Por Ricardo Vicente López
Los tiempos no son neutros, llegan cargados de ideas, de historias, de prejuicios, de mitos, también de recuerdos, de esperanzas, de ilusiones, etc., de tantas cosas que, para gran parte de nosotros, pasan por lo general inadvertidas: están presentes pero las ignoramos o no le prestamos la debida atención. Una de las razones, viejas razones, es la Modernidad, heredera de las certezas científicas que nos legaron el astrónomo italiano Galileo Galilei (1564-1642) y el matemático inglés Isaac Newton (1643-1727). Ambos nos develaron la marcha del mundo cósmico con precisión rigurosa, aunque más tarde otros nos advirtieron de que no era tan perfecto.
La revolución industrial inglesa, del siglo XVIII, introdujo la máquina en el taller de producción que impuso su ritmo, siempre igual, que alteró las vivencias del taller artesanal. El siglo XIX avanzó en su proceso de industrialización que alteró las vidas de las personas subordinadas al cumplimiento de horarios. Estos condicionaron la vida cotidiana. El reloj definió el ritmo de vida y sometió a las familias a sus mandatos. Logró imponer un concepto de tiempo matemático, repetido infinitamente, un tiempo tirano, en el que cada minuto era idéntico al anterior y seguiría siendo igual a los posteriores. La ciencia desplazó a la sabiduría, la vida se volvió monótona.
Un pensador profundo, defensor de la espiritualidad de lo humano, nos sacude del sueño industrial y nos recuerda que no deben perderse algunas enseñanzas para recuperar una vida más humana. Leonardo Boff nos propone esta reflexión:
Sabio tiene que ver con saber y con sabor. No con cualquier saber, sino con el saber que tiene sabor. El saber tiene sabor cuando resulta de experiencias, de sufrimientos, de observaciones de los vaivenes de la vida. El sabio ve más allá de las apariencias. No se deja engañar por ellas. Por eso no tiene ilusiones. Tiene intuiciones certeras. Capta la verdad profunda que se entrega solamente a los atentos. La verdad no está hecha de frases correctas, sino de visiones que sintonizan el corazón con el deseo y el deseo con la realidad. Sólo quien se abre a la realidad y alimenta una profunda simpatía hacia ella tiene acceso a la verdad. Por eso, sólo conocemos verdaderamente cuando amamos. Cuando nos hacemos uno con la realidad.
El cómo diferenciar lo permanente en medio del cambio es una verdadera aventura de nuestra conciencia. Es más difícil cuando el cambio de lo que habita la superficie adquiere la velocidad de los tiempos actuales, tan alejados de las vivencias profundas. Para ello es imprescindible apoyarse en una sana antropología filosófica que nos permita tener una idea clara de qué es lo más humano y, dentro de él, de lo más humano que no debemos sacrificar. Qué es aquello sin lo cual lo humano no es tal. Su valoración nos permitiría aportar el rescate de valores sólidos, cimientos de un mundo mejor. Por eso es interesante oír la voz de alguien perteneciente al ámbito de la educación, como el Licenciado Santos Benetti:
Por algún lado hay que romper esa cadena de programaciones, tan plagada de palabras huecas y aburridas, que dejan insatisfechos a los alumnos educandos y más insatisfechos aún a los educadores, conscientes de su propia frustración, tanto como profesionales educadores, como en su calidad de personas. Ellos son seres humanos también de carne y hueso, necesitados como el que más de sentir con fuerza y pasión la vida, de pensar con audacia y de inventar, ¡Sí señor, inventar! nuevas fórmulas para que nuestra educación, “sublime vocación”, ya que mal paga, al menos nos resulte divertida y útil.
Una pregunta para empezar a pensar: ¿No se puede decir lo mismo de los medios de comunicación? De ese proceso surgirán continuamente ideas que deberán plasmarse en la educación y el sistema educativo deberá estar atento a esos requerimientos y pensar las formas de responder. Fundamentalmente a cultivar el pensamiento crítico que posibilite cuestionar el orden establecido. Esta formación debe partir de una idea que invierta el proceso de generación del perfil del educando de estos dos últimos siglos. Ha quedado dicho que la demanda del sistema industrialista, ha puesto el acento en un tipo de perfil humano, que se asienta en un modelo de hombre. Este modelo requiere la adaptación a un sistema de producción, por lo tanto, debe estar adiestrado para el trabajo en serie, estandarizado, cualquiera fuese la forma que éste adquiera en los diversos sectores del sistema.
Esto es importante volver a decirlo, porque ha funcionado como el telón de fondo del sistema educativo, durante más de doscientos años. Ha sido el modelo sobre el cual se recortó el perfil educativo del alumno. Nunca dejó de ser la referencia implícita del modelo educativo. La necesidad de un orden en el aula no ha tenido sólo una justificación pedagógica de funcionamiento. Había además uno implícito de, lo que podríamos denominar con un término provocador, la domesticación. Era necesario que el sistema disciplinara al alumno para las actitudes necesarias requeridas por el sistema de producción.
Debe entenderse con claridad el sentido del vocablo disciplina. Para ello es necesario recurrir al pensador alemán Max Weber (1864-1920), quien fue el que más se detuvo en el análisis de este tema. Dice este autor:
Por disciplina debe entenderse la probabilidad de encontrar obediencia para un mandato por parte de un conjunto de personas que, en virtud de actitudes arraigadas, sea pronta, simple y automática… El concepto de disciplina encierra el de una ‘obediencia habitual’ por parte de las masas sin resistencia ni crítica.
Estas “actitudes arraigadas” que permitan “encontrar obediencia” deben ser inculcadas por una institución que garantice la tarea. La escuela es esa institución que ha venido disciplinando alumnos en esos términos. Las dos condiciones que subraya Weber describen con mucha exactitud la educación escolarizada: “sin resistencia ni crítica”. Si bien hoy gran parte de esto se ha perdido no por ello ha dejado de ser el modelo a buscar. La formación del juicio crítico se declama pero no se realiza porque la disciplina no lo permite, más aun, se disciplina para no dejar lugar a la crítica, aunque esto no sea consciente en los que están frente al aula.
Por otra parte la creatividad necesaria para afrontar situaciones nuevas exige una libertad de acción que el sistema educativo nunca toleró abiertamente. Acá puede hallarse la explicación del pequeño lugar, a veces ninguno, que encuentra la educación artística. No sólo el estudio de la historia del arte o la práctica del dibujo o la pintura, sino la promoción de esa dimensión humana que se asienta en la creatividad. De allí que el sistema encuentre tantas dificultades en la formación de un educando que libere su capacidad creativa, que afile su capacidad crítica y que promueva una vocación por ejercerla en todo los ámbitos.
Dice Kenneth E. Eble (1923-1988), Profesor de la Universidad de Utah: “Una educación perfecta es aquella que procede mediante la sorpresa y la promesa de otras sorpresas, que presenta la mayor oportunidad de descubrir”. Las personas distintas, esperan esas sorpresas, aunque no sepan qué están esperando, que por regla general no se dan. Si han sido capaces de sobrevivir lo han hecho porque han podido soportar el peso de la represión que se ejerció sobre ellas. La represión que no siempre es explícita, dado que adquiere los más diversos ropajes.
El maestro ya no puede responder a la vieja figura del hombre con sabiduría, porque en este caso la autoridad se desprende de sus cualidades personales, y esto transmite la idea de que el poder, la autoridad o la valoración, son de carácter personal. Esto se contrapone a la idea dominante que hace recaer el poder o la autoridad en el cargo que se ejerce. Por lo tanto la educación bancaria, así la denominaba el pedagogo Paulo Freire (1921-1997) se impone en el discurso del docente, monopolizador de la verdad. A las personas que se mantienen cerca del sistema educativo, por su profesión, por sus hijos en edad escolar, estas palabras les pueden sonar un poco duras, puesto que las últimas décadas todo esto no es tan visible como en épocas no muy lejanas. Ello no debe engañarnos: la esencia del sistema se mantiene intacta puesto que el concepto salida laboral impera desde el mercado, lo que ha cambiado es la demanda del mercado.
De allí la dificultad que encuentra la pregunta o el cuestionamiento. Dice Benetti:
La pregunta es la expresión de un conflicto. Donde no hay conflicto no hay pregunta. Y cuando se quieren tapar los conflictos, se tapan las preguntas o se disimula con preguntas preestablecidas que intentan generar un pseudo-clima educativo-socrático. La pregunta siempre emerge en un momento concreto, aquí y ahora, porque alguien está viviendo un conflicto, y por tanto supone una respuesta concreta a ese conflicto, aquí y ahora… no hay preguntas universales ni respuestas universales, como no existe el hombre universal con un conflicto universal… Donde está el conflicto está el acto educativo. Y como el vivir de los hombres y mujeres concretos es siempre cambiante, las preguntas resultan siempre nuevas y demandan nuevas respuestas.
Esta alienación cultural es la consecuencia de un modo de educar que, por regla general, se rige por normas y modelos abstractos, universales, que desconocen la particularidad, excepcionalidad y unicidad de la persona. Por ello la pregunta personal, desde un aquí y un ahora no tiene cabida en el aula. El respeto por la unicidad e irrepetibilidad de la persona exige una educación que preste atención a las diferencias, que las promueva, las estimule y las premie. Que haga de la elaboración y maduración personal un centro de la educación.
Todo ello nos permite comprender que la sabiduría no encuentra lugar en el sistema, porque es contraria a la estandarización. Este sistema reproduce maestros que lo reproducen. Tal vez, esta incertidumbre, resultado de lo que he expuesto, del fracaso de lo pensado y realizado, nos abra el horizonte hacia una nueva osadía: cambiar el mundo.
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