por Nancy Giampaolo
Como muchos debates propuestos por el movimiento de género -protagonista indiscutido de los medios de comunicación y las redes sociales- el del lenguaje inclusivo también se dirime en el terreno de las palabras. Popularmente, se instaló una idea que pocos discuten con argumentos fundados: si cambio mi manera de hablar, cambio mis conductas. Vale la pena revisar, de la mano de datos comprobables, la veracidad de este supuesto, destinado a afianzar una nueva forma de corrección política que, a veces, permuta comprobación empírica por pensamiento conspirativo, diluyendo, justamente, la vocación inclusiva que proclama.
En un escrito publicado por Daniel Molina se aclara que “todas las lenguas aceptan cambios. Pero solo los aceptan en el nivel del léxico, de la fonética y de la ortografía. En el nivel gramatical no” por lo que la pretensión de aplicar modificaciones gramaticales al castellano, sería equivalente a dejarlo atrás para generar un idioma nuevo. “Cuando los pueblos del occidente del Imperio Romano dejaron de declinar las palabras –se explaya- pasaron del latín al francés, al rumano, al catalán, al italiano, al portugués y al castellano. Un cambio gramatical creó otros idiomas. Fue un proceso inconsciente y llevó siglos. No se conocen cambios gramaticales que permitan seguir hablando la misma lengua. Tampoco se conocen cambios de idioma que hayan surgido de una militancia ideológica”.
Vale la pena ver lo que sucede con la gramática de otros idiomas y su relación con la sociedad en la que se hablan. Según explica el lingüista Mo’ámmer Al-Muháyir en la publicación científica Nullius in verba Site, el árabe clásico, instalado sin modificaciones en todo el mundo áraboparlante desde el Siglo VI, es una “lengua que a la inversa que el castellano, usa el femenino para englobar ambos géneros” en tanto “el artículo determinante no tiene género ni número” por lo que “el pronombre femenino en singular que significa ‘esta’ es usado indistintamente para los plurales de sustantivos masculinos. (…) Entonces, los árabes no dicen ‘estos son libros’, sino que dicen: ‘esta son libros’”. Más allá de los prejuicios o exageraciones diseminados por la prensa, las luchas para promover la igualdad entre los géneros no tienen en el mundo árabe la relevancia con la que cuentan en el mundo occidental. “No parece que el uso extendido del femenino genérico, que abarca pronombres demostrativos, relativos y adjetivos, haya tenido un efecto particular en la manera en que los áraboparlantes entienden el papel de la mujer en su sociedad ni les haya permitido solucionar sus problemas de igualdad de género”, concluye el especialista en este sentido.
Al-Muháyir también se tomó el trabajo de establecer comparaciones con otras lenguas como el finlandés, el japonés, el guaraní y el islandés, cuyos casos resultan reveladores al momento de comparar avances en derechos individuales de las mujeres y presunto sexismo encubierto en el habla. “La forma de organización política asamblearia que fundaron los vikingos, conocida como la Mancomunidad Islandesa, es a menudo mencionada como una de las democracias más antiguas y perennes del planeta”, expresa, al tiempo que da cuenta de las luchas de las mujeres de aquel país y sus exitosísimos resultados. Sin embargo, el islandés es una de los idiomas más conservadores que existen (no acepta neologismos y hay una ley que obliga a que al menos uno de los nombres de cada niño que nace sea tradicional y folclórico, entre otras medidas de preservación del habla histórica) y usa nada menos que “la palabra ‘hombre’ o ‘marido’ para englobar a ambos géneros cuando se trata de expresar de forma impersonal algo acerca de uno mismo”. En cuanto al guaraní, hablado también en nuestro territorio, en el que aún persisten comunidades muy cerradas que sostienen una estructura patriarcal que niega a las mujeres la participación en la toma de decisiones no domésticas, el lingüista aclara que “al igual que el finés y el japonés, no tiene género gramatical, aunque el sexo puede marcarse en las personas mayores y animales superiores con un sufijo a tal efecto”. Y agrega que “no parece que la sociedad guaraní esté cognitivamente muy influenciada por la carencia de géneros de su lengua para darle un lugar más igualitario a la mujer en su cultura”.
Molina, a su vez, continúa el razonamiento basado en que la creación de un género neutro implica “un cambio de la estructura que le da sentido al idioma y que nos permite entenderlo” enfatizando que “convendría seguir con el castellano porque es el idioma más inclusivo que jamás existió. Lo hablan 570.000.000 de personas desde que nacen, desde analfabetos pobres a catedráticos ricos. Se lo habla en más de 30 países, en cientos de culturas distintas, en miles de contextos lingüísticos diferentes”.
Por su parte, Al-Muháyir encuentra cierta explicación del fenómeno del lenguaje inclusivo en el creciente pensamiento conspirativo que prolifera especialmente en Internet, un terreno también predilecto de las reivindicaciones de género: “Las creencias conspiranoicas están apoyadas no en una observación de toda la evidencia disponible, sino en el hecho de que el desconocimiento generalizado de la evidencia permite justificar públicamente conclusiones políticas o religiosas que fueron sacadas de antemano. En el caso particular del sentido machista del masculino inclusivo o genérico, estaríamos probablemente ante la presencia de un mito amparado en el monolingüismo, es decir, una creencia que sólo es posible sostener si se toma a la lengua castellana como único marco de referencia para universalizar conclusiones que tienen serias implicancias sociológicas y neurolingüísticas”. En contrapartida, hace referencia a las conclusiones de, Yásnaya Aguilar, también lingüista y hablante nativa del ayuujk o mixe alto del sur: “En la gramática del español solo existen dos grupos y lo que pertenezca a uno u a otro pocas veces tiene que ver con el sexo de su referente en el mundo, el sustantivo ‘llama’ es de género gramatical femenino, aunque sus referentes sean animales sexuados tanto masculinos como femeninos. En el mundo pertenecen a dos clasificaciones distintas, en la gramática a una sola. Hay que separar las palabras de sus referentes. Las palabras pertenecen a la gramática, los referentes al mundo y los principios de clasificación no son los mismos en la gramática y en el mundo; de ahí que utilizar‚ ´los niños´ para referirse a seres sexuados masculinos y femeninos no implica discriminación, se refiere a todo el conjunto porque la palabra‚ “niños” no es masculino en cuanto al sexo, simplemente indica que pertenece a una de las dos clases de sustantivos del español, la misma a la que pertenecen ‘piso’, ‘amor’, ‘ruido’, ‘cenit’, ‘lápiz’”.
Atento a las connotaciones políticas que signan la cuestión, Molina reflexiona sobre una “militancia” que busca imponer nuevas formas, pero afirma que no hay posibilidades de contrarrestar el curso natural del habla de un pueblo: “Si es una forma de sentirse bien con las propias ideas y su uso es por parte de los militantes, no hay nada que agregar: tienen todo su derecho de manifestarse cómo quieran. Pero si se pretende suplantar el castellano por la nueva lengua artificial, y se lo hace a través de la imposición en el ámbito escolar y de la coerción política, ya podemos hablar de totalitarismo. Igual, toda la historia de los idiomas demuestra que no importa qué salvaje haya sido un poder, jamás nadie logró imponer un lenguaje artificial al conjunto de los hablantes de una lengua natural. Visto desde esta perspectiva, el lenguaje inclusivo es realmente una solución falsa a un problema que no existe”.
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