Por Marcelo Gullo Omodeo
Alan, que era un buen hombre, terminó con su vida porque no pudo cargar con el peso de la traición. Alan fue aprista cuando era difícil serlo (durante su primer gobierno) y antiaprista cuando era fácil serlo (durante su segundo gobierno).
El que había sido elegido personalmente por el fundador del movimiento, don Víctor Raúl Haya de la Torre, para que fuese su heredero, para que fuese Pedro en su segundo mandato, prefirió ser Judas.
Al final viendo que su nombre y el nombre de su maestro y conductor, Haya de la Torre, iban a ser revolcados en las cloacas de los medios de comunicación, decidió quitarse la vida.
Tuvo al final un acto de dignidad. Al joven y al viejo Alan siempre le faltó la Fe, no era su culpa, ese era el talón de Aquiles del aprismo. Haya de la Torre nunca se animó a definir, como sí lo hiciera Perón, a su movimiento como una filosofía de vida profundamente popular, profundamente humanista y profundamente cristiana.
Que su alma descanse en paz y que los jóvenes sepan que solo la Fe le permite a un hombre mantener sus ideales. Que Dios en su infinita misericordia perdone sus pecados y su gran traición.
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