Por Juan Manuel de Prada
El otro día contemplé con mis propios ojos cómo un exministrillo con cara de bálano (chuchurrío, no rozagante) reconocía sin ambages en la tele: «No vas a frenar el contagio por el hecho de que pidas el pasaporte Covid, porque el que está vacunado también puede transmitirlo. La idea del pasaporte Covid es hacerles la vida imposible a los que no se quieren vacunar».
Hace falta ser una auténtica gusanera purulenta para proclamar que tu anhelo es «hacer la vida imposible» al prójimo. Este regodeo en el mal ajeno era calificado por Schopenhauer como la más abyecta de las pasiones humanas: «Sentir envidia es humano, desear la desgracia de otros es directamente demoníaco». Estos psicópatas que azuzan el odio contra sus paisanos, exhortando a hacerles ‘la vida imposible’, están infiernando la vida social, se están aprovechando de la inseguridad de sus paisanos para instilar en sus cerebros reptilianos conductas pánicas y gregarias, hasta convertirlos en una canalla temblona y genuflexa ante sus consignas que, sin embargo, se revuelve furiosa contra el disidente, deseosa de lincharlo.
Debemos rebelarnos contra estos psicópatas miserables; no sólo las personas que no están inoculadas, sino todos los que conservamos un ápice de dignidad humana. No podemos permitir que nos conviertan en los gusanos que anhelan para alimentar su gusanera. Si estuvieran convencidos de las propiedades benéficas de las terapias génicas experimentales se limitarían a persuadir a los reticentes con estímulos luminosos; si los amenazan con confinamientos domiciliarios, con obligarlos a pagar los costes de la enfermedad o, en general, con hacerles ‘la vida imposible’ (a sabiendas de que tales medidas generan más rechazo que acatamiento, amén de una desconfianza creciente en las instituciones) es porque carecen de argumentos persuasivos. Y, ciertamente, es difícil encontrarlos en unas terapias que no inmunizan ni evitan el contagio, y cuya presunta eficacia empieza a declinar a los cuatro meses (como ya se reconoce). Diríase que con sus amenazas pretendieran anular el grupo de comparación que permitiría establecer la eficacia del presunto remedio en que se han gastado billones, saqueando las economías nacionales.
A estos psicópatas sólo los mueve la concupiscencia del mal ajeno y el afán de excitar los deseos culpabilizadores de las masas, para dar rienda suelta al punitivismo más tiránico y estigmatizador. Cuando hayan acabado con los no inoculados, se dirigirán contra los que se resisten a la tercera dosis; luego lo harán contra los que se nieguen a dejar de fumar o de consumir carne; luego contra los que propaguen ideas que juzguen perniciosas; hasta finalmente lanzarse contra quienes simplemente confíen en la Providencia divina, a quienes juzgarán perversos herejes. Y si ahora no paramos los pies a esta chusma, aunque estemos inoculados, llegará muy pronto el día -como en el poema de Niëmoller- en que, cuando vengan a buscarnos, no habrá nadie que pueda protestar por nosotros.