Una reflexión sobre la mentira y el engaño

Por Ricardo Vicente López       

Hoy me entero que tu mama, “noble viuda de un guerrero”, ¡Es la chorra de más fama que ha pisao la treinta y tres!

  Y he sabido que el “guerrero que murió lleno de honor”, ni murió ni fue guerrero como m’engrupiste vos.

¡Está en cana prontuariado como agente de la camorra, profesor de cachiporra, malandrín y estafador!

Enrique S. Discépolo – Tango “Chorra” (1928)

“Mutatis mutandis, de te fabula narratur” (cambiando lo que haya que cambiar, la fábula habla también de ti) Sentencia latina –Horacio (65-8 a. C.) – poeta latino.

Yo creo que la Historia no se repite, pero sí algo aparece en otras circunstancias, bajo otras apariencias. Su lectura reflexiva y crítica debe apuntar a recoger experiencias que nos abran la mente para poder transitar equipados con otra sabiduría tiempos muy difíciles como los actuales, para que nos advierta sobre aquello que no se debe ocultar, aquello que hay que denunciar, y el resto recuperarlo para construir un mejor futuro, que es necesario y es posible. Algo nos habla de caminos errados para corregir los actuales, como una advertencia respecto a qué debemos recoger de la tradición, qué debemos desechar, y qué debemos recuperar.

El personaje de los versos de este gran poeta, poco reconocido hoy, fue un hombre de fe, que creyó en la aventura de un gran amor. Se lanzó a la lucha que le auguraba un dulce porvenir. Pero, de pronto, debe enfrentarse a una verdad que lo estremece. Debe asumir que aquellos sueños prometidos, no eran más que una cruel mentira para robarle la ilusión, el amor y los dineros… En nuestras vidas se nos han cruzado muchas mentiras, algunas las detectamos y las rechazamos… pero las que realmente duelen son aquellas a las que nos entregamos con todo el corazón, las que nos prometían iluminarnos el camino.

Es muy duro el despertar con la verdad que se derrumba y, por ello, nos zarandea, nos grita que debimos ser muy tontos para haberlas creído. Entonces, se corre el peligro de repetir las terribles confesiones de aquellos que necesitan seguir creyendo en esa mentira, porque no puede aceptar la dolorosa verdad y confiesa en estos versos: “Yo sé que es mentira todo lo que estás diciendo… lo sé, y sin embargo sin esa mentira no puedo vivir”. El riesgo mayor, del que debemos estar advertidos, es caer en esa conmoción vivencial: caer en el escepticismo. Esa es una de las experiencias que más debemos reflexionar. Es lo que nos muestra el cuadro de la conciencia colectiva en las décadas de los veinte y treinta del siglo pasado.

La literatura, el teatro, la poesía popular, han pintado esa época con grises muy intensos. Es una historia que debemos recuperar como una enseñanza de lo que se debe evitar. Otros versos expresan el desengaño, la tristeza, la desolación, la desesperanza, sentimientos que entonces embargaron la conciencia colectiva. Estas terribles advertencias, producto de aquellas circunstancias, dicen: “Cuando rajés los tamangos buscando este mango que te haga morfar… la indiferencia del mundo que es sordo y es mudo recién sentirás… Verás que todo es mentira, verás que nada es amor… que al mundo nada le importa…”

No es cierto, ni debemos aceptar que “todo fuera como lo pinta”, pero es la voz de la desesperación, del sinsentido de la vida… son expresiones de un agotamiento vital que conlleva una experiencia, muy grave y peligrosa: caminar hacia un futuro negro y brutal; el peor de los caminos posibles para una voluntad agotada. Es una advertencia que nos llega de aquel pasado que debe ser leído con la sabiduría que se hace cargo de las dificultades pero que no se deja arrastrar hacia el abismo de lo peor.

Revisar esas experiencias, detenerse a pensar sobre ellas, para analizar las posibilidades aún existentes, puesto que hay caminos alternativos. Porque no es cierto que haya un solo camino. No debemos olvidar que esas fueron las palabras de Margaret Thatcher, la Dama de hierro, que arrojó al Reino unido hacia la situación que hoy exhibe.

Todo lo dicho adquiere su rostro más macabro cuando tomamos conocimiento de ideas que se van adueñando de no poca gente que se aferra a esos discursos tremendistas. El negacionismo en todas sus facetas, los fundamentalismos de diversos pelajes y otras expresiones que van llenando los vacíos que crean la desesperación. En este punto es interesante leer con detención la sentencia de un gran escritor estadounidense, Mark Twain (1835-1910), en momentos en que la vida política de ese país, estaba surcada por enfrentamientos muy graves (Guerra de Secesión 1861-1865), apelaba a discursos tramposos. En esos tiempos llamó la atención sobre un hecho que señaló: “Es más fácil engañar a la gente, que convencerla de que ha sido engañada”.

Un ejemplo actual aparece en la página www.sdpnoticias.com, en la cual el periodista Eduardo Solórzano, recupera esta frase para comentar la situación mejicana, pero sus conclusiones parecen hablarnos a nosotros:

Porque darse cuenta de que hemos sido engañados es mucho más complejo que el mismo arte de engañar. Porque aceptar un engaño, dejaría en evidencia que somos torpes, ingenuos, ignorantes y un sinfín de calificativos que van en contra de nuestra inteligencia y narcisismo. Esto quizá nos quede muy bien a un amplio sector de los mexicanos que en aras de defender una idea que nos han vendido, resulta sumamente difícil revelar que hemos sido víctimas del engaño. Y ese que engaña a los demás va en pos de objetivos, muchas veces, inconfesables: ¿dinero y reconocimiento? Y si utiliza la política para este fin ¿se le puede sumar el poder? Pero en realidad ese que se dedica a engañar a los demás tiene una condición psicológica y criminal que lo convierte en sociópata.

¿No podríamos decir, entonces, como reza el viejo refrán popular: “Al que le quepa el sayo que se lo ponga”. Y agrego: no somos pocos los que deberíamos comenzar a probárnoslo. Estamos bajando por una pendiente que nos obliga a recorrerla a una velocidad cada vez mayor. Esta carrera debe ser detenida por la voluntad de todos, aceptando los esfuerzos y consecuencias necesarios. En caso de no hacerlo todo puede adquirir una dimensión impensable.

 

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