Por Ricardo Vicente López
Desde muchos siglos atrás se ha pensado y escrito muchos respecto a idealidades que describían mundos felices y tantas otras que afirmaban que para lograrlo haría falta una nueva raza de hombres; capaces de desprenderse, o no incorporar a sus vidas, los sentimientos más bajos de los que hacen exhibición ostentosa ese puñado de personas multimillonarias que se muestran en las revistas especializadas. El cinismo del que hacen gala deja al desnudo un corazón corroído por una ambición sin límites. Esa misma ambición publicita la mentira de los límites de la tierra, de la debilidad de la capa de ozono y la súper explotación de la naturaleza, etc., que hacen peligrar la continuidad de la vida sobre el planeta, con seguridad la humana en primer lugar.
Este panorama de la mezquindad da argumentos sobrados para aquellos detractores del pensamiento utópico (U-Topico, palabra que no significa imposible sino que no tiene lugar y se le podría agregar “todavía” o “por ahora”. El columnista Libardo García Gallego de la importante revista virtual América en Movimiento (www.alainet.org/es) escribió en una de sus columnas titulada Un contrato social para vivir en paz (18/01/2019) algunas reflexiones que van en esta misma dirección:
«Desde hace muchos siglos los líderes más humanistas, más solidarios con los de su misma especie, vienen haciendo intentos por construir una sociedad armónica, pacífica, donde todos los seres humanos vivamos felices. El último documento es la Declaración Universal de los Derechos Humanos, 10 de diciembre de 1948. ¿Pero por qué no es posible llevarlo a la práctica?»
Muy dura pregunta cuya sencillez aparente presentaría el problema como de sencilla resolución. El autor nos responde:
«Intentemos alguna explicación. Un sector ambicioso, egoísta, autosuficiente, de la población, autoproclamado como más capaz e inteligente que sus congéneres, basado en la teoría de la selección natural, según la cual en la sociedad humana sólo los más astutos, los más feroces, tienen derecho a una vida feliz . Los demás deben ponerse a su servicio. Para ello se ha inventado sistemas socioeconómicos y políticos para hacer realidad esa concepción. Inclusive hay personas tan convencidas de ello que predican a todos los vientos el origen divino de esta sociedad, por lo cual nadie tiene derecho a contradecirla. Así ha vivido la humanidad en el esclavismo, en el feudalismo y hoy en el capitalismo. El pensador inglés Thomas Hobbes (1599-1629) filósofo considerado uno de los fundadores de la filosofía política moderna, resumió tal situación en esta oración: “El hombre es un lobo para el hombre” y siglos después Carlos Marx (1818-1883) economista, filósofo, sociólogo, periodista, intelectual y político comunista alemán lo expresó así: “La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”».
Pese a la diferencia entre estos dos últimos pensadores: el primero defendía la monarquía absoluta, el segundo abogaba por una revolución emancipadora de las clases explotadas. Creo poder decir que es evidente que ambas propuestas no parecen presentar un modelo de sociedad feliz aplicable a estos tiempos. Tenemos además a los liberales económicos:
«Si las personas no compiten entre sí es imposible el progreso de la sociedad, dicen que porque hay individuos que, por genética, son perezosos, incapaces, no creativos ni emprendedores y, en consecuencia, éstos no tienen por qué gozar de los mismos privilegios. Los autosuficientes hablan de democracia, pero de acuerdo con su propia interpretación, con ventajas de toda índole; también se enjuagan la boca con la palabra justicia, entendida como la garantía de la desigualdad, laxa para los de arriba y represiva para los de abajo. Por hacer populismo prometen igualdad social».
Los sectores dominantes operan en política como si estuvieran autorizados para asesinar a las personas que no comparten sus ideas o a cualquier humano que consideren perjudicial para sus propósitos:
«Se sienten autorizados también para arrebatarles las tierras a los campesinos mediante chantajes y amenazas; para fundar empresas industriales y financieras, comprando con migajas la fuerza de trabajo y cobrando intereses exorbitantes. En todo lo que hacen cuentan con el respaldo incondicional de los poderes públicos, sin necesidad de preguntar. Si estas parecieran no ser ya prácticas posibles no es porque no continúan sino porque aprendieron cubrirse con la prensa internacional en manos de los monopolios».
Ofrece el autor su opinión en defensa de una Tercera Posición que propone, desde una línea de pensamiento humanista, soluciones que le parecen viables o, por lo menos, dignas de ser analizadas. Y se presente así:
«En la orilla opuesta estamos quienes pensamos que con algo de racionalidad podríamos construir un mundo feliz para todos, claro, sin extravagancias, sin excesos, sin malversación. ¿Por qué los países escandinavos lo pudieron hacer? Un contrato corto, pero eficaz y eficiente; no es necesario añadir y añadir cláusulas con el fin de enredarlo y no cumplirlo; una Constitución lacónica, como la Suiza, en la cual se establezcan deberes y obligaciones, tanto para los individuos como para el Estado. Ejemplos: el homicidio intencional o voluntario, sin justificación, debe penalizarse con trabajos forzados en una colonia penal por el resto de vida del homicida, pues quien sin ningún motivo justificable le quita la vida a un congénere no merece vivir; la misma pena deben pagar los que roban los dineros públicos, usurpan tierras y propiedades ajenas, los corruptos, quienes deben devolver a sus dueños todo lo robado; igual castigo para los violadores de niños».
El Estado que piensa el autor está obligado a garantizar los derechos humanos a toda su población, incluyendo los fundamentales: vida, educación, salud, empleo, vivienda, libre opinión, libre desarrollo de la personalidad, etc. Los sociales, económicos, culturales, colectivos y ambientales, y la omisión o violación de esta obligación también será penalizada con trabajos forzados para los responsables. La diferencia salarial entre un trabajador manual de bajo perfil y el de un intelectual del más alto rango no podrá ser superar a 15 veces; se fijarán límites a la magnitud de la propiedad privada tanto sobre medios de producción como de consumo. Agrega que en este Estado se puede y se debe poseer empresas productivas, cuyas utilidades vayan al erario público, es decir, a toda la población, en lugar de dejarlas en manos de particulares para su exclusivo beneficio. El Estado también estará obligado a crear empleos para aquellas personas que estando en edad económicamente activa se encuentran desocupadas.
«El pluralismo ideológico, político y religioso tiene que ser respetado y garantizado; sin embargo, podemos ponernos de acuerdo en unas ideas fundamentales, cediendo ambiciones y privilegios desmedidos, principiando por aceptar que el primer derecho y objetivo primordial de todo ser humano es el derecho a su felicidad. El mundo necesita un pacto de convivencia equitativo y justo, y con uno que incluya puntos como los aquí propuestos, más otros similares que faltan, podríamos vivir pacíficamente bien entre los humanos y en armonía con la naturaleza. Sería la forma de empezar a terminar la lucha entre clases sociales antagónicas».
Yo puedo agregar algunas objeciones a tanta esperanza romántica en la construcción de una sociedad más feliz, como por ejemplo deberíamos preguntarnos por las transformaciones capitalistas que padecieron los países escandinavos… pero hace falta tanta esperanza y es tan poca la que ofrece una sociedad que predica el escepticismo que prefiero detenerme acá para volver en otra oportunidad sobre este tema. Porque creo que un poco de sol en los días tristes no debe ser despreciado.