Paideia: la formación del alumno para llegar a ser un ciudadano responsable. Parte II – Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

(Puede leer la parte I, acá)

La responsabilidad de una formación madura debe poner al alcance los instrumentos teóricos para el logro de la calidad integral que la obligatoria función de ciudadano exige. Esa función enfrentará al ciudadano a la necesidad de promover algunos debates imprescindibles, que están ausentes desde hace tiempo en el escenario de la política mayor.

Las universidades de hoy, como resultado de las corrientes dominantes que sobreestiman la especialización científica de laboratorio, recortan el universo de ideas en una tendencia a “saber cada vez más sobre menos” como Ortega y Gasset denunciara a comienzos del siglo pasado, en su famoso libro La rebelión de las masas (1929).

A partir de la sentencia del filósofo francés René Descartes (1596-1650): «Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás», nos advierte los peligros de una formación secundaria y/o universitaria desacoplada de la lectura crítica y reflexiva de la buena filosofía. Entendida ésta, no como un paseo turístico por los libros del pasado, sino como un ejercicio permanente del pensar crítico. Rodríguez Chala [1] nos dice:

«Esquiva y clandestina, son los nuevos atributos de la filosofía. Quienes otrora, como reza la cita de Descartes, fueran baluartes de las artes y las ciencias, podrían sentirse al día  de hoy con el rostro entre las manos, con la mirada perdida. La Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa propuesta para España, se plantea alcanzar un modelo social de distopía [2] y pensamiento único. Se propone que el debate no tenga lugar. Donde los conflictos desaparezcan o se resuelvan con directrices maniqueas controladas desde arriba. Las batallas al estilo Marx-Prouhdon, planteadas frente al pueblo, herencia de los tiempos socráticos, son expulsadas de las aulas donde antaño eran tenidas como fuente del desarrollo personal y del júbilo intelectual. La filosofía no se está muriendo, la están matando».

Lo que se afirma para España no está muy alejado de lo que algunos planteos, no tan viejos, de cierto pragmatismo neoliberal, se proponen para nuestra América. El peso del Banco Mundial, en sus proyectos de apoyo a la educación, apunta a los mismos resultados. Rodríguez Chala, adoptando el lenguaje de las viejas Cortes, se dirige, con las siguientes palabras, a quienes se asumen como autoridades calificadas para esa tarea de destrucción del pensamiento. Con ironía dice:

«Sus señorías olvidan, formadas por una fuente segura y que merece confianza y crédito: el valor incalculable de la enseñanza filosófica. El juego de la filosofía, como ejercicio superior, circunscrito por el saber histórico y las disputas fundadas, todas figuras inherentes e inseparables de las clases de filosofía, componen mucho más que el pueril y anodino cuerpo de una materia exigua y prescindible. El debate, la reflexión, la dialéctica, el recreo intelectual, el desarrollo social y personal, en definitiva, son consecuencias ineludibles de este escenario donde las diversidades construyen, o construyeron, las clases de filosofía. Los jóvenes estudiantes, ciudadanos críticos en formación, habrían de conocer el papel imprescindible que el pensamiento filosófico ha jugado en la historia del cambio social, desde los modelos de hombre y sociedad de los tiempos de Sócrates, Platón o Aristóteles…»

Ahora bien, ese ideal de estado, que sistematiza y controla la implementación de una paideia consecuente con los valores que apuntan al bien común, admite como contrapartida el estado realmente existente. Las divergencias entre el ámbito de la praxis política y el deber ser no constituyen un dato inédito y, por el contrario, suelen ser la regla en sociedades en crisis.

La doctora Demirdjian comenta que en la República Platón apela a la formación de un régimen ideal. Sin embargo, hacia el final de su vida, probablemente en virtud del escaso éxito que la reconversión o formación de un gobernante, con la altura moral e intelectual que sería deseable en el Rey filósofo, le deparó una gran decepción. Ello lo llevó a plantearse una mirada más pragmática. En este sentido, la problemática de la paideia se perfila como un instrumento de cambio capaz de posibilitar la programación y sistematización de una acción política eficaz. Al acentuarse en el pensamiento platónico la lógica del deber ser, se extrema el vínculo entre moral y política, y como consecuencia se extrema la observancia respecto de la oratoria y el quehacer de los políticos.

La doctora insiste en su investigación y recurre al Gorgias, donde Platón se debate, en una muestra de realismo, entre el ser y el deber ser. Se concentra en el debate entre Sócrates y tres discípulos: Gorgias, Polo y Calicles:

«El diálogo transcurre entre interpelaciones acerca de qué es la política y cómo debería ser, cómo actúa el político real, y cómo sería el político ideal. Subyace en todas ellas el cómo se resuelve el problema del poder. En todo caso, la respuesta está condicionada por la calidad del gobernante. Si éste es capaz de discernir qué es lo bueno y lo justo según la especificidad de la política lo exige, logrará destacarse por sobre los políticos reales que encuentran en el manejo del poder un fin en sí mismo. Un político con tales aptitudes es el único que logra asegurar el tránsito virtuoso en la vida terrena y más allá de la muerte para sí y sus conciudadanos».

La intervención de Calicles representa al estadista de éxito que es la resultante de una muy buena y exigente formación intelectual: una fluida oratoria, y restringe su noción de política al manejo del poder sin cuestionarse si su desempeño logra o no el bienestar de sus súbditos.

Por su parte, Platón, siempre fiel a la voz de su maestro, apela a la techné de la política en contraposición con la realidad del poder. En este sentido, dado que toda techné posee un ámbito que le es específico, Platón postula como propio del arte de la política el conocimiento de lo bueno y lo justo dirigido al bienestar de los gobernados:

«Ahora bien, Platón admite que el político no conoce apriori acerca de lo bueno y lo justo, ya que de poseer este conocimiento sería más filósofo que estadista. El accionar de los políticos como Calicles, al buscar el propio placer y no la realización de la techné de la política, subvierte la íntima conexión que debe existir entre moral y política. De esta forma no sólo condenan su propia alma, sino que además infringen un mal mayor al arbitrar igual suerte a sus gobernados. El hombre conformado por alma y cuerpo requiere un arte especial que cuide de su vida.»

Una reflexión a esta altura del desarrollo del tema, la educación del ciudadano, teniendo como punto de referencia la Paideia, va a reaparecer como expresión del camino de todo hombre hacia su perfeccionamiento según el  dictado de su naturaleza. El concepto naturaleza hace referencia a la verdadera salvación que implica superar la ignorancia, y ésta siempre se vincula con un tránsito que es moral y político.

El Gorgias anticipa la conexión que el gobernante conjugará en su formación dentro de un estado ideal y anuncia el objetivo del verdadero estadista. Esta es una marca que Platón logra moderarla pero que es una fuerza imposible de superar en la cultura de la Atenas de aquella época. Todo esto, planteado en los términos de la doctora Demirdjia, tiene por objetivo ofrecernos un modelo que, aunque irrealizable ya en esos tiempos (mucho más que imposibles hoy), nos plantee unos marcos para pensar la relación entre la moral y la política, tan graves en el panorama actual.

[1] Citado en la nota anterior.

[2] El término, procede del griego, creado como antónimo directo de utopía, término acuñado por el pensador inglés Tomás Moro (1478-1535), título de su obra más conocida, publicada en 1516, donde describe un modelo para una sociedad ideal con niveles mínimos de crimen, violencia y pobreza.