Por Mario Casalla *
El año próximo se cumplirán 70 años de dos hechos políticos y culturales de primera magnitud, cuyas repercusiones llegan hasta nosotros: el Primer Congreso Nacional de Filosofía, “La Comunidad Organizada” y la jura de una (realmente) nueva Constitución Nacional. Lo que realmente importa de ambos es su vigencia, la cual sólo ocurre si somos capaces de proyectarlos y pensar categorialmente nuestro presente difícil presente argentino.
Si realmente “Hay 2019”, no será sólo por una natural continuidad en el calendario, sino porque podamos repensar y relanzar la Argentina más allá de la crisis (cuasi terminal) que hoy la atraviesa de parte a parte. En esa tarea eminentemente política y económica, las ideas valdrán tanto como las divisas que podamos producir. Y la de “Comunidad Organizada” y una “Nueva Constitución” (nacional, popular y latinoamericanista) nos están esperando allí, a la vuelta de la esquina. Excepto claro, que volvamos a equivocar el camino. Lo cual por cierto no es imposible.
Teoría y práctica
El mismo año en que se juró la Constitución de 1949, tuvo lugar en Mendoza la realización del Primer Congreso Nacional de Filosofía, en cuyo marco el presidente Perón expuso los lineamientos teóricos que habían animado la redacción de ese nuevo texto constitucional. Así teoría y práctica se daban cita en un mismo tiempo y espacio, algo nada común en procesos de profunda renovación social.
La Filosofía no fue esta vez el “búho de Minerva” (que levanta vuelo al atardecer, como recordaba Hegel), sino el ave auroral que acompañó ese cambio, mezclándose en el barro de la historia. De allí en más las relaciones entre el Peronismo y la Filosofía se fueron haciendo cada vez más estrechas.
Por eso, en no pocas oportunidades el Peronismo se presentó a sí mismo como una Filosofía y más aún -a diferencia de otros partidos políticos argentinos- existió casi siempre en su interior un cierto respeto por esa disciplina y por sus grandes cultores. Así, mientras que otras formaciones políticas pusieron más el acento en lo económico, el Peronismo lo puso en lo filosófico y fue desde esa visión general que enfocó lo político, lo económico y lo social.
Los mismos conceptos de “doctrina” y de “ideología” que tanto aparecen en sus textos liminares remiten siempre a una visión filosófica que los sustenta. Más aún, en el comienzo y en el fin de su carrera política, Perón se esforzó por ofrecer textos de clara impronta filosófica: La Comunidad Organizada, en 1949 y el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, en 1974.
Acaso este claro interés filosófico, sea también la explicación más profunda de por qué el justicialismo fue también el impulsor del hecho académico más importante de la filosofía argentina del siglo pasado: la realización del Primer Congreso Nacional de Filosofía, en 1949. Reunión internacional que –en cantidad y calidad- no fue luego superada por ninguno de los posteriores congresos nacionales de esa disciplina en nuestro país. Cincuenta y tres filósofos extranjeros estuvieron presentes en el Congreso realizado Mendoza, aunque las comunicaciones enviadas y publicadas en las Actas elevan el número a setenta y seis.
Entre los nombres más destacados pueden mencionarse a Nicola Abbagnano, Otto F. Bollnow, Walter Broker, Cornelio Fabro, Eugen Fink, Hans-Georg Gadamer, Víctor García Hoz, Ernesto Grassi, Helmut Kuhn, Ludwig Landgrebe, Karl Löwith, Ugo Spirito, Wilhelm Szilasi, José Vasconcelos, Alberto Wagner de Reyna. Todos ellos estuvieron presentes en las deliberaciones.
Entre los que no lo hicieron, pero enviaron sus ponencias escritas, se encuentran primeras figuras del pensamiento filosófico de la época como Maurice Blondel, Emile Bréhier, Benedetto Croce, Galvano della Volpe, Juan D. García Bacca, Nicolai Hartmann, Martin Heidegger, Jean Hyppolite, Karl Jaspers, Louis Lavelle, Gabriel Marcel, Julián Marías, Bertrand Russell, Michele Federico Sciacca. Puede afirmarse, sin exageraciones de ninguna naturaleza que -durante diez días- la República Argentina fue un centro de convocatoria del pensamiento filosófico mundial y que ello no volvió a suceder nunca más.
La Comunidad Organizada
Dentro de ese contexto imponente tuvo lugar el Acto de Clausura en el cual el presidente Juan Perón hizo uso de la palabra. Comenzó diciendo: “Alejandro, el más grande general, tuvo por maestro a Aristóteles. Siempre he pensado entonces que mi oficio tenía algo que ver con la filosofía”. Para agregar de inmediato: “El destino me ha convertido en hombre público… No tendría jamás la pretensión de hacer filosofía pura frente a los maestros del mundo en tal disciplina científica. Pero, cuanto he de decir, se encuentra en la República en plena realización. La dificultad del hombre de Estado responsable, consiste casualmente en que está obligado a realizar cuanto afirma”. Ocupaba ahora esa cátedra un político y lo que siguió fue la puesta en palabra de una realidad que le acompañaba. El país vivía una auténtica revolución nacional y popular y de ella quería darse cuenta bajo el título de “La Comunidad Organizada”.
Perón que llegaba allí a disertar de filosofía, lo hacía con los títulos y la autoridad intelectual y moral que le daban el haber acertado en la conducción de un Pueblo. No era el frío erudito de una disciplina más, sino el estratega comprometido en el logro de un destino común.
Por eso pudo finalizar aquella memorable disertación afirmando: “Nuestra comunidad tenderá a ser de hombres y no de bestias. Nuestra disciplina tiende a ser conocimiento, busca ser cultura. Nuestra libertad, coexistencia de las libertades, que procede de una ética a la que el bien general se halla siempre vivo, presente, indeclinable. El progreso social no debe mendigar ni asesinar, sino realizarse por la conciencia plena de su inexorabilidad. La náusea está desterrada de este mundo, que podrá parecer ideal, pero es en nosotros el convencimiento de cosa realizable”.
Este convencimiento no estaba precedido sólo de tratados y discursos, sino de un pensamiento hecho acción y de una acción, simultáneamente, meditada. El pueblo argentino, fuera de esa sala repleta de filósofos ilustres, sabía que adentro –quien estaba hablando- decía algo palpable y esto no era poca cosa. El que allí dialogaba con Platón, Aristóteles y Hegel, era el mismo que, afuera, le había cambiado la cara y el espíritu a la Argentina real.
En tres años de gobierno (1946-1949) había nacionalizado el Banco Central (marzo de 1946); ofrecido a la Nación un verdadero programa de desarrollo (Primer Plan Quinquenal, octubre de 1946); completado la independencia política, al proclamar en Tucumán la independencia económica (julio de 1947); promulgado la ley del voto femenino (septiembre de 1947); formulado la doctrina internacional de la “tercera posición”, que luego haría suya el Tercer Mundo (diciembre de 1947); recuperado para la soberanía nacional el sistema de transporte por ferrocarril (marzo de 1948); ayudado fraternalmente a España en su más difícil momento económico (abril de 1948); impulsado la Fundación de Ayuda Social porque las necesidades de su pueblo no podían esperar más (junio de 1948); proclamado los derechos de la ancianidad (agosto de 1948); creado el Consejo Económico y Social (enero de 1949) y reformado la Constitución nacional (marzo de 1949).
¿No eran éstos suficientes títulos para hablar en Mendoza de Filosofía? Por cierto que si, a no ser que a ésta se la confunda -como decía Kant- con esa torre alta “en la que sopla mucho viento, pero la ropa no se seca”. En el caso de Perón, la cosa no fue así.
* Mario Casalla – Doctor en Filosofía y Letras y Profesor Facultad de Psicología, Profesor Regular e Investigador, en grado y postgrado, en las cátedras de “Problemas Filosóficos en Filosofía y Psicoanálisis” e “Historia de la Psicología” en la UBA. Es Profesor Titular de “Historia de la Filosofía Argentina y Latinoamericana” en la Facultad de Filosofía y Teología (Área San Miguel) de la Universidad del Salvador. Preside la Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales.
Fuente: Especial para “Punto Uno” – 23-10-18
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