Por Gabriel Fernández *
Se reitera a cada paso, pero ¿quién indaga su fundamento? Si hay una expresión utilizada en la mayor parte de las coberturas internacionales, es “derecha”. Ningún artículo explica concienzuda y profundamente de qué se trata; sólo sugieren que involucra las miasmas evaluadas perjudiciales para el ser humano: populismo, violencia, corrupción; llegado el caso, terrorismo y para azoramiento del lector avisado, comunismo.
Se había probado en grageas contundentes sobre la Argentina, allá lejos y hace tiempo, cuando desde Winston Churchill hasta Vittorio Codovilla y Américo Ghioldi determinaron que el peronismo estaba situado en esa zona del arco político, sin considerar –o mejor, por eso mismo- los avances sociales, económicos y civiles que implicó. Fue refrendado décadas después en referencia al panorama político iraní: los dirigentes anti imperiales de la Revolución Islámica resultaron catalogados como conservadores mientras quienes tironeaban por mejorar el vínculo con los Estados Unidos merecían el mote de reformistas o renovadores.
Hoy, todos los estudios y textos difundidos sobre la situación mundial contienen la caracterización y se amparan entre sí al puntuar que la misma incluye un emotivo llamado al combate. Combate por una indeterminada democracia; frente a la “amenaza” de ese difuso sector, esa democracia encuentra justificación para dejar de serlo, anular todos los derechos que dice defender y desplegar actos de censura, violencia represiva y anulación de libertades.
Hoy, los medios concentrados en el orden global y tantos alternos que presumen de críticos, coinciden en que el poder hegemónico, con determinante orientación financiera, no es la “derecha” sino aquellos espacios que lo combaten de un modo u otro, y por tanto son condenables a priori. Aún cuando alcen banderas mucho más ligadas a los valores declamados históricamente por esa democracia y requieran construcciones más justas en los ámbitos económicos, sociales, culturales y políticos. Nada; son de “derecha” y listo.
Esta es la gran paradoja de nuestros tiempos.
El origen histórico de la dualidad izquierda – derecha puede hallarse en un suceso circunstancial: la ubicación de los delegados con diferentes orientaciones conceptuales en la asamblea nacional francesa de agosto-septiembre de 1789. Cuando se debatió acerca de la futura Constitución, los diputados partidarios del veto real (alineados con la aristocracia o el clero) se agruparon a la derecha del presidente. Quienes se oponían a este veto se colocaron a la izquierda. Así, lo que podía ser una definición parcial restringida sobre un territorio o, eventualmente, sobre un continente, se expandió hacia el resto de las naciones y damnificó el conjunto de los análisis políticos para siempre.
Con intención no exenta de pereza los estudiosos de la vida internacional y sus facetas particulares, extremaron tales definiciones y descubrieron con placer que al aplicarlas no necesitaban hondura ni fundamento: la mera caracterización bastaba para delimitar buenos y malos, reduciendo en trazo maniqueo situaciones bien complejas que ameritaban evaluaciones compuestas por muchos más datos y factores. Como siempre hay alguien que mete la púa y genera un sonido chirriante, comprendieron que el añadido de la palabra “extrema” configuraba una recurrencia brillante que consolidaba la idea y la hacía inexpugnable.
A lo largo de las décadas el manejo de las conceptualizaciones generó instancias curiosas. Durante un lapso prolongado el “mal” se situó a la izquierda, con el objetivo de desprestigiar las luchas protagonizadas por muchos pueblos hacia su descolonización. Los mismos rasgos que hoy observamos en los análisis internacionales eran empleados en las “descripciones” de lo que sucedía en los años 60 y 70, con alguna prolongación. Eso sí: siempre, el lado bueno resultó fotografiado como democrático y el espacio de los malvados mereció el sello de totalitario.
Todo el período que abarca desde la Segunda Guerra Mundial hasta el presente mostró puntos en común significativos. La “democracia” resulta encarnada en aquellas fuerzas políticas que defienden la hegemonía del gran capital y el “autoritarismo” en las que lo objetan de distintas maneras. El proceso tuvo serias dificultades argumentales que no arredraron a los formuladores: la salvaje dictadura argentina de 1955 fue catalogada como libertadora y democrática; pero hay ejemplos semejantes en muchos países. En esa línea, las brutales incursiones imperiales sobre otros territorios también recibieron esos halagos verbales.
El forzamiento interpretativo se agudizó según la nación en la cual se concretaba la contradicción. Las posturas de fuerzas orientadas a defender el propio territorio ante los avances de potencias centrales eran rápidamente catalogadas como una variante del nazismo o del fascismo. Las desplegadas en el eje Europa – Estados Unidos recibían el vibrante aplauso por sostener la Seguridad Nacional. En las dos décadas recientes, este planteo se modificó y aquellas corrientes que proponen instancias industrialistas soberanas en los países centrales, caen bajo el fuego amigo dispuesto por el interés de un espacio financiero que, gobernando los medios, no admite el capitalismo productivo ni siquiera fronteras adentro.
Este punto es decisivo. Resulta preciso estar siempre dispuestos a absorber las nuevas realidades para entenderlas y narrarlas. Eso nos permite observar que las mismas acciones comunicacionales elaboradas a partir de la mitad del siglo anterior son utilizadas sobre actores que pasaron de ser aliados a formar parte del ejército adversario. De otro modo no se logra aprehender porqué una lucha inter sistémica desata en esta actualidad caliente furias tan profundas como las que generó aquella que buscaba una transformación integral en el esquema mismo de organización planetaria.
Si no llama tanto la atención el proceder de los espacios comunicacionales ligados directamente con las empresas y los estados del llamado centro mundial, resulta en verdad esplendente y doloroso que desde aquellos lejanos tiempos hasta la actualidad se sumaran los que otrora abrevaron en una comprensión objetiva y material de la vida humana. Unos por intención y otros por deficiencia o cooptación, anularon el análisis del sentido profundo del accionar político de cada protagonista para situar su narración en los rasgos epidérmicos del mismo.
Por estas horas se ha alcanzado la intoxicación plena. Los adelantos comprensivos que la humanidad desarrolló entre los siglos XIX y XX, relacionando las posiciones políticas con los intereses económico sociales y admitiendo que todos ellos se encuentran siempre en movimiento, están quedando sepultados por un aluvión rocoso que sitúa la narrativa según los intereses del poder.
El esbozo de solución está, entre otros, en Arturo Jauretche.
Es preciso tomar distancia, preparar el mate y pensar. ¿A quiénes representan los acusados? ¿Qué acciones han tomado o proponen adoptar para caer tan mal a los voceros de la cúspide económica? ¿Quiénes forman parte, hoy, de esa cúspide? ¿Cuáles son sus perspectivas reales? ¿Cuán democráticos son los que se presentan como tales? ¿Qué medidas concretas han adoptado al ejercer funciones de gobierno?
Las categorías izquierda y derecha son funcionales a la propaganda de los poderes concentrados. Que algunos de los involucrados en las imputaciones posean defectos notables y sean reactivos a nuestra aprobación no implica que ese estilo de pre juzgamiento político resulte aceptable.
El periodismo, transmutado en propaganda, no es periodismo. Es propaganda. Y algunos que por estas horas creen ser muy buenos y democráticos, están contribuyendo a aniquilar las posibilidades de avance que poseen nuestros pueblos.
• Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica / Sindical Federal
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