Por Ricardo Vicente López
Primera parte: Filosofía del trabajo
Debe trabajar el hombre para ganarse su pan,
pues la miseria en su afán, de perseguir de mil modos,
llama a la puerta de todos y entra en la del haragán.
-José Hernández
1.- Aproximación desde la antropología filosófica
El tema del trabajo no debe ser pensado como un problema de la actividad productiva del hombre solamente. Por ello propongo incursionar en un planteo mucho más abarcador que coloque en el centro al hombre mismo, y considerar el trabajo como la dimensión constitutiva de lo humano. Equivale a decir, como la actividad que lo fue convirtiendo en un animal que se pudo desprender de los lazos naturales como consecuencia de su propia actividad. Desprender no debe ser entendido como una separación o rompimiento, sino como una superación, un salto evolutivo, que no fue el resultado de una simple combinación de elementos biológicos y medioambientales. Si bien es necesario destacar que entramos en un terreno en el que es mucho lo que no sabemos de ese proceso, debe así mismo afirmarse que no puede ser reducido a un tema de la biología o de la antropología física. La complejidad desborda un abordaje sencillo y este trabajo no es el lugar apropiado para ello [1], por lo cual sólo quiero dejar subrayado las dificultades que el tema presenta.
Se puede decir, sin que esto presente dudas, que en el origen de ese proceso nos encontramos con una naturaleza diversificada en una enorme variedad de formas que abarcaba desde las formas más simples (oxígeno, agua, etc.) hasta una amplia gama de vegetales y animales. Entre éstos habitaban el planeta los homínidos, antecesores directos del hombre. Dentro de estas especies, aunque no exclusivamente en ellas, sabemos que se desplegaba una actividad caracterizada por la búsqueda de alimentos que abarcaba desde la simple recolección hasta la caza. Esta actividad adquirió, con el correr de los siglos, características propias en una rama de los homínidos que va a dar lugar a la aparición del homo habilis. Esto no es más que una muy simplificada presentación de un teme por demás complejo, pero que nos puede servir para colocarnos en la puerta de la aparición del hombre.
La separación o desprendimiento de los que hice referencia nos coloca frente a una situación reflexiva que debe incitarnos a pensar ese comienzo. Las características especiales de esos ancestros los fueron guiando hacia formas variadas de resolución de la producción de alimentos. La relación hombre-naturaleza, entonces, no ha tenido en su comienzo otro intermediario que el trabajo. Al hablar de trabajo debemos pensar en formas colectivas de actividad dado el carácter esencialmente social del hombre. La mano humana ha sido el primer instrumento que el hombre utilizó para modificar la naturaleza en procura de su sustento y posteriormente de su vestido y casa. La utilización de la mano fue requiriendo mediaciones en el sometimiento de la naturaleza dando lugar a la creación de instrumentos muy sencillos, en un comienzo. Éstos le posibilitaron el emprendimiento de tareas mayores, siempre comunitarias, en el dominio de los materiales naturales que encontraba. La complejidad creciente de estos instrumentos y la complejidad de su uso fue el origen de las formas incipientes de, lo que hoy llamaríamos, tecnología.
La acumulación de las experiencias, conocimientos y técnicas de trabajo que está en el origen potenció el desarrollo de la actividad intelectual que lo distinguió del resto de los animales. Todo ello posibilitó la producción de bienes, en cantidades tales, que logró miles de años después, que estuviera por encima del consumo diario o periódico, apareciendo así el excedente económico. La distribución y/o apropiación de este excedente, en el transcurso de un muy largo período histórico, más el aporte de la complejidad de la división del trabajo social, dio lugar a la diferenciación de bienes poseídos en el seno de la comunidad originaria. Esto, a su vez, dio origen a las diferencias sociales. Este proceso histórico es de una gran complejidad y de muy largo tratamiento para su estudio, pero nos permite comprender lo que aparecerá luego, con la sociedad dividida en clases, la transformación del trabajo como una actividad colectiva ligada a la fiesta en una de las formas de explotación y esclavitud.
De lo dicho hasta aquí se puede comenzar a entender que el trabajo fue y es la actividad del hombre por excelencia, causa fundamental de su transformación y, por tanto, motor de la constitución y existencia de lo humano. Enfrentando siglos de postulaciones filosóficas acerca de estos temas, Carlos Marx expone con suma sencillez el punto de partida del pensamiento sobre el hombre y el trabajo:
Las premisas de que partimos no tienen nada de arbitrario, no son ninguna clase de dogmas, sino premisas reales, de las que no es posible abstraerse en la imaginación. Son los individuos reales, su acción y sus condiciones materiales de vida, tanto aquellas con que se han encontrado como las engendradas por su propia acción. Estas premisas pueden comprobarse, consiguientemente, por la vía puramente empírica. La primera premisa de toda historia humana es, naturalmente, la existencia de individuos humanos vivientes. El primer estado de hecho comprobable es, por tanto, la organización corpórea de estos individuos y, como consecuencia de ello, su comportamiento hacia el resto de la naturaleza. [2]
Partiendo de estas premisas toda la historia del hombre está condicionada por la necesidad de producir sus medios de vida. Esto nos lleva a afirmar que la historia del hombre coincide con la historia de las formas de trabajo, que no es más que otro modo de decir lo mismo. Agrega un poco más adelante en la misma página:
<Tal y como los individuos manifiestan su vida así son. Lo que son coincide, por consiguiente, con su producción, tanto lo que producen como con el modo cómo producen. Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de su producción>.
A partir de dejar sentadas estas premisas comienza a hacer un recorrido sintético por la historia de la sociedad, sus formas de organización y sus modos de producción y, paralelamente, las formas de propiedad primitivas y luego las formas jurídicas que adoptan en las diferentes etapas históricas. En ellas va a destacar un aspecto que le permitirá hacer la famosa “inversión”: la conciencia es un producto de la vida social de los hombres, tanto porque en su origen, en la aparición del hombre, la vida gregaria cumple un papel fundamental, como la antropología ha demostrado posteriormente, como en la producción de sus medios de vida la comunidad es la condición necesaria para la subsistencia. Esta conciencia estará condicionada históricamente por las formas que la sociedad adopte en la resolución de los problemas inmediatos y prácticos, de allí que las ideas que los hombres se forjen sobre su vida dependerá, en gran medida, de cómo resuelvan su modo de vida. Leamos:
<La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real. Y si en la ideología los hombres y sus relaciones aparecen invertidos como en una cámara oscura, este fenómeno responde a su proceso histórico de vida… Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo>.[3]
La explicación última de las ideas está planteada a partir de las condiciones de vida y no, por el contrario, en que se pretende explicar cómo vive el hombre a partir de las ideas que tiene sobre ello. Por eso la inversión de la que habla. Entonces nos enfrentamos a la frase tan citada y no siempre bien entendida: “No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia”. con la cual contesta a la filosofía idealista que no hay una conciencia anterior a la existencia concreta de los hombres, que las ideas que los hombres adquieren son el resultado de sus formas de vida. Los hombres adquieren conciencia de sí y de sus relaciones con los otros hombres a partir de las relaciones sociales que entablan en cada etapa histórica. Y que el conjunto de las ideas que conforman el ideario social es el producto de esas relaciones sociales. Volvamos el texto:
<La producción de las ideas y representaciones, de la conciencia, aparece al principio directamente entrelazada con la actividad material y el comercio material de los hombres, como el lenguaje de la vida real. Las representaciones, los pensamientos, el comercio espiritual de los hombres se presentan, todavía aquí, como emanación directa de su comportamiento material>.[4]
Quiero rescatar lo subrayado para evitar las interpretaciones erróneas. Están hablando de una etapa de la historia del hombre muy primitiva, por ello el señalamiento de “al principio” que es corroborado con el “todavía aquí”; la dificultad para una correcta interpretación surge, en mi opinión, de la actitud tan radical que ha adoptado, de una exigencia de ir hasta la médula del asunto, de buscar en las formas más simples el mecanismo que permita una explicación acabada del tema tratado. Para modificar esas formas que va adquiriendo la conciencia es necesario, entonces, modificar las relaciones entre los hombres, modificación que deberá producirse por las transformaciones operadas en las relaciones sociales, en las que la propiedad de los medios de producción va a ejercer un papel fundamental. Las formas de propiedad que están estrechamente relacionada con la división del trabajo, las divisiones de clases de cada sociedad, y de allí las formas jurídicas que esas sociedades adquieran para garantizar y justificar las relaciones sociales existentes, no pueden ser dejadas de lado en la investigación sobre el hombre y el trabajo.
Una mujer del pensamiento de los quilates de Hannah Arendt, en su investigación sobre La condición humana, no podía soslayar el tema del trabajo:
<El trabajo proporciona un «artificial» mundo de cosas, claramente distintas de todas las circunstancias naturales. Dentro de sus límites se alberga cada una de las vidas individuales, mientras que este mundo sobrevive y trasciende a todas ellas. La condición humana del trabajo es la mundanidad> [5].
Y agrega un poco más adelante para dejar precisado la importancia de la actividad productiva del hombre como condición de la propia existencia y de la existencia del mundo en tanto tal:
<Cosas y hombres forman el medio ambiente de cada una de las actividades humanas, que serían inútiles sin esa situación; sin embargo, este medio ambiente, el mundo en que hemos nacido, no existiría sin la actividad humana que lo produjo, como en el caso de los objetos fabricados, que se ocupa de él, como en el caso de la tierra cultivada, que lo estableció mediante la organización, como en el caso del cuerpo político. Ninguna clase de vida humana, ni siquiera la del ermitaño en la agreste naturaleza, resulta posible sin un mundo que directa o indirectamente testifica la presencia de otros seres humanos.[6]
El hombre es el resultado de su “producción”, entendido esto en su sentido más abarcador de toda la actividad humana. Vive en un mundo creado por él y es el resultado de ese mundo. Ese mundo, los objetos que lo pueblan resultado de su capacidad creadora y transformadora, funcionan como el resultado de su actividad y al mismo tiempo son la condición de posibilidad de su capacidad de trabajo. Ahora se puede entender mejor la frase de Marx: “Tal y como los individuos manifiestan su vida así son. Lo que son coincide, por consiguiente, con su producción, tanto lo que producen como con el modo cómo producen. Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de su producción”. El hombre es artífice de sí mismo más allá de la conciencia que pueda tener de ello. Es su propio diseñador, su creador y su productor. El hombre es lo que su trabajo hace de él. Si esto es así ¿cómo entender que el trabajo se le presente como el instrumento de su esclavización? ¿cómo entender que él se esclavice a sí mismo? Aparece el tema de la alienación.
[1] En mi trabajo El hombre originario, publicación interna de la cátedra de Sociología, UNS, 2000, puede encontrarse un tratamiento más puntual.
[2] Marx, Carlos, La Ideología Alemana, Ediciones Pueblos Unidos, 1973, pág. 19.
[3] Marx, Carlos, La Ideología Alemana, ob. cit. pág. 26.
[4] Marx, Carlos, La Ideología Alemana, ob. cit. pág. 25.
[5] Marx, Carlos, La Ideología Alemana, Editorial Paidós, 1998, pág. 21.
[6] Marx, Carlos, La Ideología Alemana, ob. cit., pág. 37.
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