Mentiras y autoengaños de un gobierno pragmático

Juan Carlos Tealdi *

El capitalismo global ha impuesto las leyes de la guerra para consolidar su proyecto de dominación. Según Esquilo: «La verdad es la primera víctima de la guerra». De allí la dificultad de encontrarla en estos tiempos… sólo sobrevive mimetizada dentro de la catarata informativa.

El lenguaje de la subordinación del poder político al poder económico

En una entrevista reciente, el Jefe de Gabinete de Ministros de la Nación afirmó: “Nosotros no estamos trabajando para la inversión extranjera, para el Fondo Monetario, para todas esas etiquetas ideológicas que no explican la realidad. Trabajamos para salir de la pobreza y generar trabajo y para eso hay que ser pragmáticos. Toda realidad obliga a estar en una mesa sindicatos, gobiernos y empresarios. (…) No somos un gobierno ideológico que viene con un libreto a forzar la realidad a lo que piensa. Somos un gobierno pragmático que viene a solucionar los problemas, y eso exige mayor flexibilidad y pragmatismo”. Sin embargo, más allá de supuestas intenciones, ya se sabe de antiguo que en toda propuesta de una realidad sin libro de normas previas no hay más que alguna tentación oculta.

En dos oportunidades dediqué tiempo a estudiar esas palabras en aparente contradicción de sentido: ideología y pragmatismo. Por eso quedé sorprendido al ver su uso en modo de aparente contundencia por el Licenciado en Ciencias Políticas Marcos Peña Braun. No voy a  debatir aquí la coherencia entre lo dicho y lo hecho, porque de hacerlo sus afirmaciones quedarían autorrefutadas: el pragmatismo es una doctrina que se enfoca en los valores de la eficacia, la utilidad y el valor práctico de las acciones, y el actual gobierno no demuestra haberse aproximado siquiera a esos valores para salir de la pobreza y generar trabajo. En cambio hay otras cuestiones de una política que se define como pragmática y exenta de ideología que me interesa analizar, en tanto función social del discurso.

El fin de las ideologías y la falsedad de lo ideológico

Uno de los problemas que tienen los dichos de Peña es que sus afirmaciones usan la palabra ideología con una imposición del sentido (falso) que es la que tiene para él. Según los enciclopedistas franceses que acuñaron el término, esta no era otra cosa más que el estudio de las ideas. Pero Napoleón llamó ideólogos con desprecio a quienes, pidiendo verdad y justicia, no hacían más que estorbar la Realpolitik de los negocios del Estado. Para el autoritarismo de un hombre de acción, el mundo político era el de la realidad y no el de las ideas. Para él los ideólogos tenían pensamientos errados, parciales, discordantes con la realidad. Esta corriente de pensar la ideología se mantuvo hasta hoy y permite explicar la distinción de Peña entre gobierno ideológico y gobierno pragmático.

Mucho antes, sin embargo, Francis Bacon ya había dejado firme que el núcleo fundamental para el término ideología sería el de un pensamiento falso. Ese significado sólo vino a ser reafirmado por el Iluminismo de los enciclopedistas con la teoría de los intereses, al sostener que la falsedad en el diálogo consistía en el ocultamiento a los otros de aquellas verdades que pudieran oponerse a los intereses propios. En este caso, se dice, el que habla trata de ocultar que está interesado en algo (que tiene “tentaciones”).

A esa teoría de los intereses se le sumó la teoría del engaño de los nobles y del clero, con la que la burguesía industrial pasó a criticar a estos grupos porque engañaban al pueblo para ocultar sus intereses en dominar y explotar. Este engaño era una alternativa más eficaz que la violencia física directa como instrumento de dominación o como interiorización del temor por la representación del posible castigo. Y la burguesía industrial atacó esa ideología con sus revoluciones liberales. Pero el socialismo le atribuyó a ese liberalismo el mismo pensamiento falso y engañoso por ocultar sus intereses al explotar a los trabajadores.

Peña no utiliza ideología como pensamiento falso, sino como “etiquetas” y “libreto” (“modelo”, decía el gobierno anterior) que no sirven para explicar la realidad. Así se acerca a las tesis de El fin de la Historia y el último hombre (1992), en el que viendo la caída del campo socialista Fukuyama postuló, treinta años después de Daniel Bell, el final de la lucha entre ideologías y el comienzo de un mundo de pensamiento único de libre mercado y desarrollo ilimitado de la ciencia, en particular de la biología como motor económico. Pero Fukuyama confundió el fin de la lucha de las ideologías (liberalismo y socialismo) con el fin de la ideología, que es como si confundiéramos el fin de las luchas religiosas (entre católicos y protestantes) con el fin de la religión. Como señalara Umberto Eco, “el discurso sobre la muerte de las ideologías es sumamente ideológico”.

La ideología, en tanto pensamiento falso o falsa conciencia que se muestra por su discordancia con la realidad, es una característica que se descubre en el lenguaje, y sólo un lenguaje absolutamente correcto podría terminar con ella. Pero como no tenemos ni siquiera indicios de poder alcanzar ese lenguaje, en todo gobierno se pueden señalar pensamientos falsos. Y el gobierno pragmático de Peña no está exento de ello. Un gobierno pragmático es un gobierno ideológico y, como dijera Tolstoi de las familias felices, todos los gobiernos pragmáticos se parecen unos a otros. Por eso, para irnos aproximando a esa ideología negada de un gobierno pragmático, interesa ver que en las ideas falsas del clero y la nobleza se suponía que los engañadores conocían la verdad pero la ocultaban deliberadamente al pueblo engañado. Decían mentiras. En cambio en el pensamiento falso por interés de la economía capitalista, un concepto como el de plusvalía mostraba que el burgués y el proletario no conocían la verdad y por eso no eran los engañadores sino los engañados. Aquí había autoengaño. Ahora, si Peña niega tener ideología, no ha de ser ni engañador ni engañado. Pero hay una sospecha a primera vista en esta conclusión de su política que nos obliga a dudar.

El final de las obligaciones morales incondicionales

Al ver las relaciones sociales del nuevo liberalismo y observar a sus gobiernos pragmáticos, se observa que el autoengaño y las mentiras de estos han adquirido una nueva forma. Han mutado. Se han metamorfoseado. Estos gobiernos no ocultan sus intereses sino que los muestran y se jactan de ellos al punto que no parecen engañar, y a diferencia de las democracias liberales clásicas que condenaban la mentira,  los gobiernos pragmáticos mienten sistemáticamente como una máscara más de sus políticas. Por eso hay que pensar el significado que tienen la verdad y la ética para el pragmático.

Richard Rorty ha sido el pragmatista más influyente de las últimas décadas. El tercer capítulo de su libro ¿Esperanza o conocimiento? Una introducción al pragmatismo (1994) lleva por título “Una ética sin obligaciones universales”. Rorty afirma que el pragmatista quiere librarse de la noción de “obligación moral incondicional”, tal como la de los derechos humanos que se dice que constituyen los límites fijados a la deliberación moral. Los derechos humanos emanados de la Declaración de Helsinki sobre investigaciones biomédicas —cita como ejemplo— se consideran más allá de toda discusión y son los motores inmóviles de la mayoría de los políticos contemporáneos. Pero desde el punto de vista del pragmatista, la noción de ‘derechos humanos inalienables’ no es ni mejor ni peor que el eslogan de la ‘obediencia a la voluntad divina’. Al apelar a ellos no se hace otra cosa que decir que no se tienen recursos para la argumentación.

La finalidad del discurso, dice Rorty, no es representar la realidad con una corrección válida para todos, y por eso debemos debatir la utilidad de los constructos sociales y entre ellos la de los ‘derechos humanos’. Hay que dejar a un lado la búsqueda de lo que los seres humanos tienen en común, ya que no hay una esencia humana. Es mejor minimizar las diferencias para considerarlas en su particularidad. En lugar de la distinción entre verdad y apariencia hay que distinguir entre presente y futuro, para visualizar el progreso moral. Hay que sustituir el conocimiento por la esperanza y la certeza por la imaginación.

Hay que reconocer la coherencia que muestra el actual gobierno con esos postulados. Así puede comprenderse por qué el respeto de la vida, la identidad, la integridad, la libertad, la salud y el bienestar, no son para este gobierno obligaciones morales incondicionales ni marcan límite alguno al vivir en democracia. Y se entiende por qué la invocación al futuro y la esperanza ha estado muy presente en los discursos de Macri y sus funcionarios. Por eso, si las pretensiones universales de verdad y de justicia son espejismos a los que no hay que dirigirse dado que no hay una sola verdad ni una sola justicia, sino problemas particulares que resolver, entonces, como dijo Peña, hay que sentarse todos a una mesa —empresarios, trabajadores y gobierno— y dialogar para encontrar solución a esos problemas.

El éxito del nuevo liberalismo consistirá en reducir el carácter objetivo de los contenidos sociales (la realidad de poder en las relaciones entre gobierno, empresarios y trabajadores) a la ilusoria libertad subjetiva de los comportamientos individuales (la mesa de sindicatos, gobiernos y empresarios). Esta discordancia entre la realidad y las proposiciones del lenguaje muestra la falsedad del pensamiento pragmático (su ideología). De modo que lo que hace un gobierno pragmático al auto-distinguirse de “un gobierno ideológico” es querer negar la falsedad de su propio pensamiento, esto es su ideología. Esta es su primera negación.

La negación de la negación o el nirvana de un pragmático

Hay que preguntarse por qué un gobierno pragmático (neoliberal), a diferencia de la democracia liberal clásica, hace de la mentira un recurso indiferente a todo cuestionamiento. En filosofía se ha dicho que, para el pragmatismo, el significado de una propuesta consiste en las futuras consecuencias de experiencias que predice que van a ocurrir, sin que importe que ello sea o no creído. Quizá éste sea el punto que permita a un gobierno pragmático mentir con total indiferencia. En cualquier caso, lo que el neoliberalismo instaura con su pragmatismo es la banalidad de la verdad y de lo bueno, y por ende de sus contrarios.

En esta etapa de un capitalismo en triunfo ya resulta posible no sólo negar la ideología al modo tradicional, sino negarla instaurando ahora con impunidad (violencia mediante si es necesario), el reconocimiento sin ocultamiento de los intereses y el poder. ¿Qué otro significado tiene que un gobierno se constituya sin vergüenza alguna con empresarios desbordantes de conflictos de intereses, blanquee sus capitales fugados sin repatriarlos (pero mantenga ocultas las cifras y persiga a sus denunciantes), no atribuya importancia a tener decenas de cuentas en paraísos fiscales, favorezca a sus familiares y amigos, haga negocios particulares usando al Estado para ello, etc.? ¿No significa esto que el actual gobierno procura instaurar un cambio cultural radical en el que todos los significados históricamente construidos pierdan su sentido? Y entre estos, el que dice que el gobernante no puede poner al Estado al servicio de sus intereses.

Los gobiernos pragmáticos vienen a transparentar la realidad de la subordinación del poder político al poder económico. Los estados-nación quedan al servicio de las corporaciones globales y los gobernantes-empresarios locales reciben los beneficios correspondientes a su gestión de directores ejecutivos (CEOs) nacionales del gobierno corporativo multinacional. En una realidad de pensamiento único nada hay que ocultar: el poder es económico, la codicia es su motor, la desigualdad su resultado. Si nada se oculta no hay ideología. Y si no hay ideología, es legítimo un Estado Gendarme que vele por esa incuestionable realidad de un único pensamiento.

Los pragmatistas de este gobierno procuran instalar nuevos significados en los campos de la verdad y la ética, porque en ello se manifiesta la construcción y ejercicio del poder. En la esfera moral de la vida cotidiana, los instrumentos más potentes y eficaces para esa creación de nuevos significados son los medios masivos de comunicación. Y es que si algo caracteriza a la forma ideología no es sólo la determinación de los intereses por los intereses que encubre, sino la instauración en el mundo de intereses precisos mediante la resignificación de los discursos.

El mentir es en este caso coherente con creer que no tiene importancia alguna el hacerlo o no. El único criterio de verdad de un juicio es su utilidad práctica, así es que no hay verdades “necesarias”. A esto se refiere Peña al decir que no están trabajando para la inversión extranjera o el Fondo Monetario, como si esto fuera para el gobierno algo “necesario”. En el mercado los productos no tienen un valor necesario sino un valor de cambio. Y si el valor de cambio en el mercado es bajo, a los productos del trabajo y sus precios (y a los trabajadores) se los puede soltar y que floten. Este fetichismo de la mercancía se asocia con la negación de ser un gobierno ideológico y con la resignificación de los universales. Porque este gobierno no sólo niega los intereses que tiene sino que a la vez disuelve todo significado previo del concepto “interés”, con lo que alcanza la trascendencia de una negación de la negación.

Una de las tendencias del pragmatismo es considerar que el significado de una proposición consiste en las futuras consecuencias de creerla. Si esto fuera así, será un tiempo interesante el que muestre el significado futuro de haber creído en las propuestas electorales del actual gobierno. Habrá que revisar la disociación de sus discursos con la realidad de los hechos en la inversión de las promesas de campaña, la escenografía festiva de la suelta de globos trastocada en soltarle la mano a los necesitados, el reclamo republicano transformado en dominio hegemónico y extorsivo de los poderes, o el timbreo amigable transfigurado en persecución, represión y cárcel. Habrá que revisar la falsedad ideológica de un gobierno pragmático.

* Juan Carlos Tealdi (Argentina, 1951)- Médico por la Universidad Nacional de La Plata; Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Salamanca y Médico Especialista en Medicina del Trabajo por la Universidad de Oviedo; en España cursó estudios de Historia en la UNED y se formó en Filosofía de la Ciencia con Gustavo Buen; se especializó en bioética en centros académicos de los Estados Unidos y en visitas a diversos centros internacionales de bioética.

Fuente: www.elcohetealaluna.com – 14-1-2018

 

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