Por Juan Manuel de Prada*
Del mismo modo que el trabajador convertido en lumpen no puede organizar su trabajo, el ocioso convertido en lumpen ya no es dueño de su asueto ni puede organizar su recreo. En esta fase del capitalismo global, todas nuestras actividades ociosas nos las impone una ‘industria del entretenimiento’ que no es una mera factoría de ocio, sino sobre todo un proyecto de ingeniería antropológica, acaudillado por empresas como Netflix, Twitter o Tinder.
¿Y cuál es el objetivo final de esta ‘lumpenización del ocio’? Sin duda alguna, la desestructuración de la vida moral, la disolución de los vínculos humanos, la destrucción de la vida comunitaria. Y, por supuesto, la creación de sucedáneos abyectos: la comunidad de friquis de tal o cual
serie de Netflix, la parroquia de seguidores y haters de tal o cual gurú de Twitter, la agenda de carne follada de Tinder. El capitalismo globalista genera parodias de comunidad que nos alivian esa soledad definitiva que es también soltería metafísica y anímica, desconexión de Dios y del prójimo como realidades ciertas y palpables. Y mientras esta ‘lumpenización del ocio’ avanza, se produce un fenómeno de descomposición social que tiene sus manifestaciones externas (fácilmente perceptibles, por ejemplo, en el grimoso deterioro de la indumentaria), pero sobre todo morales. Cuanto mayor sea nuestra vileza, cuanto más indecente y deshonesta sea nuestra conducta, más nos pareceremos a los protagonistas de nuestra serie favorita de Netflix, más posibilidades tendremos de convertirnos en un gurú de Twitter, más carne follada acumularemos en nuestro historial de Tinder.
Y, entretanto, la política actual -versión paródica de la política clásica, concebida para afianzar los vínculos comunitarios- se convierte también en una nueva forma de ‘proletarización del ocio’, creando ‘militantes’ a imagen y semejanza de las comunidades de friquis de las series de Netflix, los seguidores y haters de Twitter, la carne follada de Tinder. Crea reclamos sectoriales antagónicos (de ahí, por ejemplo, el auge de las ‘políticas de la diferencia’), convirtiendo la vida en la polis en un zurriburri de hormigas de distinto hormiguero metidas en el mismo frasco, a las que no queda otro remedio sino despedazarse. Convierte, en fin, la sociedad en un vivero de odios, incluso de crímenes, si se quiere sublimados, retóricos o platónicos (a la espera del día en que puedan perpetrarse materialmente), que incluye adoquines lanzados a los fachas o sobres con balas enviados a los rojos. La política es hoy un vertedero encargado de ‘reciclar’ el impulso homicida que genera la disolución de la vida comunitaria. Y mientras las hordas lumpenizadas creen ridículamente que votan para derrotar el fascismo o el comunismo, en realidad lo hacen para acatar una vida mierdosa de friquis, de haters, de carne follada que no podrá jamás comprarse una casa ni formar una familia, aunque desde luego tendrá autodeterminación de género y ‘lumpenización del ocio’. Y del odio.
*Juan Manuel de Prada es escritor, crítico literario y articulista español.
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