Reflexiones sobre una libertad responsable. Por R. V. López

Por Ricardo Vicente López

Mi intención, con esta primera de una serie notas, es ofrecer una reflexión, de carácter político, sobre lo que debería ser, en mi opinión, la formación necesaria para el ejercicio de una ciudadanía responsable. El deliberado intento de convertir al ciudadano, herencia francesa, en un consumidor, un producto de la publicidad perversa «made in USA». El objetivo no confesado es la domesticación de la persona de la sociedad de masas al convertirla en un ser pasivo, acrítico, sumiso, que sobreviva, “si puede”, al avance arrollador de la globalización financierista [[1]. Nuestra respuesta a esos planes debe ser el desarrollo de una conciencia despierta y crítica, como parte de una resistencia civil, que impida el logro de esos propósitos.

El concepto espiritualidad, en este caso democrático y republicano, debe ser la forma que debe adoptar la conciencia moderna para plasmar y defender la existencia de una sociedad sostenible, que contenga personas felices y justas. Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, enseña que la felicidad no consiste en conseguir los placeres, por el contrario, se es feliz cuando nuestro comportamiento se opone al placer dedicándose a la acción política y a la contemplación:

La mayoría y la gente más burda ponen la felicidad en el placer; por eso dan a entender su amor a una vida llena de goces. Hay, en efecto, tres géneros de vida que tienen una superioridad marcada: el que tiene por objeto la vida política activa y el que tiene por objeto la contemplación. Los escogidos y los hombres de acción ponen la felicidad en los honores; ese, en efecto, es, poco más o menos, el fin de la vida política.

Es necesario no olvidar que esto está escrito hace más de dos mil quinientos años, en el seno de una cultura lejana a la nuestra y, su modo de expresarse, corresponde a un tipo de cultura también muy diferente a la nuestra. Sin embargo, con un mínimo esfuerzo, se puede detectar que la dimensión en la que coloca su pensamiento se puede encuadrar dentro de la espiritualidad ateniense. Intento acordar con Ud., amigo lector, que los textos siguientes deben comprenderse dentro de esa estructura de valores, traducidos a nuestra sociedad moderna.

Propondré una serie de conceptos sobre los cuales deberemos reflexionar seriamente para alcanzar una mayor claridad de pensamiento. Comenzaré por el tema de la libertad que adquirió, a partir del siglo XVIII, una gran importancia. Ocupó el primer lugar de la trilogía que se convirtió en el lema oficial de la República Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad [N. del E.: lema de la Masonería].

Para una primera aproximación, leamos el diccionario de la RAE:

«Libertad es una facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, o de no obrar, por lo que es responsable de sus actos. En los sistemas democráticos, adquiere el significado de derecho de valor superior que asegura la libre determinación de las personas».

Para poder pensar desde un horizonte lo más amplio posible convocaré a diversos pensadores que nos brindarán ideas para ir despejando el panorama sobre el particular. El Doctor Luis Roca Jusmet (1954) – Docente del Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona, en un artículo reciente abre el tema y nos propone:

El problema de la libertad remite a dos dimensiones, que son la libertad interna y la libertad externa. Libertad interna quiere decir que, por muy condicionados que estemos, tenemos siempre un margen de decisión. La libertad externa es el límite que nos marcan nuestros condicionamientos externos. La libertad interna depende de uno mismo. La libertad externa, en cambio, depende de la sociedad en la que vivimos. Si la primera era la capacidad de decidir y de llevar a término lo que queremos, la libertad externa es el marco de posibilidades para elegir que otorga la sociedad.

Cuando se habla de la libertad interna se quiere indicar la capacidad de hacer lo que cada uno de nosotros decide. Cuando las pasiones (ira, miedo, indolencia, adicciones, etc.) nos coartan, en alguna medida, nuestra capacidad de decisión, entonces, nos impone, aunque no seamos totalmente conscientes de ello, una limitación a la libertad interna. Tomar conciencia de esa situación puede abrirnos un camino hacia una educación por la cual podemos someter esos impulsos de origen oscuro (Freud). Es una cuestión que podríamos plantearla dentro del marco de la ética. La búsqueda de un mayor grado de libertad apunta en dos direcciones: 1.- al compromiso con nosotros mismos y 2.- el compromiso con los otros. Este ejercicio de la responsabilidad, según el filósofo alemán Doctor Hans Jonas (1903-1993) es una virtud social:

Que se configura bajo la forma de un imperativo que, siguiendo formalmente al imperativo categórico kantiano, ordena: “obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra”. Dicho imperativo se conoce como el principio de responsabilidad.

Es interesante detenernos brevemente sobre el contenido del vocablo responsabilidad:

La palabra responsabilidad se forma, en efecto, a partir del verbo latino “respondere” — dar correspondencia a lo prometido, responder–; que tiene como primera acepción “contestar”. Por ello, su significado se extiende a “estar obligado a responder o cumplir y reparar”.

Quiero insistir, a modo de disculpa, amigo lector, que esto no pretende alardear de académico, por el contrario, creo que necesitamos conocer el origen de una palabra para detectar, en su recorrido histórico lo que perdió, lo que se desvió de su sentido original. En este caso llamo su atención que la responsabilidad, en el sentido de que responde supone necesariamente la presencia interpelante de un “otro”. Somos ciudadanos de una comunidad, y es dentro de ella que debemos ser responsables.

Hemos ingresado, entonces, en el análisis de la libertad externa, que es fundamentalmente parte de dimensión política. No puede soslayarse este tema dado que somos seres políticos — en la definición de Aristóteles, pertenecientes a una comunidad política dentro de la cual llegamos a ser ciudadanos en el sentido de la Revolución francesa 1789–. Nacemos, nos educamos, maduramos, en el seno de una sociedad de existencia previa a nuestro nacimiento, cuyas normas generales de convivencia forman parte inescindible de nuestra educación. Entonces, debemos incorporar una nueva caracterización de la idea: la libertad no es nunca absoluta.

Una formulación complementaria de la libertad externa la ha desarrollado John Stuart Mill (1806-1873) al separar lo privado de lo público. Afirma que un límite de la libertad, que debe tenerse siempre presente, es que solamente puede ser limitada cuando afecta la libertad del otro. Este es el momento en el cual las normas y las leyes deben intervenir. No es que la ley limite la libertad, sino que debe armonizar la de cada uno para favorecer la de todos. No va contra la libertad sino que se pone a su servicio.

[1] Acción de financiar: “servicio de financiación; la financiación de los proyectos de desarrollo industrial fue favorecida, desde finales del siglo XIX, por la creación de una banca regional”. La financiarización es un término utilizado en ocasiones en discusiones sobre el capitalismo financiero que se ha desarrollado durante las últimas décadas, en el cual el apalancamiento ha tendido a sobrepasar el capital y los mercados financieros han tendido a dominar sobre la economía industrial.

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