Katholikós” tiene ese significado, proveniente del griego: “universal”. No es de sorprendernos que el progresismo y la izquierda se unifiquen contra todo ese legado, ofreciendo visiones interesadas de la historia de la fe católica, incorporando a cuanto relato u obra agonística se encuentren en su camino: no importa que sean las patologías nietzscheanas, el liberalismo hijo del luteranismo tanto o más masacrador que el catolicismo, los refritos new age o neobudistas tan bien destruidos por gente como Zizek o Byung-Chul Han (quien a su vez rescata el Zen), a quienes nadie podría tildar de católicos… lo importante es hablar en contra de toda la cultura católica, de la que nada se puede rescatar. Todo, obviamente, bien adornado con citas de Galeano, perlas tipo “el patriarcado colonial de alta intensidad” de Segato, la constante alusión a la leyenda negra española, y demás enseres retóricos.
Desde nuestro punto de vista, teniendo en cuenta la creciente virulencia de los ataques de “les atees” (qué mal suena, pero no consideramos incorrecta la evocación “inclusiva”) es muy importante que se profundice sobre aquélla diferenciación entre religiones proféticas y místicas, porque nos ayuda a analizar la manera en que el pseudomisticismo, que da lugar a una pléyade de derivas individualistas, se filtra cada vez más dentro de las preferencias de las clases medias, siendo que, por otra parte, los sectores populares son testigos y partícipes de una disputa interreligiosa muy importante entre el catolicismo y los distintos evangelismos, que el progresismo parece no comprender en absoluto. Un ejemplo de esta intrusión podría ser lo que se hace con el budismo (generalmente introducido a partir de una extrema simplificación de la práctica del yoga lavando su contexto de origen), de base mística, con su simbología descontextualizada: es una constante encontrarnos con el “Om” tatuado, Budas de todos los tamaños, mixturas de yoga y neohippismo mochilero, pañuelos verdes hasta el hartazgo, cuerdas de tambores de candombe con danza butoh (?)… los misticismos, reapropiados por el mercado global, son una forma en la que el ateo o el agnóstico se aferran a una creencia que no le exige nada (vaya paradoja, ni siquiera le pide creer realmente), sólo le “pide” que las consuma. En definitiva, no serían ateos de principios, sino que serían más bien anticatólicos neopaganos. Pero creer en algo, siguen creyendo en cualquier tontería, y cómo.
Para informar mejor a los progresistas, sepan que los países más resistentes al globalismo, en otras latitudes, carecen por completo del ateísmo que profesan los progresistas “antisistémicos” de occidente. Las grandes religiones monoteístas ofrecen una concepción del orden universal de la que el ateísmo reniega constantemente. El relativismo moral y cultural desestructura las aspiraciones a que nuestra vida, o por lo menos parte de ella, persiga un fin colectivo mayor. Podríamos pensar que sí, que el concepto de subjetividad moderna hedonista, en naciones como Irán, Siria o Rusia, no se condice (a veces en todo, a veces en parte) con lo que desde el mundo noroccidental se pregona como la única vía posible a la felicidad individual. Pero les recordamos que no deberían utilizar esa doble vara constante para juzgar la moral y la ética en países que no conocen ni conocemos, y les sugerimos que piensen que, quizás, si hay una insistencia y una lucha de parte de estos pueblos tan grande por defender sus soberanías ante el tirano globalista, el hecho de que profesen religiones unificadoras algo debe tener que ver.
Finalmente, el ateísmo militante, maquillado con el ejercicio de creencias individualistas y prácticas new age, en este sentido, se presenta funcional, tal como lo afirma Diego Fusaro, al monoteísmo del mercado. Quien suscribe esta nota se considera agnóstico, pero no por ello estamos autorizados a desvincular todo progreso humano de las religiones monoteístas institucionales, siendo que también grandes masacres de la historia humana fueron perpetradas por estados laicos.
Un sujeto político antihumanista
Y así está el panorama… Se extiende cada vez con mayor velocidad entre las clases medias urbanas el imaginario de la nocividad del ser humano. Ya sea que se trate de feminismo, ecologismo, veganismo, ateísmo, o cualquiera de sus combinaciones, se extiende la idea de que es mejor no reproducirse, que el problema somos los seres humanos. Y se hace lo posible para justificar y/o votar a quienes representan ese individualismo, consumando una traición política e histórica de cabo a rabo.
Uno de los elementos fundamentales para detectar el adoctrinamiento antihumanista es precisamente la referencia a los anacronismos: dar cuenta de que el otro, nuestro contrincante, piensa y habla en una clave que es justamente lo que debe ser superado. Hay que discutir la clave de lectura de la realidad que el progresismo y prácticamente toda la izquierda están expandiendo (pero también la derecha liberal, a su manera), con el respaldo de medios de un lado y del otro y de prácticamente toda la universidad pública. Pensemos en los países en donde estos debates se extienden ya de forma caricaturesca; precisamente España es el ejemplo más acabado de ello: uno de los países de la Unión Europea con menos asesinatos y violencia hacia las mujeres desde hace años (incluso mucho antes de que se sancione la inconstitucional Ley Integral de Violencia de Género), de los países con más igualdad de género del mundo en cuanto a oportunidades y posibilidades de desarrollo personal, con menos índices de violencia hacia minorías sexuales, no parece conocer otra temática que las cuestiones de feminismo y género (y los nacionalismos fraccionarios), al punto tal de que se convirtió en el parteaguas fundamental de toda su vida política; un absurdo a todas luces.
En síntesis, machismo, especismo, supremacismo racial, destrucción del medioambiente… estas ideas, sostenidas por la mayoría de estos nuevos sujetos políticos, se sustentan en la concepción de que el problema es el hombre como tal, lo que lleva a consecuencias políticas catastróficas. Se sostiene que la naturaleza, incluso, estaría mejor sin nosotros. No es infrecuente encontrar incluso figuras de canales de redes sociales como la gata de Schrödinger o la propia Valentina Ortiz que bregan por el antinatalismo, aduciendo una especie de egoísmo al hecho de tener hijos, o aconsejando no tener hijos por el bien del planeta (pero, a esta altura, para mal de todo proyecto soberano). Y esta característica es común a todos estos sujetos, ya sean feministas de izquierda, de derecha, liberales, progresistas. El ideario antinatalista atraviesa todo el espectro ideológico. Los seres humanos somos nocivos, por lo tanto, tenemos que hacer todo lo posible por no reproducirnos, porque siempre hay algo o alguien a quien, por el hecho de ser humanos, le hacemos daño: mujeres, animales, árboles, tierra, aire, todos seríamos víctimas o potenciales victimarios de nosotros mismos. Y ni hablar si somos varones blancos (si es que eso existe en la Argentina) heterosexuales.
De todas formas, los mecanismos para esta nueva eugenesia son muy distintos; ya muy lejos estamos del clásico malthusianismo eugenésico sin ambages, contemporáneo al positivismo higienista emprendido por los ochentistas decimonónicos que no escatimaban en señalar la necesidad de represión moral y asepsia bien influidos por la escuela británica de colonización, que huía de todo tipo de mestizaje resguardado en la idea de superioridad racial. No, el neomalthusianismo poco y nada tiene que ver con ello, sino que ahora su plataforma fundamental se encuentra en la socialdemocracia y la izquierda. El tener hijos, buscar un hogar, conspiraría contra el placer de la vida en presente perpetuo: la posposición o directamente anulación de la maternidad y la paternidad con el pretexto del “deseo”, el impulso a veces patológico de viajar, de sentirnos “globales” … todo parece dirigirse hacia el pensar a la reproducción de vida humana como una obturación del placer, que es el único deber que parece dirigir al sujeto, sin importar el daño a largo plazo que conlleve. Y esto, repetimos, conduce a consecuencias sociales y políticas catastróficas.
¿Hay alguna duda de que un proyecto de país soberano no puede basarse en los relatos impuestos por la agenda global? (viii) Uno de los elementos iluminadores de esta situación es que ya no se puede dar la espalda al elefante que nos va a pisar, porque es tan enorme, tan imposible de ignorar, está tan a la vista de todos… Discutir deuda, extractivismo, modelo económico, geopolítica continental, en las claves que el enemigo construye, no nos hará precisamente más libres. Las agendas políticas dominantes son ni más ni menos que la expresión formal de la esclavitud que, en estos tiempos de guerra ampliada y reticular, el globalismo tiene pautada para nuestra región.
i – Permanentemente nos endilgan, desde nuestros interlocutores progresistas y de izquierda, que nunca explicamos qué sería el por nosotros llamado “poder global”, lo que no sólo se nos achaca a nosotros, sino a todo aquel que ose poner de relieve las variables geopolíticas que hace tiempo venimos desarrollando. Si a esta altura no se entiende qué es el poder global, sencillamente pónganse a estudiar y a leer, no nos seguiremos extendiendo inútilmente sobre ello.
ii – Es importante señalar cómo gran parte de los intelectuales de base del progresismo, en un primer momento, creyeron en una recuperación auténtica de la democracia a partir del llamado “argentinazo” de 2001, y que luego intentó ser analizado desde distintos plexos ideológicos. Hoy, en el estado en que se encuentra la cosa política luego de cuatro años de inmensa frivolidad aplaudida por casi la mitad de la sociedad argentina, estado de cosas que creíamos que no iba a volver a presentarse (o por lo menos a hacerlo de forma tan descarada y salvaje), podemos afirmar nuestro absoluto pesimismo respecto de aquella esperanzadora lectura de 2001 y el kirchnerismo como una “recuperación” de la democracia.
iv – En relación a esto, léase el excelente trabajo de Christina Hoff Sommers “The war against boys”, “La guerra contra los chicos”, en donde se detalla cómo se estigmatiza la masculinidad de los pequeños, apareciendo en las escuelas un sesgo de género al revés que tiende a evaluar de forma más positiva a las niñas por el solo hecho de serlo.
v – Utilizamos ecologismo en lugar de ambientalismo, ya que este último sí está asociado a los movimientos sociales locales como la Asamblea de Gualeguaychú o las Madres de Ituzaingó, pioneras en la lucha contra el agronegocio.
vii – En este artículo del diario el País se registra dicha abdicación: https://elpais.com/cultura/2014/05/05/actualidad/1399248604_150153.html
viii – Decimos esto mientras el Ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta, se reúne con el representante de la Open Society Foundations de George Soros. Para muestra, basta un botón… https://www.argentina.gob.ar/noticias/el-ministerio-de-educacion-y-la-fundacion-open-society-acordaron-proyectos-en-conjunto