Paideia: la formación del alumno para llegar a ser un ciudadano responsable. Parte I – Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

Le propongo, amigo lector, comenzar esta nota con la lectura de una cita que creo importante y esclarecedora. El propósito es abrir un ámbito de pensamiento dentro del cual se puedan encontrar definiciones y conceptos iluminadores. El tema tiene una importancia excepcional, sobre todo en tiempos de pérdida de todo horizonte humano. Un primer apunte es para advertirle algo que lo puede despistar: para pensar nuestro futuro deberemos ir a las fuentes de nuestra cultura, saberlo evitará sorpresas, confusiones o malas interpretaciones. Es esta la razón para convocar a una estudiosa de este tema, cuyas investigaciones serán una gran ayuda para nuestra reflexión. Ella es la Profesora Liliana A. Demirdjian [1], quien comienza un artículo sobre el tema educativo, con palabras que encierran una crítica a los modos habituales con los cuales se trata este tema:

«Es usual que entre nuestros contemporáneos, tengan o no conciencia de ello, la educación sea entendida como un proceso formal  que, en el mejor de los casos, hace al desarrollo del potencial individual del alumno. Sin embargo, una mirada más profunda del proceso educativo nos llevaría a una conclusión más abarcadora: la educación crea y reproduce el potencial externo de toda sociedad. En otras palabras, aquellos valores efectivos para una sociedad son elaborados en el marco de un proceso educativo que  siempre contiene el  bagaje con el cual la sociedad cuenta para crear alternativas ante las coyunturas críticas».

Es muy interesante el camino que la Profesora emprende dentro de esta reflexión. Recurre a un Platón (Atenas 428-347 a. C.) mucho más maduro, ya anciano, distante del autor de los textos más conocidos. En este caso aparecen las razones de su radicalización respecto de un plano del estado ideal y de la relación necesaria con el mundo socio-político:

“…Así, pues, no acabarán los males para los hombres hasta que llegue la raza de los puros y auténticos filósofos al poder o hasta que los jefes de las ciudades, por una especial gracia de la divinidad, se pongan a filosofar…”.

Este Platón no tenía ya muchas esperanzas sobre lo que, denominaríamos hoy, el problema integral de la educación del joven. En este aspecto es importante recordar que le tocó vivir la decadencia de Atenas. Esa ciudad había desarrollado un concepto para centrar el debate sobre este tema: Paideia (del griego “educación” o “formación”). Avancemos un poco sobre este vocablo: definía para los pensadores griegos, el proceso de crianza de los niños, entendido como la transmisión de valores: saber ser y saber hacer, propios de las necesidades de esa época.

«La paideia se centraba en los elementos de la formación que harían del individuo una persona apta para ejercer sus deberes cívicos. Bajo el concepto de paideia se agrupan elementos de la gimnasia, la gramática, la retórica, la poesía, las matemáticas y la filosofía, que se suponía debían dotar al individuo de conocimiento y cuidado sobre sí mismo y sobre sus expresiones. El primero en proponer el concepto paideia, como un humanismo cívico integral, fue el orador y pedagogo griego Isócrates [2] (436- 338 a. C.)».

El ideal de paideia debe ser entendido dentro de la estructura específica de la polis griega, en la cual una casta relativamente reducida de ciudadanos, exentos de la necesidad de trabajar, dedicaban su vida a la participación en los asuntos políticos – según la definición de Aristóteles: «la ciencia de la polis» -. Esto define un mundo y un modo de vida muy alejado del que se plantea la sociedad moderna. Por tal razón, la comprensión del paralelo que estoy desarrollando nos demanda un gran esfuerzo para que nos sea de utilidad. Ese esfuerzo nos va a permitir superar las comparaciones simples, superficiales y directas. Para ello no debe entenderse la enumeración de temas como materias de una carrera académica, sino como contenidos que no podían faltar, para aquella época.

Si se pudiera realizar un viaje histórico, en el cual un ateniense se encontrara en medio de nuestra civilización o, en sentido inverso, una persona moderna hiciera algo similar, el impacto sería muy grande, y las posibilidades de comprender serían muy escasas. Ello nos está diciendo que las desemejanzas son muchas, fundamentalmente la estructura mental es distinta, casi incompatible. Sin embargo, el juego ideado debe ayudarnos a poder sacar de las diferencias algunas enseñanzas útiles.

Creo que el análisis del concepto griego paideia  puede sernos de mucha utilidad. El dominio y cuidado de la lengua griega distinguía a los ciudadanos bien educados, (el valor de la palabra se ha ido perdiendo hoy en la formación escolar actual, y en los niveles superiores). La expresión oral, cuidadosamente elaborada, respondía a la obligación de presentarse en el Ágora (plaza pública de las ciudades de la antigua Grecia) como una persona refinada intelectualmente  (téngase en cuanta que se trata de formar un ciudadano responsable). En ello el ejercicio de las habilidades persuasivas, mediante la oratoria, resultaban decisivas. El conocimiento de la filosofía mostraba una disposición de ánimo poco inclinada hacia los asuntos mundanos, superficiales; es decir, una cualidad superior y deseable en un potencial legislador. Dice la Doctora Demirdjian:

«La noción de paideia en la misión del gobernante y la función de la legislación, definía por la perspectiva de este ciudadano de ascendencia aristocrática. En Platón, dada la complejidad y riqueza de sus escritos, nos vemos obligados a limitar su análisis a los diálogos: Gorgias, República, el Político y Las Leyes. De allí podemos extraer una síntesis sobre el concepto. Surge de inmediato un primer problema: su traducción se dificulta porque no existe en nuestra lengua una palabra que resulte un equivalente exacto, esto impide una traducción precisa de la noción de paideia. En nuestro caso, utilizaremos la noción de educación, teniendo en cuenta siempre que estamos en presencia de un proceso definido por Platón como el camino que permite al hombre salvar su alma librándose del obstáculo que la ignorancia le representa».

Estas palabras anticipan, de alguna manera, la compleja relación que conecta los conceptos política, moral  y político en el complejo desarrollo de la paideia. Esto nos hace mucho más arduo hoy cuando estamos pensando en la formación de un joven que debería ser educado como un futuro ciudadano responsable.  Sobre todo en tiempos como estos de una profunda degradación de los valores culturales, políticos y éticos (según como se entienden hoy). Son estos los que debieran estar sostenidos por una ética del compromiso con el otro. Es decir por valores comunitarios que hoy cotizan muy bajo en el mercado de los bienes espirituales.

En este punto voy a incorporar una nota de un joven español, Licenciado en Física por la Universidad de Granada [3], que sale al ruedo con unas reflexiones que, si bien estos tiempos no parecen aptos para tales disquisiciones, no estarían de más dedicarles algunas de esas largas horas de encierro pandémico. Se trata del investigador, Doctor Mikael Rodríguez Chala, que se lanza a la polémica a raíz de las limitaciones que detecta en la enseñanza de la filosofía en su país, España (mucho más debiera decirse de nuestro país).

Le ruego, amigo lector, que haga el esfuerzo de ubicarse frente a la problemática que nos propone. Si bien el tema está situado en su país, dos décadas atrás, la profundidad y claridad de sus argumentaciones conservan una gran importancia por su calidad y actualidad. Aunque pueda parecer muy desligado respecto de la paideia griega, a pesar de ello, veamos sus argumentos.  A diferencia de muchos de sus colegas, tengamos en cuenta que su especialidad es la Física cuántica y la relatividad, temas que se presentan, en una primera mirada, como extraños a la filosofía. Sin embargo, se aventura a pensar que ese campo es parte inescindible de un joven estudiante.

Sale en defensa de la necesidad de la formación filosófica (no confundir con las modalidades académicas), es decir la incorporación del ejercicio del filosofar, como requerimiento básico y un complemento insustituible para la  maduración integral del joven. Estoy pensando en el joven alumno de hoy, formado como un memorizador de datos y citas, que pueden ser necesarias pero que poco aportan a una mentalidad analítica y crítica. El objetivo fundamental no debe estar concebido y justificado por la cantidad de conocimientos acumulados, sino en priorizar la formación de un ciudadano responsable: en su condición de ser parte, pensante y crítico de una comunidad.

Reflexión final: tal vez, amigo lector, pueda parecerle un desatino. Sin embargo, si debiéramos definir cuál es el ágora de nuestro tiempo, es muy factible que debiéramos decir la Televisión.

Si esto no le parece un disparate (y yo creo que no lo es) esto nos está dando la medida entre nuestro joven egresado del sistema educativo formal y un joven que estaba preparado para pedir la palabra en un debate ateniense. ¿Es imposible lograr hoy un joven así formado? Imposible no creo, pero difícil si, pero esto no lo hace desechable. Continuaré con el tema.

[1] Licenciada en Ciencia Política y en Sociología, Diploma de Estudios Avanzados y Máster en Sociología y Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Magíster en Sociología). Diploma de Estudios Avanzados en Sociología y Diploma de Estudios Superiores Especializados en Sociología por la Universidad Autónoma de Barcelona). Docente en varias universidades.

[2] Asistió en Atenas a los debates y discusiones de Sócrates y a  los cursos de Gorgias, Dirigió una escuela de oratoria en la isla de Quíos. fundó en el año 392 (a. C.) una importante y famosa Escuela de oratoria por su formación socrática y platónica, que  incluía la educación ética del ciudadano.

[3] Tiene además un Máster en Técnicas y Métodos Avanzados en Física (MTAF), y trabaja como becario en el Departamento de Física Teórica y del Cosmos de esa Universidad.

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